24 marzo 2010

¿Por que lo toleramos?


La tolerancia es la virtud del débil. Donatien Alphonse François, Marques de Sade.

El nivel de la casta política en general y de la española en particular ha alcanzado tal grado de denigración que no cabe otra alternativa que preguntarse por qué toleramos semejante situación.
Es muy difícil entender por qué una sociedad que presume de haber alcanzado la madurez democrática, permite a quienes deberían sentirse, cuanto menos, honrados de haber sido elegidos como representantes de esta, lejos de servirla, servirse de ella.
¿Por qué toleramos que quienes tienen el sacrosanto deber de administrar serenamente el poder que se les otorga, poniendo orden y concierto en la sociedad que les ha elegido, sean los primeros en incumplir las reglas de juego?
¿Por qué toleramos que apenas alcanzan el poder lo primero que hacen es cubrirse de privilegios y prebendas en cantidades y volúmenes que jamás obtendrían desarrollando un trabajo honrado?
¿Por qué no reaccionamos frente a la grotesca manera de protegerse, incluso ante la administración de justicia, preparando leyes que les hacen, prácticamente, intocables – incluido el personaje que representa las más altas instancias – valiéndose de artimañas y subterfugios como, entre otros, los famosos suplicatorios o, verbigracia, apelando a una intangible responsabilidad política que a nada conduce finalmente; en vez de, como cualquier ciudadano, respondan clara y directamente ante los tribunales por sus, entre otras, descaradas malversaciones, despreciables tráficos de influencias, múltiples estafas y un sin fin de variados delitos recogidos plenamente en el código penal?
En cuantas ocasiones, politiquillos de tres al cuarto, impresentables personajes de la política, en algunos casos de dudosa reputación, sino claramente delincuentes, cuyo escaso nivel intelectual ha sido obtenido exclusivamente a través de sus cargos políticos, nos obligan, apoyándose en sus “gorilas”, a cederles el sitio en cualquier situación normal, como pueda ser un ascensor, en el trafico, en un espectáculo y otros lugares similares.
¿Por qué hemos de tolerar que quienes son elegidos para servir a la comunidad, y les pagamos por ello, lejos de cumplir con su obligación de una manera sencilla y cordial, pretenden que se les rinda pleitesía, obligándonos a apartarnos como apestados en cuando aparecen?
No es difícil encontrarse en las instituciones nacionales, o supranacionales, a individuos como el mismísimo Alfredo P. Rubalcaba - y otros de igual o peor calaña - cuyo pobre y mediocre aspecto provocaría sino la desconfianza cuanto menos la hilaridad, arrollando a su paso, junto con sus matones oficiales, a cuanto ciudadano se cruza en su camino, incluso condicionando y bloqueando la subida o bajada de un ascensor, hasta que el "señor" se encuentre en el lugar al que se dirige.
¿Por qué cuando gastan, despilfarran, dilapidan el dinero del contribuyente, del que gran parte va a sus bolsillos de manera directa, jamás tienen responsabilidad alguna, ni civil ni penal, como sería el caso de cualquier administrador del mas pequeño ente empresarial, o familiar?
¿Por qué les toleramos utilizar nuestros impuestos para favorecer a aquellas minorías que les permitirán de una forma desvergonzada mantenerse en el poder todo el tiempo posible, realizando componendas y operaciones que, en demasiadas ocasiones, rayan en el lícito penal?
