14 abril 2006

Definitivamente: ¡nos han tomado por cretinos!


A una colectividad se la engaña mejor que a un hombre. Pío Baroja.

Es posible que la inmensa mayoría de los españoles, embebidos en el quehacer diario e, incluso, deseosos de que esta maldita historia de eta termine de una vez – utilizando la máxima de zp, “como sea” -haya recibido la noticia del indescifrable “alto el fuego permanente” como una buena noticia. Pero no lo es.
Y no lo es porque, si bien la noticia como tal podría ser aceptada, sin más, como algo positivo, se da la circunstancia que es el resultado de un cúmulo de despropósitos que ha dejado a media España en la cuneta política, y dejará al resto en la cuneta de la justicia social.
A poco que se reflexione sobre los datos y acontecimientos de lo sucedido desde el doloroso 11 de marzo del 2004, y el lamentable 14 de marzo de ese mismo año, es fácil llegar a la conclusión de que el gobierno zp y sus acólitos de los partidos periféricos nacionalistas están consiguiendo llevar sus maquiavélicos planes a buen puerto. Finalmente habrá que reconocer que, aunque indeseables, no son tan estúpidos como parecían.
La tragedia de doscientos muertos, que encumbró a zp a un poder al que jamás hubiera soñado llegar, junto con los acuerdos de Perpignan, fueron el inicio de la deliberada decadencia de una sociedad que, pensando más con el corazón, por no señalar otro lugar de nuestra anatomía, que con la cabeza, no termina de reaccionar. Dejando al margen la situación de “no gobierno” de este ejecutivo, ocupado en abrir constantemente frentes de confrontación, hemos de asumir que en el fondo de sus objetivos subyace la idea de una nueva España, a imagen y semejanza de la soñada por zp, y su irreprimible ambición de perpetuarse en el poder, también, “como sea”.
A lo largo de mi vida he aprendido que existen pocas casualidades. Pero si se da alguna, seguro que esta no será en la política. De manera que repasando cronológicamente todo lo sucedido en la política española desde hace algo más de dos años, podremos llegar a la conclusión de que todo estaba preparado y dependía, únicamente, del “buen hacer” de zp:
a) Reunión de Carod-Rovira con miembros de eta. Nada transcendió de lo hablado en aquella reunión, pero los acontecimientos posteriores van marcando pautas y dejando claro el contenido de aquella reunión.
b) Los terribles atentados de Madrid, aún hoy sin aclarar quién lo hizo, y la obsesión por desviar la definitiva participación y la responsabilidad de eta en ellos, por la rotunda negativa del gobierno a investigar lo sucedido, junto con la perversa manipulación del 14 de marzo, dejan evidentes sospechas en el aire.
c) El cambio de tendencia del psoe y sus alianzas “contranatura” con los nacionalistas, allí donde haya sido posible.
d) Defensa a ultranza de zp/psoe, de sus acuerdos con erc, y posteriormente con ciu, pese a los mil inconvenientes surgidos a lo largo de lo que llevamos de legislatura.
e) Obsesión por sacar adelante, “como sea”, el impresentable estatuto/constitución, inicio de una clara desigualdad entre los españoles, y de una más loca carrera de peticiones independentistas que no se saben donde acabarán.
f) Y, por último, aunque seguramente no lo último, la esperada oferta de eta, justamente horas más tarde de que fuera un hecho la aprobación del estatuto catalán en el que se reconoce a Cataluña como nación. Claro prolegómeno de lo que esperan conseguir los separatistas vascos.
Probablemente me dejo algo en el tintero. Pero a buen seguro que la cadencia de los hechos reflejados muestra con toda claridad que para alcanzar el poder y perpetuarse en él es imprescindible una falta de escrúpulos sin límites.
De modo que no entiendo muy bien la alegría percibida por el anunciado “alto el fuego permanente”. Por cierto ¿qué se entiende por permanente? ¿De quién depende la permanencia?
Lo cierto es que nada ha cambiado en este lamentable asunto. El propio zp ya se ha encargado de avisarnos de que las negociaciones, seguramente ya acordadas en algún momento de la cronología que acabo de exponerles, serán “duras, difíciles y largas”. Especialmente largas, añado yo.
Pero mientras tanto, y sin que tan siquiera conozcamos, aunque lo imaginemos, las contraprestaciones que habrá que pagar a eta, el ínclito zp asentará sus reales en el sillón de la Moncloa, apoyado por la reflexión y el voto de los “tiernos corazones españoles”, que no por sus equilibrados cerebros.
Les aseguro que en el fondo no logro entender nada de lo que ha sucedido y está sucediendo. Es verdad que en este mundo todo cambia, y que la España que hemos conocido hasta ahora no puede ser una excepción. Pero el problema radica en que los cambios, si han de ser, se produzcan con el mayor consenso posible entre todos los españoles, y no de la mano de un iluminado, bajo la amenaza de las pistolas, aunque estas se oculten bajo la mesa.
Llegar a esta situación, después de sufrir el terrorismo durante más de sesenta años, sin garantías alguna de que se ha terminado, y con cerca de mil muertos, es un sarcasmo que sólo me inspira a decir: “zp, para este viaje no había hecho falta alforja alguna. Cualquier “tuercebotas”, rendido al enemigo, hubiera obtenido, hace muchos años, los mismos resultados que cabe esperar de esta situación”. Pero, por favor, no nos tomes por cretinos”.

