05 noviembre 2009

Las nefastas decisiones de un loco iluminado.


Quien conoce a los otros es sabio. Quien se conoce a si mismo es iluminado. Lao Tse.

En más de una ocasión he lamentado en mi vida, evacuando toda la bilis que las más bajas pasiones provocan, no poder desahogarme en procaces insultos contra aquel/aquellos merecedores de tal trato. Lamentablemente, no siempre es posible traspasar las líneas rojas marcadas por las más elementales normas de educación.
Pero, como diría un gallego: ¡Qué carallo! ¿Acaso el sujeto en cuestión, conocido popularmente como zp - más parece el apodo de un loco superhéroe de comic underground – no lleva más de cinco años tocándonos… las narices?
¿Acaso, este sujeto, carente del más mínimo bagaje cultural e indigente intelectual donde los haya, no ha traspasado sin el menor pudor y como único objetivo el aferrarse a ese poder al que, desafortunadamente, llegó en circunstancias nunca bien aclaradas? En su trayectoria como presidente del gobierno de España ha transgredido todos los límites existentes en el más elemental decálogo del buen gobernante: viola la Constitución; se pone la Justicia por montera; se burla de la Economía; negocia con terroristas; manipula la Historia; compadrea con dictadores populistas de toda calaña; se asocia con el siempre peligroso e inconformista nacionalismo; ataca los pilares de una cultura bilenaria, que si bien, como todas , no es perfecta, es en la que se hunden profundamente nuestras raíces; da pábulo a la normalización desnortada de costumbres y tendencias “sociales” cuyas prácticas deberían ser seriamente analizadas por la perniciosidad que comportan. Y, así, conformaríamos una interminable lista de despropósitos cometidos por este sujeto, desde que llegara al poder.
Su encarnizada actual batalla contra la verdad – santo y seña de su verdadera personalidad – tratando de negar, sino de desvirtuar, una crisis que en pocos meses ha arrasado la economía española, arrastrándola a cotas de drama nacional, lo convierte de facto en el personaje más deplorable que se pueda recordar en nuestra reciente historia de España: déficit público creciendo de manera imparable; desempleo aumentando hasta cotas del 25%, que ni el mismísimo Felipe González, en sus “mejores” momentos hubiera sido capaz de superar; balanza comercial desnivelada dramáticamente; producción industrial, producto interior bruto y renta “per cápita” en franca y alarmante recesión. En fin, de continuar con la relación de males aportados por el inefable zp, precisaríamos de mucho más espacio del que esta columna puede albergar.
Lo único que recomienda este escritor, convertido en improvisado columnista económico, por mor de la insostenible situación en todos los frentes de la sociedad española, es rezar para que no se cumplan los más negros pronósticos sobre nuestro país.
Pueden que resulte difícil de creer, pero existen serios riesgos de que España se vea obligada a abandonar la disciplina del Euro; lo que significaría el fulminante empeoramiento de esta, ya de por si, dramática situación. Como principio, baste señalar el calificado de “lastre” con el que, en la más altas instancia de las Instituciones Europeas, se identifica actualmente a España.
Y el problema, harto comprensible en circunstancias normales, no sería el que España, como cualquiera de las naciones pertenecientes a la Unión Europea, se encontrara en dificultades, como consecuencia de la grave crisis por la que, en general, atraviesa el resto de naciones. Es, y sería, por la declarada obstinación de un irresponsable iluminado que no tiene pudor alguno en mantenerse en “el error”, sin otro objetivo que el de perpetuarse en el poder el máximo tiempo posible.
Al inicio de este artículo les decía lo difícil que resultaba controlarse para no entrar de lleno en el terreno de las descalificaciones, sino del exabrupto y del insulto más soez. Incluso contra quienes se dejaron embaucar ¡en dos ocasiones! por este impresentable personaje de opereta macabra.
Al final, hemos de recurrir a nuestro ancestral sentido del humor, tan enquistado en el pueblo llano. De manera que aunque a los que no participamos en la elección de este sujeto para representarnos nos pueda escocer como a los demás, sólo recordarles, a quienes ¡por dos ocasiones! se dejaron engañar por él y hoy, enfangados hasta el cuello se lamentan de su suerte, que se apliquen aquellos dos adagios populares que dicen: “ajo y agua” pues “sarna con gusto no pica”.
No deseo acabar este artículo sin plantearles seriamente lo siguiente. Si un hombre es enjuiciado y sometido a cárcel por cometer un delito, en ocasiones de pequeñas proporciones o, simplemente, por dejar de pagar su hipoteca o deudas personales, debidas a su mala situación económica, incluso, como en este caso, provocadas por un tercero, ¿por qué demonios un sujeto como el aquí analizado puede salir indemne e impoluto después de haber provocado una catástrofe de dimensiones incalculables?
Lo siento, pero a mi no me sirve aquello del pago con la responsabilidad política de costumbre ¿Por qué no existe un sistema justo que permita procesar a quien, bajo su propia responsabilidad, procede de semejante manera?

