05 abril 2006

¿Existe realmente la generosidad sin interés?


Todos los altruismos fecundos de la naturaleza se desarrollan de una forma egoísta. El altruismo humano que no es egoísta es estéril. Marcel Proust.

Desde hace tiempo vengo en reflexionar sobre la verdadera dimensión de lo que entendemos por generosidad. Y pese a los miles de ejemplos que se me pudieran dar desde que el hombre - y la mujer, no vaya a ser que se me enfaden los “Ibarreche” de turno – pusiera el pie sobre este maltratado planeta, hay una cierta deformación, probablemente inconsciente, pero real, del verdadero significado de la palabra “generosidad”.
De modo que en base a sensatas polémicas mantenidas con los más allegados, y algunos no tan allegados, pero siempre interesados en darle vida a esta “filosofía de bolsillo”, hemos podido llegar a conclusiones como la que supone el enquistamiento de diversos conceptos y la, a mi entender, falsas y manipuladas interpretaciones que se hacen de ellos, como pueda ser el caso de la generosidad.
Si bien es cierto que siempre será admirable el comprobar como determinadas personas a lo largo de su vida realizan de manera constante acciones a favor de otros, aparentemente sin ninguna otra intención que la de ayudar y ser generosos con el necesitado, no es menos cierto que cuando profundizamos en estas personas, que por fortuna son legión, descubrimos en su interior una variada y sorprendente gama de ambiciones.
Naturalmente, salvo excepcionales y desafortunados casos, esta ambición no esta canalizada, por lo general, hacia valores materiales que pudieran compensarles de tan arduos y sacrificados trabajos. Pero si, en su mayoría, a compensar determinadas carencias íntimas que, por las razones que puedan ser propias en cada uno de ellos, precisan para continuar con sus vidas y, esto es lo más importante, darles algún significado a la misma.
La lista sería interminable. Desde cooperantes en las ong, hasta los misioneros en los lugares más remotos de la tierra, pasando por los más habituales, pero no por ello menos valorables voluntarios de cualquier asociación civil, como la Cruz Roja, o la Media Luna.
Debo decir, sin temor a equivocarme, que en el fondo de todos ellos subyace otro tipo de interés. Un “egoísmo” mucho más fuerte que el de cualquier otro ser, que les hace superar, a aquellos que consiguen alcanzarlo, objetivos que se nos escapan al común de los mortales.
Naturalmente que existen casos en los que la motivación viene dada por incentivos encomiables, pero de menor calado. ¿Quién no conoce algún joven, y no tan joven aventurero que se afilia a cualquier ong o asociación benéfica con el único objetivo de viajar un poco más, dadas, generalmente, sus limitadas posibilidades. Techo, comida y una previsibles nuevas experiencias, bien pueden compensar el sacrificio de unos meses, especialmente los de las vacaciones de verano, en aquel exótico lugar al que de otro modo jamás hubiera podido ir.
Sin embargo, he de admitir en estos un sentido de la generosidad mucho mayor del que cabría esperar de los grandes ejemplos que se nos han ofrecido a lo largo de la historia. Pues si bien es cierto que la magnitud de lo realizado por estos últimos es incuestionablemente de valiosa, no es menos cierto que las motivaciones que las sustentan son, para este que escribe, sumamente “egoístas”.
Por lo general, el joven, y en ocasiones no tan joven aventurero, todo lo que pretende a cambio de su sacrificio es, en principio, ayudar en lo que pueda, además de una obtener nuevas experiencias; algo de aventura; encontrar nuevas amistades; conocer lugares, habitualmente inaccesibles para él en condiciones normales y, si resta algo, el pequeño reconocimiento de quienes reciben su ayuda.
Sin embargo para el abnegado y generoso ser que entrega su vida a la causa de los más necesitados, nada de eso sería suficiente si, aun prescindiendo del reconocimiento que pudiera darle toda una sociedad, no buscara el cielo que su religión le ha prometido. Y si bien es encomiable el desarrollo de tal actividad, no es menos cierto que, desde el aspecto meramente reflexivo, no cabe mayor ambición en la vida de un ser humano que la de alcanzar el cielo o, nunca mejor dicho, la gloria.
