15 diciembre 2006

Luis Solana y el cinismo de las ideologías políticas.



Liberal es aquel que piensa que su país es de todos, incluso de quienes piensan que es sólo de ellos. Camilo José Cela.

Durante mucho tiempo he tratando de evitar, en un encuentro frontal con mi propia conciencia, plasmar en negro sobre blanco el desprecio que me producen todos aquellos que apoyados en determinadas ideologías pretenden convencernos de las bondades de la suya, en una permanente y brutal contradicción con el propio ejemplo que diariamente nos ofrecen.
Es muy probable que una de las razones más importantes que te impone afrontar el análisis de lo que se presenta como un complejo dilema – derecha o izquierda- sea, en principio, la edad. Uno piensa, y con razón, que ha de madurar mucho para opinar de temas de tal dimensión.
Más tarde, cuando la edad va dejando de ser un problema y tu capacidad de reflexión toma mayor cuerpo, te planteas si tu potencial intelectual estará a la altura precisa y, siempre, en ambos casos, si la compleja trama urdida por la clase política, tanto en el plano de las ideas y el poder como, de manera muy especial, la utilización que se hace de la semántica, pervertida hasta el hastío, te permitirá expandir tus ideas y cuestionar las suyas.
Llevo tiempo tratando que alguien me explique, sin conseguirlo, las diferencias sustanciales que hoy existen entre izquierda y derecha, en la política que se practica en lo que conocemos como Occidente.
Creo que al margen de los gestos de salón, por parte de eso que se autodenomina izquierda, y los incrustados complejos que exhibe una derecha que reniega de su esencia, en permanente demanda de una definición que les encaje, no existe más que la nada. O algo peor: la búsqueda, por parte de los que se acercan para ejercer de “políticos”, de un “acogedor hueco”, como los ratones, que les permita vivir lo mejor posible. Independientemente de que este hueco se encuentre situado en un lugar determinado del amplio espectro político, o en el contrario.
Puedo asegurar con toda contundencia, por una amplísima vivencia personal, que, salvo excepcionales casos, la mayoría de los políticos en ejercicio, o aquellos que ya abandonaron tal actividad, ejercen o ejercieron su función del lado en que la inercia – familiar o social – o la “diosa fortuna” les colocaron.
Por ello, resultaría casi cómico, sino tuviera visos de trágico, como el momento que vivimos, que falsos adoradores de una determinada ideología, travestidos en profetas para la ocasión, insistan en sus postulados con la intención de que abracemos su religión, convertida en votos a su favor en las urnas, para ellos continuar viviendo, y muy bien, en el lado opuesto al que nos recomiendan en sus prédicas.
Son muchos los ejemplos que podría citarles, en cualquiera de las dos tendencias mayoritarias, de “políticos de toda la vida” que abrazaron el sillón institucional y su entorno más cercano antes de abandonar el chupete. Y en el siguen, a la espera de que sus vástagos, continuando con la tradición familiar, filosofen y filosofen sobre el bienestar de una parte de la sociedad, a la que dicen defender y de la que, realmente, viven muy por encima de la media que representan.
Recientemente leí un pequeño artículo, cargado de sorna, sobre lo que la izquierda entiende hoy por liberal, escrito por Luis Solana Madariaga, hermano del no menos hermanísimo Javier, el político español, dicen algunos que inexplicablemente, con más proyección fuera de nuestras fronteras.
Puede que Luis Solana no me recuerde. Pero sin llegar a ser íntimos, hubo un momento en que nuestras vidas se cruzaron y tuve la oportunidad de conocer, junto a él, a un casta de políticos y futuros políticos, embrumados tras de un fantasmagórico Psoe que, ocupaban puestos decisivos en las instituciones bancarias y en las grandes empresas.
En aquellos momentos me parecieron gentes tan “admirables” que a punto estuve de sucumbir a sus cantos de sirena. No por su trasnochado mensaje de rancios izquierdosos, que además les venía, y les viene, como el hábito de Cristo a Lucifer; sino por su enfrentamiento, bien cierto que en la más absoluta clandestinidad, con un régimen dictatorial despreciable. Con el tiempo descubrí que, como todos los que se acercan a la política, lo hacían en su propio beneficio.
Eran y son gente de un nivel medio alto, sino muy alto. Por eso nunca acabé de comprender, y sigo sin poder hacerlo, que personas que en sus vidas han dispuesto de casi todo, que jamás han sabido lo que es una penuria, se aprovechen de un mensaje y un camino políticamente mezquinos para conseguir alcanzar ambiciones personales que, ubicándose en el verdadero lugar al que corresponden, jamás lo hubieran logrado. Probablemente porque la “competencia” a ese otro lado del espectro político, es mayor.
Pero lo triste es que ahora, pasados más de 30 años de la muerte del repudiable dictador, estos profesionales de la política, con cargo oficial o sin él, continúen viviendo de la misma ideología trasnochada, enviando los mismos mensajes de toda la vida, que ni ellos alcanzan a creerse, pero que, al parecer, continúan dando buenos dividendos.
En su breve artículo, Luis Solana viene a sostener que el acuñamiento de liberal es una hábil artimaña, previniéndonos de ella, para que cualquier advenedizo de la derecha pura y dura se cobije bajo él.
Pero el "señor" Solana parece olvidar que, aunque eso pudiera ser cierto, esa presunta reprochable actitud no dejaría de mostrarnos una de las caras positivas del liberalismo, en el que, si se ejerce como tal, pueden encontrarse cosas positivas en esa derecha pura, que no dura; del mismo modo que deberían encontrarse en los postulados que el viene defendiendo desde siempre. En la suma de lo positivo de ambas tendencias se encuentra, o debería encontrarse, el liberalismo. Luis Solana debería saber lo que decía Malcolm Bradbury sobre el liberalismo: “Si Dios fuera liberal, en lugar de estatuir los diez mandamientos nos hubiera hecho diez sugerencias.”
Hay una última cuestión que no debería escapar jamás al ciudadano como mero observador de la política que se hace hoy día. Mientras que el político de “derechas” – moderado, se entiende – jamás pretende engañar a sus posibles votantes con mensajes que oculten sus intenciones – mercados abiertos y libres, beneficios que puedan ser los más altos posibles para conseguir la mejor de las posiciones globales para él y los suyos, con beneficios para su entorno, etc. – el político de “izquierdas” basa todo su mensaje en ofrecer lo que todavía no tiene, pero que espera obtener, generalmente sin saber bien cómo, dice, para compartirlo.
Eso sí, mientras lo consigue, para los demás, claro, no tiene la mínima intención de renunciar al nivel de vida que, sin ningún pudor, confiesa desear, o tener el de la derecha.
A mí siempre me ha resultado, y me resulta, muy difícil de explicar, a quienes con dificultad logran llegar a final de mes - ignoro si a Luis Solana le sucederá lo mismo - que existe una casta de “políticos y empresarios de izquierda”, en algunos casos sus líderes, que dicen ser solidarios con ellos, y cuyos patrimonios han ido creciendo año tras año, hasta alcanzar la seguridad económica para varias de sus generaciones, al amparo del ejercicio de la política y sus aledaños.
Sin duda, a estos les será difícil asumir que jamás lograrían pagar con sus sueldos una sola de las infinitas comidas políticas, o de negocios, a las que estos “solidarios y resignados magnates” de la política están tan acostumbrados.
Quizás por eso, porque yo durante años estuve, como empresario, en ese otro lado de la mesa – el de la opulencia – y nunca me sentí, ni me siento de derechas, jamás me atrevería a “etiquetarme” de izquierdas. Seguramente, Luis, al margen de matices históricos y tecnicismos semánticos, eso sea lo que define a uno como liberal.
Tal vez sea por una cuestión de principios, o simple decencia. Pero no he logrado nunca asimilar esa expresión, con visos de humor negro, tan extendida en las izquierdas: “Yo soy de corazón de izquierda, pero estómago de derechas”.
Es posible que tenga alguna gracia. Pero yo no se la encuentro.