¿Por qué cuando hablan de situaciones críticas, o de realizar cualquier reforma fiscal o administrativa, incluso aceptando que pueda ser necesaria – como planes de empleo, desempleo, jubilaciones y otros - siempre acaban afectando estas de una manera negativa al ciudadano común, y jamás a ellos mismos; además de, con el descaro más absoluto, burlarse del ciudadano aumentándose las cuotas, que pagamos nosotros, y acortando los plazos para recibir los beneficios, en una clara ventaja, mínima, de diez a uno sobre el contribuyente?
¿Por qué toleramos, una y otra vez, que de manera tan grosera se nos tome el pelo con historias “para no dormir” como la capa de ozono, el calentamiento global y otras demostradas sandeces, incluida las histéricas sobre la salud, como la última “hazaña” de la gripe A, si todas y cada una de ellas van encaminadas a la obtención de pingues beneficios?
¿Por qué toleramos que nos manipulen de manera tan descarada, creando “instituciones” políticas, que lejos de cumplir un fin social se convierten en máquinas de obtener votos, sin que el ciudadano tenga siquiera la mínima posibilidad de acercamiento ni control, salvo que se declare incondicional de la “secta”?
¿Por qué toleramos que gentes con una formación tan deficiente que a duras penas lograría ser ordenanza en cualquier entidad de cierto nivel, e incapaz de poner orden en sus propias vidas y familias - Zapatero y las góticas - se conviertan de facto en dirigentes y administradores de nuestra vidas y haciendas?
¿Por qué toleramos que frente a las evidencias palpables de grandes patrimonios de decenas de millones de euros, se permitan el lujo de realizar declaraciones públicas, o frente a Hacienda, de unos cuantos cientos o miles de euros?
¿Por qué toleramos, pese a las claras demostraciones de una gestión catastrófica y perversa, sino delictiva, que determinados impresentables continúen en el poder, por el “simple hecho” de haber sido equivocadamente elegidos en su momento.
¿Qué clase de adormidera nos han suministrado, o nos están suministrando que lo que sería imposible de entender en el entorno de una sociedad de personas apolíticas, escandalizando al más indolente de los pasotas, sea visto como algo normal cuando se trata de esta casta, de estos sujetos aferrados al poder de manera tan visceral?
No hay duda alguna que entre las dictaduras por golpes de estados y las que se producen por la “dictadura del voto” hay, en principio, enorme diferencia teóricas, innecesarias de explicar. Pero cuando esta última – la del voto - se convierte un problema enquistado, en el que el ciudadano no tiene posibilidad alguna de defensa, estas llegan a asemejarse de tal manera que resulta difícil de diferenciarlas.
Al fin y a la postre, todas y cada una de ellas tienen sus adeptos y sus detractores. No son menos ni mejores los incondicionales obligados, los beneficiados por un régimen de paniaguados y pesebreros, como el creado por el “régimen” de Zapatero; que los que en cada momento de la historia sostienen, apoyan y jalean regímenes dictatoriales como, por ejemplo, los Castro en Cuba, los Chaves en Venezuela, y otros más de tristes recuerdos.
Puede, en el caso de la “dictadura del voto”, que los políticos afectados precisen más temprano que tarde un juez o, incluso, un confesor. Pero nosotros, los votantes, sin duda que preciamos con toda urgencia un psiquiatra. De otro modo no se entiende nuestro comportamiento.
En cualquiera de los casos, la pregunta final y repetitiva hasta la saciedad es ¿por qué lo toleramos?

