25 abril 2008

¿De qué se sorprenden?



La mentira más común es aquella con la que un hombre se engaña a sí mismo. Engañar a los demás es un defecto relativamente vano. Friedrich Nietzsche.

Ha pasado algo más de un mes desde que se celebraron las Elecciones Generales en España y, como era de esperar en el aborrecible mundo de los políticos, todo sigue igual, con vocación a empeorar.
Lejos de desentrañarse las mil y una desconfianzas, o negarse las evidencias plantadas sobre la presunta honestidad que, como ciudadano de a pie, he venido exponiendo a lo largo de estos años y, de manera especial los dos últimos, en un sinfin de textos, todo lo sucedido en este corto espacio de tiempo ha venido a confirmarnos la terrible realidad de la “casta” política que nos gobierna.
En uno de mis últimos artículos, “Las elecciones en España: entre lo esperpéntico y lo siniestro”, publicado el pasado 3 de marzo, ya denunciaba la difícil decisión de votar a una u otra alternativas - Zapatero versus Rajoy, o viceversa.
Independientemente del resultado - nada que objetar a la decisión final, pues así es la esencia de la mercantil e imperfecta democracia que nos hemos dado, en donde todo está a la venta, incluida nuestra capacidad de reflexionar - los prácticamente once millones de ciudadanos que votaron a Zapatero, vienen a converger de manera lamentable con los, hoy, algo más de diez millones de decepcionados votantes que optamos por la otra alternativa.
Y es que visto lo visto después de los resultados y las decisiones tomadas por el jefe de la oposición, señor Rajoy, autoproclamado “Ministro de la Oposición”, al parecer son escasas las alternativas para crear un equipo suficientemente sólido que permita ver con razonable confianza a una oposición dispuesta a comportarse como tal.
Ello, cómo no, me lleva a denunciar una vez más que los políticos, sean del signo que sean y por mucho que ante sus públicos enseñen los dientes, son parte de una casta cuyo único objetivo es conseguir el poder, en la proporción que la diosa fortuna les conceda, de manera que puedan vivir del erario público infinitamente mejor que el mejor de los ciudadanos de a pie. Si es posible gobernando, y si no, es lo mismo, en la oposición, El caso es tocar moqueta, poltrona, coche oficial, dádivas, o lo que caiga.
No voy a caer en la tentación de plantear si el señor Rajoy debería haber dimitido a los diez minutos de conocerse los resultados, o permanecer de por vida en su cargo de “Ministro de la Oposición”. Aunque no es un consuelo, en su conciencia dejo la incógnita.
Pero si me dirigiré a esos millones de ingenuos ciudadanos, tanto de un signo como del otro, que de manera incomprensible mantienen la esperanza de que con su “poderoso” voto en la mano van a conseguir, elección tras elección, que las cosas cambien e, incluso, mejoren. Con toda razón decía Oscar Wilde que: “No hay otro (peor, diría yo) pecado que la estupidez”.
Olvídenlo. Los partidos políticos son máquinas creadas para la captación y canalización del voto con el único objetivo de mantener en el poder, ya sea gobernando o en la oposición, a esa casta política que, desengáñense, no está diseñada para servir al ciudadano, sino, para servirse de él.
Si tenemos en cuenta que al negársenos las listas abiertas – como en el “súper” todo se nos da empacado y etiquetado - tan siquiera tenemos la posibilidad de decidir quienes nos gustarían que nos representaran, veremos el escaso valor de nuestro voto, salvo para mantener en su puesto al político, vividor de turno.
El colmo es cuando aún aceptando esas listas cerradas, encabezadas por el líder de turno, este, ganador o perdedor, una vez pasadas las elecciones decide pasarse por el forro de sus caprichos la lista presentada y los programas ofrecidos, eliminando esta y cambiando aquellos, según le plazca.
Ya es descorazonador que en manos de una sola persona pueda quedar el destino de cercanos colaboradores con los que en su momento propulsó un determinado proyecto. Pero lo que resulta intolerable es que en esa progresión de desmanes cometidos por el “líder”, resulten ninguneados la práctica totalidad de los afiliados al partido de turno y, por extensión, los millones de votantes que los ampararon. ¿En serio cree el “ministro de la oposición” – señor Rajoy - que los votos de esos millones de personas eran cheques en blanco para hacer con ellos lo que le diera la gana?