Felipe Cantos, escritor.

01 octubre 2009

Por el amor de Dios, ¡era evidente!


Preocúpate de quien beba, pero, también, como decía Baudelaire, “desconfía de quien no beba, algo tiene que ocultar”.

Probablemente esta frase es una de las más grandes verdades que se puedan conocer. Cuando alguien no se siente seguro de sí mismo, o de su entorno más cercano, evitará dar facilidades y, amparándose en el silencio, tratará de ocultarlo apelando, si es necesario, al sacrosanto derecho a la intimidad. Dirá, como es natural, que está protegiendo a los suyos y su entorno.
Pero no siempre es así. La mayor parte de las ocasiones estará tratando de protegerse a sí mismo. Lo cual, en principio, es más que razonable.
Sin embargo, en el caso del señor Rodríguez Zapatero, en relación con la tan traída intimidad de “sus pequeñas”, durante años defendida a ultranza por este personaje y puesta al descubierto por las malhadadas fotografías de las jóvenes, recientemente publicadas en situación de primas hermanas de Nosferatu, nos descubre la verdad. Esa verdad que sólo la ingestión de cualquier elemento, físico o emocional, suele poner al descubierto las vergüenzas de quien pretende ocultar sus secretos más íntimos.
No tengo duda alguna, o lo que es igual, evidencia – como podría ser en el caso del alcalde de Madrid, Ruiz Gallardón – de que “nuestro querido” presidente haya sido pillado in fraganti ingiriendo producto alguno que, momentáneamente, le haya privado de la suficiente razón como para cometer errores de ese calibre.
De manera que sólo desde el lado emocional es posible comprender su grave error: su desmesurado afán de protagonismo y su enorme ambición sin cerebro, ingeridos simultáneamente en grandes dosis de endiosamiento, han conseguido, como el mejor de los vinos, que nos mostrara su verdadera personalidad, a través de sus hijas.
No seré yo quién critique el deplorable aspecto de las criaturas: sobre gustos no hay nada escrito. Aunque, eso sí, jamás permitiría, conscientemente, que ninguno de mis diez hijos me acompañara vestido de tal guisa. Asunto diferente, es la crítica que “nuestro presidente” pueda merecer.
Sabido es la “simpatía” que profeso al personaje desde que este accediera al poder en circunstancias nunca bien aclaradas. Durante años, en mis artículos y textos, he tratado de ahondar en la personalidad de este dañino sujeto. Reconozco que, hasta hoy, todas las reflexiones eran equivocadas. Sus constantes y en demasiadas ocasiones insensatas piruetas en la acción de gobierno han sido y son inconcebibles. De manera que, con suma facilidad, he pasado de considerarlo un tipo extremadamente inteligente, hasta compararlo con un cretino integral, y viceversa.
Pero ahora queda claro. Es evidente que este personaje de opereta barata es simple y llanamente un “don nadie”. Un tipo al que una incomprensible y fatídica confluencia de los astros lo situó ostentando un poder al que ni en sus mejores sueños imaginó llegar. Un personaje radical que igual se alucina con una alianza de civilizaciones indefectiblemente antagónicas, como pretende, literalmente, tomarles el pelo a terroristas de “toda la vida”, o es capaz, representando a una nación, de odiar o “enamorarse”, indistintamente, de un país, de una bandera y de un presidente – Estados Unidos - por el simple color de la ideología política de sus dirigentes. ¡Todo un estadista!
Lo que hemos visto y leído sobre las dos pequeñas, denota una ausencia de la más elemental educación. Tal vez sea eso lo que, a través de todas sus aberraciones como gobernante, “nuestro maestro y líder” haya pretendido convertir a todas las familias españolas. Pero dudo mucho, a la vista de la foto de familia, que pueda haber cundido el ejemplo.
De manera que este “insigne” personaje, producto de una casualidad -así prefiero creerlo- e incapaz, a nivel familiar, de darle a sus criaturas de 13 y 16 años la más elemental formación, ni el consejo más razonable para que puedan saber lo que significa el “don de la oportunidad”, lleva cerca de seis años intentando ser la luz, el faro que guíe los destinos de un país de 50.000.000 de personas.
Con personajes así al frente del poder sólo cabe recordar lo que decía mi sabia abuela: ¡que Dios nos pille confesaos!

Felipe Cantos, escritor.

23 septiembre 2009

Lejos de ofenderse, alguien debería explicarse.


Ninguna moral puede fundarse sobre la autoridad, ni siquiera aunque la autoridad fuera divina. Alfred Julios Ayer.