Felipe Cantos, escritor.


12 marzo 2010

El clan de la ceja y sus “intelectuales de pacotilla”.


La miseria del pueblo español, la gran miseria moral, está en su chabacana sensibilidad… Ramón María del Valle-Inclán.

¿Por qué aceptamos e, incluso, consideramos como intelectuales a quienes abierta, constante y conscientemente infringen las más elementales normas de decencia intelectual?
Las declaraciones sobre la muerte del disidente cubano Orlando Zapata, realizadas por el actor a tiempo parcial y payaso el resto, Willy Toledo, avaladas - ¡faltaría más! - por el clan de la ceja que capitanea con indiscutible estilo fashion el sempiterno muso de la progresía, “Miguelito” Bosé, y de las que con facilidad podría desprenderse que ha sido merecida, ponen al descubierto la calaña de este sujeto y el de la secta que lo cobija.
En multitud de ocasiones me he preguntado dónde está la gracia de personajes como estos cuando de actuar se trata. Ahora, en la interpretación de su mejor personaje - él mismo – descubrimos que tiene aun menos gracia que la que dudamos en concederle en sus trabajos como presumible actor.
Cuestionarse simplemente la autenticidad de las razones que han llevado a la muerte a Orlando Zapata es de una miseria tan grande que ni él mismo – Willy Toledo - sería capaz de expresar en iguales términos, si se hubiera tratado de un asesino múltiple, convicto y confeso, encerrado en el corredor de la muerte de cualquier cárcel.
Su incomprensible sectarismo, de una falta de rigor inadmisible y despreciable, lo colocan, por méritos propios, junto con su secta, en un lugar privilegiado del ranking de las infamias.
Hace algún tiempo, en esta misma sección publicaba otro artículo en el que me preguntaba como era posible que compositores y cantantes con la sensibilidad a flor de piel – a la que indudablemente hemos de concederle grandes dosis de inteligencia - como por ejemplo, Víctor Manuel o el mismísimo Joan Manuel Serrat, capaces de crear composiciones como las suyas, podían dejarse enmarcar junto a gente tan zafia como el tal Willy, o de una pretendida originalidad a todas luces incomprensible como la del ínclito Miguel Bosé.
Aun sin respuesta, pero en la certeza de que, en el caso de estos sujetos, el alma y su alter ego, el corazón, no entiende de razones del hígado, y de manera especial del bolsillo, hoy me ratifico en mi pregunta. No hay ideología ni inteligencia, salvo por razones crematísticas, que justifique las aberraciones que estos individuos defienden.
Por ello, convencido de que de poco o nada serviría insistirles en lo lamentable de su error, no cabe más que felicitarles.
Felicidades Willy, “Miguelito” y compañia. No cabe duda que a fuerza de autoconvenceros, sabe Dios por qué obscenos intereses - o sí -, sin documentación ni argumentación que lo justifique, es posible mantenerse en la más miserable y falsa de las posiciones.
La pena y con toda seguridad la pregunta que cualquier persona en su sano juicio se hace, o debería hacerse, es por qué ante personajes de esta calaña aún existen seguidores, en su jerga “fans”, que los apoyan y siguen, sin importarles lo que todos y cada uno de ellos representan en la sociedad como “personas”.
Puedo entender que sus cerebros no den para más. Pero, ¿sus estómagos tampoco?

Felipe Cantos, escritor.

05 marzo 2010

Pasen y vean, señores… pasen y vean.



No existe nada que impida más ver la realidad y ciegue más la mente - y la vista - que un sectarismo fanático.

