Se pueden encontrar grandes semejanzas entre la bruja antigua y el político moderno. …Si hoy existiera la pena de hoguera los políticos serían lo más sujetos a ella. Julio Caro Baroja.
Tengo que confesarles que me he inquietado bastante cuando he tenido que responder a la pregunta. Pero aún más me ha preocupado el resultado final de las respuestas que he recibido directamente, o he observado indirectamente, en cuantas ocasiones he tenido. Lamentablemente la respuesta es: ¡sí!
Hasta ahora había tenido la percepción de que una gran parte de los españoles, de esos que eufemísticamente denominamos español medio, vivía preocupado – no necesariamente en este orden - por la cesta de la compra, las vacaciones, el colegio de los niños, la inevitable hipoteca y tantos otros motivos, pasando, cómo no, por los resultados del equipo de fútbol de sus amores.
Sin embargo, desde las elecciones del 2004, de manera notable en los últimos doce meses, la percepción finalmente ha derivado en certeza: el ciudadano medio español está radicalizando sus inclinaciones políticas y participando de manera más activa en la política, bien sea en acciones directas – manifestaciones y otros actos -, como indirectas y de opinión. Basta con dar un repaso a los miles de blogs que diariamente aparecen en la red, eso sí, con las opiniones más variadas, para comprobarlo.
Y esto debería ser, además de una novedad, una gran noticia para el devenir de nuestro país. Siempre se había criticado la falta interés de los ciudadanos por el “trabajo” de los políticos. Una cierta desidia, rayando en la indolencia, se decía, que tenía sumido al común de los ciudadanos en un letargo difícil de calificar.
Pero, lamentablemente, las razones que han provocado este repentino interés distan mucho de ser positivas. De ningún modo se trata de que a los españoles les haya entrado un repentino deseo de colaborar con sus líderes políticos. Dicho de otro modo: si el móvil llevara consigo la inercia o, al decir de los eruditos, la sinergia necesaria para avanzar en una misma dirección, miel sobre hojuelas. Pero, muy al contrario de lo que sería deseable, las razones de la radicalización política de los españoles, teniendo en cuenta las razones que han podido inspirarlas, van en direcciones contrarias, muy alejadas de esa sinergia que sería deseable.
Aunque los ejemplos que los cuestionan son numerosos y yo seguiré sin aceptar plenamente a los políticos - creo haber expresado en múltiples ocasiones y con meridiana claridad mi opinión sobre ellos– sigo manteniendo que estos son necesario para el control de las reglas de juego democrático y, aunque cueste creerlo, salvo despreciables casos, lo “menos malo” para una convivencia en paz. Ahora bien, siempre que su actividad, indistintamente de la tendencia política que se practique, se encuentre dentro de los cauces de lo “mínimamente correcto”. Teniendo en cuenta la inevitable globalización a la que va encaminada la sociedad y dejando los extremos a un lado; lo mismo debería importarnos, y así era hasta hace poco, un político de izquierda como uno de centro, o de derechas. Las diferencias de sus programas y las posibilidades de llevarlos a la practica, por mucho que se empeñen en desmentirlo los que nunca podrán llegar al poder con sus marginales partidos son, aunque reseñables, escasas.
Pero ya no estoy tan seguro de que las cosas puedan y vayan a continuar como hasta ahora. Ni siquiera creo que esas diferencias ideológicas, razonablemente importantes en su aplicación en situaciones de un desarrollo normal en democracia, tengan importancia. O lo que es peor, ha dejado de tenerla, dando paso a otros intereses, no diría yo bastardos, pero si trasnochados y a destiempo. Pretender instituir como modelo de convivencia social, en palabras de Rodríguez Zapatero, el ejemplo de la II Republica es, cuanto menos, grotesco.
No diría yo que la mejor forma de gobernarnos sea la actual monarquía parlamentaria. Por otro lado, cada vez con menos apoyo social, salvo lo que refleja la prensa del corazón y sus incondicionales, debido a la propia deriva de la institución monárquica. Pero a tenor de los magníficos resultados obtenidos durante esta etapa en todas las esferas sociales, la más larga que se recuerde en democracia, parecería sensato, al menos para el que escribe, que si se deseaba un cambio de régimen se hubiera realizado con la inexcusable reflexión, el necesario tiempo y, por encima de cualquier otra consideración, con el imprescindible mayor consenso. No dejando fuera de juego a más de la mitad de los españoles.
Podría haber dicho “con el mayor consenso posible”. Pero, al margen de haberse trasgredido gran parte de lo acordado en nuestra Constitución, el limitado “mayor consenso posible” es, por mor de la aritmética política – algo más del 50% - insuficiente para entender un cambio de tal magnitud. Aunque fácilmente entendible para quienes, no logro entender las razones, sigue los pasos de ZP, como si de un iluminado se tratara.
¿Y ahora qué?, nos preguntamos la inmensa mayoría de los españoles. ¿Puede alguien explicar el comportamiento del actual presidente del gobierno, viéndole desmontar el actual estado español, como si de un viejo reloj se tratara - ¿será el de su abuelo? - sin piezas de recambio a la vista, y conocedor del escaso conocimiento y la indigencia intelectual y política de este hombre? Baste recordar que, hasta su ascensión a los “cielos” de la Moncloa, escalando una montaña de casi 200 muertos, era un perfecto desconocido, cuyo único mérito político consistía en haberse afiliado al PSOE, en su juventud. Tal vez la historia del abuelo muerto explique algo. Por cierto, vaya “mala leche” la del anciano, para haber conseguido transmitir en sus genes tal cantidad de bilis. ¿O en realidad era un santo varón al que la vida, como a casi todos los que vivieron la desgraciada contienda, lo colocó en un determinado lugar, para que su nieto, “siglos después” lo utilizara como lanzadera de sus reivindicaciones?
Ironías al margen, lo cierto es que no se le conoce otro bagaje intelectual que, durante años, haber tenido la paciencia de escuchar a los parlamentarios de todo signo en las sesiones del Congreso. No parece mucho, ¿verdad? ¿Sabrá volver a colocar las piezas en su lugar, sin perder ninguna, y hacer que la maquinaria funcione de nuevo?
No lo creo, y mucho me temo que, después de realizado un mínimo análisis y a tenor de los resultados observados durante los últimos meses, se están definiendo dos claras tendencias y radicalizando la actitud y el sentimiento de los, hasta hace bien poco, inactivos e indolentes votantes españoles. Los unos, porque comienzan a ver amenazados nada menos que los pilares de su cultura. Los otros, porque en contra del más elemental sentido común, apoyan y justifican las barbaridades que esta realizando el actual gobierno Zapatero, apoyados en esa incomprensible, yo diría que estúpida, máxima de que “son los nuestros”.
No nos engañemos, el aire que se respira en estos momentos en España está viciado. El sectarismo y la radicalidad con la que gobierna Zapatero, dirigida a beneficiar a unos en perjuicio de otros, no puede traer nada bueno. Y, desde luego, ha despertado y está despertando en el español medio, tanto da a favor como en contra, pues es igual de innecesario, una radicalidad que parecía desaparecida.
No obstante, como yo soy un tipo enfermizamente optimista desde que nací, y pese a la desconfianza que trata de invadirme en estos momentos, he sacado algo positivo de toda esta lamentable situación. Al menos una cosa habrá que agradecerle al señor Zapatero, que está consiguiendo lo que parecía difícil que pudiera suceder en esta “eurosociedad”: involucrar al español medio y que salga de ese letargo, equivocadamente apolítico – por el simple hecho de nacer, nadie puede ser apolítico – y se tome de manera activa, o cuanto menos reflexiva, a la hora de participar con su voto en la política de su país, sin necesidad de dar un salto cualitativo desde la indolencia hasta el radicalismo.
Felipe Cantos, escritor.
Tengo que confesarles que me he inquietado bastante cuando he tenido que responder a la pregunta. Pero aún más me ha preocupado el resultado final de las respuestas que he recibido directamente, o he observado indirectamente, en cuantas ocasiones he tenido. Lamentablemente la respuesta es: ¡sí!
Hasta ahora había tenido la percepción de que una gran parte de los españoles, de esos que eufemísticamente denominamos español medio, vivía preocupado – no necesariamente en este orden - por la cesta de la compra, las vacaciones, el colegio de los niños, la inevitable hipoteca y tantos otros motivos, pasando, cómo no, por los resultados del equipo de fútbol de sus amores.
Sin embargo, desde las elecciones del 2004, de manera notable en los últimos doce meses, la percepción finalmente ha derivado en certeza: el ciudadano medio español está radicalizando sus inclinaciones políticas y participando de manera más activa en la política, bien sea en acciones directas – manifestaciones y otros actos -, como indirectas y de opinión. Basta con dar un repaso a los miles de blogs que diariamente aparecen en la red, eso sí, con las opiniones más variadas, para comprobarlo.
Y esto debería ser, además de una novedad, una gran noticia para el devenir de nuestro país. Siempre se había criticado la falta interés de los ciudadanos por el “trabajo” de los políticos. Una cierta desidia, rayando en la indolencia, se decía, que tenía sumido al común de los ciudadanos en un letargo difícil de calificar.
Pero, lamentablemente, las razones que han provocado este repentino interés distan mucho de ser positivas. De ningún modo se trata de que a los españoles les haya entrado un repentino deseo de colaborar con sus líderes políticos. Dicho de otro modo: si el móvil llevara consigo la inercia o, al decir de los eruditos, la sinergia necesaria para avanzar en una misma dirección, miel sobre hojuelas. Pero, muy al contrario de lo que sería deseable, las razones de la radicalización política de los españoles, teniendo en cuenta las razones que han podido inspirarlas, van en direcciones contrarias, muy alejadas de esa sinergia que sería deseable.
Aunque los ejemplos que los cuestionan son numerosos y yo seguiré sin aceptar plenamente a los políticos - creo haber expresado en múltiples ocasiones y con meridiana claridad mi opinión sobre ellos– sigo manteniendo que estos son necesario para el control de las reglas de juego democrático y, aunque cueste creerlo, salvo despreciables casos, lo “menos malo” para una convivencia en paz. Ahora bien, siempre que su actividad, indistintamente de la tendencia política que se practique, se encuentre dentro de los cauces de lo “mínimamente correcto”. Teniendo en cuenta la inevitable globalización a la que va encaminada la sociedad y dejando los extremos a un lado; lo mismo debería importarnos, y así era hasta hace poco, un político de izquierda como uno de centro, o de derechas. Las diferencias de sus programas y las posibilidades de llevarlos a la practica, por mucho que se empeñen en desmentirlo los que nunca podrán llegar al poder con sus marginales partidos son, aunque reseñables, escasas.
Pero ya no estoy tan seguro de que las cosas puedan y vayan a continuar como hasta ahora. Ni siquiera creo que esas diferencias ideológicas, razonablemente importantes en su aplicación en situaciones de un desarrollo normal en democracia, tengan importancia. O lo que es peor, ha dejado de tenerla, dando paso a otros intereses, no diría yo bastardos, pero si trasnochados y a destiempo. Pretender instituir como modelo de convivencia social, en palabras de Rodríguez Zapatero, el ejemplo de la II Republica es, cuanto menos, grotesco.