Felipe Cantos, escritor.

06 diciembre 2006

Sobre el poder y la gloria…de las mujeres.

Las mujeres han servido todos estos siglos como espejos mágicos que poseían el delicioso poder de reflejar la figura masculina al doble de su tamaño natural. Virginia Wolf.

Hace días, sentado en una amable tertulia, tuve la oportunidad de escuchar las diversas versiones sobre la ascendencia de la mujer en la sociedad, y el poder del que, subliminalmente, siempre ha parecido gozar. Bien es cierto que no de manera general, como bloque social, pero sí de manera individual actuando como madres, esposas, hermanas, amantes o, simplemente, compañeras.
Algunos manteníamos la opinión de que en cualesquiera de sus diversas formas, en el núcleo social al que pertenecieran, su capacidad para influir en el devenir de los grandes acontecimientos de la historia, que en cada caso les haya tocado vivir, ha sido, sino decisiva, al menos notable. De manera que la polémica estaba servida.
Desde la noche de los tiempos han sido permanentes las reivindicaciones de las féminas. Desde luego no exenta de razón. De manera notable en los pasados siglos hasta alcanzar, en los albores del siglo xx, los primeros objetivos de sus múltiples y justísimas reivindicaciones.
Cuestionarse asuntos tan evidentes como: ¿Intervenimos las mujeres, como género, en el devenir del ser humano?; ¿Gozamos del poder que por naturaleza nos corresponde como 50% que somos de la humanidad?; ¿La fuerza bruta de nuestros “machos” ha condicionado y condiciona nuestra igualdad e, incluso, superioridad intelectual, evitando que cuanto menos seamos iguales, sino superiores en nuestra capacidad de reflexionar?
Estas y otras tantas preguntas se fueron sucediendo a lo larga de la sugestiva tertulia, que se prolongó durante varias horas, y en la que, naturalmente, la intervención en cantidad y calidad de las damas participantes fue numerosa.
Tal vez abrumado por esa cantidad y, desde luego, por la solidez de los planteamientos expuestos, durante gran parte de la tertulia permanecí escuchando. Mi moderación no fue forzada, fue un auténtico placer. Sobre la mesa se analizaron cuestiones como la “paridad” entre ambos sexos; la famosa “discriminación positiva”, que yo no logro entender que tiene de positiva, ya que discriminar, en si mismo es sumamente negativo, y otras varias.

