¿Ubinam gentium sumus?/¿En qué país estamos? Marco Tulio Cicerón.
He de confesarles que no acabo de entender demasiado bien, y por ello he de mostrar mi perplejidad, al descubrir la enorme contradicción que para nuestros actuales gobernantes, zp y sus adláteres, supone el problema del Peñón frente a lo que ellos llaman, eufemísticamente, el “reconocimiento de las indiscutibles nacionalidades del estado”.
Sin que su demostrada preocupación por el enquistado problema que supone la definitiva situación de Gibraltar sea como para tirar cohetes, especialmente por lo que cabe esperar, en estos momentos, de la colaboración británica, no deja de ser sorprendente que mientras se prestan a desmontar con total impunidad y sin remordimiento alguno una nación milenaria, aún les queden ganas de tocar las narices a los británicos, y a los llanitos, con las eternas reivindicaciones. Y no digo yo que no deba hacerse. Pero mi desconcierto es grande ante la magnitud de tal contradicción. Una más de este descabellado gobierno que nos desgobierna.
No obstante, retomando el eterno problema gibraltareño, uno tiene que confesar que Caruana y los caruanitos comienzan a provocar en el español medio una especie de urticaria difícil de definir. No es creíble su obsesión por defender lo que en términos racionales va “contra natura”. Personalmente, hace mucho tiempo que deje de tomar en serio a cualquier personaje previniente de la clase política y, aún más, cualquier mensaje que este pudiera emitir. Pero en el caso de “mister Carrgguana”, el “pequeño” dirigente – no por tamaño físico, sino intelectual - que, dicen, dirige esa piedra gorda que se encuentra al final de la península ibérica, es, a más de patético, divertido. Tiene todo el aspecto de pertenecer a uno de los cuadros más típicos de una de las populares obras costumbristas de los hermanos Quintero.
Escuchar decir al “zeño” primer ministro de la piedra, de la cosa esa no mucho mayor que la grada de cualquier estadio de primera llamada “la roca”, algo así como: “nozotro no zomo epañole”, en el más fuerte acento gaditano que uno pudiera imaginar, pese al gracioso gracejo, resulta casi irritante. ¡Se puede ser más besugo que pretendiendo negar la mayor te bases en su propia existencia! Es como si pretendiendo negar la existencia del Universo comenzáramos por cuestionarnos el sistema solar.
Ignoro como se desenvuelve en la lengua de Shakespeare nuestro pequeño “reyezuelo del rocón”, y de los monos. Los auténticos que en ella se encuentran, claro. Pero apuesto la mejor de mis camisas de verano - la amarilla que tiene grabado un jugador de wouling en la espalda – que en ningún caso será comparable a la autenticidad de la que hace gala cuando se expresa en la lengua de Alberti, de Juncal o del mismísimo y entrañable Séneca.
Y eso es lo que más me desconcierta de este primer ministro de la gorda piedra y, naturalmente, de los restantes cuatro gatos que en ella residen y que, como dice un buen amigo mío, metidos todos ellos en un taxi aún sobraría una plaza. ¿Cómo se puede entender que después de transcurridos los primeros trescientos años de, como diría otro buen amigo mío abogado, la “apropiación indebida” realizada por Gran Bretaña, el “zeño Carrgguana”, y su pequeña tribu de “andalus-britanicus” de tercera división, aún conserve ese fuerte acento andaluz.
Estoy plenamente convencido que las más elementales leyes de la naturaleza han provocado una alteración genética en las neuronas de los llanitos y, ¿cómo no? del llanazo “zeño Carrgguana”, consiguiendo que, pese a la obstinación demostrada por ellos y sus ancestros durante generaciones, de mantenerse fuera de la jurisdicción de España, les haya sido imposible desprenderse de esa terrible “carga”.
Soy de los que, convencido, cree que la culpa – y la responsabilidad - de cuanto le sucede a una comunidad es de los propios que la forma y que el “profesional” de la política no hace más que aprovecharse de las debilidades de quienes no encontrando otra opción mejor, le vota.
El caso de “nuestra” ¿querida? piedra y de quienes la habitan, incluidos los monos, no es distinto. Es de dominio público que ese reducto, uno de los últimos que quedan en Europa, es el mayor centro de tráfico de drogas contrabando y la fuente de ilegalidades más importante en el viejo continente. Especialmente mercantiles.
No deseo entrar en disquisiciones inútiles sobre la legalidad, o no, de la situación colonial de ese pequeño “reino de Taifas”. Creo que, independientemente y antes de una indispensable y completa formación jurídica en derecho internacional, habría que apelar al sentido común de los propios residentes en el peñasco. De las infinitas ocasiones en que por ocio u obligación me he encontrado en Gibraltar he podido deducir que, salvo la inevitable colonia británica residente en ella, la mayor parte de los habitantes se expresan y sienten como sus hermanos del otro lado de La Línea. Incluido su primer ministro. Y tengo la sensación, e incluso la certeza por manifestaciones de residentes, de que si no fuera por la presión directa de sus dirigentes, y la indirecta y sibilina de los británicos, hace mucho tiempo que Gibraltar se hubiera fundido, con acuerdo o sin él, con el resto de Andalucía.