No diría yo que la mejor forma de gobernarnos sea la actual monarquía parlamentaria. Por otro lado, cada vez con menos apoyo social, salvo lo que refleja la prensa del corazón y sus incondicionales, debido a la propia deriva de la institución monárquica. Pero a tenor de los magníficos resultados obtenidos durante esta etapa en todas las esferas sociales, la más larga que se recuerde en democracia, parecería sensato, al menos para el que escribe, que si se deseaba un cambio de régimen se hubiera realizado con la inexcusable reflexión, el necesario tiempo y, por encima de cualquier otra consideración, con el imprescindible mayor consenso. No dejando fuera de juego a más de la mitad de los españoles.
Podría haber dicho “con el mayor consenso posible”. Pero, al margen de haberse trasgredido gran parte de lo acordado en nuestra Constitución, el limitado “mayor consenso posible” es, por mor de la aritmética política – algo más del 50% - insuficiente para entender un cambio de tal magnitud. Aunque fácilmente entendible para quienes, no logro entender las razones, sigue los pasos de ZP, como si de un iluminado se tratara.
¿Y ahora qué?, nos preguntamos la inmensa mayoría de los españoles. ¿Puede alguien explicar el comportamiento del actual presidente del gobierno, viéndole desmontar el actual estado español, como si de un viejo reloj se tratara - ¿será el de su abuelo? - sin piezas de recambio a la vista, y conocedor del escaso conocimiento y la indigencia intelectual y política de este hombre? Baste recordar que, hasta su ascensión a los “cielos” de la Moncloa, escalando una montaña de casi 200 muertos, era un perfecto desconocido, cuyo único mérito político consistía en haberse afiliado al PSOE, en su juventud. Tal vez la historia del abuelo muerto explique algo. Por cierto, vaya “mala leche” la del anciano, para haber conseguido transmitir en sus genes tal cantidad de bilis. ¿O en realidad era un santo varón al que la vida, como a casi todos los que vivieron la desgraciada contienda, lo colocó en un determinado lugar, para que su nieto, “siglos después” lo utilizara como lanzadera de sus reivindicaciones?
Ironías al margen, lo cierto es que no se le conoce otro bagaje intelectual que, durante años, haber tenido la paciencia de escuchar a los parlamentarios de todo signo en las sesiones del Congreso. No parece mucho, ¿verdad? ¿Sabrá volver a colocar las piezas en su lugar, sin perder ninguna, y hacer que la maquinaria funcione de nuevo?
No lo creo, y mucho me temo que, después de realizado un mínimo análisis y a tenor de los resultados observados durante los últimos meses, se están definiendo dos claras tendencias y radicalizando la actitud y el sentimiento de los, hasta hace bien poco, inactivos e indolentes votantes españoles. Los unos, porque comienzan a ver amenazados nada menos que los pilares de su cultura. Los otros, porque en contra del más elemental sentido común, apoyan y justifican las barbaridades que esta realizando el actual gobierno Zapatero, apoyados en esa incomprensible, yo diría que estúpida, máxima de que “son los nuestros”.
No nos engañemos, el aire que se respira en estos momentos en España está viciado. El sectarismo y la radicalidad con la que gobierna Zapatero, dirigida a beneficiar a unos en perjuicio de otros, no puede traer nada bueno. Y, desde luego, ha despertado y está despertando en el español medio, tanto da a favor como en contra, pues es igual de innecesario, una radicalidad que parecía desaparecida.
No obstante, como yo soy un tipo enfermizamente optimista desde que nací, y pese a la desconfianza que trata de invadirme en estos momentos, he sacado algo positivo de toda esta lamentable situación. Al menos una cosa habrá que agradecerle al señor Zapatero, que está consiguiendo lo que parecía difícil que pudiera suceder en esta “eurosociedad”: involucrar al español medio y que salga de ese letargo, equivocadamente apolítico – por el simple hecho de nacer, nadie puede ser apolítico – y se tome de manera activa, o cuanto menos reflexiva, a la hora de participar con su voto en la política de su país, sin necesidad de dar un salto cualitativo desde la indolencia hasta el radicalismo.
Felipe Cantos, escritor.
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