30 diciembre 2007

Las próximas elecciones en España: entre lo esperpéntico y lo siniestro.


La salud de las democracias, cualquiera que sean su tipo y su grado, depende de un mísero detalle técnico: el procedimiento electoral. Todo lo demás es secundario. José Ortega y Gasset.

No cabe duda de que los españoles en general y los liberales en particular lo tenemos difícil en estas próximas elecciones.
Aludiendo al titular de este artículo, respecto de lo primero – lo esperpéntico - y pese al alto nivel de estulticia con el que sin pudor podemos calificar a nuestra derecha, en cualesquiera de las vertientes que la conforman, aún cabe esperar alguna alternativa que mitigue sus devaneos e indefiniciones políticas o, cuanto menos, que su manifiesta imbecilidad, siempre bajo la capa del complejo, no provoque una hecatombe sobre el inocente ciudadano medio.
No cabe mayor desatino en el comportamiento de estos dirigentes – no todos, naturalmente, pero entre los que si, su propio “líder” el señor Rajoy – que el caer en la tentación de entrar en el juego de una izquierda carente de todo escrúpulo, con la que de nada ha servido, ni servirán los paños calientes.
Es razonablemente lógico admitir que la política haga extraños compañeros de cama. Y aun cuando el desencuentro, en función de las ideas de cada parte, sea inevitable soslayar, no es de recibo que los engaños y burdas mentiras de una de las partes – en este caso la izquierda representada por el señor Zapatero, cuyo comportamiento durante su mandato ha sobrepasado con holgura el licito penal – puedan continuar siendo asumidas, casi, con naturalidad, por este insulso “líder” de la derecha.
Vaya por delante mi sólida decisión de votar al pp, por primera vez, en las próximas elecciones. Paro también mi confesión de que no será porque considere que el señor Rajoy, su partido es otra cosa, sea la mejor opción, sino, ante las barbaridades y desatinos del señor Zapatero, lamentablemente, la menos mala.
Este hombre – Rajoy – ha dejado la impronta de ser un buen parlamentario. Pero nada más. Su meliflua actitud ante las ofensas recibidas por parte del psoe, protagonizadas directamente por el señor Zapatero, dicen muy poco en su favor y dejan mucho que desear como sólido líder. Entre una inacabable lista: desprecio absoluto a él y al partido que representa a más de diez millones de votantes españoles; engaños constantes con promesas que incumplía escasos minutos después de reunirse ambos; clara intención de marginarlo - y echar si fuera posible - a él y a su partido de la vida política; acciones y decisiones gubernamentales destinadas claramente a la provocación y el enfrentamiento entre los españoles; asumir como algo “políticamente” normal unos comportamientos rayando y sobrepasando el lícito penal.
Su “blando” carácter se ha visto reflejado en más de una ocasión, dando mucho que pensar sobre la solidez de su liderazgo. Baste recordar las “hazañas” del ínclito alcalde de Madrid, señor Gallardo, a quien cuesta ubicar con claridad en su posicionamiento político y, salvo para él mismo, nunca se ha sabido bien para quién “trabaja”.
Tampoco es “pecata minuta” recordar que el señor Rajoy se encuentra donde se encuentra gracias al decisorio dedo del “cesar” autocesado.
De manera que todo ello, y mucho más, conforman un personaje que si bien nos ofrece, desde el punto de vista humano, mayor confianza que su adversario, no termina de solidificar la figura del líder, con mayúsculas.
En cuanto a lo segundo – lo siniestro – lo que representa ese personaje desconcertante donde los haya, el señor Zapatero, ¿qué decir que no se haya dicho ya a lo largo de todo su “reinado”? Él mismo se ha encargado de refrendarlo diariamente con sus actuaciones. Mentiroso compulsivo – negación constante de las negociaciones con ETA, mientras se repetían las reuniones con la banda -; traidor impenitente – destroza la constitución que le dio el poder y que juro defender -; incompetente declarado – nos ha alejado de Europa y de la primera línea del mundo (económica y políticamente) para colocarnos en el vagón de cola junto a naciones tercermundistas -; indigente intelectual – su propia confesión, vanagloriándose de sus deficiencias culturales (toda z es buena si es suya) y su deficiente expresión verbal lo sitúa dentro de la mediocridad más recalcitrante; lamentable “líder” capaz de rodearse de lo más cutre del panorama político español, probablemente para encubrir sus propias deficiencias intelectuales: – el rotácico, casi disléxico y analfabeto integral Pepiño Blanco, el balbuceante e impresentable Moratinos, la manifiestamente inculta e incompetente “Maleni”, los resentidos Bermejo y Conde Pumpido, y una larga lista de colaboradores -; político perverso y egocéntrico – guiado por su ambición personal no ha tenido escrúpulo alguno en realizar cuantas alianza hayan sido precisas con los más radicales enemigos de España (nacionalista principalmente), con el único objetivo de mantenerse en el poder bajo el lema que ha sido santo y seña de su gobierno: “como sea”.
De manera que difícil lo tenemos los españoles en las próximas elecciones. Votar con conciencia significaría no hacerlo a ninguna de las dos alternativas “aprovechables”. Porque si nos referimos al resto de la camada política, nos encontraremos con una recua de pequeños grupúsculos cuyo único objetivo es conseguir vivir de la carroña.
Así que la única alternativa que nos queda es hacerlo por puro e inevitable pragmatismo, tratando de alejar de la Moncloa a quien en estos cuatro años ha conseguido el dudoso mérito de retrotraernos a los años treinta del siglo pasado, abriendo de nuevo una lamentable brecha entre las dos “españas” en casi todos los frentes posibles: el social, el económico, el religioso, el político y, por supuesto, el institucional.
De no hacerlo significaría dejar en manos del “circunflejo” señor Zapatero la suerte de un país con más de 2000 años de historia, para que lo convierta en los nuevos “reinos de taifas”. Con franqueza, no sé ustedes pero yo, a estas alturas y sumergido de lleno en la filosofía europeísta, no tengo deseo alguno de emular las hazañas de D. Pelayo.
Por otro lado, si no lo hiciera -el votar - perdería el derecho de poder quejarme cuando, llegado el momento, los resultados no me gustaran. Aunque, como les decía en el titular de este artículo, me vea en la incongruente necesidad de hacerlo entre lo esperpéntico y la siniestro.