Felipe Cantos, escritor.

La cruel realidad del espejo. La dulce compensación de mi pequeño/gran amor.

Esta mañana, aún adormilado y con las neuronas todavía amotinadas en el interior de mi cavidad craneal, incapaz de coordinar pensamiento alguno que pudiera tener mayor coherencia que los imposibles caprichos y desvaríos de un nonato - cosa, en mi, por otro lado absolutamente normal desde que me conozco y para lo que preciso unos minutos de reactivación - decidí cumplir con la desagradable misión de todos los días de hacerle frente al espejo. No sé vosotros, pero a mi ese artilugio, inventado sin duda por el diablo para extraer lo peor de nosotros – sea por exceso o por defecto – es el enemigo público número uno del ser humano. No hay nada más malvado que como él, pretendiendo ser generoso, nos seduce con sus sutiles y sugerentes comentarios a nuestro favor para amparar el ego que todos llevamos dentro cuando nos encontramos “guapos”; ni tampoco hay nada más cruel que los silenciosos comentarios que de él se desprenden cuando nos muestra la parte menos vistosa de nuestra verdadera cara. Yo, en esas ocasiones, tengo la sensación de que en alguna parte de su brillante y lisa superficie se dibuja una mueca de morbosa ironía.
Sin embargo, la pelea de esta mañana con el malvado chisme, siempre dispuesto a estropearte el día, como parece ser su sacrosanta misión, sobrepasó todos los límites establecidos entre dos enemigos irreconciliables, pero, hasta hoy, respetuosos con el protocolo. Frente a él me encontré bostezando y tratando de limpiar a conciencia las horribles huellas dejadas por el reparador sueño: ojos pesados y algo legañosos; restos en la comisura de los labios de una digestión mal administrada; nariz congestionada por los excedentes de un catarro no terminado de resolver; cabello, el poco que queda naturalmente, descabalgado, ralo y tieso como escarpias incapaces de negociar un acuerdo de mínimos con el peine enemigo y, para colmo, alguna nueva arruga en la frente y los laterales que configuran la boca y que otorgaban un aspecto desconocido a ese rostro que se encontraba frente a mi, con clara vocación de cascanueces alemán, mirándome con la misma expresión de estupefacción que imagino yo le miraba.
Tuve que hacer un enorme esfuerzo por reconocer quién demonios se encontraba delante de mí impidiendo que me viera en la plateada superficie. ¡Aquella avejentada cara era la de una persona mayor! Incrédulo miré una y otra vez a mi alrededor tratando de encontrar la persona a la que pertenecía. Fue inútil. Allí, en mi cuarto de baño no había nadie más que yo. Os aseguro que por unos instantes me embargó el pánico. ¿Cómo demonios había llegado hasta allí aquel desconocido ser que, por otro lado, a diferencia de los vampiros que estando su cuerpo ellos no están en el espejo, de este no estaba su cuerpo pero si imagen? Nervioso, me moví de izquierda a derecha y viceversa, di dos o tres pasos en ambas direcciones, salté todo lo que pude tratando de superar aquella imagen y ver como la mía, o alguna parte de ella, aparecía detrás de la irreconocible figura que se hallaba ante mí, al otro lado del espejo.
