01 octubre 2009

Por el amor de Dios, ¡era evidente!


Preocúpate de quien beba, pero, también, como decía Baudelaire, “desconfía de quien no beba, algo tiene que ocultar”.

Probablemente esta frase es una de las más grandes verdades que se puedan conocer. Cuando alguien no se siente seguro de sí mismo, o de su entorno más cercano, evitará dar facilidades y, amparándose en el silencio, tratará de ocultarlo apelando, si es necesario, al sacrosanto derecho a la intimidad. Dirá, como es natural, que está protegiendo a los suyos y su entorno.
Pero no siempre es así. La mayor parte de las ocasiones estará tratando de protegerse a sí mismo. Lo cual, en principio, es más que razonable.
Sin embargo, en el caso del señor Rodríguez Zapatero, en relación con la tan traída intimidad de “sus pequeñas”, durante años defendida a ultranza por este personaje y puesta al descubierto por las malhadadas fotografías de las jóvenes, recientemente publicadas en situación de primas hermanas de Nosferatu, nos descubre la verdad. Esa verdad que sólo la ingestión de cualquier elemento, físico o emocional, suele poner al descubierto las vergüenzas de quien pretende ocultar sus secretos más íntimos.
No tengo duda alguna, o lo que es igual, evidencia – como podría ser en el caso del alcalde de Madrid, Ruiz Gallardón – de que “nuestro querido” presidente haya sido pillado in fraganti ingiriendo producto alguno que, momentáneamente, le haya privado de la suficiente razón como para cometer errores de ese calibre.
De manera que sólo desde el lado emocional es posible comprender su grave error: su desmesurado afán de protagonismo y su enorme ambición sin cerebro, ingeridos simultáneamente en grandes dosis de endiosamiento, han conseguido, como el mejor de los vinos, que nos mostrara su verdadera personalidad, a través de sus hijas.
No seré yo quién critique el deplorable aspecto de las criaturas: sobre gustos no hay nada escrito. Aunque, eso sí, jamás permitiría, conscientemente, que ninguno de mis diez hijos me acompañara vestido de tal guisa. Asunto diferente, es la crítica que “nuestro presidente” pueda merecer.
Sabido es la “simpatía” que profeso al personaje desde que este accediera al poder en circunstancias nunca bien aclaradas. Durante años, en mis artículos y textos, he tratado de ahondar en la personalidad de este dañino sujeto. Reconozco que, hasta hoy, todas las reflexiones eran equivocadas. Sus constantes y en demasiadas ocasiones insensatas piruetas en la acción de gobierno han sido y son inconcebibles. De manera que, con suma facilidad, he pasado de considerarlo un tipo extremadamente inteligente, hasta compararlo con un cretino integral, y viceversa.
Pero ahora queda claro. Es evidente que este personaje de opereta barata es simple y llanamente un “don nadie”. Un tipo al que una incomprensible y fatídica confluencia de los astros lo situó ostentando un poder al que ni en sus mejores sueños imaginó llegar. Un personaje radical que igual se alucina con una alianza de civilizaciones indefectiblemente antagónicas, como pretende, literalmente, tomarles el pelo a terroristas de “toda la vida”, o es capaz, representando a una nación, de odiar o “enamorarse”, indistintamente, de un país, de una bandera y de un presidente – Estados Unidos - por el simple color de la ideología política de sus dirigentes. ¡Todo un estadista!
Lo que hemos visto y leído sobre las dos pequeñas, denota una ausencia de la más elemental educación. Tal vez sea eso lo que, a través de todas sus aberraciones como gobernante, “nuestro maestro y líder” haya pretendido convertir a todas las familias españolas. Pero dudo mucho, a la vista de la foto de familia, que pueda haber cundido el ejemplo.
De manera que este “insigne” personaje, producto de una casualidad -así prefiero creerlo- e incapaz, a nivel familiar, de darle a sus criaturas de 13 y 16 años la más elemental formación, ni el consejo más razonable para que puedan saber lo que significa el “don de la oportunidad”, lleva cerca de seis años intentando ser la luz, el faro que guíe los destinos de un país de 50.000.000 de personas.
Con personajes así al frente del poder sólo cabe recordar lo que decía mi sabia abuela: ¡que Dios nos pille confesaos!

Felipe Cantos, escritor.