Felipe Cantos, escritor.

Ese “casondeo” llamado “justisia”.



"La justicia es un cachondeo". Pedro Pacheco, ex-alcalde de Jerez.

Así de fácil, envuelto en ese “deje” tan particular del habla andaluza, calificó en su momento a la Administración de Justicia Española, hace ahora más de veinte años, el que fuera alcalde de Jerez, Pedro Pacheco.
Algunos años más tarde, yo, personalmente, me vi en la necesidad de cuestionar seriamente a nuestra administración de justicia, mediante el libro “La inJusticia en España”.
Por desgracia, a pesar de las más de dos décadas transcurridas y las innumerables denuncias efectuadas desde los más diversos sectores de nuestra sociedad, las cosas, lejos de haber mejorado en algo, han venido a confirmar aquellas palabras y cuantos escritos se han vertido sobre su ineficacia, su inequidad y, lo más terrible, sobre la dudosa honradez de la Administración de Justicia Española. Ya se lamentaba el Talmud: “¡Ay de la/s generación/es cuyos jueces merezcan ser juzgados!”.
Dejando al margen las razones que obliguen a un ciudadano a acercarse a un juzgado, acuda a él en calidad de acusador o de acusado, la imagen, siempre distante y extremadamente fría del lugar y de sus habituales ocupantes, ratificada por la consciente “auto magnificencia” de un/a juez/a que parece llegado de otra galaxia, le provocará una desalentadora sensación que tardará mucho tiempo en asumir y olvidar.
Pese a ello, y siempre en la primera visita - las siguientes, por experiencia, serán cosa distinta - el obligado visitante depositará en aquel lugar toda la confianza de que dispone para la mejor solución de su problema, deslumbrado de manera especial por la endiosada actitud - yo calificaría de voluntaria pose – de sus “señorías”. Lamentablemente, el resultado final, por lo general, será la obtención de una sentencia tardía, cara, ineficaz e irresponsable. En definitiva: siempre injusta.
Y si bien es cierto que todas y cada una de esas desalentadoras experiencias quedarán en el “armario” de cada uno de sus protagonistas, no alcanzando la difusión que tal injusticia merecería; no sucede lo mismo con aquellos asuntos que, transcendiendo de lo privado, afecta de lleno nuestras vidas: son las actuaciones judiciales derivadas de las actividades políticas, legales o no.
Y aún así, pese a la difusión que permite a la ciudadanía el conocimiento de estas últimas y la trascendencia que de ellas puedan derivarse, los parámetros de su mal funcionamiento, en ocasiones plenamente consciente y responsable de rozar de lleno, sino sobrepasar el lícito penal, son fácilmente intercambiables.
Las actuaciones a lo largo de estos últimos años de una Institución Fiscal, arropada, sino en connivencia plena con una Judicatura desnaturalizada, han pasado de sorprendernos, a obligarnos a replantearnos la sensatez y el equilibrio de tan necesarias instituciones.
Son tan burdas sus decisiones que no cabe apelar, para contrarrestar el malestar del ciudadano, el presumible desconocimiento que en materia jurídica éste pueda tener. Lejos, muy lejos de ello, lo que cabe pensar es que algunas de sus “señorías” han perdido el juicio o, descaradamente, poniéndose el birrete, la toga y los manguitos por montera, han decidido tomarnos el pelo.
