17 octubre 2011

De locos, realmente de locos.


Triste paradoja aquella en la que el hombre loco hace muchos locos; en tanto que un hombre sabio apenas si consigue encontrar un igual.

Debo confesarles que hoy no tenía deseo alguno de profundizar, filosofando, en reflexiones que me obligaran a introducirme de lleno en asunto de comprometido significado.
A la vista del actual panorama mundial, de lo único que me quedaban ganas era de borrarme inmediatamente, como ciudadano de este mundo. Cuanto menos para los próximos cinco siglos.
Pero, no hay manera. La espiral de locura que parece haberse adueñado de la población mundial en pleno, oriente y occidente, por acción o por omisión, tiene todo el aspecto, no sólo de no tener fin, sino de irse ampliando inexorablemente.
Uno, en su humildad, puede entender que determinadas ciencias, determinados sectores que han ido imponiéndose en las últimas décadas como, por ejemplo, puedan ser las ingenierías financieras, las variables importantes en las ciencias sociales o, en otros casos más reseñables, los importantísimos avances en campos como la aeronáutica, la navegación, la informática, la robótica, la medicina o la nanotecnología, hayan podido coger con el pie cambiado al vulgar de los mortales. A mí, el primero.
Incluso, es harto comprensible que ese hombre de a pie tan siquiera se detenga lo más mínimo a reflexionar sobre la incuestionable importancia que para todos nosotros pueda tener el que se ponga en entredicho, en cuarentena, la Teoría de la Relatividad, como recientemente ha sucedido. También en eso podemos encontrarnos.
Doy por hecho que con poder sacar adelante a los hijos, quienes los tengamos, y poder llegar a fin de mes sin que las deudas no te ahoguen, es decir casi todos, es más que suficiente.
Ahora bien, que parte de estas mismas poblaciones, se encuentren en el lugar que se encuentren del globo terráqueo, no tengan interés alguno en nada de todo aquello que va encaminado a mejorar sustancialmente su propio futuro y el de las generaciones venideras; y por el contrario se pasen todo el tiempo tratando de buscarles tres pies al gato, removiendo las entrañas de la historia en busca de cualquier asunto que pueda crear malestar, para tocarle los mismísimos al vecino, no sé si dice mucho de la maldad y ambiciones de estas gentes - mi opinión es que sí - pero de lo que no hay duda es que dice muy poco de su inteligencia.
Son tantos y tan variados los conflictos perversamente innecesarios en los que los dirigentes políticos, elegidos o no por el pueblo, nos implican, en la mayoría de las ocasiones creando grandes y graves problemas donde no los había, que el único deseo es pedir que paren este mundo para bajarse de él.
Basta con repasar algunos de los muchos ejemplos, nacidos o resucitados en el escaso último medio siglo, para darse cuenta de lo absurdo y gratuito de esta situación. Desde los deseos de un loco iluminado – el fenecido, políticamente, ZP – reinventando la historia y levantando tumbas, para obtener como resultado el enfrentamiento de las dos Españas, pasando por los enquistados contenciosos mantenidos durante siglos entre valones y flamencos en Bélgica; las aberrantes y canallas políticas aplicada en Venezuela, por Chaves, y en Cuba por el dúo Castro. EL uno, ahora, jugando a mártir, los otros a martirizadores; las insensateces realizadas en España por los nacionalistas al albur de una fantasía desbordante, inventando naciones que jamás existieron; los musulmanes en su permanente reivindicación de Al Ándalus, olvidando que si bien es cierto que estuvieron ocho siglos, no es menos cierto que antes lo estuvieron otros pueblos distintos del suyo, hasta llegar a los exhibidos amores entre las “democracias” occidentales con los más sanguinarios y corruptos sátrapas de cualquier etnia y religión para, escasos meses, semanas y en ocasiones horas después despreciarlos, perseguirlos y atacarlos con saña.
Ahora leo en la prensa de estos últimos días, les confieso que ya no cabe la sorpresa, que la comunidad islámica en Suiza ha decidido reclamar a “su gobierno” que elimine la cruz de la bandera helvética.
Si no fuera por la gravedad que cualquier reivindicación islamista conlleva, y la papanatería que los dirigentes occidentales transmiten, sería como para romperse en dos de la risa.
Dejando al margen la verdadera historia de la “molesta” cruz de la bandera de Suiza, y de la inequívoca vocación laicista de este país desde hace más de cinco siglos, resulta chocante la petición de estos “hijos del Islam”, a quienes se les suponía plenamente integrados - segundas y terceras generaciones - en la comunidad suiza. ¿Qué sucede con su incombustible media luna? ¿Esa no define matiz religioso alguno?
Y es que el mundo en pleno ha perdido la brújula, y de manera especial lo que conocemos como occidente, que no acaba de entender que las cosas no son como se desean. La realidad se impone y se impondrá siempre al deseo.
Si malo es que esta locura contagiosa no parezca tener fin, peor aún es creer, bajo la capa del buenismo imperante en occidente, que la integración de los pueblos musulmanes, provengan de donde provengan, es realmente un objetivo posible.
Siquiera la tonta idea del visionario ZP - Alianza de Civilizaciones - en su corta existencia y menor consistencia, ha logrado acercar lo más mínimo ambas civilizaciones. Más bien todo lo contrario. Ha puesto de manifiesto las grandes e insalvables diferencias existentes entre ambas.
Pierdan toda esperanza. No es que se trate de dos religiones, de dos culturas completamente diferentes. Se trata de dos visiones del mundo. De dos filosofías completamente antagónicas que utiliza el hombre para conocer a los demás y, aún más importantes, para conocerse a sí mismo. Aunque, desgraciadamente no siempre lo consigan.
Felipe Cantos, escritor.

