El miserable no tiene otra
medicina que la esperanza. Shakespeare.
Hace tiempo que descubrir que una de las formas de abstraerme de este
maldito mundo, manejado por indeseables en lo moral y ético, e indigentes en lo
intelectual, era la de acercarme con mayor o menor acierto al mundo de las
artes en cualesquiera de sus vertientes. En mi caso, en la búsqueda, no siempre
lograda, de las musas que me ayudaran a escribir.
Y si bien es cierto que esta necesidad, alejada de cualquier otra más
perentoria, debería estar motivada por el simple placer de depositar evocadoras
líneas sobre el papel en blanco, en busca de la inspiración que la mínima
vocación demanda; la pertinaz realidad de una España en permanente
descomposición no me ha permitido alejar mi mirada de ella.
No se trata tanto de hacer críticas, más o menos duras e intencionadamente constructivas, sobre la
cruda realidad que en estos momentos se ensaña con mi país.
Los que durante decenas de años habíamos vivido una España
difícil, pero ilusionante con el futuro
que se nos presentaba, hemos de confesar que esta ilusión y esta esperanza
están prácticamente agonizantes, acabadas. No tanto por lo que se ha hecho mal,
que es mucho e imperdonable, sino por lo
que no se ha hecho, o no se está haciendo.
La gran oportunidad que con enorme generosidad, grandeza y presunta inteligencia
el pueblo español depositó en las manos del actual presidente de gobierno
español, Mariano Rajoy, otorgándole una mayoría en las urnas como ningún otro
presidente obtuviera, ha sido malograda por este sujeto de manera lamentable y,
seguramente, irreversible.
Este hombre, quedando muy por debajo del carisma y la talla del estadista que se le suponía, sumándose a las
tesis del “bobo solemne de Rodríguez Zapatero”, como el mismo lo calificó en su
momento, ha terminado por destrozar lo poco que aquel había dejado en pie del
prestigio y del orgullo de España.
Bien es cierto que la grave crisis económica y financiera que ha
sacudido al mundo de manera inmisericorde ha complicado las posibilidades de
dar cauces a muchas de las justas reivindicaciones de los ciudadanos de este
país, así como de otros tantos. Hecho, por otro lado, que la historia nos
demuestra cíclicamente que, sin duda alguna, acabará resolviéndose sí, o sí.
Ello, sin olvidar que el sacrificio, principalmente, ha sido y está
siendo de todos los españoles sin distinción de clases sociales, a excepción de
la casta política que, mire usted por donde, don Tancredo, no ha recibido la
mínima colaboración de usted ni de sus gentes que, muy al contrario, han
tardado muy poco en subirse los sueldos y mantenerse las prebendas. ¿Acaso cree
el señor Rajoy que todo se le perdonará por haber logrado, que está por ver que
así sea, hacer que una cuantas sumas y restas quedaran correctas, con mayor o
menor acierto? No, don Tancredo, no todo se resume en conseguir que las cuentas
cuadren.
Hay asunto de profundísimo calado en los que el personaje en cuestión,
Mariano Rajoy, conocido popularmente como “don Tancredo” no dependían de primas
de riesgo, coeficientes de caja, cotizaciones en bolsa, exportaciones, o cifras
de paro y similares.
Dejar que las instituciones del estado se hayan pervertido hasta la
náusea no se resuelve con acudir todos los días a las subastas de bonos del
estado con la intención de colocarlos al mejor postor, al mejor interés y en
las mejores condiciones.
La abducción, por no calificarlo de absorción, del poder judicial y el
legislativo por el ejecutivo, ha convertido a España en un “bulto sospechoso”
de imprevisibles acciones.
Así nos encontramos que cuanto se prometió en las elecciones ha sido
traicionado manera plena e infame. También, que donde se juró una Constitución
para defenderla y respetarla, bajo la verdadera realidad de los hechos, ésta está
siendo vilipendiada hasta el escarnio, quedando como un viejo libro para el
Almacén de los Libros Olvidados de Ruiz Zafón.
La lista de agravios e incumplimientos por parte de Mariano Rajoy a la
Carta Magna sería interminable. Baste resaltar algunos para darnos cuenta de la
categoría política, e incluso humana, del “estadista” Rajoy.
Permitir la desaparición de toda autoridad del estado sólidamente
representada en el territorio nacional, a favor de los sentimientos
nacionalistas más exacerbados, incluso alimentándolos económicamente, sólo cabe
calificarlos de incomprensible desatino perverso. De manera especial y directa
en Cataluña, y de manera sibilina en Euskadi.
Las acciones y negociaciones realizadas por las cloacas del estado, en
relación con el terrorismo, así como la liberación de terroristas y asesinos
múltiples, enmarcada en una amnistía descaradamente encubierta por retorcidos
legalismos, en los que quedan retratados de manera despreciable todas y cada
una de las Instituciones del Estado, incluida la Monarquía, cuanto menos caben
calificarlas de infame y vergonzosas.
La falta de persecución de una corrupción sistémica e institucionalizada, tanto en lo social como
en lo económico, profundamente enraizada en los partidos políticos - con el PP
y el PSOE a la cabeza – seguida sino sobrepasada por sindicatos e Instituciones
del Estado, han convertido al personaje en responsable directo, por acción u
omisión, de la dificilísima situación en la que se encuentra España.
Y todo ello para perseverarse
en el cargo, aferrándose a un pasajero poder todo el tiempo que sea posible. No
cabe mayor miseria intelectual.
Con toda seguridad, don Tancredo, el tiempo acabará por colocarle en
el lugar que le corresponda por derecho, en el devenir de la historia. Pero
puedo asegurarle que en el pensamiento de los ciudadanos y en su propia
autoestima este lugar se encontrará enquistado en lo más profundo de las
cloacas de su propia conciencia.
Felipe Cantos, escritor.