16 noviembre 2006

¿Puede traspasar el cinismo los límites de la inteligencia?


Cuando un estúpido hace algo que le avergüenza siempre afirma que es su deber. George Bernard Shaw.

Pese a que hace escasos meses formalicé mi afiliación al nuevo partido nacido de las brasas de Ciudadanos por Cataluña, animado principalmente por la presencia de su iniciales instigadores, y hoy ausentes como el Capitán Araña - Arcadi Espada, Albert Boadella y otros - es principio básico para mí dejar de nuevo constancias de mi escasa, por no calificarla de nula simpatía por cualquier partido político, sea este del signo que sea.
A nivel personal hace tiempo que perdí toda fe en los políticos. Aún más en las estructuras monolíticas que los amparan y, de manera especial, en los grupos mediáticos que los sustentan.
Seguramente se estarán preguntando el por qué de un inicio tan extraño en un artículo. La razón es bien sencilla: ni poniendo las cartas boca arriba, ninguno de nosotros, al emitir libremente sus opiniones, se librará de ser encasillado allí en donde los interesados les convenga.
De modo que, cuanto menos, en mi inicio hay un claro intento de liberar fantasmas, a los demás se entiende, y que no vean en estas reflexiones intereses partidistas, y si una justa aspiración de llamar, simple y llanamente, a las cosas por su nombre.
Y puesto que de nitidez trata, no debe sorprender a nadie que califique de hipócritas a los dirigentes socialistas, y a la mayoría de su masa social, cuando vienen, los unos realizando y los otros apoyando, por acción u omisión, las improcedentes manifestaciones y el juego sucio en el que se ha instalado el Psoe, desde que llegó al poder.
En más de una ocasión he manifestado mi desacuerdo con el habitual juego sucio de los partidos en su acción política. Pese a ello, igualmente, he asumido, aunque de mala gana, la inevitable necesidad de comprender ciertos “tejemanejes” en el devenir diario de sus actos. Ya saben, por aquello de que en el amor y en la guerra/política, casi todo vale. Pero ello, sí, bajo una imprescindible condición: que estos no fueran un atentado, una ofensa a la mínima inteligencia.
Y ese es el caso que nos ocupa, y preocupa. Sin alejarnos demasiado en el tiempo, podemos iniciar el análisis acercándonos a los lamentables accidentes y siniestros producidos en estos últimos años, en los que el gobierno del Psoe ha tratado de ocultar o minimizar, mientras que con total descaro se ha preocupado de airear lo más posible todos aquellos, graves o menos graves, que sucedieran durante los anteriores gobiernos del PP.
Dejando al margen el análisis que de la gestión de cada uno de los siniestros pudiera derivarse de ambos partidos – personalmente soy de la opinión que la de los gobiernos del PP fueron infinitamente más justas, equilibradas, coherentes y rápidas las respuestas - resulta patético sacar a pasear de nuevo, ¡¡cuatro años después!! la historia del Prestige, en tanto que se continúa sin conocer con claridad, ni depurar responsabilidades de siniestros no menos graves como los de los incendios de este verano que arrasaron media Galicia; los incendios en Andalucía del año 2004 - Psoe en el gobierno desde hace decenas de años - en el que quedaron arrasadas más de 35000 Ha.; los incendios de Guadalajara, con un número similar de Ha. arrasadas y, lo más lamentable, once muertos; los sinistros del barrio del Carmel, en Barcelona -tripartito/Psoe catalán involucrados - sin más datos que los que han podido aportar los propios interesados, y nulo interés por informar a la opinión pública sobre lo sucedido. Y todo ello rubricado por los terribles atentados del once de marzo, que cambiaron el rumbo de España, presuntamente responsabilidad política del anterior gobierno, y de los que, ¿sorprendentemente? el partido en el poder se niega a realizar las oportunas investigaciones para esclarecer lo sucedido.