20 septiembre 2011

Sencillo homenaje a un “dios de las pequeñas cosas”.


“…y más que un hombre al uso que sabe su doctrina, soy, en el buen sentido de la palabra, bueno”. Antonio Machado.

Sabía que aquella carta que estaba a punto de concluir jamás llegaría a su destinatario.
Horas antes, como un zarpazo, me habían comunicado la delicada situación de la salud de mi hermano. Padecía un tumor maligno en el hígado. No tenía fecha fija de caducidad. Pero era evidente el escaso crédito de vida que la muerte le había otorgado.
Tonto, hermano, te dices al recordar con qué pasión él defendió toda su vida, aconsejando a cuantos le quisieron escuchar, que hábitos malignos suelen acabar con la salud de cualquiera. Pobre, porque jamás hizo mérito alguno para merecer semejante situación, ni muerte.
Tonto de ti, hermano. Siempre te cuidaste de no caer jamás en tentación alguna que no excediera la sobredosis de algún helado. Principalmente si este era un combinado de nata y fresa.
El alcohol jamás fue parte de tu cuidada dieta. Ni siquiera en la más alegre de las fiestas. Si acaso un corto, cortísimo de cerveza, mezclado sabiamente, eso sí, con una buena porción de La Casera.
El tabaco, vade retro Satanás. Prohibido en tu entorno más cercano que, en tu caso, nunca debería ser inferior a los 1000 kilómetros.
De mujeres, ¿qué decir?, lo justito, nada más. Desde tu juventud, disfrutando de una belleza masculina sin par, que arrastraba tras de ti más de una pasión oculta, e insinuaciones y deseos no tan ocultos, acabaste por conformarte y, presumiblemente, ser feliz, cuando conseguiste quedarte con la buena de la película. Eso sí, el “pedigrí” de la dama debiera proceder de una camada tan selecta como la del inigualable grupo formado por las siete novias de los siete hermanos, de la inolvidable película que tanto adorabas.
Mientras que otros maldecían y se quejaban constantemente, tú preferiste aceptar la dolorosa situación de mediocridad impuesta a fuego por las circunstancias en la que la vida te había colocado.
Y ahora, con la misma discreción con la que llegaste al mundo, con la misma que viviste tus más de ochenta años, decidiste poner rumbo hacia ese otro lugar del que tanto se especula, pero tan poco sabemos.
Te basto con decir que “ellos” los que se fueron antes, te llaman y que en tu marcha, sólo pretendiste dar la misma mínima molestia que diste durante toda tu vida.
Ni siquiera al presunto “dios” que por cultura te correspondió se te ocurrió molestar. Para qué, te dijiste. Si durante ochenta años nada hizo por mí, dudo mucho que, ahora, a mi marcha, tenga deseo alguno de hacerlo.
Trataste, y lograste, como Machado, dejar las cosas honestamente claras:

“Y al cabo nada os debo; me debéis cuanto escribo.
A mi trabajo acudo, con mi dinero pago,
el traje que me cubre y la mansión que habito
el pan que me alimenta y el lecho en donde yago.
Y cuando llegue el día del último viaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontrareis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.”

Felipe Cantos, escritor.

10 agosto 2011

Dios los crió y nosotros los juntamos.


La mayoría de los humanos anda hoy día en busca de directores de inconsciencias. Denis de Rougemont.