Escucho estos días un sinfín de epítetos dirigidos a nuestros más conocidos - que no significados – personajes de la vida política española.
Los he podido coleccionar de todas clases y niveles. Desde los sencillos y simples parásitos, o trepadores, pasando por los clásicos sinvergüenzas, o golfos, al que casi todos, de manera especial nuestra clase política, están tan habituados que a penas les afecta, hasta alcanzar los groseros y desafortunados, aunque probablemente bien merecidos, cabrones o gilipollas.
Lo cierto es que cualquiera de ellos, dirigido con razón, debería hacer meditar seriamente a nuestra clase dirigente, y que esta se auto impusiera la cuarentena de sus “valores morales y éticos más sólidos”. Si es que los tuviera, claro.
En el centro de la diana a la que iban dirigidos semejantes regalos auditivos, no se encontraban profesionales del delito, ni siquiera los, casi, románticos delincuentes habituales que viven de los pequeños delitos y de las pillerías, más conocidos como “pícaros”.
En ella, se dirigían los dardos contra “su serenísima majestad” Juan Carlos, Rey de España, y su no menos “serenísimo” primer ministro, Rodríguez Zapatero.
Después de calibrar, también serenamente, las consecuencias de solidarizarme con quienes así habían reaccionado, llegué a la conclusión de que lo mejor, como decía mi sabia madre, era aquello de “no hay mayor desprecio que no hacer aprecio”.
Soy plenamente consciente de que los pecados que se les atribuyen a ambos, con relación a su comportamiento y actitud, convertidos en sólida colaboración con cuantos “líderes populistas”, o dictadores de tercera categoría, pero siempre despreciables, nos visitan, - Evo Morales y Hugo Chaves son dos claros ejemplos - son muy graves, y que con “curas filosóficas o literarias” no vamos a impedir que, finalmente, obtengan los objetivos perseguidos.
Pero también sé que cuando alguien alcanza el nivel de cinismo que estos personajes - y otros muchos como ellos – muestran, de poco sirven los insultos, por superficiales o profundos que pretendemos que sean.
Su “majestad”, a la sazón “héroe” obligadamente querido por mor de episodios nacionales nunca bien aclarados, va desvaneciendo su figura, como aquellos personajes de la simpática película de Spilberg, Regreso al futuro, en la que a punto estuvieron de no haber existido jamás. A menos que, como en el film, en el último suspiro se produzca un acontecimiento, un gesto que anule la mutación del pasado, afectando seria y positivamente al futuro.
En cuanto a este personaje, apodado zp, más semejante a las siete plagas que el dios de los judíos envió a Egipto, que a un convencional y razonable dirigente político, poco cabe esperar de su regeneración. Como aquellas, este acabará dejando como un solar lo que hasta su llegada era una nación en evidente y continuado progreso.
Sólo nos cabe la esperanza de que Rodríguez Zapatero no tenga tiempo de concluir el ciclo completo de las plagas enunciadas en la Biblia. Aunque bien es cierto que sin necesidad de llegar a la dramática situación de acabar con nuestros primogénitos, el “excelso” personaje ya ha conseguido el incontestable mérito de condenarles a sobrevivir en busca de empleo durante décadas.

Felipe Cantos, escritor.

21 septiembre 2009

Reflexiones sobre los dóciles lectores de El País.




Somos libres cuando nuestros actos emanan de nuestra entera personalidad (…) Henri Bergson.

Décadas llevo intentando hacer ver a los incondicionales lectores de ese periódico – nos ahorraremos lo de panfleto de lujo - el indiscutible sesgo político, inefablemente hacia una izquierda extraordinariamente rentable, que anida – ¿o anidaba? – en cada una de las páginas, artículos y columnas que en el aparecían, condicionando cualquier posibilidad de imparcialidad.
Jamás en sus páginas, especialmente en las de opinión, ha sido posible, para un lector independiente, encontrar texto alguno que le permitiera obtener una opinión no condicionada por los intereses del poder y, por extensión, del propio grupo Prisa.
Pero héteme aquí - sorpresa donde las haya - que lo que parecía indisoluble, por la gracia de intereses harto inconfesables, pero conocidos por todos, se está rompiendo en mil pedazos. Los convergentes intereses de la maquinaria socialista con el grupo de comunicación creado por el fallecido Jesús de Polanco parecen haber llegado, por el momento, a su fin.
No seré yo el que oculte la enorme satisfacción que el hecho en si me produciría. Han sido demasiados años dando las noticias masticadas, casi regurgidas, de manera que un gran número de indolentes españoles, excesivo para mi gusto, abandonaran la buena costumbre de pensar por si mismo y decidieran que la verdad y lo correcto, de casi todo, se encontraba en su “Biblia” de papel prensa: El País.
Dudo mucho que ninguno de estos dóciles lectores se cuestione el cambio copernicano producido en lo más profundo del periódico de toda su vida. La adormidera se encuentra enquistada en sus cerebros.
Pero, aunque no sea más que para despertar su curiosidad, yo les preguntaría si son capaces de explicar el cambio en la línea editorial del diario - durante décadas conocido como “gubernamental” - disparando a todo lo que se mueve desde la Moncloa y, naturalmente, del resto de medios de comunicación que el grupo controla: en radio, La Ser; y en televisión, La cuatro y Canal Plus. Es tan descarado que ofende a la inteligencia.
La llamada “guerra del fútbol”, junto con la creación de un nuevo grupo mediático capitaneado por un “tal” Jaume Roures, claramente apoyado por Rodríguez Zapatero, ha sido la clave de la ruptura de una diabólica alianza que, para qué engañarnos, ha hecho tanto daño a la democracia española.
Desgraciadamente, poco bueno podemos esperar de esa nueva alianza socialista-empresarial, nacida al amparo del ínclito Rodríguez Zapatero. No creo que el nuevo “genio” de los medios de comunicación españoles, el “tal Roures”, pretenda ser muy distinto de lo que en su día lo fuera Jesús de Polanco, a la sombra del poder.
Dicen que la cara es el espejo del alma. De manera que lo que si me provoca serias dudas, viendo la imagen del “señor Roures”, es si realmente es posible que este hombre sea el cerebro de este nuevo grupo nacido, igual que el anterior, para ser la mediática correa transmisora del poder establecido.
No quisiera entrar en el terreno de las descalificaciones personales, o de la ofensa. Pero, para mí, esa cara refleja serios síntomas de una estupidez supina, muy alejada de la que se le supone a un sólido magnate - sinvergüenza o no - de los medios de comunicación. ¿Están ustedes seguros de que no hay un verdadero cerebro de toda esta operación, en la sombra? Tendría gracia que, más temprano que tarde, aparecieran ramificaciones del grupo Prisa en las entrañas de Mediapro, el grupo creado por el “tal Roures”.

