24 febrero 2006

Gibraltar: el “peñazo” del Peñón

¿Ubinam gentium sumus?/¿En qué país estamos? Marco Tulio Cicerón.

He de confesarles que no acabo de entender demasiado bien, y por ello he de mostrar mi perplejidad, al descubrir la enorme contradicción que para nuestros actuales gobernantes, zp y sus adláteres, supone el problema del Peñón frente a lo que ellos llaman, eufemísticamente, el “reconocimiento de las indiscutibles nacionalidades del estado”.
Sin que su demostrada preocupación por el enquistado problema que supone la definitiva situación de Gibraltar sea como para tirar cohetes, especialmente por lo que cabe esperar, en estos momentos, de la colaboración británica, no deja de ser sorprendente que mientras se prestan a desmontar con total impunidad y sin remordimiento alguno una nación milenaria, aún les queden ganas de tocar las narices a los británicos, y a los llanitos, con las eternas reivindicaciones. Y no digo yo que no deba hacerse. Pero mi desconcierto es grande ante la magnitud de tal contradicción. Una más de este descabellado gobierno que nos desgobierna.
No obstante, retomando el eterno problema gibraltareño, uno tiene que confesar que Caruana y los caruanitos comienzan a provocar en el español medio una especie de urticaria difícil de definir. No es creíble su obsesión por defender lo que en términos racionales va “contra natura”. Personalmente, hace mucho tiempo que deje de tomar en serio a cualquier personaje previniente de la clase política y, aún más, cualquier mensaje que este pudiera emitir. Pero en el caso de “mister Carrgguana”, el “pequeño” dirigente – no por tamaño físico, sino intelectual - que, dicen, dirige esa piedra gorda que se encuentra al final de la península ibérica, es, a más de patético, divertido. Tiene todo el aspecto de pertenecer a uno de los cuadros más típicos de una de las populares obras costumbristas de los hermanos Quintero.
Escuchar decir al “zeño” primer ministro de la piedra, de la cosa esa no mucho mayor que la grada de cualquier estadio de primera llamada “la roca”, algo así como: “nozotro no zomo epañole”, en el más fuerte acento gaditano que uno pudiera imaginar, pese al gracioso gracejo, resulta casi irritante. ¡Se puede ser más besugo que pretendiendo negar la mayor te bases en su propia existencia! Es como si pretendiendo negar la existencia del Universo comenzáramos por cuestionarnos el sistema solar.
Ignoro como se desenvuelve en la lengua de Shakespeare nuestro pequeño “reyezuelo del rocón”, y de los monos. Los auténticos que en ella se encuentran, claro. Pero apuesto la mejor de mis camisas de verano - la amarilla que tiene grabado un jugador de wouling en la espalda – que en ningún caso será comparable a la autenticidad de la que hace gala cuando se expresa en la lengua de Alberti, de Juncal o del mismísimo y entrañable Séneca.
Y eso es lo que más me desconcierta de este primer ministro de la gorda piedra y, naturalmente, de los restantes cuatro gatos que en ella residen y que, como dice un buen amigo mío, metidos todos ellos en un taxi aún sobraría una plaza. ¿Cómo se puede entender que después de transcurridos los primeros trescientos años de, como diría otro buen amigo mío abogado, la “apropiación indebida” realizada por Gran Bretaña, el “zeño Carrgguana”, y su pequeña tribu de “andalus-britanicus” de tercera división, aún conserve ese fuerte acento andaluz.
Estoy plenamente convencido que las más elementales leyes de la naturaleza han provocado una alteración genética en las neuronas de los llanitos y, ¿cómo no? del llanazo “zeño Carrgguana”, consiguiendo que, pese a la obstinación demostrada por ellos y sus ancestros durante generaciones, de mantenerse fuera de la jurisdicción de España, les haya sido imposible desprenderse de esa terrible “carga”.