Si nunca tuve a bien hacer el más leve comentario sobre el presidente de los Estados Unidos pese a que, desde sus inicios, supo provocarme la misma desconfianza que el ínclito Zapatero, fue porque mientras que la imbecilidad supina de este último resultó extremadamente fácil de detectar, desde el primer momento en que abrió la boca para iniciar la sarta de sandeces que, aún hoy, siete años después, no ha dejado de decir o hacer; el primero supo, con su pulcro estilo, del que ZP carece, darnos una imagen claramente distinta y desconcertante.
Sin embargo, sus decisiones han contenido las mismas incoherencias que las de su homónimo español y, por ende, las consecuencias a lo largo de su mandato, que, caso verdaderamente insólito, tiene todo el aspecto de no durar más que una legislatura, como Presidente de los Estados Unidos, han sido catastróficas.
Es tal el desprestigio de las castas políticas que, ambos, aupados al poder, más que por su presunta valía como personajes históricos, capaces de aportar soluciones para arreglar los innumerables problemas, tanto internos como externos, de sus respectivos países, lo fueron en circunstancias nada lógicas y como sucedáneos de un producto que no termina de llegar.
Pero la realidad, más temprano que tarde, acaba por imponerse inexorablemente. Y hoy, los dos, andan perdidos por las galaxias de aquella inmensa conjunción astral que nos anunciara la inefable Leire Pajín.
De sus frases terminales se desprenden la alucinada visión de estos dos iluminados, negados a admitir una realidad que les desborda.
El uno, ZP, rehusando aceptar, desde los inicios, una crisis financiera que ha terminado por devorarlo y devorarnos. Tiempos aquellos en que el ínclito repetía, mientras la corrosión se adueñaba de todo, “Estamos en la “Champion League”, “Somos el corazón de Europa”.
El otro, no muy diferente del primero – se le conoce popularmente en España como el Zapatero mulato - gastando lo que no tiene y repitiendo hasta la saciedad que, “esto es Estados Unidos y no importa lo que ocurra”. Claro que con avales de amigos como el Gobierno Español, que en boca de su Vicepresidenta, Elena Salgado, no tiene empacho alguno en decir que “las medidas que tomen los Estados Unidos estarán bien, sean las que sean”, no precisas enemigos.
Y ahí tenemos, tal cual, a los dos. Dicen que hablando al teléfono más de 20 minutos, para resolver los problemas del mundo. Y uno, que no deja de ser un ingenuo, se pregunta de qué demonios han podido o pueden hablar, antes durante y después, a tenor del inexistente inglés de ZP y, me consta, el nulo español de Obama.
Yo, por si acaso, prefiero encomendarme a los santos, con aquella plegaria que dice: “Virgencita, virgencita que me quede como estoy”.

Felipe Cantos, escritor.

02 julio 2011

La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida, ¡ay Dios!


Hace algunos años que conozco al escritor Fleischhauer, mi buen amigo Wolfram. Siempre lo he tenido por un tipo interesante, alguien que, pese a intentar pasar desapercibido y mostrar lo contrario, hace mucho tiempo que superó con notable la calificación de inteligente.
De su ordenador - bien que me gustaría decir pluma - han salido extraordinarios textos que convertidos en novelas pululan y adornan, como tantos otros, las librerías. En este caso, las alemanas.
Y digo bien adornan, porque pese a su empeño de convertirse “simplemente” en un escritor de tirón, esos que se denominan de bestseller - deseo expresado con gran énfasis por él mismo - no consigue su objetivo.
Él, en su infinita sinceridad, trata de mostrar al mundo, y de manera especial a si mismo, que hay caminos en los que hagas lo que hagas se puede llegar al gran público y, evidentemente, convertir tu trabajo en interesantes dividendos financieros. En su caso con las letras, calidad o no comprendida, y desde las ópticas más ortodoxas, hasta la simplez más ofensiva.
Y aun teniendo en cuenta que en su caso sería lo mismo si se tratara de cualquier otra manifestación artística, o creativa, no deja de ser un craso error de principio, ya que con la cultura, salvo los que no la crean y sólo la manipulan, no es posible hacer negocio.
Sé perfectamente que en su fuero interno su deseo va mucho más allá de lo que él mismo expresa. Y como a todos los que por vocación dedicamos gran parte de nuestra vida a plasmar las más íntimas sensaciones en cualquier material que cae en nuestras manos, lo que realmente pretendemos es unificar ambas cosas: crear emociones que motiven e inspiren a los demás a través de la comunicación, y que ese efecto pueda alcanzar al mayor número posible de personas.
Y tanto es así que, hace escasos días, celebrando Wolfram su cincuenta aniversario, en el que demostró llevar tan “pesada” carga como un auténtico titán, tuvimos la enorme fortuna de descubrir en él ese otro yo que todos llevamos dentro y que, por lo general, contradice cuanto decimos y hacemos durante gran parte de nuestra existencia.
Abrazado a su guitarra casi hasta asfixiarla, de la que, por cierto, yo ignoraba su existencia, nos cantó algunas composiciones propias, mostrando a todos los presentes la grandeza de lo que, en ocasiones, sin ser conscientes, somos capaces de hacer cuando dejamos que nuestro verdadero, u otro yo, salga a la luz.
Aquello fue la constatación negativa de su propia teoría. Con el ánimo de entretener y sin proponérselo, había conseguido el objetivo de llegar a los demás con enorme facilidad, despertando, primero la atención, después el interés y por último la admiración de todos los allí presentes. Y, sin duda, si se hubiera dado el caso, de algunos miles más.
Horas después, una vez que todos los invitados a la fiesta se habían marchado, tuve la oportunidad de recordarle que, sorpresas te da la vida y en este caso con una guitarra en la mano, somos lo que somos y estamos donde estamos, incluso, aunque no lo parezca, en contra de nuestra propia voluntad.
Puede que nos creamos dueños de nuestro destino e, inútilmente, pensamos que al levantarnos cada mañana vamos a hacer aquello que nos hemos propuesto y puede que conseguir, o no, los objetivos fijados.
Pero nada más lejos de la realidad. Lo aceptemos o no, estamos atados a un destino que inexorablemente nos conducirá por un camino que sólo será el nuestro.
De nada servirá lo que sean, o dejen de ser los demás. Por cierto, buen momento para reflexionar sobre las odiosas comparaciones o, aún peor, sobre la maldita envidia que tanto afecta al ser humano.
Por fortuna, ninguno de nosotros tiene la menor idea de cuál es ese camino y, por lo tanto, seguiremos caminando como si controláramos todo cuanto nos rodea. O casi.