Sin embargo, terminada la interesante reunión, me llevé la sensación de que, aún reconociendo y reprobando las enormes injusticias que con las mujeres se habían cometido a lo largo y ancho de la historia, y que se continúan cometiendo a lo largo y ancho de este mundo, ninguna de ellas descendió al terreno de lo “mortal” y asentando los pies en el suelo puso sobre la mesa la enorme, y yo diría que definitiva y poderosa, influencia que tiene y ejerce en el seno de la familia, y que es decisiva para el devenir del ser humano.
Es innegable, y nunca será suficientemente denunciado, que en los grandes temas la mujer siempre había sido y, en demasiados lugares del mundo, continúa siendo marginada. Pero no sucede así en lo que afecta a nuestra vida cotidiana que, después de todo, es lo que finalmente nos aportan esas gotas de imprescindible felicidad. La familia, o aquello que en estos tiempos consideremos como tal, es el auténtico refugio en el que al final ponemos nuestras esperanzas de casi todo.
Y en esa parcela, incluso hoy, con la mujer plenamente incorporada al mundo laboral y autosuficiente en lo económico y social - en el llamado mundo occidental, se entiende - esta ha jugado y sigue jugando el papel principal. Son pocas las cosas que escapan a su control. Desde la educación de los hijos, hasta las relaciones sociales, pasando por las decisiones de compra, o el lugar de vacaciones.
Sé, perfectamente, que hay parcelas que, “gracias a ese control, a ese poder” están obligando a la mujer a continuar con las ingratas labores domésticas. Aunque justo es reconocer que cada vez son más los maridos, o parejas, que van incorporando a su agenda diaria funciones como el cuidado de los niños, las obligaciones puramente domésticas, y otras similares.
Pero en materia de decisiones que nos afectan diariamente, que son la esencia del vivir es, sin duda alguna, de dominio, casi, absoluto de la mujer. Ella marca las pautas y condiciona cuanto afecta a la familia, pareja o grupo en el que desarrolla su vida.
Soy consciente de que, como en todos los estados de la vida, existen excepciones que rompen la regla. Pero eso no serviría más que para confirmar tal hecho en si mismo. La realidad es que desde el momento en que nos alejamos de las obligaciones profesionales, o laborales del mal llamado “cabeza de familia”, todo cuanto afecta y concierne a esa familia pasa inexorablemente por el tamiz materno.
No diría yo que nos encontramos en una sociedad matriarcal. Pero tampoco sería justo no reconocer que son muy pocas las cosas que sin el beneplácito de nuestras mujeres son posibles de hacer en el seno familia. Especialmente en lo referente a las relaciones con terceros. Estas serán fluidas con unos, o inexistentes con otros, dependiendo de las simpatías que ambos despierten en la “madre por excelencia”.
Del mismo modo las relaciones con las familias de ambos y en ambos sentidos, funcionaran mejor o peor según se estimule esa misma simpatía. Pero, inexorablemente, la relación tenderá a ser más frecuente y más sólida, salvo excepcionales situaciones, siempre en dirección hacia el entorno familiar materno. Aunque las simpatías de él no vayan precisamente encaminadas en esa dirección.
Y así, por esa vía, se encaminarán cuantas relaciones, escolares, laborales, sociales, o de cualquier otra índole; mostrando con claridad que si bien a la mujer, de manera personal, le ha costado y continúa costándole un gran esfuerzo alcanzar ciertas metas llamadas de alto nivel e indiscutible derecho, no es menos cierto que, tal vez soterradamente, siempre ha disfrutado de la capacidad de controlar y dirigir su entorno más cercano y por extensión los más distantes y complejos.
No debemos olvidar que en esos entornos familiares, cercanos, es donde se fundamentan, sea en la sociedad que sea, todos los personajes destinados a convertirse en los futuros líderes de las diversas fuentes de poder. Por ello, la mujer, encontrándose tan cercana de esos futuros líderes, y dominando su entorno, tiene siempre la posibilidad de transformarlos.
Aunque tópico acuñado mil veces, es un hecho que “detrás de cada gran hombre – y de cada gran mujer, gran joven o gran niño que destaca en alguna disciplina - hay una gran mujer”. Tanto es así que si no fuera por “ellas”, seguramente no hubieran existido muchos de los grandes personajes históricos.
Lamentablemente, aún existe en una gran parte del mundo, principalmente islámico, una situación que en absoluto es coincidente con lo aquí expuesto, impidiendo que las mujeres desarrollen, cuanto menos, esa importante capacidad de poder en su entorno más cercano. De haber podido ejercerlo, no tengo la menor duda de que la influencia de estas, esencialmente en su papel de madres, mejoraría sustancialmente el entorno más negativo, consiguiendo, incluso, evitar que existieran fundamentalismo exacerbados y por ende terrorismo de cualquier sello; ni Mártires de Alá, ni de ningún otro nombre.

Felipe Cantos, escritor.