Soy de los que, convencido, cree que la culpa – y la responsabilidad - de cuanto le sucede a una comunidad es de los propios que la forma y que el “profesional” de la política no hace más que aprovecharse de las debilidades de quienes no encontrando otra opción mejor, le vota.
El caso de “nuestra” ¿querida? piedra y de quienes la habitan, incluidos los monos, no es distinto. Es de dominio público que ese reducto, uno de los últimos que quedan en Europa, es el mayor centro de tráfico de drogas contrabando y la fuente de ilegalidades más importante en el viejo continente. Especialmente mercantiles.
No deseo entrar en disquisiciones inútiles sobre la legalidad, o no, de la situación colonial de ese pequeño “reino de Taifas”. Creo que, independientemente y antes de una indispensable y completa formación jurídica en derecho internacional, habría que apelar al sentido común de los propios residentes en el peñasco. De las infinitas ocasiones en que por ocio u obligación me he encontrado en Gibraltar he podido deducir que, salvo la inevitable colonia británica residente en ella, la mayor parte de los habitantes se expresan y sienten como sus hermanos del otro lado de La Línea. Incluido su primer ministro. Y tengo la sensación, e incluso la certeza por manifestaciones de residentes, de que si no fuera por la presión directa de sus dirigentes, y la indirecta y sibilina de los británicos, hace mucho tiempo que Gibraltar se hubiera fundido, con acuerdo o sin él, con el resto de Andalucía.
Vaya por delante mi absoluta desconfianza de que en ninguna de las alternativas posibles yo crea que los británicos están por la labor de abandonar el peñón. Pero no es menos cierto que la dichosa piedra se ha convertido en moneda de cambio político para mostrar las simpatías o desafectos de los gobiernos imperantes en cada momento. Así, mientras con Aznar, amigo declarado de Blair, las posibilidades de recuperar un diálogo sobre la roca se presentaban como una posibilidad, ahora, con el ínclito “emperador de la tonta sonrisa”, más conocido como zp, cualquier posibilidad pasaría porque este se acercara antes a tomar el acostumbrado té británico.
Claro que, yo avisaría a nuestro “habilísimo” servicio de inteligencia – cni – para que controlara las cucharadas de azúcar para la taza de “nuestro” presidente. No me sorprendería que estas contuvieran mayor cantidad de cicuta de de cualquier otro producto. Porque mira que es difícil en el escaso tiempo transcurrido desde “la coronación” y pese a mostrar constantemente la sonrisa más boba que uno se pueda imaginar, crearse tal cantidad de “amigos”.
Si de verdad le dieran a la “jodida” roca el valor real que debería tener para unos y para otros, hace ya mucho tiempo, seguramente desde el ingreso de España en la Comunidad Europea, que el problema hubiera dejado de ser tal. Hasta el interés estratégico defendido durante siglos por los ingleses dejó de tener vigencia después de la creación de la Unión Europea y la incorporación de España a la otan.
De modo que, como al inicio les decía, el problema es esa obstinación “contra natura” del “zeño Carrgguana” y los cuatro caruanitos que no desean perder los privilegios de encontrarse en esa tierra de nadie en la que, como en los pequeños reinos de Taifas, hacer de su capa un sayo. Eso sí, un sayo bastante sucio.
Y es que para los españoles el problema de Gibraltar, de La Roca, de La Peña, de El Peñón, o de cómo demonios deseemos llamarle, ha dejado de ser un problema para convertirse en “un peñazo”.

