05 abril 2006

Demasiado espacio en nuestros armarios.


Un hombre “íntegro” no es el que elimina de sí mismo las contradicciones, sino aquel que las utiliza y las arrastra consigo.

Soy plenamente consciente de que el fondo de este artículo conseguirá que nadie se mantenga indiferente. Sé, perfectamente, que unos lo apoyaran de pleno y otros, los más directamente afectados, lo reprobaran. Es igual. Hace mucho tiempo que llegué a la conclusión de que, pese a lo incómodo que pueda resultar en algunos momentos, no hay otro modo de poder entendernos que llamando a las cosas por su nombre.
De modo que, después de una larga reflexión, debo confesar que me encuentro sorprendido por el cariz que comienzan a tomar determinadas cuestiones en esta cotidiana vida nuestra. Resulta que durante toda nuestra vida, al menos con la que yo cuento, que no es poca, las actitudes, o los comportamientos de cada uno de nosotros se regían por ciertas normas aprendidas, las más, e impuestas algunas. Admito que no siempre correctas, tanto las unas, como, indiscutiblemente, las otras. Pero, cuanto menos, no dejaba de tener su ventaja: saber en cada momento “donde te encontrabas”.
Ahora, sin embargo, todo lo que parecía ser ha dejado de serlo, y aquello que nunca fue se ha convertido en dogma de fe. Para los que profesen, naturalmente, esa nueva religión que yo he dado en llamar “exhibicionista”.
Y no digo yo que, en esta imparable evolución que se ha impuesto a sí mismo el ser humano, no haya llegado la hora de que se produzcan cambios determinantes que transformen el fondo de toda su existencia, obligándole a cuestionarse los valores con los que hasta ahora había conseguido salir adelante, todo sea dicho de paso, más mal que bien. Pero tal vez resultara más razonable que antes de definir de manera tan rotunda las líneas maestras de lo que parece que será el modelo de sociedad al que vamos abocados, o van abocadas las nuevas generaciones, no perdiéramos de vista las que han sido nuestras señas de identidad hasta ahora.
Hace algunas semanas, en esta misma columna, reflexionaba sobre la adopción, llegando a la conclusión de que por encima de cualquier otra razón, la mayoría de ellas se realizaban, y realizan, bajo el signo del egoísmo, tratando de cubrir ciertas necesidades, o carencias biológicas en la pareja, emocionalmente agravadas de manera notable en la mujer. Que el tener hijos para muchos de nosotros se había convertido en un objetivo más, y no el primero, entre las prioridades de las parejas. Lo que provocaba, en más de un caso, que se llegara al “deseo” de la maternidad con “el arroz pasado”, en la mujer, y en el hombre, con la aspiración sedada.
Aún más lamentable es comprobar que pocas veces, muy pocas, las adopciones son motivadas por la generosidad y el altruismo o, en el peor de los casos, por la caridad. Llegando en demasiadas ocasiones a convertirse, por principio, en una aspiración más social que emocional. Se comienza por la unión, de hecho o derecho, se continúa por la casa - a ser posible en urbanización de cierto nivel -, para proseguir con el coche - naturalmente de marca de prestigio - y, entonces, sólo entonces, consideramos que le ha llegado la hora al bebé.
Pero, si lamentablemente por la vía natural no fuera posible, la solución se presenta sumamente fácil: acudir a la vía de la adopción, previa consulta en el catálogo correspondiente, igual que hicimos con la casa y el coche, sin importarnos en exceso de donde provenga el “bebé objeto”.
Lo cierto es que si establecemos que la presencia de un bebé, siempre tierna y emotiva, sea simplemente uno más de nuestros “caprichos” a cumplir, no un deseo fuertemente arraigado, estaremos cometiendo un grave error. Naturalmente que es encomiable el establecer entre nuestros deseos más íntimos la mejor de las situaciones afectivas en nuestro entorno. Pero nunca como un objetivo más. O nace de manera espontánea en la propia inercia de nuestra realidad personal, o su fracaso estará cantado.
Pues bien, en ese orden de cosas, en esa línea de comportamiento social, la degeneración de los principales valores, principalmente atrapados por ese enorme egoísmo que lo impregna todo, se están realizando acciones y conformando derechos y obligaciones que, aunque en ocasiones injustamente menospreciados, están consiguiendo socavar los cimientos más sólidos de nuestra sociedad.
De todos ellos, la homosexualidad, junto con la ya denunciada adopción, se ha convertido, desde la perspectiva de lo emocional, en elemento primordial para alcanzar el objetivo final de descomponer una sociedad como hasta ahora la habíamos entendido.
Las relaciones íntimas se ha convertido en una enrevesada gama de intereses prácticos, ajenos por completo a la natural relación única entre dos, o más seres. Así, por ejemplos, no logro entender de otro modo la relación homosexual, sin el elemental componente sexual, factor base de su atracción.
Soy plenamente consciente que, en principio, no es diferente en la relación heterosexual. Pero mientras que en esta última existe un “algo más” de cara al futuro de esa pareja, y del resto de la sociedad en su conjunto; en la relación homosexual todo comienza y acaba en el mismo punto. Y en él es donde yo aprecio con toda claridad ese egoísmo que nos lleva a considerar que mientras yo consiga mis objetivos del modo que sea, lo demás no cuenta.