En ningún momento debemos olvidar que, pese a ser dura, la Ley es, por encima de cualquier otra consideración, Ley. Un conjunto de normas que nos hemos dado para ser aplicadas con toda contundencia, sin matizaciones que, al albur de unos intereses determinados y con demasiada frecuencia bastardos, las desnaturalicen.
Es por ello que la mayoría de las actuaciones realizadas a lo largo de estos cuatro últimos años, por determinados jueces de la Audiencia Nacional, presididos, cómo no, por el ínclito juez Garzón, y de los Tribunales Supremos, sin olvidarnos del Constitucional, en clara connivencia con el estamento fiscal, además de ser una constante provocación a la inteligencia del ciudadano, produce vergüenza ajena.
Pese a que en estos casos es difícil de aceptar, cualquier persona con el mínimo sentido común - elemental sentido que se le supone en profusión a los estamentos jurídicos - podría entender que puedan darse contradicciones por razones de estricta interpretación de los libros de leyes.
Lo que ya no es tan fácil de entender y aún menos de asumir es que, partiendo de los mismos parámetros jurídicos, aquello que sirvieron para exculpar, o no sancionar en el mes de, pongamos por caso octubre, alcanzado el mes de febrero, y sin que se haya producido cambio alguno relevante en la documentación del proceso, provoquen la inmediata detención del procesado y su encarcelamiento sin fianza.
A nadie se le escapa que las decisiones del egocéntrico juez Garzón, en esta ocasión descaradamente encaminadas a favorecer las aspiraciones del psoe de ganar las próximas elecciones del 9 de marzo, son provocadas y precedidas por intereses impúdicamente partidistas. El caso concreto del procesamiento de la cúpula de la mal llamada “izquierda abertzale”, más conocida como eta, sería, sino fuera por la incongruencia en si misma, de juzgado de guardia. Por desgracia, no es el único caso.
Y uno, en su obligada “ingenuidad”, se pregunta por las razones que puedan justificar tan descaradas contradicciones en la aplicación de las leyes y, de manera especial, la incomprensible inoperancia de unos poderes judiciales que no se manifiestan con contundencia, para evitar desmanes de esta envergadura. Obsérvese la indolencia del Consejo General del Poder Judicial ante la desvergonzada manipulación que de la Justicia, desde hace mucho tiempo, viene haciendo este juez, en función de sus “conveniencias políticas”.
Por ello, aunque me permita a través de esta tribuna advertir al impresentable “juez estrella” que ya no engaña a nadie con sus burdas artimañas ¿jurídicas?, no puedo, como ciudadano común, dejar de preocuparme, en extremo, lo que ya en su momento denuncié en el libro “La inJusticia en España”: el omnímodo poder de los jueces en España.
De manera que frente a la seguridad que debería inspirar la justicia para el ciudadano, ¿cómo no sentirse inseguro, e incluso indefenso, ante una Administración de Justicia, que asume con toda naturalidad situaciones de esta envergadura, públicamente interesadas y descaradamente manipuladoras, de determinados jueces?
¿Por qué frente a casos como el presente no saltan todas las alarmas, ni se observa, en la Judicatura, el más leve movimiento de preocupación en busca de caminos que permitan atajar tales desmanes?

Felipe Cantos, escritor.