Felipe Cantos, escritor.

16 mayo 2011

Democracia ¡sí! Chulos ¡no!


La democracia significa poder ser esclavo de cualquiera. Karl Kraus.

Mucho ha llovido desde que los griegos atenienses instituyeran la democracia como la forma ideal de participación de los ciudadanos en la gobernabilidad de sus pueblos.
Desde aquellos afortunados días, la perversión de esta palabra, así como la prostitución de su aplicación han alcanzado niveles insospechados.
A todos nuestros políticos, venga o no a cuento, se les llena la boca con su utilización. En el aspecto económico, en una ecuación directamente proporcional y exponencialmente aumentada al mismo ritmo con el que llenan sus bolsillos. En los restantes aspectos - social, político, jurídico etc. – hay una alarmante divergencia entre el espíritu que la forjó y la verdadera realidad que hoy se produce.
Salvo que dispongas de una gran fortuna y estés dispuesto a perderla, dedicándola a la causa, es materialmente imposible oponerse a estas maquinarias, los partidos políticos, creadas con el único objetivo de fabricar votos para sus siglas. Ello, en el caso de que se te permita introducirte en la terrible tela de araña tejida para impedir el paso a cualquier intruso, o advenedizo.
Lo que para los griegos, y por extensión para posteriores civilizaciones, fue el inicio de una liberación de pensamiento y acción, así como la única alternativa posible para oponerse a los eternos poderosos déspotas, hoy, por mor de las estructuras creadas por estos entes y la adulterada utilización que del concepto democracia se hace, para el ciudadano común apenas significa poco más que un acto meramente simbólico, ejercido cada varios años.
La repercusión de las iniciativas de estos a través del voto es, simple y llanamente, inexistente. Ni tan siquiera en el caso de que hubiera votado en función de una identificación plena con el programa de turno.
Los partidos, una vez acabado el recuento, si no antes, habrán llegado a acuerdos y realizado mil cambalaches que desvirtuarán de pleno la esencia de sus programas. En la mayoría de las ocasiones llegará a tratarse de auténticas estafas. Si la historia terminara ahí, aún podríamos, como decían nuestras abuelas, que eran muy sabias "darnos con un canto en los dientes".
Desgraciadamente, todos, absolutamente todos sin excepción se embarrarán en el más inmundo de los pasteleos, sabedores que nada, ni nadie será capaz de hacerles frente, repitiendo hasta la saciedad el estribillo de su canción "No hay mejor opción, frente a cualquier otra alternativa, que la democracia".
Puede que en su esencia así sea. Pero nada más lejos de la realidad que la manera en que manejan y administran en la actualidad "nuestra democracia" las castas políticas. Siempre, sin excepción, en beneficio propio.
Estos, como si se tratara de un burdel hábilmente decorado, colocarán en las esquinas adecuadas a las gentes de su cuerda, jueces, empresarios, simpatizantes y demás sujetos para, además de beneficiarles, pervertir con sus actos, del modo más descarado, la vida del ciudadano medio.
Actos que en el lengua más coloquial, más cercano al sufrido hombre de la calle, no puede por menos que recordarle lo que significan los términos "chuleo" o "chulear".
Pocas actividades hay en la vida que se asemejen más a la que, a diario, realizan con/contra nosotros esta casta de desvergonzados, llamados políticos: trabajamos para ellos, nos maltratan de palabra u obra, obtienen de nuestro trabajo pingues beneficios y, para colmo, nos ningunean, ignorando o burlándose de las razones por las que, en su momento, nos pusimos de su parte. Ni tan siquiera nos queda el consuelo de una rápida rectificación, cuando descubrimos que nos hemos equivocado, o nos han engañado.
Y se equivocan de pleno quienes consideren que siempre serán preferibles aquellos miserables elegidos a través del voto, que aquel déspota dictador que se hace con el poder por medio de la violencia. Si acaso, este último, deberá ser más temido por haber llegado al poder utilizando la fuerza. Pero también siempre nos quedará un punto de dignidad en el que apoyarnos, al habernos sido impuesto por la fuerza.
Pese a todo, para mí, ambos son igual de despreciables; si no más el primero por haberlo conseguido mediante el engaño, la mentira y el abuso de confianza a sus conciudadanos.
En cualquier caso, desengañémonos, la diferencia entre el uno, con el uso de las armas y, el otro, con la perversa aplicación de sus leyes, es prácticamente inexistente.

Felipe Cantos, escritor.

10 mayo 2011

Nothing is Impossible/Nada es Imposible.


Hay que creer en la justicia, Germana, porque si no sería todo más triste aún. W. Fernández Flórez.