Felipe Cantos, escritor.

05 junio 2009

La estéril discusión sobre la existencia de Dios.


Yo veo a Dios en cada ser humano. Madre Teresa de Calcuta.
En ocasiones tengo la sensación de que la especie humana, pese a Internet y el ipod en sus versiones más modernas, es incapaz de avanzar un ápice en su desarrollo intelectual.
Pareciera que toda la ciencia que es capaz de almacenar en sus neuronas no sirviera más que para alcanzar pragmáticos proyectos que puedan dar a su vida una única forma material, alejándose de manera inconsciente de todo aquello que, inmerso en el mundo de los sentimientos, le aporta valores, no tangibles, que condicionan su vida y por ende su feliz o desgraciada existencia. ¿Habremos de llegar a la conclusión de que no es capaz de entender la más elemental de las reglas, necesaria para su desarrollo natural?
Entre las muchas razones que provocan mi desconcierto por el anormal comportamiento de mis semejantes, hay una, más cercana a lo etéreo que a lo terrenal, que en más de una ocasión me han obligado a ocultar mi decepción tras de una no siempre bien ponderada e irónica sonrisa: es la eterna, yo diría además de estéril, polémica sobre la existencia de “Dios”. Eterna polémica probablemente encomiable y bien intencionada por parte de unos; aunque no tanto de otros, en pro de unos intereses definitivamente bastardos.
Como en toda polémica que se precie, con toda seguridad la razón se encuentra dividida. De manera que si las partes prestaran mayor atención a los puntos de encuentro que a los de desencuentro, descubrirían que, por diferentes caminos, llegarían a la misma conclusión.
En cuantas ocasiones se ha dado la oportunidad de manifestarme, he mostrado mi opinión favorable a la existencia de “Dios”. Y no porque sea un ferviente creyente y un practicante devoto de la religión, en este caso, católica. Sino porque, desde que naciera, he tenido la oportunidad de entenderla y asumirla como parte de mis raíces culturales, y no como elemento imprescindible en mi desarrollo intelectual y personal.
Independientemente del comportamiento de sus dirigentes, creo en el mensaje de cualquier iglesia, tanto en cuanto esta se cimente sobre principios de justicia e igualdad. Si los principios que maneja son tangibles y los hechos de su mensaje confirman lo positivo de su doctrina, caso de la que yo me permito juzgar, la católica, tanto mejor. Pero, igualmente, rechazo plenamente cualquier razonamiento en el que vaya implícito el mensaje de un “dios” venido del más allá, o hallado en cualquier lugar del universo.
Por ello, puedo entender a los laicos, agnósticos, descreídos, ateos y cuantos detractores deseen sumarse a esta inútil polémica, sobre la existencia, o no, del “Dios” que cada uno se ha dado. Pero negar de manera categórica que “este” exista es, cuanto menos, un despropósito intelectual.
Cuestión aparte es la forma en la que, en este caso nuestra Iglesia, se ha planteado su iniciación y su existencia. Hacerlo a través de un cuento de niños pudo ser en sus inicios razonable, pero dado los tiempos que corren y el materialismo imperante, aderezado por un relativismo atroz, no parece, desde la óptica intelectual, la forma más razonable de convencer a los que, generalmente, tienen pocas ganas de reflexionar sobre cualquier asunto que les desvíe de sus intereses más cercanos.
