31 julio 2008

La verdad nos hará libres… o no.


Todos reclaman la verdad, pero pocos se ocupan de ella. George Berkeley.

Acabo de leer el comunicado sobre la sentencia que condena al locutor de la cadena COPE, Federico Jiménez Losantos, a indemnizar con no se cuentos miles de euros a un presunto agraviado llamado Sr. Zarzalejos, a la sazón, defenestrado director del diario abc.
Vista la sentencia y los antecedentes que he podido recabar, resulta francamente difícil no sorprenderse del resultado, por el momento, del litigio.
No voy a ocultarles mi, casi, inevitable deriva a favor del aguerrido locutor sancionado. Pero lejos de ser un elemento que pudiera coartar mi libertad de opinión, al poderse considerar contaminada, esa “debilidad” hacia el personaje queda ampliamente justificada. Por una simple pero sólida razón: la indiscutible intención de ofrecer una información veraz por parte del belicoso periodista.
Tampoco voy a ocultarles que no siempre estoy de acuerdo con la forma, en ocasiones excesivamente beligerante, utilizada por Federico Jiménez Losantos. Pero, en honor a la verdad, prefiero un exceso en el énfasis mostrado por quien pretende denunciar atropellos; que la inanición, la indolencia o la apatía, sino la plena complicidad, de quienes intentan engañarnos flagrantemente adulterando la verdad de los hechos.
Es posible, casi seguro, que el señor Jiménez Losantos ha traspasado en múltiples ocasiones los límites de la más elemental de las cortesías, al referirse a determinados personajes públicos. Otra cosa es si en aplicación de la libertad de expresión, este hubiera traspasado los límites del código penal. Personalmente creo que no. En cualquier caso, como nos dice el clásico: “el que esté libre de pecado que tire la primera piedra”.
En serio, la gran mayoría de ustedes no podrán negarme que en más de una ocasión han tenido el deseo de “poner a parir” a la gran mayoría de los personajes criticados por Federico Jiménez Losantos, ampliando si fuera posible, los epítetos utilizados por este, ante las flagrantes tomaduras de pelo que pretendían, o consiguieron, infligirnos. Yo, les confieso que si.
Baste, simplemente, con dar un pequeño repaso a la lista de quienes, en los últimos años, han sido objeto de las duras críticas del señor Jiménez Losantos, al haber tenido responsabilidades de gobierno, o de oposición.
Qué decir del señor Zapatero, indigente intelectual donde los haya y mentiroso compulsivo. Si nos referimos a algunos de sus colaboradores más cercanos la sensación de desamparó superará todos los límites. El impresentable “señor” Blanco y sus más que dudosa capacidad de razonar o expresarse con un mínimo de coherencia; el señor Solbes, anodino personaje donde los haya, comprometido eternamente con el vacío más absoluto; la señora de La Vega, extraño primas de varias caras, de las que curiosamente siempre se refleja la misma, ocultándose las otras restantes; los “señores juristas” Bermejo y Conde Pumpido, que en un “tanto monta, monta tanto” han conseguido inimaginables cotas de corrupción y perversión en nuestra justicia. Bien es cierto que con la complicidad del propio “sector” jurídico emergente.
Y así, un interminable rosario de imposibles personajes que a la sombra del poder han obtenido, generalmente por su falta de formación y en ocasiones de credibilidad, inmerecido reconocimiento, cuando no, injustos beneficios. Las Álvarez, Aído, Trujillo y otros casos similares; o los Caldera, Miguel Sebastián, Moratinos, Rubalcaba, etc., ilustran con profusión este recorrido.
Desgraciadamente, los casos en la oposición no dejan de ser tanto o más numerosos, como, si cabe, mayormente decepcionantes. Los bandazos dados por el señor Rajoy, aferrado a sus “sólidos” valores - no se sabe bien si es el señor “ministro de la oposición” quien los mueve, o estos a él – aún no han sido asimilados por la estupefacción de quienes creían que el señor Rajoy era… otra cosa.
Al igual que en el “sector” gubernamental, la lista de “listos” en la oposición sería interminable. Por citar algunos, y que me perdones, o me lo agradezcan, los que no aparecen, las Soraya, Cospedal, Estarás, o Sánchez-Camacho; naturalmente acompañadas de los inefables Gallardón, Arenas, González Pons, García-Escudero o el indescifrable Núñez Feijoo, son un claro ejemplo de los que, con sus deleznables actuaciones, merecen ser puestos en la picota de la crítica más corrosiva. Rayando, si cabe, en la ofensa personal. Ellos, con su comportamiento, lo hacen constantemente en un claro insulto a nuestras inteligencias.
Así que, dejando al margen lo que la justicia pueda entender por libertad de expresión – a la vista de los últimos acontecimientos bastante limitada – en ocasiones, cuando uno se encuentra ante la posibilidad de realizar denuncias en un medio de comunicación de gran difusión, es difícil que no aproveche el momento y se deje llevar por la pasión.
Lo importante para quien lo escucha, o en su defecto para quien en su momento, como consecuencia de un contencioso, ha de juzgarlo, es si el contenido de lo que denunciaba es, o era veraz.
De manera que pueden pasar dos cosas. Una, que además de mentirnos, el sujeto aderece con insultos las mentiras que nos está contando. Dos, que pese al énfasis y a las descalificaciones que aporte al relato, este no pueda ser rebatido por el sujeto criticado.
En el primero de los casos, deberá caer sobre el todo el peso de la justicia, incluidas las indemnizaciones que el juez estime oportunas. En el segundo, si prevalece la verdad y esta no es rebatida, bajo ningún concepto el denunciante debería ser condenado. A lo sumo una llamada de atención a su falta de delicadeza para con el “delincuente” en cuestión.
En síntesis, su “señoría” debería, antes de juzgar las formas, haber juzgado el fondo, en busca de la verdad de lo que pudiera haber dado origen a las descalificaciones. Si estas, finalmente, fueron el aderezo de una denuncia cierta, debería quedar como una mera anécdota del fondo de la cuestión.

Felipe Cantos, escritor.