Felipe Cantos, escritor.

23 febrero 2006

¿Qué se entiende por catalonófobo?


Nada hay más peligroso que una idea cuando no se tiene más que una. Emile Chartier Alain

Desde la tristeza que provoca lo que se puede observar desde el magnífico mirador que permite a un español, residente en el corazón de la Europa Comunitaria desde hace dos décadas, y reflexionar sobre lo que está sucediendo en España desde hace algo más de dos años, un catalonófobo es:

Todo aquel que teniendo una clara idea de la historia de España, incluida Cataluña, se empeña en cuestionar y no tomar en serio esa bazofia histórica que pretenden vender los nacionalistas.

Todo aquel que no estando de acuerdo con sus ideas discrepa de ellas, y de los métodos que emplean para imponerlas.

Todo aquel que perteneciendo a generaciones posteriores a nuestra “famosa” y “trasnochada” contienda nacional, aparentemente superada, y no teniendo, en pos de una verdadera paz, el menor interés por el bando en el que luchó su abuelo, no logra entender el revanchismo y el odio nuevamente exhibido por los nacionalistas, poniendo en peligro la tranquilidad de España.

Todo aquel que, con todos los respetos para la identidad catalana, no tolera, ni admitirá jamás ninguna clase de superioridad por parte de esta comunidad, en relación con el resto de las comunidades españolas.

Todo aquel que ponga en tela de juicio la inteligencia y las intenciones de los nacionalistas cuando, lejos de ofrecer a sus ciudadanos amplitud de miras en todos los terrenos: culturales, lingüísticos, filosóficos, económicos, etc.; se dedican a mirarse el ombligo y pretenden que los ciudadanos de Cataluña regresen a las cortas posibilidades de la tribu.

Todo aquel que habiendo escuchado por boca de simpatizantes de los nacionalistas catalanes las sandeces que a continuación leerá, se limite a mirarlos con tristeza y ofrecerles una sonrisa de misericordia y paciencia: “No sé bien por qué, pero en mis últimos viajes a Turquía y Marruecos me he sentido más identificado, más en casa que en España”.

Todo aquel que ponga en tela de juicio la honradez de los nacionalistas catalanes. De manera especial aquellos que siendo conocedores de las “aventuras” del Ministro de Industria, el bachiller Montilla, sienten cierta repugnancia de las prácticas mafiosas con las que habitualmente opera. Entre otras: Opas para su beneficio particular y el de sus amigos. Regalías de miles de millones por su “excepcional” colaboración en los tejemanejes con entidades financieras catalanas.

Todo aquel que ponga en tela de juicio el nivel intelectual de la mayoría de los dirigentes nacionalistas, para llevar a cabo grandes cambios en la sociedad catalana, a la que pertenecen.

Todo aquel que, harto de escuchar las ofensas constantes de los nacionalistas catalanes contra su sentimiento de español, se manifieste ofendido, e incluso dolido en lo más profundo por el trato recibido.

Todo aquel que no acepte, por sentido común y uso de su inteligencia, que se pueda hablar de nacionalista catalán y no pueda hacerse de nacionalista español.

En síntesis:

Todo aquel que se resista a que los catalanes, nacionalistas, le nombre socio de honor del CEI, más conocido como “Club de los Estúpidos Integrales”.

Felipe Cantos, escritor.

12 febrero 2006

El Matrix catalán.