Es cierto que el relato de la existencia de nuestra religión, y por ende de “Dios”, a través de las Sagradas Escrituras puede ser fácilmente cuestionado. Pasajes que no pasarían de ser parte de un relato entretenido en cualquier libro, a veces infantil, son tratados en ellas como resultados de una divinidad.
Pero tratar de aprovechar la simpleza de una explicación, realizada para hacer más inteligible complejos temas, jamás justificaría la negación del todo.
Estoy de acuerdo en que el “Dios” que desde pequeños nos contaron no existe. No es más que la imagen que se nos ha materializado para hacérnoslo más cercano, más nuestro. Pero es evidente que “Dios” existe, en cualquiera de las formas o nombres que se le hayan querido, o quieran dar. En nuestro fuero interno jamás seremos capaces de negar que sobre todos nosotros existen fuerzas superiores que controlan el universo en pleno y, por extensión, el nuestro concreto.
Su fuerza, la del “Dios/Universo”, esta más allá de la negativa, casi pueril, de su existencia, basada en la desmitificación de personajes y relatos religiosos. Es más que razonable que la idea de un “dios” concebido desde la perspectiva humana, como soporte de cualquier religión, sea fácilmente rebatible. Cuestionarse los milagros de Jesús, la virginidad de María, el “misterio” del Espíritu Santo y tantos otros, puede estar bien desde la perspectiva del raciocinio más ortodoxo.
Pero en modo alguno justifica la negación de “Dios”. Porque, llamémosle como le llamemos y le demos el origen que le demos, Dios es exactamente el universo en pleno, con todos y cada uno de nosotros, vivos o muertos, en su interior, formando un todo.
Me es indiferente si deseamos atribuir estas fuerzas a un ser supremo – no es ese mi caso - que todo lo controla y al que, según las diferentes culturas, le hemos puestos variados nombres; que dejarnos convencer por los efectos de la dinámica de un universo en plena y constante búsqueda de su inevitable equilibrio. Teoría de la que, como puede desprenderse de este escrito, estoy más cerca. Cuestión aparte será el nombre que deseemos poner a ese “fenómeno”. Si es que deseamos hacerlo.
Si, además, como pretende insinuar cierta campaña recientemente lanzada en los autobuses de algunas de nuestras más importantes ciudades, que de la existencia de Dios depende que lo pases mejor o peor, no cabe duda que los inspiradores de la misma han perdido el horizonte, por no decir el juicio.
Se puede ser un ingenuo, aceptando de entrada la posibilidad de que a tu muerte, según haya sido tu comportamiento, gozarás la vida eterna, o sufrirás para siempre en las calderas de Pedro Botero.
Pero probablemente será aún más necio quien, considerándose un libre e inteligente pensador, tratara de rebatir la existencia de Dios apoyado en esas y otras premisas similares; olvidando que no se trata más que de alegorías, ejemplos que pretenden ilustrar la presunta realidad de una “existencia” más allá de nuestra vida conocida.
Aceptemos definitivamente que “Dios”, o lo que de “Él” pueda deducirse de los mensajes recibidos a través de las diversas religiones, vive y muere cada día en función de los cotidianos actos del hombre frente a sus semejantes. Ello, prescindiendo de la intervención de fanáticos e inductores religiosos o, por el contrario, de los más férreos ateos; tratando, cada uno en su caso, de asegurarnos o rebatirnos su existencia.
Felipe Cantos, escritor.

04 junio 2009

Raíces políticas.



Yo no sé si soy un estadista. Lo que es cierto es que, de la política, lo que me interesa es mandar. Manuel Azaña.

