15 enero 2011

¿Estaremos a tiempo?

"El mundo está lleno de ciegos con los ojos abiertos." André Suarés.

"A los musulmanes que quieren vivir bajo la ley Islámica Sharia se les dijo el miércoles que se vayan de Australia." También, y cito textualmente, "son los emigrantes, no los australianos los que deben adaptarse. O lo toman o lo dejan. Estoy harto de que esta nación tenga que preocuparse si estamos ofendiendo a otras culturas, o a otros individuos."
Es evidente que las palabras pronunciadas en un pasado discurso por Kevin Rudd, Ministro de Asuntos Exteriores australiano, son duras. Pero no por ello dejan de ser, sin duda, aún más justas.
En los últimos meses la canciller de Alemania, Ángela Merkel, sin necesidad de utilizar en sus discursos tan duras palabras, está dejando entrever que la mala situación a la que puede verse abocada Europa en no demasiados años, en su relación con la emigración, principalmente proveniente de los países musulmanes, será difícil de resolver, a menos que se comiencen a poner las bases que hace tiempo deberían haberse establecido.
Es evidente que la canciller Merkel, como antes tantos otros políticos con sentido común, nunca han creído demasiado en el contradictorio "multiculturalismo" y, aún menos, en esa peregrina Alianza de Civilizaciones, avalada de manera necia, por el lamentable presidente español, apodado ZP.
Esto nos lleva inexorablemente a plantearnos cuáles son las alternativas que le quedan a Occidente para frenar esta sistemática invasión musulmana, que durante años se ha ido introduciendo en su tejido social, sin la menor intención de integración. Sí la de criticar y luchar contra la sociedad que los ha acogido, mientras aprovechan todo lo bueno que de ella pueden obtener, como son sus servicios sanitarios, sus programas de beneficencia o sus estructuras sociales. De ello es difícil esperar nada positivo, muy al contrario.
Sin embargo, lo que resulta verdaderamente sorprendente es que habiendo sido incapaces, país por país durante siglos, de finalizar un proceso de integración plena dentro de nuestra propia piel de occidentales, de manera especial lo que conocemos como la "vieja Europa", andemos, como adolescentes de juicio por formar, jugando al buenismo practicado frívola e irresponsablemente por esas castas de progresía barata que, al fin y a la postre, no pretende otra cosa que aprovecharse de cualquier alternativa que le permita a corto plazo obtener pingües beneficios. No debemos olvidar que instalados en el relativismo más indolente, para ellos el futuro empieza y termina en sí mismos.
No es casual que sean estas hordas las que apuestan de manera inequívoca por una sociedad unipersonal, carente de valores, incapaces de responder a retos como la defensa de nuestros valores y nuestra cultura.
De ellos son todos y cada uno de los proyectos que pretenden llevar a la mínima expresión el valor de la familia, con la defensa a ultranza de objetivos como el aborto libre, la eutanasia o el fomento y defensa sin paliativos de la homosexualidad que, siendo respetable en la mayoría de los casos, no deja de ser un importante hándicap para el desarrollo y la progresión de la familia tradicional. Es evidente que si no hay procreación, no cabe posibilidad alguna que nuestra sociedad, a medio y largo plazo, pueda subsistir como la conocemos.
Mientras tanto, nuestros "enemigos" naturales en la fe y la cultura no han bajado ni bajarán la guardia en ningún momento. Muy al contrario, como dice el proverbio "pueden esperar pacientes a ver pasar el cadáver de su enemigo". Y si acaso este tarda, no tendrán inconveniente alguno en dar un "empujoncito" para su llegada.
Por ello, no puedo estar más de acuerdo con las últimas palabras recogidas literalmente del discurso de Kevin Rudd: "Aceptamos sus creencias y sin preguntar por qué. Todo lo que le pedimos es que usted acepte las nuestras, y viva en armonía y disfrute en paz con nosotros."
Parece sencillo, y fácil de entender y agradecer. Pero nada más lejos de la realidad. Esperen un cierto tiempo, y verán.

Felipe Cantos, escritor.

13 enero 2011

La política, los políticos… y el Psoe.

"La corrupción es el más inequívoco signo de la libertad constitucional". Edward Gibbson.