¡Nothing is Impossible! Nunca tres palabras fueron tan acertadas para un mensaje comercial y simultáneamente sirven para un fin tan miserable.
La validación de las listas de la coalición etarras, Bildu, ha venido a confirmar cualquier hipótesis sobre las posibilidades del ser humano para superar, sin avergonzarse, las situaciones más esperpénticas.
Del mismo modo, por si no estuviera suficientemente claro la despreciable inclinación de los "justicieros", que no juristas, de las distintas estancias de nuestra administración, hacia tendencias partidistas ajenas al buen hacer de administrar esta, ha quedado meridianamente clara la duda de que no necesariamente, tras de la toga de un juez, de la mesa de un tribunal, o de la parafernalia de la que estos sujetos se rodean exista la mínima dignidad que su cargo y situación les obligan.
Bien es cierto que en cualesquiera de las actividades de la vida pública las, así llamadas, personalidades sociales - reyes, presidentes, políticos en general -, o autocalificados "padres" de la patria, de la constitución y similares, pueden generar confusión por sus desconcertantes y, en ocasiones, delictivas decisiones; en el caso de los responsables de la Administración de Justicia provoca, además, un terrible y desalentador estado de ánimo en la sociedad. Excuso decirles lo que esto significa en el contexto del mal llamado Tribunal Constitucional, hoy más conocido como Tribunal Prostitucional.
Nada es posible sin justicia. Todos los que poblamos este planeta, incluso los ladinos, que bajo la excusa del bien común cobijan de manera miserable sus propios intereses, saben perfectamente que el caos se instalará en el momento en que no seamos capaces de mantener un mínimo autocontrol y control sobre el comportamiento de todos y cada uno de nosotros.
Sería deseable que aquellos eternos valores que consiguieron durante milenios que el ser humano progresara, fueran suficientes para alcanzar, con sus razonables desencuentros, una buena convivencia. Por desgracia, esto ya no es posible. El autocontrol que antes nos imponíamos, en función de esos valores, ya no sirve, no funciona.
Los nuevos valores acuñados - insolidaridad, indolencia, relativismo, egoísmo y otros - por una sociedad cada vez más vacía de contenidos éticos y morales, son como los actos acuñados a cambio de sus almas por Dorian Gray, en su retrato, o Fausto, en su infinita sabiduría.
Sólo nos sirve aquello que podamos obtener de manera sumamente lucrativa y rápida. No importa el precio moral que debamos de pagar por ello. Incluso, aún mejor, el que obliguemos a pagar a los demás, sin detenernos en el daño que hacemos y pisoteando, de manera denigrante, nuestros propios principios.
Total, vienen a decir, para lo que vamos a estar en este mundo, más vale aprovecharlo.

Felipe Cantos, escritor.

13 abril 2011

La imposible eternidad vs la ingenuidad de un niño.


Los minutos que rechazamos en su momento, la eternidad no los devuelve. Friedrich von Schiller.

Hace días, a sus recién cumplidos cinco años, el pequeño Christian me preguntaba ¿por qué morimos, papa? "¿Por qué no te quedas para siempre en esa, tú edad?"
Evidentemente con su lenguaje infantil venía a plantear por qué no podemos quedarnos en una determinada edad en la que poder disfrutar de los nuestros, aportando a los más jóvenes nuestra experiencia y cariño. En síntesis: equilibrio. "No lo entiendo", me repetía sin terminar de aceptar del todo las respuestas que acerté a darle.
Y tiene razón, si dejamos que en su infantil razonamiento sólo intervenga el lado humano, por lo general tan alejado del científico. Su imposible deseo, que albergaba, y supongo que alberga, la encomiable ilusión de mantenerse vivo eternamente junto a las personas que ama, es sumamente difícil de explicar a un niño de tan corta edad. Asimismo, como acabé por sentenciarle, ni tan siquiera es deseable que tal cosa fuera posible.
Las leyes de la naturaleza, las reglas de juego del universo son implacables, siendo preciso que unos muramos para que otros puedan iniciar su ciclo. Precisamente de esas muertes depende la vida, y viceversa. Es innegable que si existiera la eternidad, el hecho de nacer carecería de sentido. Sería una contradicción en si misma: si somos eternos, no precisaríamos nacer.
Si, además, la posibilidad de la vida eterna fuera posible, tal y como la concebimos en este estadio, acabaría por hacérsenos insoportable. Baste plantearlo, simplemente desde la perspectiva del espacio físico. ¿Imaginan el que precisaríamos para albergar a cuantos, desde la noche de los tiempos, han puesto el pie en este planeta? Excuso decirles lo que supondría la problemática de la alimentación.
Sé perfectamente que no son respuestas para un pequeño de cinco años. Pero al fin y a la postre, la curiosidad de un niño no deja de incentivar, sino poner al descubierto, las inquietudes que a todos nos embargan desde que tenemos su misma edad.
De manera que sin ser derrotistas, y tratando de extraer de nosotros mismos el más elemental de los pragmatismo, no podemos olvidar ciertas premisas.
Sin duda, a partir de una determinada edad y momento, aunque la situación sea razonablemente buena, se produce una inevitable rutina. El razonable conocimiento de la mayoría de las cosas de nuestro entorno más familiar y querido, sumado a un hartazgo que ciertos comportamientos de nuestros semejantes nos provocan desde que naciéramos, nos hace llegar a la conclusión de que estamos en condiciones de dar por buena y suficiente nuestra estancia en este mundo.
No pongo en duda que existe una cierta clase de personas que deseando la vida eterna serían capaces de cualquier cosa para conseguirla. Incluso sobreviviendo a todos sus semejantes generacionales, queridos o no.
Pero, créanlo, ellos son los equivocados. Pues aún en la mejor de las situaciones deseables, resulta difícil hacerse a la idea de vivir eternamente aferrados a una agobiante rutina, por buena que esta sea.
¿Imaginan lo que supondría hacerlo sin los seres más queridos, viéndoles desaparecer de nuestro lado, uno tras de otro, hasta el infinito?
Estoy realmente convencido de que ese, y no otro, es el infierno del que tanto nos han hablado desde pequeños.

