06 julio 2006

¿Quién se cree usted que es, “señor” presidente?

La libertad consiste, no sólo en el derecho concedido, sino en el poder dado al hombre para ejercitarla.

Hasta ahora, las iniciativas tomadas por el inquilino de la Moncloa, dicen que presidente de esta sufrida España (¿), además de desconcertantes se han mostrado, en su mayoría, ineficaces e, incluso en algunos casos, peligrosas. Sólo han servido, en cuestiones aisladas, para resolver pequeños y puntuales “problemas” que no respondían, en ningún caso, a grandes demandas sociales y, mayoritaria y lamentablemente, haciendo oídos sordos a multitudinarias manifestaciones, desenterrar el “hacha de guerra” y volver a colocar a media nación frente a la otra media.
Hay una parte de la ciudadanía, incluido el propio señor Zapatero, que parece querer olvidar que “al presidente”, al igual que sucediera con todos los que le precedieron, se le eligió para que, respetando las reglas del juego de la democracia y, principalmente, la Constitución, que juró defender y miserablemente ha traicionado, se pusiera al frente del ejecutivo para gobernar la nave del estado. No para “hacer de su capa un sayo”.
Debo confesar que, personalmente, prefiero hablar de administrar que de gobernar. Después de todo, ¿qué es lo que debería ser un buen político/gobernante, sino un buen administrador? Creo que con eso nos bastaría y, en cierto modo, acabaría con los, en estos tiempos, trasnochados y obsoletos conceptos de las ideologías y de las tendencias políticas que, sin duda, tuvieron una indiscutible vigencia en el pasado. Pero no hoy.
Ahora bien, sea como fuere, la realidad de los acontecimientos ha superado a la ficción más imaginativa, alcanzando cotas hasta hace poco inimaginables. Pretender establecer como normal, para ser digerido por la ciudadanía, que donde había unas leyes claramente definidas se nos diga ahora que su interpretación está sujeta a los vaivenes de un “presidente” según su conveniencia es, cuanto menos, surrealista. Ello, sin entrar a analizar, en el ámbito de lo penal, las últimas actuaciones del señor Zapatero y sus colaboradores.
Siempre han existido, y existirán, personajes que, dominados por una extraña e incomprensible paranoia, deciden convertirse en salvadores del mundo, sin que nadie se lo pida. Por esa razón, es fácilmente comprensible que los que utilizamos como guía y bandera, para caminar por esta vida, el “sentido común”, no entremos en el juego de estos “iluminados” y sus disparatados proyectos.
Si en su caminar político el señor Zapatero está dispuesto a autoinmolarse, llevándose por delante toda la historia y cultura de una nación milenaria, violando toda la normativa existente, incumpliendo todos lo juramentos realizados y traicionando los más sagrados principios, amén de ultrajar los derechos de quienes han sufrido el azote terrorista en sus propias carnes, agraviando la memoria de los casi mil muertos, es muy dueño de hacerlo. Sin duda alguna la historia se lo demandará. Pero lo que no puede pretender es que comprendamos tal aberración y, aún menos, que le apoyemos y acompañemos en la “aventura”.
La meridianas claridad con la que la Constitución y el resto de leyes, desgraciadamente manejadas por él a su antojo – Fiscalía (Conde-Pumpido); Audiencia Nacional (El recién incorporado Garzón) y otros – poniendo de manifiesto la ilegalidad de sus actos desde que llegara al poder, han quedado completamente eclipsada con su decisión de autorizar y establecer de manera oficial las conversaciones y negociaciones con la banda terrorista ETA. Negociaciones que, por otro lado, no tendría porque sorprendernos si se realizaran dentro del marco institucional como, pese a las enormes dificultades que estas conllevan, fueron intentadas por gobiernos anteriores, con el fracasado resultado ya conocido.
La gran diferencia entre esta ocasión y las precedentes, y por ende la tragedia de la misma, es que, pese a las insistentes declaraciones negativas del titular del ejecutivo y sus adláteres - poco creíbles dado el historial de mentiras desde que se hicieran con el poder - en esta ocasión se tienen por negociadas y aceptadas las reivindicaciones de los terroristas. Al menos estos, contradiciendo la necedad del ejecutivo, con su presidente a la cabeza, manifiestan con toda claridad que sus objetivos siguen siendo los mismos. ¿De qué han servido entonces los casi mil muertos y el sufrimiento de sus familias? ¿Para qué demonios hemos soportado estoicamente el azote terrorista todos estos años?
Pero si incomprensible resulta el inicio de unas negociaciones que de continuo se niegan como tal, – según el ejecutivo, no hay nada que negociar, por tanto, pregunto yo, ¿para qué reunirse entonces? – más irracional resulta que pretenda hacerlo en nombre de todos los españoles y de las victimas, sin que en ningún momento fuera elegido para ello.
Además, en el supuesto de que hubiera la mínima posibilidad de negociar con ETA, ¿quién garantiza que la banda respetará los acuerdos? ¿En serio cree el “señor presidente” que ETA ha llegado hasta aquí, en su sangriento camino, para acabar con una mano delante y otra detrás?
De llevarse a cabo la propuesta presentada por Rodríguez Zapatero, sibilina donde las haya, en su comunicado del inicio de las negociaciones, con esas palabras del “respeto a la voluntad de los vascos” – imagino que como en Cataluña al margen del resto de los españoles - ¿En serio piensa que una banda, como ETA, asumirá, después de matar sin escrúpulos a, casi, mil personas, el resultado que salga de las urnas, si este no le fuera favorable? ¿Estaría el “señor presidente” dispuesto a garantizar de algún modo que ETA respetaría los resultados, de serles estos negativos?
“Señor presidente”, salvo sus incondicionales, ni la ley, ni la opinión pública en general le ha dotado de poderes para tomar en su nombre semejante decisión. Tampoco es usted la personificación de la Constitución. Desgraciadamente, tratándose de quien tiene la sagrada obligación de defenderla, más bien todo lo contrario.
De modo que no logro entender en nombre de quién y bajo qué normativa se subroga usted el derecho de decidir, por si sólo, lo que es un derecho inalienable de todos los españoles.
¿Quién se cree usted que es, “señor presidente”?

Felipe Cantos, escritor.