Pero fue inútil, aquello, fuera quien fuera, o fuese lo que fuese, no sólo no desaparecía sino que me acompañaba en mis piruetas con tal precisión que me impidieron salir de detrás de ella. Cuando el pánico iba en aumento una dulcísima vocecita me obligó a detener mi bailoteo. “¿Qué haces, papi? Pareces Tarzán de los monos”, dijo con toda naturalidad. Era la pequeña Irina que, desde sus escasos cuatro palmos de altura, correspondiente cada uno de ellos a un año, me observaba, divertida, mirando hacia arriba. “Cariño”, le respondí. “Estoy tratando de encontrarme en el espejo, pero ese hombre feo de ahí se ha puesto delante y no puedo verme”. “Papi”, volvió a responder con su inigualable vocecita: ese señor eres tú. ¡Y no es feo!”, gritó como quien lanza una consigna llena de reivindicaciones. La levanté sin ninguna dificultad y abrazándola casi hasta ahogarla le di dos sonoros besos en cada una de sus mejillas para dejarla nuevamente en el suelo. “Gracias, papi, te quiero”, dijo mientras tal y como había aparecido volvía a esfumarse con esa maravillosa sonrisa de inocencia dibujada en su rostro. “Gracias a ti, mi vida, y yo más”, le respondí, mientras a duras penas pude ocultarle una pequeña y enternecedora lágrima.
Horas después, sereno, me reía de mi mismo ante lo sucedido. ¡Claro que la pequeña Irina tenía toda razón! Tampoco podía ser de otro modo. Tal vez, lo sucedido, me ayude a reconocerme con mayor atención todos los días. Tenemos la debilidad de observar en los demás aquellos rasgos de envejecimiento que no somos capaces de descubrir en nosotros mismos. Y aunque la salud te respete, como es mi caso hasta la fecha, ¡toco madera!, permitiéndome, gracias principalmente al deporte y a una actitud lo más juvenil posible, mantener una forma física ciertamente agradecida, llegando a sentir en mí un sorbo de esa fuente de la eterna juventud, creo que periódicamente hemos de frenar esos impulsos que en ocasiones nos hacen olvidar que los dieciocho años quedaron atrás hace mucho tiempo y, aprovechando la grandeza de este maravilloso momento, mirar en nuestro interior, en donde, sin duda, se encuentra lo más valioso de nosotros mismos, y en el reconocimiento positivo y cariñoso que de nosotros hacen quienes bien nos quieren.
Hasta la próxima, querido lector/a internauta.

Felipe Cantos, escritor.

05 abril 2006

Demasiado espacio en nuestros armarios.


Un hombre “íntegro” no es el que elimina de sí mismo las contradicciones, sino aquel que las utiliza y las arrastra consigo.