La política lleva muchos años pudriéndose. Con toda seguridad, demasiados. Tantos como los ciudadanos de a pie lo hemos tolerado.
Los políticos, salvo escasísimas excepciones, están podridos hasta el tétano. Bien es verdad que no son los únicos culpables de la repugnante situación en la que se encuentra una actividad absolutamente imprescindible para una mínima convivencia. Los ciudadanos, yo el primero, con nuestra indolencia y relativismo hemos contribuido de manera extraordinaria a este deterioro.
Sin embargo, pese al insoportable hedor que emana de esa actividad, cuasi delictiva, y en ocasiones plenamente delictiva, durante siglos esta casta, en algunas ocasiones sorprendentemente maquiavélica o extremadamente burda en la mayoría, dado el infame bajo nivel de sus titulares, había mantenido un cierto rigor, digamos, un mínimo código de "honor".
Código que, a decir verdad, bien podría haber sido redactado por sociedades más cercanas al mundo de la delincuencia y las mafias. Pero aun así, si bien no con un cuidado exquisito, cuanto menos intentando disimular mínimamente su objetivo real: medrar sin escrúpulo alguno, sirviéndose de la sociedad a la que dicen querer servir.
Y a fe que lo han conseguido. No existe un solo partido en el amplio espectro español, ya sea de ámbito nacional, nacionalista, regional, periférico o mediopensionista que no haya obtenido los réditos suficientes para haberles compensado, con creces, la dedicación de su tiempo a tan encomiable actividad. Perdón, rectifico, rentable actividad.
Sin embargo, todos ellos, con una notable excepción, han pretendido dar una imagen de mínima decencia, evidentemente sin conseguirlo.
La excepción, Psoe, como cabría esperar de un partido que desde su fundación ha venido traicionando todos los principios básicos de la mínima convivencia, no podía dejar pasar la oportunidad de plasmar su impronta. Máxime, estando en el poder. En él ha conseguido resaltar todos "sus valores" de una manera ciertamente destacable.
La actividad de la política ejercida como en la actualidad lo hacen los políticos, deleznablemente mísera hasta la arcada, logra alcanzar en el Psoe, a través del ejercicio del poder, la categoría de obra maestra de lo despreciable.
En cualesquiera de las vertientes del ejercicio de la política: judicial, religiosa, económica, social, deportiva, sanitaria, o cualquier otra, el partido socialista, con esa "cosa" apodada ZP al frente, no sólo se ha superado a sí mismo con determinación, sino que ha traspasado todas y cada una de las líneas rojas impuestas, incluso con los amplísimos márgenes concedidos en eso que conocemos coloquialmente como "manga ancha".
¿Qué sucede con este demencial partido?
¿Qué clase de brebaje subliminal consigue suministrar a sus incondicionales, y no tan incondicionales, para que, haga lo que haga, siempre se lo perdonen?
¿Cómo puede explicarse que personajes tan estúpidamente anodinos - Pajín, Aído, Salgado y similares - o miserablemente perniciosos – Zapatero, Rubalcaba, Alonso, Blanco, y otros - puedan campear a sus anchas por el panorama nacional, decidiendo sobre la vida y hacienda del resto de sus conciudadanos?
La mayoría de ellos sin formación alguna y en algunos excepcionales casos con discreta formación, pero ninguna práctica profesional ajena a la política, han alcanzado tal nivel de perversión personal que viven instalados en la ocultación, la mentira y el engaño de la manera más natural. Poco les importa y aún menos les intimida nada, con tal de obtener lo que ambicionan.
A lo largo de estas últimas legislaturas socialistas, los protagonistas, responsables de una situación que se nos antoja harto difícil de resolver en no menos de una década, ni siquiera han tratado de disimular sus defectos.
Muy al contrario, sorprendentemente, parecen empecinados en destacar sus "cualidades y virtudes". Tanto en lo que hacen, como en lo que dicen y, de manera muy especial en cómo lo dicen.
Desde la negación más absoluta de una negociación con delincuentes – ETA – o de una crisis que nos devora trágicamente – Zapatero, Blanco, Salgado y compañía -; pasando por el descarado estado cuasi policial auspiciado por el prepotente Rubalcaba, con la inestimable colaboración de Caamaño y Conde-Pumpido en su vertiente jurídica y fiscal; hasta alcanzar la sinrazón de la incultura más popular con personajes del calado de Aído, Pajín, Chamosa, o M. Álvarez, entre otros. Sus superiores no han tenido escrúpulo alguno en que ellos y ellas hicieran el ridículo permanentemente.
Y mientras tanto el PP, que no son mucho mejores, relamiéndose por, creen ellos, una victoria indiscutible. ¿Acaso han olvidado tan fácilmente el 11M, 12M y 13M, con Rubalcaba, en el papel de Rasputín?

Felipe Cantos, escritor.