Pues si, admito que me estoy metiendo en un terreno que lejos de llevarme a alguna parte puede que me enfangue y no sea capaz de dar marcha atrás. Pero qué quieren que les diga. Probablemente hay pocos proyectos en la vida, si es que hay alguno, al que merezca prestarle mayor atención. Y digo bien: proyectos. Porque, ¿qué es si no la felicidad para todos nosotros más que un proyecto que dura toda nuestra existencia y al que, por lo general con gran dificultad, conseguimos alcanzar en algunos periodos de nuestro paso por este mundo?
Yo, debo confesarles que creo haberlo logrado en más de una ocasión y por periodos que han oscilado desde los escasos segundos a algunos años. Pero a fuerza de ser sincero también he de admitir que para ello hace falta una cierta inconsciencia a flor de piel, una, como dirían los más exigentes, cierta irresponsabilidad ante lo que te rodea. Si no eres capaz de alejarte unos metros de tu entorno y de tu propia imagen y observarte desde el exterior es francamente difícil alcanzar un ápice de esa necesaria sensación que llamamos felicidad y que, a duras penas, consigue compensarnos de tantos otros momentos, la mayoría para algunos, tan difíciles de sobrellevar.
Por lo general, somos nosotros mismos lo que coartamos las posibilidades de hacer que nuestro paso por este planeta azul sea lo más llevadero posible. Nos empeñamos en algunas batallas tan banales como estériles, tratando de demostrar a los demás que somos lo que no somos, que valemos lo que no valemos y que, y ahí es donde principalmente yo creo que reside el problema de la escurridiza felicidad, merecemos lo que, seguramente, no merecemos.
Siempre, tengamos lo que tengamos, consideramos, que somos merecedores de más. Ello dejando al margen y sin entrar a valorar en cada uno de nosotros el, casi, inevitable pecado capital de mayor peso en nuestra condición de seres humanos: la envidia. Nadie ha podido explicarnos, ni tan siquiera los mejores psicólogos, por qué nos empeñamos en no aceptar en cada momento aquello que hemos conseguido y disfrutarlo hasta el máximo. Aunque pueda ser encomiable el sano estimulo de una saludable ambición de progreso o, en el caso de los más desfavorecidos, de una razonable mejora. Bien es cierto que en algunos casos lo obtenido es poco e insuficiente. Pero si lejos de lamentarlo nos mentalizáramos que extrayendo de ello todo lo positivo que con seguridad tiene, no hay en el mundo nada de lo que no se pueda extraer algo positivo, conseguiremos varias cosas. A saber, entre otras, disfrutar de ese momento con mayor placidez, lo que nos conduciría con mejor talante y prepararía de mejor forma nuestro estado anímico de manera que nos fuera mucho más fácil prepararnos para conseguir nuevas cotas de felicidad. No siempre, yo afirmo que casi nunca, la felicidad se encuentra en las cosas materiales. Al menos esa felicidad que buscamos con tanto ahínco y que, pese a tenerla tan cerca hacemos que, sin haberla consumido, se desvanezca en pos de, ironía, más felicidad. Porque precisamente en nuestra propia felicidad se encuentra inmersa la felicidad de nuestro entorno más cercano, lo cual provocaría que ambas se alimentaran, la una de la otra y viceversa, de manera ineludible.
Cuantas veces habiendo conseguido objetivos que incluso hemos de confesarnos que desconfiábamos poder alcanzar, una vez logrados, y pasados los primeros instantes, nos deja una sensación de vacío. Como aquellos personajes de esa interesante novela que nos abandonan cuando llegamos a la última pagina y leemos su final. ¿Por qué no prolongamos, aprovechando al máximo, no esos momentos si no todo el tiempo posible, esa nueva situación? ¿Por qué, pasado escaso tiempo, ya estamos incómodos en nuestra nueva piel y tratamos de mudarla lo más rápidamente posible? ¿Es tan difícil darse cuenta de que justamente en nuestra nueva búsqueda de la felicidad nos está impidiendo disfrutar de la que, en ese preciso instante, tenemos?
Ya les avisé que, hoy, me estaba metiendo en un auténtico barrizal del que no tengo claro si saldré limpio del todo. Confío en que en este filosofar y filosofar en el que, sin apenas darme cuenta, estoy, no les haya aburrido. Pero si les ruego me permitan darles un consejo, y confío que lo acepten con el mejor talante de un amigo que, aún sin conocerles cara a cara, les aprecia. Cuando tengan, vean, perciban un ápice de felicidad atrápenlo como si les fuera en ello la vida y no lo suelten pensando en que detrás de aquel llegaran otros de mayor y mejor “calidad”. No es cierto. Sin los primeros, en nuestra insaciable búsqueda, difícilmente podrá apreciar los siguientes. Al no encontrarnos en ese especial estado de “gracia” no será posible que los percibamos y reconozcamos con nitidez. Verán. Haciendo un símil académico, es como si pretendiéramos licenciarnos en Matemáticas Exactas, en Química y Física, o en Biología Molecular, cuando a duras penas éramos capaces de sacar un aprobado raspado, y eso “gracias” a la colaboración e indulgencia de nuestros profesores, en nuestros primeros años escolares. Si no fuimos capaces de asimilar las bases, difícilmente podremos entender el todo.