Soy plenamente consciente de que el fondo de este artículo conseguirá que nadie se mantenga indiferente. Sé, perfectamente, que unos lo apoyaran de pleno y otros, los más directamente afectados, lo reprobaran. Es igual. Hace mucho tiempo que llegué a la conclusión de que, pese a lo incómodo que pueda resultar en algunos momentos, no hay otro modo de poder entendernos que llamando a las cosas por su nombre.
De modo que, después de una larga reflexión, debo confesar que me encuentro sorprendido por el cariz que comienzan a tomar determinadas cuestiones en esta cotidiana vida nuestra. Resulta que durante toda nuestra vida, al menos con la que yo cuento, que no es poca, las actitudes, o los comportamientos de cada uno de nosotros se regían por ciertas normas aprendidas, las más, e impuestas algunas. Admito que no siempre correctas, tanto las unas, como, indiscutiblemente, las otras. Pero, cuanto menos, no dejaba de tener su ventaja: saber en cada momento “donde te encontrabas”.
Ahora, sin embargo, todo lo que parecía ser ha dejado de serlo, y aquello que nunca fue se ha convertido en dogma de fe. Para los que profesen, naturalmente, esa nueva religión que yo he dado en llamar “exhibicionista”.
Y no digo yo que, en esta imparable evolución que se ha impuesto a sí mismo el ser humano, no haya llegado la hora de que se produzcan cambios determinantes que transformen el fondo de toda su existencia, obligándole a cuestionarse los valores con los que hasta ahora había conseguido salir adelante, todo sea dicho de paso, más mal que bien. Pero tal vez resultara más razonable que antes de definir de manera tan rotunda las líneas maestras de lo que parece que será el modelo de sociedad al que vamos abocados, o van abocadas las nuevas generaciones, no perdiéramos de vista las que han sido nuestras señas de identidad hasta ahora.
Hace algunas semanas, en esta misma columna, reflexionaba sobre la adopción, llegando a la conclusión de que por encima de cualquier otra razón, la mayoría de ellas se realizaban, y realizan, bajo el signo del egoísmo, tratando de cubrir ciertas necesidades, o carencias biológicas en la pareja, emocionalmente agravadas de manera notable en la mujer. Que el tener hijos para muchos de nosotros se había convertido en un objetivo más, y no el primero, entre las prioridades de las parejas. Lo que provocaba, en más de un caso, que se llegara al “deseo” de la maternidad con “el arroz pasado”, en la mujer, y en el hombre, con la aspiración sedada.
Aún más lamentable es comprobar que pocas veces, muy pocas, las adopciones son motivadas por la generosidad y el altruismo o, en el peor de los casos, por la caridad. Llegando en demasiadas ocasiones a convertirse, por principio, en una aspiración más social que emocional. Se comienza por la unión, de hecho o derecho, se continúa por la casa - a ser posible en urbanización de cierto nivel -, para proseguir con el coche - naturalmente de marca de prestigio - y, entonces, sólo entonces, consideramos que le ha llegado la hora al bebé.
Pero, si lamentablemente por la vía natural no fuera posible, la solución se presenta sumamente fácil: acudir a la vía de la adopción, previa consulta en el catálogo correspondiente, igual que hicimos con la casa y el coche, sin importarnos en exceso de donde provenga el “bebé objeto”.
Lo cierto es que si establecemos que la presencia de un bebé, siempre tierna y emotiva, sea simplemente uno más de nuestros “caprichos” a cumplir, no un deseo fuertemente arraigado, estaremos cometiendo un grave error. Naturalmente que es encomiable el establecer entre nuestros deseos más íntimos la mejor de las situaciones afectivas en nuestro entorno. Pero nunca como un objetivo más. O nace de manera espontánea en la propia inercia de nuestra realidad personal, o su fracaso estará cantado.
Pues bien, en ese orden de cosas, en esa línea de comportamiento social, la degeneración de los principales valores, principalmente atrapados por ese enorme egoísmo que lo impregna todo, se están realizando acciones y conformando derechos y obligaciones que, aunque en ocasiones injustamente menospreciados, están consiguiendo socavar los cimientos más sólidos de nuestra sociedad.
De todos ellos, la homosexualidad, junto con la ya denunciada adopción, se ha convertido, desde la perspectiva de lo emocional, en elemento primordial para alcanzar el objetivo final de descomponer una sociedad como hasta ahora la habíamos entendido.
Las relaciones íntimas se ha convertido en una enrevesada gama de intereses prácticos, ajenos por completo a la natural relación única entre dos, o más seres. Así, por ejemplos, no logro entender de otro modo la relación homosexual, sin el elemental componente sexual, factor base de su atracción.