Felipe Cantos, escritor.

12 abril 2011

¿Cómo hemos llegado a esta situación?


En política, donde todo está permitido, salvo dejarse sorprender, hay que esperarlo todo. Charles Maurras.

Dicen los “expertos” que una buena noticia no es noticia. Y deben tener razón. Desde hace mucho tiempo es difícil de encontrar en los medios de comunicación una buena noticia. Probablemente las hay, pero no interesan.
Es por esta razón que raro es el día que no nos desayunamos con un grueso de noticias, a cual peor. De manera muy concreta en lo que afecta a España y a eso que hemos dado en llamar “la casta política”.
Es terrible tener que reconocer, por lo que de santa resignación supone, que pocas veces hemos “gozado” en este país de un nivel tan ínfimo en la que se conoce como la clase dirigente.
No me duelen prendas admitir mi desinterés por cualquier tendencia política. Esencialmente de aquellas que, enrocándose en si misma, pretenda desde el sectarismo, estar en posesión, incluso plena, de la verdad.
De manera que sin perder de vista a un Partido Popular, que se encuentra en una anodina situación difícil de comprender, a la espera de recoger los frutos difícilmente merecidos, salvo por su infinita paciencia en ver pasar el cadáver de su enemigo, hemos de reconocer que el legado que nos presenta el actual PSOE, pretendidamente gobernante, es como para echar a correr y no para hasta Cafarnaúm.
Presidido– pese a su reciente renuncia - por un personaje indigente intelectual donde los haya, sin bagaje alguno; rodeado de mediocridad hasta el vómito –"magdalenas", "pepiños", "aidas", "salgados", "chaves", "leires" y demás impresentables de igual, o peor condición -; asesorado por una banda de indocumentados mal intencionados que pretenden hacer bandera de un falso progresismo, en donde el valor más cotizado es su radical relativismo; explotado por una clase política corrupta, abanderada por un nacionalismo irracional; babeado por un sindicalismo vendido al pesebre oficial; aceptado por un empresariado en una permanente búsqueda del “sálvese quien pueda”; consentido por un poder judicial politizado hasta límites insostenibles.
Reconocerá conmigo en que sumergidos en semejante cenagal uno no deje de preguntarse constantemente ¿cómo hemos llegado a esta situación?

Felipe Cantos. Escritor.

07 marzo 2011

Javier Bardem and Company.

El mundo en una eterna contradicción, con el cinismo como bandera.

Si les digo la verdad, aun no sé bien por dónde comenzar. Son tantos y tan variados los sinvergüenzas que pueblan este deprimente planeta que la lista se me hace interminable.
Sé perfectamente que de poco servirán estas cuatro líneas denunciando, una vez más, las miserables conciencias de todos y cada uno de los que viviendo de una manera francamente envidiable, pretenden esconder sus vergüenzas cubriéndose con capas de militancias socialistas, o más allá.
Pero sería aún peor si dejáramos pasar la más pequeña de las posibilidades para denunciar la enorme hipocresía de quienes, comportándose como lo hacen, dañan de manera enorme e irreversible a la sociedad, además de hacernos pasar por tontos.
En alguna que otra ocasión, en la medida de mis posibilidades, no he dejado de denunciar casos como, por ejemplo, los de Bono – líder de U2 – exhibiéndose como defensor de las masas oprimidas, mientras llena sus arcas de manera directa, con actuaciones multitudinarias o, indirectamente, con subvenciones fraudulentas a través de sus ONGs; Víctor Manuel y la ínclita Ana Belén, o viceversa, amasando fortunas mientras no dejan de dar mítines a favor de los "desfavorecidos", o el exhibido y lucido gay para la tercera edad, nuestro "papito" particular, Miguelito Bosé.
La última, de esta camada de ventajistas despreciables, jauría en cuanto te descuidas, es la que, a cuenta del reciente nacimiento de su bebé, han protagonizado los impresentables Javier Bardem y su eterna musa erótica y hoy esposa, Penélope Cruz, alias "Jamón, jamón".
Estos dos farsantes, cuyas dotes para la interpretación han quedado patente dentro y fuera del escenario, dejando a un lado su habitual militancia de progres subvencionados y siempre en contra de los valores más arraigados de occidente y en apoyo de todo aquello que huela a izquierda trasnochada - Venezuela, Cuba, islamismo manipulado, etc., no han tenido mejor ocurrencia que ir a parir el pequeño a los tan odiados Estados Unidos.
Si de por si la sanidad en los Estados Unidos es cara, para colmo de desfachatez, los "felices padres" han elegido el hospital, probablemente, más caro de Los Ángeles: El Monte Sinaí. ¿Acaso hemos de llegar a la conclusión que la sanidad española no alcanza el suficiente nivel para los Bardem, faro y guía de la izquierda más progre?
Y un detalle a tener muy en cuenta. Frente a la conocida militancia antisemita y pro-palestina del "galán" Bardem, su queridísima esposa no ha tenido escrúpulo alguno en que este hospital, como puede deducirse por su nombre ¡sea judío!
La verdad es que no logro entender nada. Cómo decía mi madre que era muy sabia, no es posible estar en misa y repicando, o sorber y soplar, al mismo tiempo. Pero al parecer algunos lo consiguen en un verdadero alarde de malabarismo.
Pese a todo, lo que verdaderamente resulta un sarcasmo y, más aún, una burla consentida, es que sean los propios Estados Unidos los que permitan que estas situaciones se produzcan.
No es comprensible que puedas dar cobijo a quienes desde su más tierna infancia vienen pregonando las "maldades" de ese país en cuantos foros les ha sido posible, mientras alaban las bondades de cuantos enemigos y antagonistas se postulan con claridad.
De carcajada mal contenido resulta, además, que estos dos personajes – Bardem y Penélope – decidan tener al pequeño en suelo norteamericano para, con toda probabilidad, brindarse en el futuro la posibilidad de reclamar para él, y si procede para ellos, la nacionalidad norteamericana.