Vaya por delante mi absoluta desconfianza de que en ninguna de las alternativas posibles yo crea que los británicos están por la labor de abandonar el peñón. Pero no es menos cierto que la dichosa piedra se ha convertido en moneda de cambio político para mostrar las simpatías o desafectos de los gobiernos imperantes en cada momento. Así, mientras con Aznar, amigo declarado de Blair, las posibilidades de recuperar un diálogo sobre la roca se presentaban como una posibilidad, ahora, con el ínclito “emperador de la tonta sonrisa”, más conocido como zp, cualquier posibilidad pasaría porque este se acercara antes a tomar el acostumbrado té británico.
Claro que, yo avisaría a nuestro “habilísimo” servicio de inteligencia – cni – para que controlara las cucharadas de azúcar para la taza de “nuestro” presidente. No me sorprendería que estas contuvieran mayor cantidad de cicuta de de cualquier otro producto. Porque mira que es difícil en el escaso tiempo transcurrido desde “la coronación” y pese a mostrar constantemente la sonrisa más boba que uno se pueda imaginar, crearse tal cantidad de “amigos”.
Si de verdad le dieran a la “jodida” roca el valor real que debería tener para unos y para otros, hace ya mucho tiempo, seguramente desde el ingreso de España en la Comunidad Europea, que el problema hubiera dejado de ser tal. Hasta el interés estratégico defendido durante siglos por los ingleses dejó de tener vigencia después de la creación de la Unión Europea y la incorporación de España a la otan.
De modo que, como al inicio les decía, el problema es esa obstinación “contra natura” del “zeño Carrgguana” y los cuatro caruanitos que no desean perder los privilegios de encontrarse en esa tierra de nadie en la que, como en los pequeños reinos de Taifas, hacer de su capa un sayo. Eso sí, un sayo bastante sucio.
Y es que para los españoles el problema de Gibraltar, de La Roca, de La Peña, de El Peñón, o de cómo demonios deseemos llamarle, ha dejado de ser un problema para convertirse en “un peñazo”.
Felipe Cantos, escritor.
He de confesarles que no acabo de entender demasiado bien, y por ello he de mostrar mi perplejidad, al descubrir la enorme contradicción que para nuestros actuales gobernantes, zp y sus adláteres, supone el problema del Peñón frente a lo que ellos llaman, eufemísticamente, el “reconocimiento de las indiscutibles nacionalidades del estado”.
Sin que su demostrada preocupación por el enquistado problema que supone la definitiva situación de Gibraltar sea como para tirar cohetes, especialmente por lo que cabe esperar, en estos momentos, de la colaboración británica, no deja de ser sorprendente que mientras se prestan a desmontar con total impunidad y sin remordimiento alguno una nación milenaria, aún les queden ganas de tocar las narices a los británicos, y a los llanitos, con las eternas reivindicaciones. Y no digo yo que no deba hacerse. Pero mi desconcierto es grande ante la magnitud de tal contradicción. Una más de este descabellado gobierno que nos desgobierna.
No obstante, retomando el eterno problema gibraltareño, uno tiene que confesar que Caruana y los caruanitos comienzan a provocar en el español medio una especie de urticaria difícil de definir. No es creíble su obsesión por defender lo que en términos racionales va “contra natura”. Personalmente, hace mucho tiempo que deje de tomar en serio a cualquier personaje previniente de la clase política y, aún más, cualquier mensaje que este pudiera emitir. Pero en el caso de “mister Carrgguana”, el “pequeño” dirigente – no por tamaño físico, sino intelectual - que, dicen, dirige esa piedra gorda que se encuentra al final de la península ibérica, es, a más de patético, divertido. Tiene todo el aspecto de pertenecer a uno de los cuadros más típicos de una de las populares obras costumbristas de los hermanos Quintero.
Escuchar decir al “zeño” primer ministro de la piedra, de la cosa esa no mucho mayor que la grada de cualquier estadio de primera llamada “la roca”, algo así como: “nozotro no zomo epañole”, en el más fuerte acento gaditano que uno pudiera imaginar, pese al gracioso gracejo, resulta casi irritante. ¡Se puede ser más besugo que pretendiendo negar la mayor te bases en su propia existencia! Es como si pretendiendo negar la existencia del Universo comenzáramos por cuestionarnos el sistema solar.