Quieren que les cuente un secreto, pero sólo para ustedes, ¿de cuerdo?: La felicidad no la encontrarán nunca en intentar conseguirlo todo, o todo lo máximo posible; si no en disfrutar aquello que consigan, por poco que esto pueda parecerles.
Yo, debo confesarles que creo haberlo logrado en más de una ocasión y por periodos que han oscilado desde los escasos segundos a algunos años. Pero a fuerza de ser sincero también he de admitir que para ello hace falta una cierta inconsciencia a flor de piel, una, como dirían los más exigentes, cierta irresponsabilidad ante lo que te rodea. Si no eres capaz de alejarte unos metros de tu entorno y de tu propia imagen y observarte desde el exterior es francamente difícil alcanzar un ápice de esa necesaria sensación que llamamos felicidad y que, a duras penas, consigue compensarnos de tantos otros momentos, la mayoría para algunos, tan difíciles de sobrellevar.
Por lo general, somos nosotros mismos lo que coartamos las posibilidades de hacer que nuestro paso por este planeta azul sea lo más llevadero posible. Nos empeñamos en algunas batallas tan banales como estériles, tratando de demostrar a los demás que somos lo que no somos, que valemos lo que no valemos y que, y ahí es donde principalmente yo creo que reside el problema de la escurridiza felicidad, merecemos lo que, seguramente, no merecemos.
Siempre, tengamos lo que tengamos, consideramos, que somos merecedores de más. Ello dejando al margen y sin entrar a valorar en cada uno de nosotros el, casi, inevitable pecado capital de mayor peso en nuestra condición de seres humanos: la envidia. Nadie ha podido explicarnos, ni tan siquiera los mejores psicólogos, por qué nos empeñamos en no aceptar en cada momento aquello que hemos conseguido y disfrutarlo hasta el máximo. Aunque pueda ser encomiable el sano estimulo de una saludable ambición de progreso o, en el caso de los más desfavorecidos, de una razonable mejora. Bien es cierto que en algunos casos lo obtenido es poco e insuficiente. Pero si lejos de lamentarlo nos mentalizáramos que extrayendo de ello todo lo positivo que con seguridad tiene, no hay en el mundo nada de lo que no se pueda extraer algo positivo, conseguiremos varias cosas. A saber, entre otras, disfrutar de ese momento con mayor placidez, lo que nos conduciría con mejor talante y prepararía de mejor forma nuestro estado anímico de manera que nos fuera mucho más fácil prepararnos para conseguir nuevas cotas de felicidad. No siempre, yo afirmo que casi nunca, la felicidad se encuentra en las cosas materiales. Al menos esa felicidad que buscamos con tanto ahínco y que, pese a tenerla tan cerca hacemos que, sin haberla consumido, se desvanezca en pos de, ironía, más felicidad. Porque precisamente en nuestra propia felicidad se encuentra inmersa la felicidad de nuestro entorno más cercano, lo cual provocaría que ambas se alimentaran, la una de la otra y viceversa, de manera ineludible.
Cuantas veces habiendo conseguido objetivos que incluso hemos de confesarnos que desconfiábamos poder alcanzar, una vez logrados, y pasados los primeros instantes, nos deja una sensación de vacío. Como aquellos personajes de esa interesante novela que nos abandonan cuando llegamos a la última pagina y leemos su final. ¿Por qué no prolongamos, aprovechando al máximo, no esos momentos si no todo el tiempo posible, esa nueva situación? ¿Por qué, pasado escaso tiempo, ya estamos incómodos en nuestra nueva piel y tratamos de mudarla lo más rápidamente posible? ¿Es tan difícil darse cuenta de que justamente en nuestra nueva búsqueda de la felicidad nos está impidiendo disfrutar de la que, en ese preciso instante, tenemos?
Ya les avisé que, hoy, me estaba metiendo en un auténtico barrizal del que no tengo claro si saldré limpio del todo. Confío en que en este filosofar y filosofar en el que, sin apenas darme cuenta, estoy, no les haya aburrido. Pero si les ruego me permitan darles un consejo, y confío que lo acepten con el mejor talante de un amigo que, aún sin conocerles cara a cara, les aprecia. Cuando tengan, vean, perciban un ápice de felicidad atrápenlo como si les fuera en ello la vida y no lo suelten pensando en que detrás de aquel llegaran otros de mayor y mejor “calidad”. No es cierto. Sin los primeros, en nuestra insaciable búsqueda, difícilmente podrá apreciar los siguientes. Al no encontrarnos en ese especial estado de “gracia” no será posible que los percibamos y reconozcamos con nitidez. Verán. Haciendo un símil académico, es como si pretendiéramos licenciarnos en Matemáticas Exactas, en Química y Física, o en Biología Molecular, cuando a duras penas éramos capaces de sacar un aprobado raspado, y eso “gracias” a la colaboración e indulgencia de nuestros profesores, en nuestros primeros años escolares. Si no fuimos capaces de asimilar las bases, difícilmente podremos entender el todo.
Quieren que les cuente un secreto, pero sólo para ustedes, ¿de cuerdo?: La felicidad no la encontrarán nunca en intentar conseguirlo todo, o todo lo máximo posible; si no en disfrutar aquello que consigan, por poco que esto pueda parecerles.