Durante los últimos tiempos, más concretamente desde que alcanzara el Gobierno de España el ínclito ZP, mi espíritu se ha sentido inquietado por todo cuanto estaba sucediendo en mi nación. Unas veces enervándome; otras, las menos, provocándome una sonrisa de conmiseración; otras resignándome, y las más tratando de entender algo de la kafkiana situación que, sin necesidad alguna, han creando el señor Rodríguez Zapatero y sus adláteres.
Sin embargo, la última noticia llegada hasta mi, puede que no la más importante en cuanto a consecuencias, pero sin duda alguna la más delirante, sobre la contratación de empresas privadas de seguridad para vigilar y proteger los edificios institucionales, incluidas las comisarías e instalaciones de la policía autónoma catalana, más conocida como Mossos d’Esquadra, me ha permitido llegar al cenit de lo delirante en los llamados Països Catalans.
Nunca llegué a imaginar que el fenómeno virtual reflejado en un film de ciencia ficción pudiera alcanzar tal nivel de realismo. Y lo cierto es que no puedo por menos que esbozar una sonrisa llena de ironía al comprobar como la clase política catalana, y una buena parte de su ciudadanía, doy fe de lo que digo pues “amigos” y conocidos cercano se identifican con lo que allí está sucediendo, han llegado a vivir de manera permanente en el sugerente e ¿incomprensible? mundo de Matrix. Aquel mundo que a todos nos impresionó desde el vuelo de una imaginación portentosa, se ha convertido, por mor de los acontecimientos y, como siempre, superando la realidad a la ficción, en un estado de ilusión permanente en el mundo catalán.
De él, la clase política y sus fervientes seguidores, salen y entran con toda facilidad, imagino que conectados a algún resorte, he intentan que lo hagamos nosotros, desgraciadamente sin ninguna posibilidad de ser conectados a elemento alguno que nos permita asumir gran parte de los postulados y falsa e incomprensibles tesis en las que sustentan su ilusorio mundo.
Si sólo se tratara de inventar una historia y una independencia jamás existida; de unos derechos nunca disfrutados; de unas imaginativas y delirantes reivindicaciones frente al resto de España difícilmente demostrables; de una injusta discriminación que, incluso en los momentos más difíciles siempre fueron a su favor, bastaría con conectarse, como en el mundo virtual de Matrix, para, una vez satisfechos los necesarios anhelos, volver a la realidad con sólo desconectar. Pero resulta que únicamente entran en el mundo virtual para nutrirse de falsos argumentos y exhortar sus originales y descabelladas decisiones. Sin embargo, cuando una vez desconectados regresan de aquel mundo, tratan de que el pago de sus reivindicaciones no se realice en “moneda virtual”. Y es que, como ellos mismo han acuñado: “la pela es la pela”.
Mundo virtual sí: independencia, rompiendo una España de la que siempre formaron parte; reivindicaciones históricas inexistentes; presentación de facturas repletas de falso victimismo y una inacabable lista de reivindicaciones carentes de todo sentido. Pero el cobro en este mundo y con los pies en el suelo, que el champán, las monchetas, los embutidos catalanes, las entidades financieras y todo cuanto Cataluña y catalanes puedan “exportar” a su vecino español, es sagrado.
De modo que, frente a la apropiación de una Cataluña de todos los españoles, por parte de una clase política, demostrablemente corrupta hasta el tétano, ellos pretenden cobrar, mucho y bien, en moneda de curso legal: Opas para crear monopolios energéticos; independencia judicial y territorial para, en definitiva, hacer de su capa un sayo. Por cierto, siendo yo madrileño, ¿que derecho tiene los radicales catalanes para prohibirme que sienta “mi Cataluña” tan mía como cualquier otra parte de España? Si por las cerriles razones que puedan tener, ellos no sienten lo mismo por cualquier lugar de de nuestra entrañable España, es su problema. En mi particular caso, yo, ya vivía la entrañable Cataluña de los años sesenta, cuando muchos de los que hoy reivindican su independencia, curiosamente en su mayoría charnegos procedentes de otros lugares de España, ni tan siquiera habían nacido. De modo que, amando como amo España, no tengo deseo alguno, ni necesidad de sentirme como turista de lujo, en las ramblas barcelonesas, en la Plaza de España, o en Playa de Aro, como si me encontrara en los Campos Elíseos parisinos, en la Grand Place de Bruselas, o en la bella ciudad marinera de Arcachón.
En síntesis, sería fantástico si tras de ese mundo sólo quedara el recuerdo de una atractiva historia llena de utopía y apoyada en un impecable trabajo de imaginación, incluido los pasajes románticos, una excelente fotografía y mejores efectos especiales. Pero la cruda realidad es que cuando tratamos de desconectarlos, pues lo que vemos y vivimos no nos gusta porque nos daña seriamente, descubrimos que, en ellos, ambos mundos se encuentran tan interconectados que no cabe posibilidad ninguna de separa realidad de ficción. Salvo que hagamos sonar la bolsa. Ya saben, por aquello de: “la bolsa es bona si la bolsa sona”.

Felipe Cantos, escritor.

09 febrero 2006

La teoría de la relatividad, o la relatividad de una teoría.