Bajo la impresionante carpa que da cobijo a las tres pistas, el espectáculo comienza con la más clásica de las ceremonias. El vendedor de ilusiones, incansable charlatán, se esfuerza por hacer llegar su voz a la multitud en un intento de recuperar su atención.
Tres fuertes haces de luces provenientes, naturalmente, de la parte superior izquierda, caen sobre el personaje dándole un aspecto casi sobrenatural y resaltando de manera extraordinaria el fuerte color, cómo no, rojo, emanado del aparatoso sombrero de copa que cubre su cabeza. El tronco y sus piernas, hasta la parte inferior de sus muslos, son cubiertos por una casaca tres cuartos, también, cómo no, de un llamativo color rojo. Su deformada figura, que recuerda a un alto y desgarbado Nosferatu a punto de introducirse a la puesta de sol en el ataúd, queda nítidamente definida por unas espectaculares botas de campaña en las que se pierde un negro y bien planchado pantalón bombacho.
El sujeto en cuestión no desentonaría del resto de estrafalarios personajes – piernas-largas, payasos, cabezudos y similares - que como sombras pululan por las pistas, completando la imagen ferial. Pero un detalle en él, llama la atención de los espectadores: las aparatosas cejas que en un inconfundible y exagerado acento circunflejo adornan y protegen de la luz dos ojos de un muertecino color azul.
Pasen y vean, pasen y vean, insiste una y otra vez, quizá consciente del escaso interés que parece ya despertar en el respetable.
Atrapados por la insistencia del encorvado personaje y seducidos por la curiosidad, aquella que mató al gato, algunos deciden finalmente traspasar las lindes de la enigmática puerta, no sin antes pagar un alto peaje por ello. "Espero que merezca la pena", se escucha decir. "No le quepa la menor duda, caballero", les espeta la engolada voz el ínclito charlatán, escondiendo una sibilina, casi siniestra, sonrisa.
Tras caminar unos segundos en la más profunda oscuridad, los atrevidos curiosos desembocan en el interior de una tienda instalada en la primera de las pistas de la gigantesca carpa, en cuya parte superior del marco de la puerta puede leerse "Sala de los honores".
En un momento de indecisión, sienten sobre sus espaldas la presión de una huesuda mano que les introduce definitivamente en el interior de la tienda. Es el vendedor de ilusiones, el charlatán – rojo - ambulante, con su inconfundible sombrero y su impecable casaca. "Esto que ustedes verán, lo he logrado yo solito. Sin apenas ayuda de nadie". "Bueno, si he de ser sincero, continúa, más bien con la apatía, el desinterés y la indolencia de gran parte de los espectadores y la mayoría de mis colegas. "Pero, bueno, casi mejor, pretendió sentenciar. Ya conocen aquello de que si no colaboran, cuanto menos que no estorben".
Incapaces de reaccionar, los atrevidos curiosos no dan crédito a la imagen que ante sus ojos se ofrece. Sobre un sofá de los conocidos como venecianos, dos figuras fácilmente identificables con Almodóvar y Mac'Namara, se afanan en demostrar las numerosas cualidades que les adornan, como dominadores del "arte de la sodomía". A su alrededor, jaleándoles, un Zerolo cualquiera capitanea una turba de enfervorecidos fans del arte de los Dionisios que, como ejército en las fiestas de moros y cristianos, desfilan en círculo alrededor de sus ídolos, profiriendo gritos entusiastas, cuales "locas" descarriadas, en la celebración del mejor día del orgullo gay, y lésbico, naturalmente.
No bien finalizada la salida del último de los curiosos del impresentable antro, cuando se deja oír una enojada voz que pretende dejar las cosas claras. "Coño, por qué demonios no le cambian el nombre y en vez de honores le llaman horrores, a la jodía sala".
Unos metros mas allá del repugnante espectáculo, en la segunda pista, la central, un numeroso grupo de, lo que parecen, machos cabríos, de retorcidos y puntiagudos cuernos, elevados sobre una construcción a medio finalizar, que vagamente recuerda a la bíblica torre de Babel, se afanan en ponerse de acuerdo expresándose en diversas lenguas que poco o nada tienen en común. En un determinado momento, en que parece que la tensión se eleva, uno de los machos cabríos parece enojarse seriamente. "Joder, a ver si nos dejamos de capulladas y hablamos en cristiano, que aquí no hay Dios que se entienda, carajo".
Los desconcertados curiosos pueden escuchar a sus espaldas la engolada voz del rojo charlatán sacamuelas tratando de instar al grupo discordante a poner paz. "Tiene razón, Montillón. Bien está lo que está bien… para el personal, claro". Su sibilina sonrisa no tiene desperdicios. "Pero, hombre, aquí, y entre nosotros…". Con un aparente gesto de picardía dibujado en su amanerada boca, invita a los estupefactos visitantes a continuar con la visita.