Soy plenamente consciente que, en principio, no es diferente en la relación heterosexual. Pero mientras que en esta última existe un “algo más” de cara al futuro de esa pareja, y del resto de la sociedad en su conjunto; en la relación homosexual todo comienza y acaba en el mismo punto. Y en él es donde yo aprecio con toda claridad ese egoísmo que nos lleva a considerar que mientras yo consiga mis objetivos del modo que sea, lo demás no cuenta.
Vaya por delante mi más absoluto respeto, y en algunos casos admiración, por quienes formando parte de ese colectivo siempre mostraron su natural inclinación con absoluta autenticidad y discreción. Jamás será reprochable quien, pareciendo ser lo contrario de lo que es, trate de reivindicar y reclamar su verdadero yo, y un lugar entre nosotros. No puede ser culpable, de nada, quien sintiéndose incómodo en su piel intente hacer ver a los demás y especialmente a sí mismo, la verdadera dimensión de su personalidad.
Como escritor siento cierta debilidad por todos aquellos seres que muestran sensibilidad en el desenvolvimiento habitual de sus vidas. Por ello no me duelen prendas confesar, sin pudor alguno, tener buenos amigos entre quienes se encuentran a caballo entre “ellos y ellas”. Pero esa debilidad es especial por los homosexuales, cuando ponen al descubierto su lado más femenino. Creo que la naturaleza les ha compensado sus desequilibrios hormonales con grandes dosis de esa imprescindible sensibilidad. No es casual que, a lo largo de la historia, una gran parte de quienes han aportado algo interesante al mundo de la creación hayan sido homosexuales. Sin embargo, como en el caso anterior de las adopciones, todo aquello que va encaminado a la exhibición, en algunos casos rayando la ostentación, me repugna.
Soy sumamente respetuoso con quienes sienten de manera tan distinta al común de los mortales. Pero no lo soy tanto con el exhibicionismo del que han venido haciendo gala en los últimos años el colectivo gay. No creo que para que se te reconozca sea necesario hacer ostentación de aquello que te hace diferente de los demás. Como no lo creería en el caso de que se crearan asociaciones para “presumir” de ser los más ricos, los más guapos, los más altos, los más gordos, los más feos, o vaya usted a saber. Incluso los más machos. ¿Por qué no?
Por ello, si les pediría que, cuanto menos, reconozca y comprenda que a muchos de nosotros nos cueste un cierto esfuerzo entender el reconocimiento de esa igualdad plena que tanto reclaman. Entre otras muchas razones, amén de las jurídicas, políticas, sociales o de cualquier otra índole, por la más elemental razón biológica: sin la aportación de los heterosexuales su propia “especie” hace mucho tiempo que se hubiera extinguido. Incluso hoy, pese a contar con los enormes adelantos científicos que les podrían permitir la “re-producción” a la carta, no está nada claro que pudiera sobrevivir con facilidad. Especialmente en el terreno de lo afectivo. ¿Quién les garantizaría que el nuevo ser “fabricado” sería como ellos? Claro que siempre cabría la posibilidad de “educarlo”. Pero, entonces, ¿dónde estarían las diferencias éticas y morales de las que se han sentido desposeídos y por las que durante tantos años han luchado?
Pese a todo, a uno no le queda otra opción que admitir que el poder del lobby gay se ha desarrollado de manera espectacular en la práctica totalidad de todas las facetas de nuestra existencia, y a lo largo y ancho del planeta, convirtiéndose, por mor de su status económico y social, en una fuerza de indiscutible influencia. Hoy es moneda de curso legal encontrar segmentos completos de la actividad mercantil dirigidos específicamente al mundo gay. Y cuanto más selecta sea la oferta, más posibilidad tiene esta de triunfar.
No deseo abrumarles con mis reflexiones hasta el punto de aburrirles. De manera que sólo comentaré dos detalles que en los últimos años han conseguido llamar poderosamente mi atención. El primero, en contra de cuanto sucedía antes, es el enorme magnetismo, la magia que provocan los gays en la actualidad. Es difícil encontrar una sola actividad, de manera especial en el mundo de las artes, en el gastronómico, o en el del espectáculo, en la que no formen cabecera de cartel. Uno tiene la sensación de que su presencia es garantía de éxito. A veces pienso que se debería llevar adelante el consejo de un buen amigo cuando decía: “si quieres que las cosas te vayan bien, pon un gay en tu vida”.
La segunda, es mostrarle mi sorpresa por la enorme cantidad de personas a las que creía conocer bien, pese que, al parecer, se encontraban en “el interior del armario”. Sin alejarme demasiado de mi entorno más cercano la cifra en estos últimos años superaría con facilidad los dos centenares de nuevos adscritos a la causa. Debe ser tanto el espacio dejado en “esos armarios” que, si los heterosexuales nos viéramos en la necesidad de ocuparlos nos sería sumamente difícil localizarnos en su interior.