Pero la denuncia implícita en este artículo no se detiene aquí, en el terreno de los accidentes, fortuitos o no. También podemos aplicarla a las decisiones de “nuestro” gobierno en el terreno militar. Mientras este se apresuró a retirar, por razones estrictamente demagógicas, las tropas desplazadas a Irak, sin que se produjera una sola baja, y de cuyo cuento ha venido viviendo el Psoe durante años; hoy, contrariamente a sus postulados y promesas, tenemos diseminadas tropas por medio mundo, con el lamentable balance de varios soldados muertos y sucios acontecimientos aún sin aclara, como el caso del helicóptero siniestrado.
Y ya, en terrenos más cercanos para el ciudadano común, los recientes casos de corrupciones multimillonarias socialistas, descubiertos en Ciempozuelos y Tres Cantos, en Madrid, frente a las permanentes denuncias, nunca demostradas, del Psoe, incluida su cúpula, sobre las supuestas gestiones corruptas de mandatarios populares - Eduardo Zaplana, o Esperanza Aguirre, por ejemplo - han conseguido que gran parte de la opinión publica española se plantee si, aunque sea en política, todo vale.
Las cínicas e inconcebibles declaraciones del secretario general de los socialistas, Pepiño Blanco, son un atentado contra la mínima inteligencia. Es difícil comprender que ante un flagrante caso de corrupción, como los antes citados de Ciempozuelos o Tres Cantos, realizados, en este caso, por miembros del partido socialista - lo mismo sería que lo hubieran hecho los populares - todo lo que se le ocurre al responsable del partido en cuestión, Psoe, es retrotraer la memoria a fechas anteriores - qué obsesión con la memoria histórica - y tratar, nuevamente mediante mentiras, de culpar al partido que está en la oposición, manifestando cosas tan peregrinas como que el Plan General de Ordenación Urbana fue aprobado, en su momento, por el equipo que gobernaba anteriormente - naturalmente PP- sin menos cabo de que quien, realmente, ha sido el ejecutor y beneficiario de las corruptelas: su propio partido, el Psoe. El “inteligente” sujeto pretender llevarnos a la convicción de que dado que el Plan fue aprobado por los populares en su momento, ello implica justificación más que suficiente para entrar a saco en él y realizar cuantas corruptelas estimen oportunas, los socialistas.
Por eso cuando he planteado la pregunta que da título a este pequeño artículo, no sólo pretendía dirigirla al sufrido lector de la noticia y a lo que se deriva de las declaraciones de unos y de otros, sino a la de los propios protagonistas que las realizan.
¿Se puede superar la barrera que la propia inteligencia nos impone, aunque se pretenda que los demás lo hagan, permitiéndote mentir descaradamente para plantear nuevas situaciones que chocan frontalmente con la verdad y el sentido común?
Pues parece que sí, que se puede. Especialmente para una casta de indigentes intelectuales “venidos a más” por obra y gracia de unos votos mal informados y tristemente manipulados. Y todo ello, apoyados en unos medios de comunicación estatales y paraestatales, que no merecen nuestro más mínimo respeto.