Vaya por delante mi más absoluto respeto, y en algunos casos admiración, por quienes formando parte de ese colectivo siempre mostraron su natural inclinación con absoluta autenticidad y discreción. Jamás será reprochable quien, pareciendo ser lo contrario de lo que es, trate de reivindicar y reclamar su verdadero yo, y un lugar entre nosotros. No puede ser culpable, de nada, quien sintiéndose incómodo en su piel intente hacer ver a los demás y especialmente a sí mismo, la verdadera dimensión de su personalidad.
Como escritor siento cierta debilidad por todos aquellos seres que muestran sensibilidad en el desenvolvimiento habitual de sus vidas. Por ello no me duelen prendas confesar, sin pudor alguno, tener buenos amigos entre quienes se encuentran a caballo entre “ellos y ellas”. Pero esa debilidad es especial por los homosexuales, cuando ponen al descubierto su lado más femenino. Creo que la naturaleza les ha compensado sus desequilibrios hormonales con grandes dosis de esa imprescindible sensibilidad. No es casual que, a lo largo de la historia, una gran parte de quienes han aportado algo interesante al mundo de la creación hayan sido homosexuales. Sin embargo, como en el caso anterior de las adopciones, todo aquello que va encaminado a la exhibición, en algunos casos rayando la ostentación, me repugna.
Soy sumamente respetuoso con quienes sienten de manera tan distinta al común de los mortales. Pero no lo soy tanto con el exhibicionismo del que han venido haciendo gala en los últimos años el colectivo gay. No creo que para que se te reconozca sea necesario hacer ostentación de aquello que te hace diferente de los demás. Como no lo creería en el caso de que se crearan asociaciones para “presumir” de ser los más ricos, los más guapos, los más altos, los más gordos, los más feos, o vaya usted a saber. Incluso los más machos. ¿Por qué no?
Por ello, si les pediría que, cuanto menos, reconozca y comprenda que a muchos de nosotros nos cueste un cierto esfuerzo entender el reconocimiento de esa igualdad plena que tanto reclaman. Entre otras muchas razones, amén de las jurídicas, políticas, sociales o de cualquier otra índole, por la más elemental razón biológica: sin la aportación de los heterosexuales su propia “especie” hace mucho tiempo que se hubiera extinguido. Incluso hoy, pese a contar con los enormes adelantos científicos que les podrían permitir la “re-producción” a la carta, no está nada claro que pudiera sobrevivir con facilidad. Especialmente en el terreno de lo afectivo. ¿Quién les garantizaría que el nuevo ser “fabricado” sería como ellos? Claro que siempre cabría la posibilidad de “educarlo”. Pero, entonces, ¿dónde estarían las diferencias éticas y morales de las que se han sentido desposeídos y por las que durante tantos años han luchado?
Pese a todo, a uno no le queda otra opción que admitir que el poder del lobby gay se ha desarrollado de manera espectacular en la práctica totalidad de todas las facetas de nuestra existencia, y a lo largo y ancho del planeta, convirtiéndose, por mor de su status económico y social, en una fuerza de indiscutible influencia. Hoy es moneda de curso legal encontrar segmentos completos de la actividad mercantil dirigidos específicamente al mundo gay. Y cuanto más selecta sea la oferta, más posibilidad tiene esta de triunfar.
No deseo abrumarles con mis reflexiones hasta el punto de aburrirles. De manera que sólo comentaré dos detalles que en los últimos años han conseguido llamar poderosamente mi atención. El primero, en contra de cuanto sucedía antes, es el enorme magnetismo, la magia que provocan los gays en la actualidad. Es difícil encontrar una sola actividad, de manera especial en el mundo de las artes, en el gastronómico, o en el del espectáculo, en la que no formen cabecera de cartel. Uno tiene la sensación de que su presencia es garantía de éxito. A veces pienso que se debería llevar adelante el consejo de un buen amigo cuando decía: “si quieres que las cosas te vayan bien, pon un gay en tu vida”.
La segunda, es mostrarle mi sorpresa por la enorme cantidad de personas a las que creía conocer bien, pese que, al parecer, se encontraban en “el interior del armario”. Sin alejarme demasiado de mi entorno más cercano la cifra en estos últimos años superaría con facilidad los dos centenares de nuevos adscritos a la causa. Debe ser tanto el espacio dejado en “esos armarios” que, si los heterosexuales nos viéramos en la necesidad de ocuparlos nos sería sumamente difícil localizarnos en su interior.

Felipe Cantos, escritor.










1 comentario:

Anónimo dijo...

Sí, que conste que sabemos que tiene usted amigos así y tal y que si no fuera por ustedes nuestra especie se habría extendido. Es eso lo que realmente le gustaría, ¿verdad?

Por favor, ¿a qué teme? ¿descomponemos la sociedad nosotros? oh claro, nosotros no hemos estado debajo de ustedes nunca. Tantos siglos de opresión y ahora me viene con que descomponemos "su" sociedad (también en nuestras, ¿recuerda?). Lo siento, pero todo lo escrito es pura hipocresía.

Saludos.
Saludos.