Hará ahora más de treinta y cinco años, aún impregnado de las inútiles ideologías que, por lo general, mueven las conciencias de los más jóvenes, tuve la oportunidad de mantener coloquiales reuniones con grupos de los que años después se desprenderían algunos de los “líderes” de las diversas tendencias de la política española.
Hoy, algunos ya depuestos o fenecidos, políticamente. Otros, como es ley natural, pasaron, a través de la muerte, a mejor vida, espero. Un tercer grupo, este incombustible, sorprendentemente aún en activo.
Pero, eso sí, todos ellos, los que se fueron, los que quedaron en dique seco, y de los que, por el momento, desconocemos su fecha de caducidad, estaban dispuestos a “salvar” el mundo, desde sus divergentes perspectivas.
Aquellas reuniones, amenas por de más, terminaban derivando en una viva polémica versada en la interpretación, casi filosófica, del cómo, cuándo y, principalmente, el por qué de las vocaciones políticas.
La mayoría de aquellos futuros “personajes” sostenían que eran sus principios morales los que habían conseguido motivarles para adoptar la política como eje de sus vidas. Como era esperar, los más jóvenes se atrevían a afirmar que se trataba de una, casi, altruista entrega en defensa de los intereses de sus conciudadanos. El resto, de mayor edad, se mantenía en un escrupuloso silencio de complicidad, sin saber bien si con sus jóvenes colegas, o conmigo, abiertamente desinteresado por la práctica de la política.
La tesis, el argumento principal que con toda crudeza yo les planteaba era el que, salvo excepciones, no se bien si honrosas o no, la gran mayoría de ellos no se encontraban en el ejercicio de la política en función de sus sólidos ideales, o principios; sino, en el lugar en el que les había sido posible situarse para el mejor medrar. O, lo que es peor, en el lugar en el que les había sido permitido entrar la mal llamada “competencia”.
Les repetía que, todos ellos, sin excepción, se habían acercado a la política en busca de prosperar lo más rápidamente posible. En cualquier caso, de lo que no había ninguna duda, al menos para mí, era - y es - el irrefutable hecho de que todos y cada uno de ellos había llegado hasta allí, ocupando el amplio abanico de casi todas las alternativas políticas, en eras de un cúmulo de razones ajenas a sus tan cacareadas “vocaciones”.
Como era de esperar, las respuestas, en algunos casos excesivamente apasionadas, trataron de rebatir mi tesis, sin conseguirlo. Sin embargo, bastaba un mero repaso de la vida “y obra” de cada uno de ellos para descubrir que los lugares que ocupaban no eran, ni más ni menos, que el fiel reflejo de lo que emanaba de sus iniciales e inerciales cunas, y en función de la defensa de unas teorías político-sociales encarnadas en ellos a sangre y fuego.
Finalmente, no fue difícil hacerles comprender, a la mayoría, que partiendo de determinados lugares, defenderás determinadas ideas. Evidentemente, hubo quien continuó manteniendo que nada impedía a una persona, según ellos con una determinada sensibilidad política y social, optar por otras alternativas alejadas de lo que yo denominaba “su cuna”.
Aparentemente, parecía no quedar otra opción que la de aceptar la posibilidad de que cupiera esa otra alternativa. Pero lejos de contribuir a desvirtuar mi posición, vino a fortalecerla, ya que estos últimos, sin duda, son los peores de la desprestigiada comunidad política.
Son individuos carentes del menor escrúpulo. Capaces de defender unos principios, y los contrarios; sin provocarles el menor sonrojo. Son, por lo general, un subproducto nacido al amparo del ejercicio de la política como alternativa profesional, ajena a los principios que deberían inspirarla.
Muchos de ellos, provenientes de formaciones políticas que se vieron abocadas a transformarse, sino a desaparecer, lo que provocó que buscaran refugio en cualquier otra formación que les diera amparo, con tal de continuar viviendo del erario público, sin detenerse en la imagen que pudieran ofrecer.
En ocasiones, como las que estamos viviendo en estos últimos años, en España de manera notoria, sin necesidad de cambiar de partido, o las siglas que daban, según estos sujetos, cobijo a sus ideales. Fue suficiente con cambiar esos ideales, esos principios por los que más convengan a sus intereses personales en ese momento, renunciado con toda facilidad y sin pestañear a los que años, meses, semanas, días, horas, o momentos antes eran el sustento ideológico de sus conciencias.
Son numerosos los que han ido recorriendo el amplio espectro de las ideologías, pasando con suma facilidad de la recalcitrante derecha hasta la extrema izquierda, y viceversa. Seres capaces de mutarse cuando y cuanto sea necesario para poder adaptarse al nuevo “agujero”, según las necesidades del momento.
Sin embargo, lo peor no es la existencia, numerosa, de estos despreciables sujetos, sino la facilidad con la que consiguen que se les acepte políticamente. Probablemente, dada su capacidad de adaptación, su utilidad suele ser de gran provecho, en su momento, para el/los líderes políticos de turno. Ello, en el supuesto de que cualquiera de estos “lideres” no provenga de la misma selecta camada político-social; que de todo hay en la viña del “señor”.

Felipe Cantos, escritor.

23 enero 2009

La miseria de una ideología decadente.


“La miseria del pueblo español, la gran miseria moral está en su chabacana sensibilidad…” Ramón María del Valle Inclán.