Felipe Cantos, escritor.

07 noviembre 2006

El sarcasmo del pedigrí catalán.

Mediocre y trepador, y se llega a todo. P. A. Caron de Beaumarchais.

Decía Thomas Carlely… “El sarcasmo, lo veo ahora, es, en general, el leguaje del demonio”. Y a fe que debe ser cierto que tan “popular personaje” debe andar pululando por las cocinas de esa extraordinaria parte de España llamada, hasta hace escasos tres años, Cataluña y hoy, pretendida “nación catalana”, por la enajenación mental de unos pocos advenedizos de bastardos orígenes catalanes y, en su mayoría, renegados de otros lugares España. De otro modo, a poco que se intente, no es posible entender lo que en ella está sucediendo.
Soy plenamente consciente de que durante años, incluso siglos, los más inconformistas ciudadanos de la bella Cataluña, solían, al abrigo de un enfermizo victimismo, buscar mil y una justificación, la mayor parte de ellas históricamente indemostrables, para plantear sus reivindicaciones, en ocasiones justas y, en otras muchas, extraordinariamente injustas. Estas, casi siempre amparadas en el agravio comparativo con el resto de España, y de manera especial con Madrid. Pese a ello, la “buena salud” de un razonable dialogo terminaba por imponerse, y la cordura volvía a reinar para que las aguas, como decía el clásico, volvieran a su cauce.
Pero tengo para mí que esta vez, visto lo visto en las dos últimas convocatorias electorales a la Presidencia de la Generalidad- amén de la infumable cita a las urnas para la ratificación del nuevo estatuto/constitución – las cosas no volverán, jamás, a ser como antes.
La razón, que no el fondo, es fácilmente explicable. Antaño, las reivindicaciones venían desde la clase dirigente catalana. Esa alta burguesía, principalmente industrial y mercantil que, anclada en el pasado deseaba conservar sus privilegios y que, para ello, no dudaba en utilizar cuanta argumentación reivindicativa fuera necesaria, y siempre algo “más allá” de lo que realmente pretendían, hasta conseguir el par justo. Después, todo volvía a la “normalidad”, hasta encontrar el momento y las razones para un nuevo envite. Era un conocido juego de intereses donde las dos partes, al finalizar, acababan por concederse una irónica mueca con pretensiones de sonrisa.
Y si he de serles sincero les confesaré que al igual que no siendo monárquico asumí en su momento la Institución, siempre que no entorpeciera, por aquello de la tradición y de la historia, pero nunca los “añadidos” caprichosos fuera de lugar; así puedo asumir, por las mismas razones de tradición e historia, que una irritante casta catalana se pase la vida reivindicando, pero en modo alguno que sean sustituidos por unos advenedizos trepadores. Dice el refrán que “muerto el perro, se acabo la rabia”. De modo que si hemos de soportar molestias que, cuanto menos sean del original, no del sucedáneo.
Pero ahora es muy distinto. A poco que se reflexione sobre el particular, puede apreciarse la incoherencia que ha resultado de aquellas interminables y nunca bien ponderadas reivindicaciones. Al amparo de un discutible complejo nacionalista, imposible de sustentar por la “genuina casta catalana”, entre otras razones por una sencilla operación matemática, ha resultado que la bandera reivindicativa ha sido tomada por una nueva casta de “genuinos charnegos”. Algunos, como el previsible próximo Presidente de la Generalidad, el ínclito Montilla – hasta el nombre tiene guasa. Puede haber algo más andaluz que Moriles y Montilla - emigrado a Cataluña perdida ya la virginidad, que han pasado de un nacionalismo de salón, a un real antiespañolismo. Por cierto, algunos de ellos no deberían perder de vista el sillón de psiquiatra, independientemente de lo que reflejen sus cuentas corrientes y su posición social, si es que no desean abandonar este mundo sin saber realmente quienes son.
De manera que eso es finalmente en lo que se ha convertido el “problema catalán”: en un exacerbado sentimiento antiespañol del que, naturalmente, no está exenta de responsabilidad la “genuina clase catalana”, con ciu al frente.
No tengo duda alguna de que no era exactamente eso lo que pretendían y esperaban los Pujol, Mas y compañía. Nacionalismo, eternamente reivindicativo pero sin perder de vista a España, sí. Dilapidar sus privilegios en favor de una nueva “casta de charnegos”, no.
Así que tiene gracia la situación ¿irreversible? creada en Cataluña. No me digan que no resulta paranoico. Después de años, incluso siglos reivindicando “todo lo catalán”, los “auténticos catalanes”, los de siempre, esa casta provocadora del problema ha terminado “por no tocar bola”. Mientras que los otros, los renegados, llegados de todos los puntos de esa España que tanto se han ocupado de desprestigiar la “casta catalana”, controlaran “su nación”.
Sería de guasa si el problema final no fuera la previsible deriva a la que se verá abocada la “nación catalana” en manos de un converso y su séquito de iguales. La historia no tiene estadísticas que nos permitan augurar nada al respecto.
Imagino que los “catalanes de siempre” se estarán preguntando qué es lo que pueden hacer para recuperar “su tierra” en manos de “bastardos charnegos” cuyos sentimientos catalanes les nacieron, al amparo del poder que podía alcanzar, poco antes de ayer por la tarde.
Yo, como buen castellano, les diría que se aplicaran el proverbio que decimos por mi tierra, madrileño para más señas, “donde las dan las toman, y callar es bueno”.

Felipe Cantos, escritor.