12 febrero 2006

El Matrix catalán.

Durante los últimos tiempos, más concretamente desde que alcanzara el Gobierno de España el ínclito ZP, mi espíritu se ha sentido inquietado por todo cuanto estaba sucediendo en mi nación. Unas veces enervándome; otras, las menos, provocándome una sonrisa de conmiseración; otras resignándome, y las más tratando de entender algo de la kafkiana situación que, sin necesidad alguna, han creando el señor Rodríguez Zapatero y sus adláteres.
Sin embargo, la última noticia llegada hasta mi, puede que no la más importante en cuanto a consecuencias, pero sin duda alguna la más delirante, sobre la contratación de empresas privadas de seguridad para vigilar y proteger los edificios institucionales, incluidas las comisarías e instalaciones de la policía autónoma catalana, más conocida como Mossos d’Esquadra, me ha permitido llegar al cenit de lo delirante en los llamados Països Catalans.
Nunca llegué a imaginar que el fenómeno virtual reflejado en un film de ciencia ficción pudiera alcanzar tal nivel de realismo. Y lo cierto es que no puedo por menos que esbozar una sonrisa llena de ironía al comprobar como la clase política catalana, y una buena parte de su ciudadanía, doy fe de lo que digo pues “amigos” y conocidos cercano se identifican con lo que allí está sucediendo, han llegado a vivir de manera permanente en el sugerente e ¿incomprensible? mundo de Matrix. Aquel mundo que a todos nos impresionó desde el vuelo de una imaginación portentosa, se ha convertido, por mor de los acontecimientos y, como siempre, superando la realidad a la ficción, en un estado de ilusión permanente en el mundo catalán.
De él, la clase política y sus fervientes seguidores, salen y entran con toda facilidad, imagino que conectados a algún resorte, he intentan que lo hagamos nosotros, desgraciadamente sin ninguna posibilidad de ser conectados a elemento alguno que nos permita asumir gran parte de los postulados y falsa e incomprensibles tesis en las que sustentan su ilusorio mundo.
Si sólo se tratara de inventar una historia y una independencia jamás existida; de unos derechos nunca disfrutados; de unas imaginativas y delirantes reivindicaciones frente al resto de España difícilmente demostrables; de una injusta discriminación que, incluso en los momentos más difíciles siempre fueron a su favor, bastaría con conectarse, como en el mundo virtual de Matrix, para, una vez satisfechos los necesarios anhelos, volver a la realidad con sólo desconectar. Pero resulta que únicamente entran en el mundo virtual para nutrirse de falsos argumentos y exhortar sus originales y descabelladas decisiones. Sin embargo, cuando una vez desconectados regresan de aquel mundo, tratan de que el pago de sus reivindicaciones no se realice en “moneda virtual”. Y es que, como ellos mismo han acuñado: “la pela es la pela”.
Mundo virtual sí: independencia, rompiendo una España de la que siempre formaron parte; reivindicaciones históricas inexistentes; presentación de facturas repletas de falso victimismo y una inacabable lista de reivindicaciones carentes de todo sentido. Pero el cobro en este mundo y con los pies en el suelo, que el champán, las monchetas, los embutidos catalanes, las entidades financieras y todo cuanto Cataluña y catalanes puedan “exportar” a su vecino español, es sagrado.
De modo que, frente a la apropiación de una Cataluña de todos los españoles, por parte de una clase política, demostrablemente corrupta hasta el tétano, ellos pretenden cobrar, mucho y bien, en moneda de curso legal: Opas para crear monopolios energéticos; independencia judicial y territorial para, en definitiva, hacer de su capa un sayo. Por cierto, siendo yo madrileño, ¿que derecho tiene los radicales catalanes para prohibirme que sienta “mi Cataluña” tan mía como cualquier otra parte de España? Si por las cerriles razones que puedan tener, ellos no sienten lo mismo por cualquier lugar de de nuestra entrañable España, es su problema. En mi particular caso, yo, ya vivía la entrañable Cataluña de los años sesenta, cuando muchos de los que hoy reivindican su independencia, curiosamente en su mayoría charnegos procedentes de otros lugares de España, ni tan siquiera habían nacido. De modo que, amando como amo España, no tengo deseo alguno, ni necesidad de sentirme como turista de lujo, en las ramblas barcelonesas, en la Plaza de España, o en Playa de Aro, como si me encontrara en los Campos Elíseos parisinos, en la Grand Place de Bruselas, o en la bella ciudad marinera de Arcachón.
En síntesis, sería fantástico si tras de ese mundo sólo quedara el recuerdo de una atractiva historia llena de utopía y apoyada en un impecable trabajo de imaginación, incluido los pasajes románticos, una excelente fotografía y mejores efectos especiales. Pero la cruda realidad es que cuando tratamos de desconectarlos, pues lo que vemos y vivimos no nos gusta porque nos daña seriamente, descubrimos que, en ellos, ambos mundos se encuentran tan interconectados que no cabe posibilidad ninguna de separa realidad de ficción. Salvo que hagamos sonar la bolsa. Ya saben, por aquello de: “la bolsa es bona si la bolsa sona”.

Felipe Cantos, escritor.