Hace algunas semanas pude escuchar a un dirigente de la izquierda madrileña decir lo siguiente: “¿Por qué hay tanto tonto de los cojones que todavía vota a la derecha?”. Poco cabe decir del impresentable: él sólo se descalificó. Sin embargo, créanme, aún estoy intentando reponerme de la impresión.
Y no porque a estas alturas uno pueda sorprenderse aún de algo, en lo que se refiere a la política y los sicarios que la practican. Son de sobra conocidas las formas burdas y soeces de quienes en los últimos tiempos, buscando un agujero en el que medrar, se han dedicado y se dedican a la práctica de tal actividad. Es, sencillamente, por la escasa reacción de a quienes iba dirigido el insulto.
He de confesar que, dada la enorme miseria y putrefacción en la que se mueve el mundo de la política, salvo contadas ocasiones, he preferido pasar de cualquier tipo de manifestación, a favor o en contra, de cuanto pudiera pretender contarme un partido político. De manera especial así lo manifesté días antes de las elecciones generales del 9 de marzo, en mi artículo “Las próximas elecciones en España: entre lo esperpéntico y lo siniestro”, publicado el 17 de enero de este mismo año. En síntesis, me siento al margen, escasamente aludido por el despreciable exabrupto del “muy listo” Pedro Castro, a la sazón, Presidente de la Federación Española de Municipios y Provincias.
Y ello, pese a que, adivinando la ruina que se avecinaba en todos los terrenos de la vida española – social, financiera, laboral y demás –, lamentablemente hoy confirmada, sugerí, sin demasiado entusiasmo, votar a la alternativa representada por el PP del señor Rajoy.
Pero de lo que no he podido abstraerme es de sentirme ofendido, y aún más preocupado, como ciudadano del mundo libre, ante las formas en que, en las últimas décadas, ha derivado la actividad de la “política”. De manera especial la española.
Apoyados, no sé bien en que derechos adquiridos como “políticos de izquierdas” la casta, que no la clase, que sustenta esa falsa y trasnochada ideología del “todos iguales… de mal”, se permiten cometer los más execrables actos y las más despreciables declaraciones para conseguir, ellos sí, mantener un estatus social que jamás podría haber obtenido de ejercer cualquier actividad profesional, mínimamente honrada, al margen de la política.
Así, alejándonos del caso del “señor” Pedro Castro, que no pasa de ser una lamentable anécdota, nos encontramos, principalmente desde las mal llamadas “filas de la izquierda”, a “personajes” que teniendo responsabilidades de gobierno nos muestran cada día la cara más deprimente de su indigencia intelectual y, seguramente, miseria moral.
Las recientes declaraciones de quien fuera portavoz del Gobierno Socialista la pasada legislatura, Fernando Moraleda, hoy “simple” diputado del Psoe, tampoco tienen desperdicio o, si lo prefieren, son justamente eso, bazofia para alimentar a los cerdos.
El personaje en cuestión, tras de un rifirrafe con un diputado de la oposición, en un contencioso que no viene al caso extendernos aquí, sobre la conveniencia de tener más de dos hijos - impropio de seres civilizados según la ortodoxia de la izquierda más radical - a través de un férreo control de la natalidad, eso que los “modelnos progres” han dado en llamar eufemísticamente “planificación familiar”, se permitió acabar la polémica como en la izquierda es habitual cada vez que esta alcanza el poder: “Pues si quieres tener más de dos hijos, - y ello te provoca mayores costos en tu estructura familiar - te jodes”.
Entrañable, francamente entrañable en quien ha ostentado diversos cargos institucionales, sin que, salvo su afiliación a partidos políticos y centrales sindicales, jamás ha mostrado mérito alguno. Baste recordar el espantoso ridículo como Secretario General de Agricultura ante la Unión Europea. No se recuerda mayor fracaso en los resultados obtenidos en unas negociaciones.
Lamentablemente no es el único caso que se nos ofrece. Si decidimos ampliar el abanico, la lista sería interminable. De manera que para no provocar una úlcera en el ya castigado estómago de los ciudadanos, o agravar su irremediable depresión me limitaré a recordar algunos ejemplos: Magdalena Álvarez, la sola mención de su nombre nos evoca la personificación de la incompetencia con ademanes de “chuleta” andaluza; el señor Moratinos, más conocido con el sobrenombre de “desatinos”, vaya usted a saber por qué, ¿tal vez por sus aciertos en nuestra política exterior?; Rubalcaba y sus adláteres Cándido y Bermejo, maestros – da risa – en convertir lo blanco negro y tratar de hacernos comulgar con ruedas de molino y, dejando en el camino infinidad de otros nombres, cerraremos la lista de momento, con esa “adormidera” experta, dicen, en economía llamada Solbes. Pedro para más señas.
Todos ellos, capitaneados por esa lumbrera llamada Rodríguez Zapatero. Experto en casi nada e inútil en, prácticamente, todo. Repásese, además de sus constantes mentiras, sus declaraciones en todos los campos posibles: economía, política social, inmigración, terrorismo, seguridad, etc.
Pero siendo grave en si misma la situación, aún es peor observar a una sociedad que parece anestesiada ante estos hechos y cuanto sucede a su alrededor, y continúa sin dar muestras de reacción alguna. ¿Puede alguien entender lo que está sucediendo en España para que el común de los españoles haya perdido el sentido común y continúe votando a personajes de este nivel?
Esto sólo puede entenderse bajo la óptica de quienes desarrollando sus más bajos instintos, la izquierda representada actualmente por el psoe es un buen ejemplo, dirige, conscientemente y sin escrúpulo alguno, sus cínicos mensajes a un numeroso grupo de ciudadanos carentes de formación cultural y del más mínimo nivel intelectual, lo que les permite obtener el poder al precio que sea.
De manera que hemos de ser nosotros, todos aquellos que sin interés en significación política alguna que nos inspire, ni nos guíe – tanto nos da galgos o podencos, al fin y al cabo todos perros – quienes nos podamos permitir el lujo de preguntarnos con toda razón aquello de “Pero, ¿cómo es posible que todavía queden en España descerebrados que voten al Psoe?
En cuanto a lo que se refiere al pp, ese partido – nunca mejor dicho lo de “partido” – que pretende y promueve un radical cambio en su estrategia de oposición, decirle que si su cacareada nueva imagen consiste en cambiar las vestimentas convencionales por tules, gasas y vaporosas sedas que permitan ver con mayor detalle sus interioridades – fotos de Soraya Sáez de Santamaría - a fe que lo ha conseguido.
Y es que cuando se ha tolerado, no logro entender por qué, que el poder lo alcancen gente sin escrúpulos, indigentes intelectuales, pervertidos e indocumentados, es comprensible lo que está sucediendo.
Más, es evidente que no podemos culpar a nadie, es fruto de nuestra irresponsable desidia.

