17 octubre 2011

De locos, realmente de locos.


Triste paradoja aquella en la que el hombre loco hace muchos locos; en tanto que un hombre sabio apenas si consigue encontrar un igual.

Debo confesarles que hoy no tenía deseo alguno de profundizar, filosofando, en reflexiones que me obligaran a introducirme de lleno en asunto de comprometido significado.
A la vista del actual panorama mundial, de lo único que me quedaban ganas era de borrarme inmediatamente, como ciudadano de este mundo. Cuanto menos para los próximos cinco siglos.
Pero, no hay manera. La espiral de locura que parece haberse adueñado de la población mundial en pleno, oriente y occidente, por acción o por omisión, tiene todo el aspecto, no sólo de no tener fin, sino de irse ampliando inexorablemente.
Uno, en su humildad, puede entender que determinadas ciencias, determinados sectores que han ido imponiéndose en las últimas décadas como, por ejemplo, puedan ser las ingenierías financieras, las variables importantes en las ciencias sociales o, en otros casos más reseñables, los importantísimos avances en campos como la aeronáutica, la navegación, la informática, la robótica, la medicina o la nanotecnología, hayan podido coger con el pie cambiado al vulgar de los mortales. A mí, el primero.
Incluso, es harto comprensible que ese hombre de a pie tan siquiera se detenga lo más mínimo a reflexionar sobre la incuestionable importancia que para todos nosotros pueda tener el que se ponga en entredicho, en cuarentena, la Teoría de la Relatividad, como recientemente ha sucedido. También en eso podemos encontrarnos.
Doy por hecho que con poder sacar adelante a los hijos, quienes los tengamos, y poder llegar a fin de mes sin que las deudas no te ahoguen, es decir casi todos, es más que suficiente.
Ahora bien, que parte de estas mismas poblaciones, se encuentren en el lugar que se encuentren del globo terráqueo, no tengan interés alguno en nada de todo aquello que va encaminado a mejorar sustancialmente su propio futuro y el de las generaciones venideras; y por el contrario se pasen todo el tiempo tratando de buscarles tres pies al gato, removiendo las entrañas de la historia en busca de cualquier asunto que pueda crear malestar, para tocarle los mismísimos al vecino, no sé si dice mucho de la maldad y ambiciones de estas gentes - mi opinión es que sí - pero de lo que no hay duda es que dice muy poco de su inteligencia.
Son tantos y tan variados los conflictos perversamente innecesarios en los que los dirigentes políticos, elegidos o no por el pueblo, nos implican, en la mayoría de las ocasiones creando grandes y graves problemas donde no los había, que el único deseo es pedir que paren este mundo para bajarse de él.
Basta con repasar algunos de los muchos ejemplos, nacidos o resucitados en el escaso último medio siglo, para darse cuenta de lo absurdo y gratuito de esta situación. Desde los deseos de un loco iluminado – el fenecido, políticamente, ZP – reinventando la historia y levantando tumbas, para obtener como resultado el enfrentamiento de las dos Españas, pasando por los enquistados contenciosos mantenidos durante siglos entre valones y flamencos en Bélgica; las aberrantes y canallas políticas aplicada en Venezuela, por Chaves, y en Cuba por el dúo Castro. EL uno, ahora, jugando a mártir, los otros a martirizadores; las insensateces realizadas en España por los nacionalistas al albur de una fantasía desbordante, inventando naciones que jamás existieron; los musulmanes en su permanente reivindicación de Al Ándalus, olvidando que si bien es cierto que estuvieron ocho siglos, no es menos cierto que antes lo estuvieron otros pueblos distintos del suyo, hasta llegar a los exhibidos amores entre las “democracias” occidentales con los más sanguinarios y corruptos sátrapas de cualquier etnia y religión para, escasos meses, semanas y en ocasiones horas después despreciarlos, perseguirlos y atacarlos con saña.
Ahora leo en la prensa de estos últimos días, les confieso que ya no cabe la sorpresa, que la comunidad islámica en Suiza ha decidido reclamar a “su gobierno” que elimine la cruz de la bandera helvética.
Si no fuera por la gravedad que cualquier reivindicación islamista conlleva, y la papanatería que los dirigentes occidentales transmiten, sería como para romperse en dos de la risa.
Dejando al margen la verdadera historia de la “molesta” cruz de la bandera de Suiza, y de la inequívoca vocación laicista de este país desde hace más de cinco siglos, resulta chocante la petición de estos “hijos del Islam”, a quienes se les suponía plenamente integrados - segundas y terceras generaciones - en la comunidad suiza. ¿Qué sucede con su incombustible media luna? ¿Esa no define matiz religioso alguno?
Y es que el mundo en pleno ha perdido la brújula, y de manera especial lo que conocemos como occidente, que no acaba de entender que las cosas no son como se desean. La realidad se impone y se impondrá siempre al deseo.
Si malo es que esta locura contagiosa no parezca tener fin, peor aún es creer, bajo la capa del buenismo imperante en occidente, que la integración de los pueblos musulmanes, provengan de donde provengan, es realmente un objetivo posible.
Siquiera la tonta idea del visionario ZP - Alianza de Civilizaciones - en su corta existencia y menor consistencia, ha logrado acercar lo más mínimo ambas civilizaciones. Más bien todo lo contrario. Ha puesto de manifiesto las grandes e insalvables diferencias existentes entre ambas.
Pierdan toda esperanza. No es que se trate de dos religiones, de dos culturas completamente diferentes. Se trata de dos visiones del mundo. De dos filosofías completamente antagónicas que utiliza el hombre para conocer a los demás y, aún más importantes, para conocerse a sí mismo. Aunque, desgraciadamente no siempre lo consigan.
Felipe Cantos, escritor.