14 noviembre 2013

La perversión de don Tancredo Rajoy.


El miserable no tiene otra medicina que la esperanza. Shakespeare.

Hace tiempo que descubrir que una de las formas de abstraerme de este maldito mundo, manejado por indeseables en lo moral y ético, e indigentes en lo intelectual, era la de acercarme con mayor o menor acierto al mundo de las artes en cualesquiera de sus vertientes. En mi caso, en la búsqueda, no siempre lograda, de las musas que me ayudaran a escribir.
Y si bien es cierto que esta necesidad, alejada de cualquier otra más perentoria, debería estar motivada por el simple placer de depositar evocadoras líneas sobre el papel en blanco, en busca de la inspiración que la mínima vocación demanda; la pertinaz realidad de una España en permanente descomposición no me ha permitido alejar mi mirada de ella.
No se trata tanto de hacer críticas, más o menos duras  e intencionadamente constructivas, sobre la cruda realidad que en estos momentos se ensaña con mi país.
Los que durante decenas de años habíamos vivido una España difícil,  pero ilusionante con el futuro que se nos presentaba, hemos de confesar que esta ilusión y esta esperanza están prácticamente agonizantes, acabadas. No tanto por lo que se ha hecho mal, que es mucho e imperdonable,  sino por lo que no se ha hecho, o no se está haciendo.
La gran oportunidad que con enorme generosidad, grandeza y presunta inteligencia el pueblo español depositó en las manos del actual presidente de gobierno español, Mariano Rajoy, otorgándole una mayoría en las urnas como ningún otro presidente obtuviera, ha sido malograda por este sujeto de manera lamentable y, seguramente, irreversible.
Este hombre, quedando muy por debajo del carisma y la talla del  estadista que se le suponía, sumándose a las tesis del “bobo solemne de Rodríguez Zapatero”, como el mismo lo calificó en su momento, ha terminado por destrozar lo poco que aquel había dejado en pie del prestigio y del orgullo de España.
Bien es cierto que la grave crisis económica y financiera que ha sacudido al mundo de manera inmisericorde ha complicado las posibilidades de dar cauces a muchas de las justas reivindicaciones de los ciudadanos de este país, así como de otros tantos. Hecho, por otro lado, que la historia nos demuestra cíclicamente que, sin duda alguna, acabará resolviéndose sí, o sí.
Ello, sin olvidar que el sacrificio, principalmente, ha sido y está siendo de todos los españoles sin distinción de clases sociales, a excepción de la casta política que, mire usted por donde, don Tancredo, no ha recibido la mínima colaboración de usted ni de sus gentes que, muy al contrario, han tardado muy poco en subirse los sueldos y mantenerse las prebendas. ¿Acaso cree el señor Rajoy que todo se le perdonará por haber logrado, que está por ver que así sea, hacer que una cuantas sumas y restas quedaran correctas, con mayor o menor acierto? No, don Tancredo, no todo se resume en conseguir que las cuentas cuadren.
Hay asunto de profundísimo calado en los que el personaje en cuestión, Mariano Rajoy, conocido popularmente como “don Tancredo” no dependían de primas de riesgo, coeficientes de caja, cotizaciones en bolsa, exportaciones, o cifras de paro y similares.
Dejar que las instituciones del estado se hayan pervertido hasta la náusea no se resuelve con acudir todos los días a las subastas de bonos del estado con la intención de colocarlos al mejor postor, al mejor interés y en las mejores condiciones.
La abducción, por no calificarlo de absorción, del poder judicial y el legislativo por el ejecutivo, ha convertido a España en un “bulto sospechoso” de imprevisibles acciones.  
Así nos encontramos que cuanto se prometió en las elecciones ha sido traicionado manera plena e infame. También, que donde se juró una Constitución para defenderla y respetarla, bajo la verdadera realidad de los hechos, ésta está siendo vilipendiada hasta el escarnio, quedando como un viejo libro para el Almacén de los Libros Olvidados de Ruiz Zafón. 
La lista de agravios e incumplimientos por parte de Mariano Rajoy a la Carta Magna sería interminable. Baste resaltar algunos para darnos cuenta de la categoría política, e incluso humana, del “estadista” Rajoy.
Permitir la desaparición de toda autoridad del estado sólidamente representada en el territorio nacional, a favor de los sentimientos nacionalistas más exacerbados, incluso alimentándolos económicamente, sólo cabe calificarlos de incomprensible desatino perverso. De manera especial y directa en Cataluña, y de manera sibilina en Euskadi.
Las acciones y negociaciones realizadas por las cloacas del estado, en relación con el terrorismo, así como la liberación de terroristas y asesinos múltiples, enmarcada en una amnistía descaradamente encubierta por retorcidos legalismos, en los que quedan retratados de manera despreciable todas y cada una de las Instituciones del Estado, incluida la Monarquía, cuanto menos caben calificarlas de infame y vergonzosas.
La falta de persecución de una corrupción sistémica e  institucionalizada, tanto en lo social como en lo económico, profundamente enraizada en los partidos políticos - con el PP y el PSOE a la cabeza – seguida sino sobrepasada por sindicatos e Instituciones del Estado, han convertido al personaje en responsable directo, por acción u omisión, de la dificilísima situación en la que se encuentra España.        
Y todo ello para  perseverarse en el cargo, aferrándose a un pasajero poder todo el tiempo que sea posible. No cabe mayor miseria intelectual.
Con toda seguridad, don Tancredo, el tiempo acabará por colocarle en el lugar que le corresponda por derecho, en el devenir de la historia. Pero puedo asegurarle que en el pensamiento de los ciudadanos y en su propia autoestima este lugar se encontrará enquistado en lo más profundo de las cloacas de su propia conciencia.
Felipe Cantos, escritor.
 

14 junio 2013

Bendita jueza Alaya

 
 
 
 
 
El más grande fruto de la justicia es la serenidad del alma. Epicuro.
 
Llevo mucho tiempo sin poner negro sobre blanco. Razones tan personales como ineludibles me habían retirado temporalmente del mundo del escribidor.
Y digo bien, escribidor. Ya que aún estoy pendiente de que, después de tanto tiempo sin escribir, las musas regresen y retomen su obligación de inspirar, cuanto menos, los dos primeros renglones de textos, digamos,  más creativos.
Mientras tanto me conformaré, y bien que vale la pena, con ejercer de escribidor y tratar de denunciar las atrocidades que se están sucediendo permanentemente en mi pobre país, antes llamado España. 
Bien sabe el Divino que igualmente de lo inevitable de mi retirada temporal, sólo temporal, ha sido mi permanente deseo de regresar cuanto antes a mi faceta de analítico denunciante.  
Aunque mi residencia habitual se encuentra en Bruselas, que tampoco es pecata minuta a efectos de críticas por hacer, no es menos cierto que el mal olor, la pestilencia que nos llega desde mi desvencijada piel de toro es de tal magnitud que resulta insoportable.
Ni tan siquiera es posible eludirla con la utilización de la indolencia y el pasotismo que impera como una moda impuesta por el marianismo más despreciable; aderezado por el “buenismo”, más bien imbecilidad supina, heredado del nunca suficientemente odiado Zapatero.  
Y si bien es cierto que las palabras que uno esgrima puedan parecerles a algunos exageradas, seguramente cambiara inmediatamente de opinión si le recordamos, entre otras, la conocida y nunca bien entendida “trama de los ERES andaluces” o, el caso Bárcenas, sin dejar a nuestro paso los malolientes casos de la familia Pujol, el del Palau de la música catalana, o Bankia y sus preferentes. 
Resulta repugnante hasta la arcada verse, aún en la lejanía, inmerso, como mero espectador claramente perjudicado, por el simple hecho de ser español, con esa asquerosa casta política, con esas ratas que se han adueñado de la voluntad, del dinero y, por ende, de la libertad de los españoles.
En esa perversa pirámide creada por estos delincuentes, que tan siquiera  precisan de guante blanco, se han corrompido todos los cimientos de la sociedad española. En una sola alternativa y sin posibilidad de elegir en listas abiertas a aquellos en quien realmente desearíamos depositar nuestra confianza, nos vemos obligados a elegir cada cuatro años, bajo la presunta honradez de un personaje que la encabeza, una innumerable sarta de indocumentados y paniaguados, carentes, por lo general, de la más mínima formación intelectual y/o cultural. 
Estos, convertidos por mor de los votos en el poder legislativo, elegirán, para mayor gloria de sus intereses bastardos, al poder ejecutivo, para llevar a cabo sus felonías, y al poder judicial, para cubrirse de manera obscena las espaldas.
Sé, perfectamente, que las generalizaciones son injustas por demás. Pero es tal el incontable número de mangantes políticos, o viceversa, y las mareantes cifras que se pueden barajar en todas y cada una de las felonías por estos cometidas, que sólo cabría la posibilidad de salvar a aquellos que avergonzados de tanto mangante suelto, colega suyo, abandonaran las filas de los partidos y se desvincularan de esa casta, si es posible dejando un claro testimonio de denuncia.
De otro modo, y a tenor de la magnitud alcanzada por los delitos cometidos, lo dicho, la denuncia de toda una casta, si es que ofensiva se percibe, de ningún modo es injusta, ni gratuita.
Por ello, reitero mi admiración por la valiente labor realizada por la Jueza Alaya, ejemplo  claro y cabeza visible de ese grupo de jueces, desgraciadamente demasiado pequeño, comprometidos con la verdad y con la justicia. Que sepa que el aliento de todos los que confiamos en la justicia está junto a ella.
Felipe Cantos, escritor.