Felipe Cantos, escritor.










¿Existe realmente la generosidad sin interés?


Todos los altruismos fecundos de la naturaleza se desarrollan de una forma egoísta. El altruismo humano que no es egoísta es estéril. Marcel Proust.

Desde hace tiempo vengo en reflexionar sobre la verdadera dimensión de lo que entendemos por generosidad. Y pese a los miles de ejemplos que se me pudieran dar desde que el hombre - y la mujer, no vaya a ser que se me enfaden los “Ibarreche” de turno – pusiera el pie sobre este maltratado planeta, hay una cierta deformación, probablemente inconsciente, pero real, del verdadero significado de la palabra “generosidad”.
De modo que en base a sensatas polémicas mantenidas con los más allegados, y algunos no tan allegados, pero siempre interesados en darle vida a esta “filosofía de bolsillo”, hemos podido llegar a conclusiones como la que supone el enquistamiento de diversos conceptos y la, a mi entender, falsas y manipuladas interpretaciones que se hacen de ellos, como pueda ser el caso de la generosidad.
Si bien es cierto que siempre será admirable el comprobar como determinadas personas a lo largo de su vida realizan de manera constante acciones a favor de otros, aparentemente sin ninguna otra intención que la de ayudar y ser generosos con el necesitado, no es menos cierto que cuando profundizamos en estas personas, que por fortuna son legión, descubrimos en su interior una variada y sorprendente gama de ambiciones.
Naturalmente, salvo excepcionales y desafortunados casos, esta ambición no esta canalizada, por lo general, hacia valores materiales que pudieran compensarles de tan arduos y sacrificados trabajos. Pero si, en su mayoría, a compensar determinadas carencias íntimas que, por las razones que puedan ser propias en cada uno de ellos, precisan para continuar con sus vidas y, esto es lo más importante, darles algún significado a la misma.
La lista sería interminable. Desde cooperantes en las ong, hasta los misioneros en los lugares más remotos de la tierra, pasando por los más habituales, pero no por ello menos valorables voluntarios de cualquier asociación civil, como la Cruz Roja, o la Media Luna.
Debo decir, sin temor a equivocarme, que en el fondo de todos ellos subyace otro tipo de interés. Un “egoísmo” mucho más fuerte que el de cualquier otro ser, que les hace superar, a aquellos que consiguen alcanzarlo, objetivos que se nos escapan al común de los mortales.
Naturalmente que existen casos en los que la motivación viene dada por incentivos encomiables, pero de menor calado. ¿Quién no conoce algún joven, y no tan joven aventurero que se afilia a cualquier ong o asociación benéfica con el único objetivo de viajar un poco más, dadas, generalmente, sus limitadas posibilidades. Techo, comida y una previsibles nuevas experiencias, bien pueden compensar el sacrificio de unos meses, especialmente los de las vacaciones de verano, en aquel exótico lugar al que de otro modo jamás hubiera podido ir.
Sin embargo, he de admitir en estos un sentido de la generosidad mucho mayor del que cabría esperar de los grandes ejemplos que se nos han ofrecido a lo largo de la historia. Pues si bien es cierto que la magnitud de lo realizado por estos últimos es incuestionablemente de valiosa, no es menos cierto que las motivaciones que las sustentan son, para este que escribe, sumamente “egoístas”.
Por lo general, el joven, y en ocasiones no tan joven aventurero, todo lo que pretende a cambio de su sacrificio es, en principio, ayudar en lo que pueda, además de una obtener nuevas experiencias; algo de aventura; encontrar nuevas amistades; conocer lugares, habitualmente inaccesibles para él en condiciones normales y, si resta algo, el pequeño reconocimiento de quienes reciben su ayuda.
Sin embargo para el abnegado y generoso ser que entrega su vida a la causa de los más necesitados, nada de eso sería suficiente si, aun prescindiendo del reconocimiento que pudiera darle toda una sociedad, no buscara el cielo que su religión le ha prometido. Y si bien es encomiable el desarrollo de tal actividad, no es menos cierto que, desde el aspecto meramente reflexivo, no cabe mayor ambición en la vida de un ser humano que la de alcanzar el cielo o, nunca mejor dicho, la gloria.
En modo alguno estoy cuestionando el indiscutible valor de esa “generosidad” y, sobre todo, los enormes resultados que supone para los que la necesitan. Pero sería injusto decir que estos abnegados seres nada esperan de su sacrificada labor, y no admitir que las razones que inspiran, fundamenten y apoyan decisiones de tal calado, están provocadas por una ambición suprema: alcanzar el cielo junto a su Dios. Aspiración que, únicamente, pueden darse en personas que hayan sido tocadas por ese ambicioso rayo de inspiración divina.
Mantener que sólo su generosidad les motiva es, cuanto menos, incorrecto. Es más, como para tantas otras actividades de la vida, hay que estar hecho de una “pasta” especial que no sólo les permita superar con facilidad las múltiples dificultades que van ha encontrar en el desarrollo de su proyecto, sino, aún más, ¡que disfruten con ellas!
De otro modo, como nos sucede al común de los mortales, les sería muy difícil, yo diría que imposible, mantenerse en pie para llevar a cabo hazañas de tal magnitud.
Reflexión aparte merece la, esta si, injustificada gloria terrenal, ganada por los personajes populares, que no importantes, que deambulan por el universo de las estrellas del espectáculo, encabezada por las denominadas “estrellas del pop”. Es casi un insulto a la mínima inteligencia la farsa montada por estos “generosos artistas”, en sus espectaculares macroconciertos, a favor de los desheredados de la tierra.
Por citar algunos casos, pues la lista sería interminable, los internacionales “Bono” (U2), Sting y otros similares; y los no tan internacionales, pero no por ello menos significados, Ana Belén, Víctor Manuel, Miguel Ríos, o Miguel Bosé, entre otros, todos ellos antisistema, antiglobalización y antitodo, intentan dar la sensación de que se encuentran junto a estos desheredados y enfrentados seriamente a los poderes establecidos, sean estos políticos o sociales.
Sin embargo, la realidad es muy otra, pues si bien es cierto que durante los conciertos y otros actos parecen identificarse con quienes dicen defender, lo cierto es que antes y después conviven y departen con absoluta normalidad con sus “enemigos”. Y lo hacen desde la comodidad de sus inigualables residencias, desde los hoteles de lujo en los que se hospedan antes de los conciertos, o en las dependencias institucionales, con mesas bien dispuestas por esos “enemigos” a los que, cínicamente, criticaran durante sus espectáculos. Qué verdad tan grande es esa máxima acuñada hace ya muchos años y que pone en evidencia a todos estos personajes: “Hacen más los pobres y desheredados de la tierra por las estrellas del pop, que las estrellas del pop por los pobres y desheredados de la tierra”.
De modo que hemos de ser muy prudentes cuando nos atrevamos a hablar de generosidad en su sentido más amplio. Es evidente que desde el más discreto cooperante, que se conforma con casa, comida y algo de aventura, pasando por las estrellas del pop, que, generalmente, sólo buscan la notoriedad y alcanzar los puestos más altos en las listas de los “hit-parade”, hasta los más significados ejemplos de entrega y abnegación por los demás, tal vez los más ambiciosos, pues su objetivo es alcanzar el cielo y estar junto a Dios, la generosidad es algo que no se practica de forma realmente altruista. Todos, comenzando por mi, esperamos ver recompensado de un modo u otro cualquier gesto de generosidad que tengamos con los demás. No tratemos de engañarnos. Cuando realizamos un acto de generosidad lo hacemos tanto más por nosotros mismos, como por los demás. Aunque sólo sea la espera de la devolución de un cariñoso beso dado al más pequeño de nuestros hijos.

Felipe Cantos, escritor.