En modo alguno estoy cuestionando el indiscutible valor de esa “generosidad” y, sobre todo, los enormes resultados que supone para los que la necesitan. Pero sería injusto decir que estos abnegados seres nada esperan de su sacrificada labor, y no admitir que las razones que inspiran, fundamenten y apoyan decisiones de tal calado, están provocadas por una ambición suprema: alcanzar el cielo junto a su Dios. Aspiración que, únicamente, pueden darse en personas que hayan sido tocadas por ese ambicioso rayo de inspiración divina.
Mantener que sólo su generosidad les motiva es, cuanto menos, incorrecto. Es más, como para tantas otras actividades de la vida, hay que estar hecho de una “pasta” especial que no sólo les permita superar con facilidad las múltiples dificultades que van ha encontrar en el desarrollo de su proyecto, sino, aún más, ¡que disfruten con ellas!
De otro modo, como nos sucede al común de los mortales, les sería muy difícil, yo diría que imposible, mantenerse en pie para llevar a cabo hazañas de tal magnitud.
Reflexión aparte merece la, esta si, injustificada gloria terrenal, ganada por los personajes populares, que no importantes, que deambulan por el universo de las estrellas del espectáculo, encabezada por las denominadas “estrellas del pop”. Es casi un insulto a la mínima inteligencia la farsa montada por estos “generosos artistas”, en sus espectaculares macroconciertos, a favor de los desheredados de la tierra.
Por citar algunos casos, pues la lista sería interminable, los internacionales “Bono” (U2), Sting y otros similares; y los no tan internacionales, pero no por ello menos significados, Ana Belén, Víctor Manuel, Miguel Ríos, o Miguel Bosé, entre otros, todos ellos antisistema, antiglobalización y antitodo, intentan dar la sensación de que se encuentran junto a estos desheredados y enfrentados seriamente a los poderes establecidos, sean estos políticos o sociales.
Sin embargo, la realidad es muy otra, pues si bien es cierto que durante los conciertos y otros actos parecen identificarse con quienes dicen defender, lo cierto es que antes y después conviven y departen con absoluta normalidad con sus “enemigos”. Y lo hacen desde la comodidad de sus inigualables residencias, desde los hoteles de lujo en los que se hospedan antes de los conciertos, o en las dependencias institucionales, con mesas bien dispuestas por esos “enemigos” a los que, cínicamente, criticaran durante sus espectáculos. Qué verdad tan grande es esa máxima acuñada hace ya muchos años y que pone en evidencia a todos estos personajes: “Hacen más los pobres y desheredados de la tierra por las estrellas del pop, que las estrellas del pop por los pobres y desheredados de la tierra”.
De modo que hemos de ser muy prudentes cuando nos atrevamos a hablar de generosidad en su sentido más amplio. Es evidente que desde el más discreto cooperante, que se conforma con casa, comida y algo de aventura, pasando por las estrellas del pop, que, generalmente, sólo buscan la notoriedad y alcanzar los puestos más altos en las listas de los “hit-parade”, hasta los más significados ejemplos de entrega y abnegación por los demás, tal vez los más ambiciosos, pues su objetivo es alcanzar el cielo y estar junto a Dios, la generosidad es algo que no se practica de forma realmente altruista. Todos, comenzando por mi, esperamos ver recompensado de un modo u otro cualquier gesto de generosidad que tengamos con los demás. No tratemos de engañarnos. Cuando realizamos un acto de generosidad lo hacemos tanto más por nosotros mismos, como por los demás. Aunque sólo sea la espera de la devolución de un cariñoso beso dado al más pequeño de nuestros hijos.

Felipe Cantos, escritor.

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