Felipe Cantos, escritor.

15 enero 2011

¿Estaremos a tiempo?

"El mundo está lleno de ciegos con los ojos abiertos." André Suarés.

"A los musulmanes que quieren vivir bajo la ley Islámica Sharia se les dijo el miércoles que se vayan de Australia." También, y cito textualmente, "son los emigrantes, no los australianos los que deben adaptarse. O lo toman o lo dejan. Estoy harto de que esta nación tenga que preocuparse si estamos ofendiendo a otras culturas, o a otros individuos."
Es evidente que las palabras pronunciadas en un pasado discurso por Kevin Rudd, Ministro de Asuntos Exteriores australiano, son duras. Pero no por ello dejan de ser, sin duda, aún más justas.
En los últimos meses la canciller de Alemania, Ángela Merkel, sin necesidad de utilizar en sus discursos tan duras palabras, está dejando entrever que la mala situación a la que puede verse abocada Europa en no demasiados años, en su relación con la emigración, principalmente proveniente de los países musulmanes, será difícil de resolver, a menos que se comiencen a poner las bases que hace tiempo deberían haberse establecido.
Es evidente que la canciller Merkel, como antes tantos otros políticos con sentido común, nunca han creído demasiado en el contradictorio "multiculturalismo" y, aún menos, en esa peregrina Alianza de Civilizaciones, avalada de manera necia, por el lamentable presidente español, apodado ZP.
Esto nos lleva inexorablemente a plantearnos cuáles son las alternativas que le quedan a Occidente para frenar esta sistemática invasión musulmana, que durante años se ha ido introduciendo en su tejido social, sin la menor intención de integración. Sí la de criticar y luchar contra la sociedad que los ha acogido, mientras aprovechan todo lo bueno que de ella pueden obtener, como son sus servicios sanitarios, sus programas de beneficencia o sus estructuras sociales. De ello es difícil esperar nada positivo, muy al contrario.
Sin embargo, lo que resulta verdaderamente sorprendente es que habiendo sido incapaces, país por país durante siglos, de finalizar un proceso de integración plena dentro de nuestra propia piel de occidentales, de manera especial lo que conocemos como la "vieja Europa", andemos, como adolescentes de juicio por formar, jugando al buenismo practicado frívola e irresponsablemente por esas castas de progresía barata que, al fin y a la postre, no pretende otra cosa que aprovecharse de cualquier alternativa que le permita a corto plazo obtener pingües beneficios. No debemos olvidar que instalados en el relativismo más indolente, para ellos el futuro empieza y termina en sí mismos.
No es casual que sean estas hordas las que apuestan de manera inequívoca por una sociedad unipersonal, carente de valores, incapaces de responder a retos como la defensa de nuestros valores y nuestra cultura.
De ellos son todos y cada uno de los proyectos que pretenden llevar a la mínima expresión el valor de la familia, con la defensa a ultranza de objetivos como el aborto libre, la eutanasia o el fomento y defensa sin paliativos de la homosexualidad que, siendo respetable en la mayoría de los casos, no deja de ser un importante hándicap para el desarrollo y la progresión de la familia tradicional. Es evidente que si no hay procreación, no cabe posibilidad alguna que nuestra sociedad, a medio y largo plazo, pueda subsistir como la conocemos.
Mientras tanto, nuestros "enemigos" naturales en la fe y la cultura no han bajado ni bajarán la guardia en ningún momento. Muy al contrario, como dice el proverbio "pueden esperar pacientes a ver pasar el cadáver de su enemigo". Y si acaso este tarda, no tendrán inconveniente alguno en dar un "empujoncito" para su llegada.
Por ello, no puedo estar más de acuerdo con las últimas palabras recogidas literalmente del discurso de Kevin Rudd: "Aceptamos sus creencias y sin preguntar por qué. Todo lo que le pedimos es que usted acepte las nuestras, y viva en armonía y disfrute en paz con nosotros."
Parece sencillo, y fácil de entender y agradecer. Pero nada más lejos de la realidad. Esperen un cierto tiempo, y verán.