Felipe Cantos, escritor

Dime con quien andas y…


Al hombre (pueblo) inculto, fuera de la primera novedad, nada le aprovecha. Francisco Giner de los Ríos.

Que difícil resulta en ocasiones contenerse para no traspasar los límites de la cortesía más elemental. Imagino que ustedes, como yo, más de una vez se habrán encontrado con situaciones merecedoras de la denuncia más abierta, sino del desprecio más absoluto, ante la flagrante evidencia de una situación intelectualmente insostenible.
Intentando dejar al margen, por un momento, lo que de peligroso pueda suponer la gobernabilidad de una nación en manos de un inculto charlatán y poco formado “personaje” – hoy podemos presumir de tener en España uno de los máximos exponentes de esta nueva generación de “lideres” -, aún resultará más deprimente, desde la más simple reflexión, las consecuencias piramidales emanadas de este.
El personaje en cuestión, conocedor de sus limitaciones, procurará rodearse de sujetos - y “sujetas”, según la “académica” Bibiana Aido - que, lejos de hacerle la menor sombra, engrandezcan de algún modo su ya, de por si, limitada personalidad.
No siendo la citada Bibiana la única del gabinete gubernamental, lamentablemente, merecedora del pleno reconocimiento por sus innumerables e incomprensibles declaraciones, todas ellas desafectas de una mínima formación académica e intelectual, justo es que, desaparecida la “entrañable Maleny”, le otorguemos por derecho propio el primer puesto en el cuadro de honor.
Y es que cuando se deja en manos de incultos, degenerados e indigentes intelectuales los destinos de una nación, esta, ya de por si deprimentemente embrutecida, al ser la responsable del ascenso al poder de semejantes personajes, sin duda alguna alcanzará un nivel de degradación que difícilmente será recuperable en décadas.

Felipe Cantos, escritor.

22 enero 2009

¡Están locos estos… nacionalistas!


Hace algunos años, para regocijo de peques y no tan peques, se acuñó esta simpática frase: “están locos estos romanos”.
La frase, puesta en boca de Astérix, entrañable personaje del comic francés, en el que, junto con su inseparable Astérix, vapuleaban hasta el hartazgo a las legiones romanas, consiguiendo que estas huyeran como alma que lleva el diablo, resultaba, además de divertida, sumamente razonable. No era de recibo que tras ser golpeados por dos galos de incomprensible e ilimitada fuerza, estas volvieran una y otra vez a la carga, con el único objetivo de seguir recibiendo “leña”, por mucho que se empeñara “el Cesar” de turno.
Hoy, veinte siglos después, la historia, y esta en la vida real, se repite en un pueblo, el catalán, que falto de iniciativas e indolente hasta el vómito, permite a sus “lideres” degradar las posibilidades de su futuro más inmediato, destrozando a largo plazo el de sus hijos.
Si no fuera porque el resto de españoles lo estamos viviendo en primera persona, resultaría difícil de creer que pueda existir individuo, comunidad, pueblo o nación alguna cuyo grado de insensatez pueda alcanzar tales niveles.
Aunque resultara difícil, podría entenderse la obsesión, en ocasiones paranoica, de una minoría por defender o salvar cualquier derecho o vestigio cultural, para añadirlo a los que ya posee y tratar de conservarlo. Sería justificable, incluso, aunque se tratara de la más simple de las leyendas que formara parte de ese acervo cultural.
Pero “tirar por la borda” una lengua como el castellano, convertido por mor de su propia inercia histórica en la lengua de más 450.000.000 de personas; privando a las futuras generaciones de una herramienta de trabajo irreemplazable, resulta, cuanto menos, incomprensible y, en cualquier caso, estúpido.
Ahora más que nunca se hace realidad aquello que tanto repetían nuestras abuelas ante un despropósito similar: “¿Qué sabe un burro lo que es un caramelo?”.

Felipe Cantos, escritor.