Ignoro como se desenvuelve en la lengua de Shakespeare nuestro pequeño “reyezuelo del rocón”, y de los monos. Los auténticos que en ella se encuentran, claro. Pero apuesto la mejor de mis camisas de verano - la amarilla que tiene grabado un jugador de wouling en la espalda – que en ningún caso será comparable a la autenticidad de la que hace gala cuando se expresa en la lengua de Alberti, de Juncal o del mismísimo y entrañable Séneca.
Y eso es lo que más me desconcierta de este primer ministro de la gorda piedra y, naturalmente, de los restantes cuatro gatos que en ella residen y que, como dice un buen amigo mío, metidos todos ellos en un taxi aún sobraría una plaza. ¿Cómo se puede entender que después de transcurridos los primeros trescientos años de, como diría otro buen amigo mío abogado, la “apropiación indebida” realizada por Gran Bretaña, el “zeño Carrgguana”, y su pequeña tribu de “andalus-britanicus” de tercera división, aún conserve ese fuerte acento andaluz.
Estoy plenamente convencido que las más elementales leyes de la naturaleza han provocado una alteración genética en las neuronas de los llanitos y, ¿cómo no? del llanazo “zeño Carrgguana”, consiguiendo que, pese a la obstinación demostrada por ellos y sus ancestros durante generaciones, de mantenerse fuera de la jurisdicción de España, les haya sido imposible desprenderse de esa terrible “carga”.
Soy de los que, convencido, cree que la culpa – y la responsabilidad - de cuanto le sucede a una comunidad es de los propios que la forma y que el “profesional” de la política no hace más que aprovecharse de las debilidades de quienes no encontrando otra opción mejor, le vota.
El caso de “nuestra” ¿querida? piedra y de quienes la habitan, incluidos los monos, no es distinto. Es de dominio público que ese reducto, uno de los últimos que quedan en Europa, es el mayor centro de tráfico de drogas contrabando y la fuente de ilegalidades más importante en el viejo continente. Especialmente mercantiles.
No deseo entrar en disquisiciones inútiles sobre la legalidad, o no, de la situación colonial de ese pequeño “reino de Taifas”. Creo que, independientemente y antes de una indispensable y completa formación jurídica en derecho internacional, habría que apelar al sentido común de los propios residentes en el peñasco. De las infinitas ocasiones en que por ocio u obligación me he encontrado en Gibraltar he podido deducir que, salvo la inevitable colonia británica residente en ella, la mayor parte de los habitantes se expresan y sienten como sus hermanos del otro lado de La Línea. Incluido su primer ministro. Y tengo la sensación, e incluso la certeza por manifestaciones de residentes, de que si no fuera por la presión directa de sus dirigentes, y la indirecta y sibilina de los británicos, hace mucho tiempo que Gibraltar se hubiera fundido, con acuerdo o sin él, con el resto de Andalucía.
Vaya por delante mi absoluta desconfianza de que en ninguna de las alternativas posibles yo crea que los británicos están por la labor de abandonar el peñón. Pero no es menos cierto que la dichosa piedra se ha convertido en moneda de cambio político para mostrar las simpatías o desafectos de los gobiernos imperantes en cada momento. Así, mientras con Aznar, amigo declarado de Blair, las posibilidades de recuperar un diálogo sobre la roca se presentaban como una posibilidad, ahora, con el ínclito “emperador de la tonta sonrisa”, más conocido como zp, cualquier posibilidad pasaría porque este se acercara antes a tomar el acostumbrado té británico.
Claro que, yo avisaría a nuestro “habilísimo” servicio de inteligencia – cni – para que controlara las cucharadas de azúcar para la taza de “nuestro” presidente. No me sorprendería que estas contuvieran mayor cantidad de cicuta de de cualquier otro producto. Porque mira que es difícil en el escaso tiempo transcurrido desde “la coronación” y pese a mostrar constantemente la sonrisa más boba que uno se pueda imaginar, crearse tal cantidad de “amigos”.
Si de verdad le dieran a la “jodida” roca el valor real que debería tener para unos y para otros, hace ya mucho tiempo, seguramente desde el ingreso de España en la Comunidad Europea, que el problema hubiera dejado de ser tal. Hasta el interés estratégico defendido durante siglos por los ingleses dejó de tener vigencia después de la creación de la Unión Europea y la incorporación de España a la otan.
De modo que, como al inicio les decía, el problema es esa obstinación “contra natura” del “zeño Carrgguana” y los cuatro caruanitos que no desean perder los privilegios de encontrarse en esa tierra de nadie en la que, como en los pequeños reinos de Taifas, hacer de su capa un sayo. Eso sí, un sayo bastante sucio.
Y es que para los españoles el problema de Gibraltar, de La Roca, de La Peña, de El Peñón, o de cómo demonios deseemos llamarle, ha dejado de ser un problema para convertirse en “un peñazo”.
Felipe Cantos, escritor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario