03 marzo 2006

¡Adiós Marieta! (En recuerdo de Rocío Durcal).


Los recuerdos de la felicidad pasada son las arrugas del alma. Xavier de Maistre.

Desde la frialdad que impone la distancia, tanto en el espacio como, irremediablemente, en el tiempo, la noticia de la muerte de Rocío Durcal ha conseguido dejarme clavado en el lugar en donde me encontraba sentado, frente al televisor, haciéndome comprender que si importantes son todos los recuerdos acumulados a lo largo de una vida, más lo son si estos provienen de esos inigualables y únicos momentos que forman parte de tu adolescencia.
Esos episodios que van moldeándote, tanto en lo físico como en lo síquico y emocional, hasta haber configurado, entrado en la cincuentena, lo que eres hoy, sin duda son parte vital de tu existencia. Y por mor del inevitable “retorno a tus raíces”, del que en algún momento les hablaré, acontecimientos como la dolorosa muerte de Rocío se convierten en momentos de inflexión en tu propia vida.
Sin haber llegado nunca a formar parte de su círculo de amistad más cercano, mi relación y contactos con la familia Morales-De las Heras, y hasta mi marcha de España, fue, en determinados periodos, constante. Conocí a Rocío – Maria de los Ángeles de las Heras/Marieta – siendo su padre, creo recordar, conserje de la Institución Sindical Virgen de la Paloma, en la que se formaron profesionalmente una importante parte de la juventud madrileña durante más de tres décadas, a partir de los años cincuenta. Fui compañero de clase y, en infinitas ocasiones, de pupitre de uno de sus hermanos. Lamento no recordar su nombre pues aquella “maldita” costumbre de llamarnos por el apellido, hoy prácticamente desaparecida, lo retorna a mi memoria como “de las Heras”. Tuve la oportunidad de convivir con la familia, en más de una ocasión, alegres cumpleaños en los que Rocío, ya en el inicio triunfal de su carrera, se mostraba con la misma naturalidad e ingenuidad que en la pantalla, consiguiendo que la mayor parte de los adolescentes a la fiesta termináramos por convertirnos, en nuestros sueños, en el “partenaire” ideal de los filmes de la bella princesa.
Posteriormente, todo parecía indicar que los caminos se bifurcarían y mi relación con la familia de Las Heras no dejaría de ser una anécdota más de mi adolescencia. Pero mi relación con Miguel, hermano de Júnior, consiguió dar continuidad a la relación, esta vez a través de la familia Morales.
El colofón final a esta curiosa relación que, sin ser definitiva, jamás dejó de parecerlo y no querer romperse del todo, sucedió cuando me vi obligado, como la mayor parte de los jóvenes españoles, a cumplir con la obligada incorporación a filas. Una vez más la diosa fortuna colocó en mi camino a uno de los más significados elementos de la familia Morales, Riki Morales, a la sazón integrante de los míticos Brincos, y hermano de Júnior y Miguel. Riki y yo hubimos de cumplir con las necesidades militares de la época en el llamado, por aquel entonces, Ministerio de la Guerra, en la plaza de Las Cibeles. He de admitir que este pasaje de mi vida fue, para mi ego juvenil, de los más reconfortantes, ya que me permitió, a través de Riki, darme el inevitable baño de multitudes que todos precisamos en algún periodo de nuestras vidas. Aunque no fuera más que como pasante de un ídolo de multitudes. Aquellos momentos de “gloria” vividos junto a él, en nuestros repetidos desayunos en la Cafetería California, con el agradable asedió de decenas de jovencitas, han permanecido en la parte más positiva de mi memoria.
De modo que, de una forma u otra, la presencia de Marieta se mantuvo cercana durante importantes periodos de mi vida,. Por eso la noticia de su muerte me ha impactado de manera brutal, haciéndome recordar, una vez más, que nada es eterno.
Pero si algo he de agradecer a la siempre juvenil Rocío Durcal será la forma en que demostró, frente a tanta mediocridad, su indiscutible estilo y buen gusto. Siempre fue modelo de discreción y celosa guardiana de su intimidad, y la de los suyos.
Eso, hoy día, frente a tanta basura que se vende para las cámaras de televisión, o el papel rosa, es de un inapreciable valor y un ejemplo a seguir por cuantos hacen de su vida y obra un comercio deleznable.
No daré nombre que en estos momentos pudieran estar en la mente de todos. Pero si diré que hasta el momento de su muerte, Maria de los Ángeles de Las Heras/Marieta/Rocío Durcal, fue un ejemplo de dignidad en un mundo tan pervertido y perverso como el del espectáculo.
Hasta el final sólo supimos de ella lo que era razonable saber: lo importante que sucedía en su carrera profesional. Es de destacar que, incluso, durante el largo proceso de su enfermedad, casi cinco años, hasta su reciente muerte, apenas si hemos conocido cuatro detalles anecdóticos.
Salvo lo que pudieran significar la popularidad de sus éxitos como artista y los compromisos que ello conllevan, Marieta supo poner un muro de dignidad en su vida privada, frente a la bazofia que hoy domina el mundo de los medios de comunicación, enfrascados en ver quien pone sobre la mesa la mayor cantidad de porquería.
Yo no soy un gran creyente. Pero estaría por apostar que hasta el bueno de San Pedro dejará por unos momentos sus obligados quehaceres de poner en orden el cielo, para escuchar una vez más a Marieta y reconocer, como en su momento hicimos todos aquí, en la tierra, que Rocío Durcal sí “era más bonita que ninguna”.

Felipe Cantos, escritor.

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