Felipe Cantos, escritor.

13 enero 2011

La política, los políticos… y el Psoe.

"La corrupción es el más inequívoco signo de la libertad constitucional". Edward Gibbson.

La política lleva muchos años pudriéndose. Con toda seguridad, demasiados. Tantos como los ciudadanos de a pie lo hemos tolerado.
Los políticos, salvo escasísimas excepciones, están podridos hasta el tétano. Bien es verdad que no son los únicos culpables de la repugnante situación en la que se encuentra una actividad absolutamente imprescindible para una mínima convivencia. Los ciudadanos, yo el primero, con nuestra indolencia y relativismo hemos contribuido de manera extraordinaria a este deterioro.
Sin embargo, pese al insoportable hedor que emana de esa actividad, cuasi delictiva, y en ocasiones plenamente delictiva, durante siglos esta casta, en algunas ocasiones sorprendentemente maquiavélica o extremadamente burda en la mayoría, dado el infame bajo nivel de sus titulares, había mantenido un cierto rigor, digamos, un mínimo código de "honor".
Código que, a decir verdad, bien podría haber sido redactado por sociedades más cercanas al mundo de la delincuencia y las mafias. Pero aun así, si bien no con un cuidado exquisito, cuanto menos intentando disimular mínimamente su objetivo real: medrar sin escrúpulo alguno, sirviéndose de la sociedad a la que dicen querer servir.
Y a fe que lo han conseguido. No existe un solo partido en el amplio espectro español, ya sea de ámbito nacional, nacionalista, regional, periférico o mediopensionista que no haya obtenido los réditos suficientes para haberles compensado, con creces, la dedicación de su tiempo a tan encomiable actividad. Perdón, rectifico, rentable actividad.
Sin embargo, todos ellos, con una notable excepción, han pretendido dar una imagen de mínima decencia, evidentemente sin conseguirlo.
La excepción, Psoe, como cabría esperar de un partido que desde su fundación ha venido traicionando todos los principios básicos de la mínima convivencia, no podía dejar pasar la oportunidad de plasmar su impronta. Máxime, estando en el poder. En él ha conseguido resaltar todos "sus valores" de una manera ciertamente destacable.
La actividad de la política ejercida como en la actualidad lo hacen los políticos, deleznablemente mísera hasta la arcada, logra alcanzar en el Psoe, a través del ejercicio del poder, la categoría de obra maestra de lo despreciable.
En cualesquiera de las vertientes del ejercicio de la política: judicial, religiosa, económica, social, deportiva, sanitaria, o cualquier otra, el partido socialista, con esa "cosa" apodada ZP al frente, no sólo se ha superado a sí mismo con determinación, sino que ha traspasado todas y cada una de las líneas rojas impuestas, incluso con los amplísimos márgenes concedidos en eso que conocemos coloquialmente como "manga ancha".
¿Qué sucede con este demencial partido?
¿Qué clase de brebaje subliminal consigue suministrar a sus incondicionales, y no tan incondicionales, para que, haga lo que haga, siempre se lo perdonen?
¿Cómo puede explicarse que personajes tan estúpidamente anodinos - Pajín, Aído, Salgado y similares - o miserablemente perniciosos – Zapatero, Rubalcaba, Alonso, Blanco, y otros - puedan campear a sus anchas por el panorama nacional, decidiendo sobre la vida y hacienda del resto de sus conciudadanos?
La mayoría de ellos sin formación alguna y en algunos excepcionales casos con discreta formación, pero ninguna práctica profesional ajena a la política, han alcanzado tal nivel de perversión personal que viven instalados en la ocultación, la mentira y el engaño de la manera más natural. Poco les importa y aún menos les intimida nada, con tal de obtener lo que ambicionan.
A lo largo de estas últimas legislaturas socialistas, los protagonistas, responsables de una situación que se nos antoja harto difícil de resolver en no menos de una década, ni siquiera han tratado de disimular sus defectos.
Muy al contrario, sorprendentemente, parecen empecinados en destacar sus "cualidades y virtudes". Tanto en lo que hacen, como en lo que dicen y, de manera muy especial en cómo lo dicen.
Desde la negación más absoluta de una negociación con delincuentes – ETA – o de una crisis que nos devora trágicamente – Zapatero, Blanco, Salgado y compañía -; pasando por el descarado estado cuasi policial auspiciado por el prepotente Rubalcaba, con la inestimable colaboración de Caamaño y Conde-Pumpido en su vertiente jurídica y fiscal; hasta alcanzar la sinrazón de la incultura más popular con personajes del calado de Aído, Pajín, Chamosa, o M. Álvarez, entre otros. Sus superiores no han tenido escrúpulo alguno en que ellos y ellas hicieran el ridículo permanentemente.
Y mientras tanto el PP, que no son mucho mejores, relamiéndose por, creen ellos, una victoria indiscutible. ¿Acaso han olvidado tan fácilmente el 11M, 12M y 13M, con Rubalcaba, en el papel de Rasputín?

Felipe Cantos, escritor.