Resulta incomprensible que una persona a la que se le suponía un mínimo de seriedad sea capaz de actuar de manera tan irresponsable. Es verdaderamente desalentador descubrir como el inescrutable Rajoy, sin llegar a las veleidades del “tal” Zapatero, se nos ha terminado por revelar como un sibilino personaje de la versión más gallega del “pequeño napoleón” de Víctor Hugo.
Aun sorprende más el que el conjunto de afiliados y votantes de la derecha acepten con toda naturalidad que esto suceda. No pretendo ser lo que vulgarmente se conoce como “mosca cojonera” ni mucho menos ejercer de “gafe”, pero anoten esto: o el grueso del pp reacciona a tiempo, es decir, antes de su congreso, o Rajoy acabará convirtiendo al pp en una sucursal de la izquierda “derechizada”, o viceversa. Eso que se conoce como “centrista” y que, salvo estorbar en el centro, nunca se ha sabido bien cual es su objetivo. Como decía el clásico, o es tu tía o es tu tío, pero ambas cosas, o ninguna, imposible.
En cuanto al otro “político” de turno, el señor Zapatero, ¿qué decir que no se haya dicho? La reciente composición de su nuevo gabinete, con más de lo mismo, ratifica la opinión, en lo que a mi respecta nada buena, de su persona y su quehacer. Entrega de galones para dirigir el ejército ¿español? a una radical catalanista que en innumerables ocasiones ha despreciado lo que significa España como nación; insistir en el nombramiento de una incompetente integral, repudiada por todos los partidos de la Cámara Baja; ratificar a un ministro de exteriores que ha conseguido el dudoso éxito, bien es cierto que con la complacencia del señor Zapatero, de aislarnos de la mayor parte del mundo occidental, incluida la propia Unión Europea; poner de nuevo al frente de la justicia al más parcial y autoproclamado “rojo radical” que hemos conocido en estos últimos años y, para cerrar el grupo, una serie de personas, académica e intelectualmente limitadas, cuyo mayor mérito conocido es haber llevado el carné del psoe en la boca desde que tienen uso de razón.
En cuanto a la continuidad de los engaños y embustes que se pueden esperar del señor Zapatero baste recordar su última hazaña: juro que mientras el fuera presidente jamás se haría trasvase alguno del Ebro. El pasado 15 de abril, bajo sus auspicios, se firmó el acuerdo de iniciar las obras de trasvase del Ebro hacia Cataluña. Naturalmente para contentar a los nacionalistas que lo apoyan y de esa manera mantener el granero de votos que jamás podrá obtener de las comunidades a las que pretende ahogar, y no precisamente con agua: Valencia y Murcia.
Una pequeña anécdota, reveladora por demás, viene a enmarcar las “cualidades” de estadista – de las “humanas” creo que existen lamentables referencias – del renovado presidente español: En una de las recientes cumbres de ministros de la Unión Europea nuestro ínclito personaje, encontrándose, una vez más, cómo no, más sólo que la una, decidió sacudirse el aburrimiento solicitando la presencia de algunos de los interpretes de la cabina española. Durante la banal charla una de las intérpretes lo felicitó por su reciente elección como presidente de todos los españoles, añadiendo que no le envidiaba pues entendía que eran demasiadas la responsabilidad y las dificultades que entrañaba su labor como responsable del Gobierno Español.
La respuesta aún está dando vueltas en la cabeza de todos los que allí se encontraban: “No, esto que yo hago lo podría hacer cualquier español. Millones de españoles.”
Y es cierto, gobernar de manera tan fatua, irresponsable y vacua sin duda alguna está al alcance de cualquier persona cuyo coeficiente intelectual se encuentre entre 70 y 79. Franja en la que parecen encontrarse la mayor parte de mis compatriotas. De otro modo, salvo por una fascinación engañosa por el personaje, no puede comprenderse la reelección de este hombre.
De manera que a la vista de los acontecimientos, ya provenga de la izquierda sectaria o de la impresentable derecha, comprenderán ustedes que a uno se le revuelva el estómago y le den ganas de borrarse para siempre de “eso” que todavía llamamos España.
Más teniendo en cuenta lo difícil que emocionalmente eso puede resultar, especialmente cuando se llevan tantos años fuera de ella, permítaseme que les diga que en situaciones semejantes es imposible no sentirse, cuanto menos, distinto… y distante.

Felipe Cantos, escritor.