Desplazado el grupo hasta la tercera y última de las pistas, encuentran en ella dos tiendas de características similares a las anteriores, pero de menor tamaño. Dada la dificultad para acoger en una sola a los visitantes, estos son divididos en dos grupos de modo que cada uno de ellos pueda alternar la visita. El primero se introduce en la carpa situada a la izquierda del centro de la pista. Sobre su puerta puede leerse en caracteres árabes, Alianza de Civilizaciones. "Esto promete", se escucha murmurar. “¿Por qué?", se interesa una segunda voz. "Supongo", interviene una tercera, obligando a detenerse por un momento al grupo para volver la mirada "que es por lo que pone sobre la puerta de la otra pequeña carpa": los intereses de las minorías mayoritarias.
Apenas pasados unos minutos cuando del interior de las dos carpas se escuchan sonidos tan contradictorios que provocan el desconcierto en ambos grupos. Del primero de ellos, el de la izquierda, las palabras, desagradables por demás, logran alcanzar en algunos momentos el calificativo de blasfemias. Del segundo, las risas y risotadas que se escuchan son tan aparatosas que podría decirse, sin temor a equivocarse, que alguien, en su interior, ha perdido el juicio.
Finalmente ambos grupos vuelven a coincidir en el pequeño espacio central que separa las carpas. Estos no pueden evitar interrogarse con la mirada. "Chicos" acaba por decir uno de los integrantes del grupo de la izquierda, con evidente signos de contrariedad: "Estos es indignante. Pues no pretende que comprendamos las bondades de eso que llama Alianza de Civilizaciones, mientras ultrajan todos nuestros principios y signos de nuestra civilización. Hasta había un tío parecido al presentador ese cheposo, si, hombre, el vestido de rojo, que se dedica a descolgar crucifijos y morderlos".
Uno de los curiosos que procedía de la segunda de las carpas, la de la derecha, apenas conteniendo la risa, acabó por decir: "Pues lamento lo escuchado. Pero no te preocupes, en cuanto te introduzcas en la otra carpa te aseguro que tu risa superará sin duda a tu mal humor".
Aun sin comprender bien el mensaje recibido y con serias dudas de que pueda haber algo que convierta su claro malestar en una simple sonrisa, el malhumorado visitante se introduce en la segunda de las carpas, seguido de sus habituales acompañantes. En los escasos treinta segundos en que sus ojos han podido captar algunas de las imágenes que se exhiben en el interior y leer algunos de los textos que ilustran estas, parte de los curiosos visitantes comienzan a exhibir abiertas sonrisas que acaban por convertirse en sonoras carcajadas que, como sucediera antes, traspasan las lindes del interior de la carpa. Otros no saben bien si unirse al coro de risas, o llorar.
Sobre pequeños altillos de madera, a modo de escenarios, se exhiben sin pudor algunos "personajes" que a la sombra del ínclito presentador de rojo, a quien en algún momento alguien llamó zp, se afanan en dar vida y carácter a la futura generación de seres alienados. Entre otros, y como modelos destacados, pueden identificarse sin dificultad a Rodolfo Chiquilicuatre y su banda de “elegantes damas”; El Koala con su Corrá “pa pá”; la mini-ministra Aido con su ministerio del aborto y del clítoris. En lugar preferente los más conocidos representantes del sindicato de la ceja muestran con orgullo su eterna pancarta en la que puede leerse: "zp, hermano, te damos la mano… con talón, claro".
A la salida de la carpa, rematando la pequeña muestra exhibida en su interior, un grupo de esperpénticos personajes, difíciles de ser ubicados en ningún lugar de la jungla urbana conocida, se desgañitan interpretando una canción que, salvo uno, el más joven de los visitantes, nadie es capaz de reconocer. “Son las legiones de progres, la guardia pretoriana de ese charlatán de presentador, conocido como zp”, comenta. “Les llaman la generación nini (ni estudio, ni trabajo), cantando su principal y único éxito. Vamos, su himno, Dame pan y llámame tonto”.
Los últimos visitantes que, desolados, abandonan la gigantesca carpa que cobija, entre otros, los tres penosos espectáculos exhibidos, no pueden evitar un escalofrío ante la muestra de repugnante vulgaridad e indecencia que domina todo el interior.
En la puerta, un personaje disfrazado de juez – o no - semejante al juez Garzón, distribuye sentencias que pueden ser adaptadas al gusto del consumidor. A su lado, con su rutinario cántico, el charlatán rojo continúa vendiendo su burda mercancía: pasen y vean señores,… pasen y vean.
Uno de los visitantes, curioso por demás, no puede evitar el preguntar. Oiga, ¿zp, no? Bien, zp, ¿cómo se llama este circo?
El ínclito personaje inicia su respuesta con una desagradable sonrisa, difícil de definir, Creo que se llamaba España. Pero ahora, sentencia, definiendo su sonrisa en un gesto burlonamente macabro, no sabría decirle. Dependerá de quién y para que lo pregunte.

Felipe Cantos, escritor.