"El mundo está lleno de ciegos con los ojos abiertos." André Suarés.
"A los musulmanes que quieren vivir bajo la ley Islámica Sharia se les dijo el miércoles que se vayan de Australia." También, y cito textualmente, "son los emigrantes, no los australianos los que deben adaptarse. O lo toman o lo dejan. Estoy harto de que esta nación tenga que preocuparse si estamos ofendiendo a otras culturas, o a otros individuos."
Es evidente que las palabras pronunciadas en un pasado discurso por Kevin Rudd, Ministro de Asuntos Exteriores australiano, son duras. Pero no por ello dejan de ser, sin duda, aún más justas.
En los últimos meses la canciller de Alemania, Ángela Merkel, sin necesidad de utilizar en sus discursos tan duras palabras, está dejando entrever que la mala situación a la que puede verse abocada Europa en no demasiados años, en su relación con la emigración, principalmente proveniente de los países musulmanes, será difícil de resolver, a menos que se comiencen a poner las bases que hace tiempo deberían haberse establecido.
Es evidente que la canciller Merkel, como antes tantos otros políticos con sentido común, nunca han creído demasiado en el contradictorio "multiculturalismo" y, aún menos, en esa peregrina Alianza de Civilizaciones, avalada de manera necia, por el lamentable presidente español, apodado ZP.
Esto nos lleva inexorablemente a plantearnos cuáles son las alternativas que le quedan a Occidente para frenar esta sistemática invasión musulmana, que durante años se ha ido introduciendo en su tejido social, sin la menor intención de integración. Sí la de criticar y luchar contra la sociedad que los ha acogido, mientras aprovechan todo lo bueno que de ella pueden obtener, como son sus servicios sanitarios, sus programas de beneficencia o sus estructuras sociales. De ello es difícil esperar nada positivo, muy al contrario.
Sin embargo, lo que resulta verdaderamente sorprendente es que habiendo sido incapaces, país por país durante siglos, de finalizar un proceso de integración plena dentro de nuestra propia piel de occidentales, de manera especial lo que conocemos como la "vieja Europa", andemos, como adolescentes de juicio por formar, jugando al buenismo practicado frívola e irresponsablemente por esas castas de progresía barata que, al fin y a la postre, no pretende otra cosa que aprovecharse de cualquier alternativa que le permita a corto plazo obtener pingües beneficios. No debemos olvidar que instalados en el relativismo más indolente, para ellos el futuro empieza y termina en sí mismos.
No es casual que sean estas hordas las que apuestan de manera inequívoca por una sociedad unipersonal, carente de valores, incapaces de responder a retos como la defensa de nuestros valores y nuestra cultura.
De ellos son todos y cada uno de los proyectos que pretenden llevar a la mínima expresión el valor de la familia, con la defensa a ultranza de objetivos como el aborto libre, la eutanasia o el fomento y defensa sin paliativos de la homosexualidad que, siendo respetable en la mayoría de los casos, no deja de ser un importante hándicap para el desarrollo y la progresión de la familia tradicional. Es evidente que si no hay procreación, no cabe posibilidad alguna que nuestra sociedad, a medio y largo plazo, pueda subsistir como la conocemos.
Mientras tanto, nuestros "enemigos" naturales en la fe y la cultura no han bajado ni bajarán la guardia en ningún momento. Muy al contrario, como dice el proverbio "pueden esperar pacientes a ver pasar el cadáver de su enemigo". Y si acaso este tarda, no tendrán inconveniente alguno en dar un "empujoncito" para su llegada.
Por ello, no puedo estar más de acuerdo con las últimas palabras recogidas literalmente del discurso de Kevin Rudd: "Aceptamos sus creencias y sin preguntar por qué. Todo lo que le pedimos es que usted acepte las nuestras, y viva en armonía y disfrute en paz con nosotros."
Parece sencillo, y fácil de entender y agradecer. Pero nada más lejos de la realidad. Esperen un cierto tiempo, y verán.
Felipe Cantos, escritor.
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