No, por Dios, no se me asusten por el encabezamiento. Es verdad que la inercia para escribir esta pequeña columna de hoy me la ha suscitado, hace tiempo que venia pensando en ello, la célebre, pero no por ello bien conocida, Teoría de la Relatividad de Einstein. Sobradamente se que no es materia para tratar aquí, sin más, en un espacio como este; en el supuesto de que uno estuviera lo suficientemente preparado. Si estamos inmersos en unas circunstancias en donde ya, de por si, nos es difícil a todos nosotros ser capaces de comprender los vertiginosos cambios que se producen en nuestros entorno más cercano - sin ir más lejos en el inescrutable mundo de nuestros adolescentes - ¡como para penetrar en el profundo análisis del Universo!
La cuestión es mucho más sencilla. Más de a pie. Resulta que releyendo una vez más la famosa y compleja Teoría, así como alguna de las que dieron origen a las conclusiones que le permitieron a Einstein obtenerla - la Teoría Cuántica, de Ludwing Planck; la Teoría de los Rayos Cósmicos, de R. Andrews Millikan, la malograda e inacabada Teoría del Todo, del propio Einstein, y alguna otra – llegué a la conclusión de que Einstein y los demás se habían equivocados en la denominación final de la Teoría, o lo estoy seriamente yo. Pese a referirnos a ella como algo conocido y cercano, y de algún modo haberla hecho nuestra, por aquello de la “relatividad”, tan cercana al común de los mortales, aseguraría que a la virtual mayoría de los seres que habitamos este planeta nos resulta, salvo el nombre, absolutamente desconocido el fondo de lo que en ella se expone. Por ello, si tenemos en cuenta que relativo es, más o menos, todo aquello que no termina de definirse ni concretarse, lo que sitúa a todos estos científicos en una “relativa credibilidad”, que en modo alguno yo voy a cuestionar aquí, no es menos cierto que sin necesidad de ascender, o descender por el infinito Universo, hasta alcanzar el Big Bang, existe una Teoría de la Relatividad en nuestro quehacer diario que la hace más cercana, más nuestra y, sin duda, con mayores méritos para llamarse como tal.
Ignoro que es lo que impulso a Albert Einstein, y los defensores de su teoría, a llamarla de ese modo. Pero es indudable, que su adjetivación corresponde de manera más precisa a todo aquello que nos rodea a diario y con lo que hemos de convivir cada día. Por ello, yo, reivindico desde esta página el derecho a descender a la categoría de íntima y personal la verdadera Teoría de la Relatividad. La propia terminología “relatividad” es relativa en si misma. ¿O acaso no es relativo el tiempo, la cantidad, la distancia, la velocidad, el tamaño y tantas otras cosas, incluidos los sentimientos, en función de quién lo precise, los sienta, lo mida, o lo utilice? ¿Cuantas veces nos hemos cuestionado el tamaño de algo en función de una primera alternativa, convirtiéndose nuestra primera impresión en todo lo contrario en cuanto hemos cambiado de referencia? ¿Y que me dicen de la velocidad y la distancia? Será mucha o poca dependiendo de con qué o con quien lo comparemos. ¡Todo en nuestro pequeño y cercano universo es relativo! Probablemente más relativo de lo que pretenden exponer las teorías científicas exhibidas por los doctores versados en la existencia de nuestro universo. Seguramente, pese a llamarla de esa manera, su intención es que sea lo menos relativa y lo más exacta posible.
Es relativa la gravedad de un asunto, en función de con que lo comparemos y del momento en que se produzca. Es más, yo añadiría que, inclusive, esa gravedad, esa distancia, ese tamaño es “relativamente” distinto en función de la persona, o personas que les afecte, o participen. Son relativos los efectos de una enfermedad dependiendo de que mientras nos duela una muela, o suframos un esguince nos comuniquen que padecemos un cáncer. Es relativo que seamos un número uno en alguna especialidad, aunque los méritos sean discretos, tanto en cuanto no aparezca alguien que nos supere, aunque sea por un escaso margen.
Por supuesto que, ésta si, Teoría de la Relatividad, puede llegar a ser desarrollada de manera casi infinita y, evidentemente, en unos términos mucho más científicos que, en modo alguno, es posible avanzar en este pequeño espacio. Pero los ejemplos serían, y son, infinitos. Por ello, y para no aburrirles, me limitaré a recordarles lo que en el contenido de este pequeño texto les planteaba. ¿No creen que sería más correcto utilizar como definición de Teoría de la Relatividad todas aquellas manifestaciones y acciones que nos son cercanas, familiares y que utilizamos constantemente, sin necesidad de alejarnos en dirección a las estrellas, y tratar de buscar otro nombre de “mayor peso” a la teoría de Albert Einstein? ¡Claro que podríamos crear un pequeño cisma en la comunidad científica! Pero, emulando al ínclito Pascual Maragall, quién sugirió hace escasas fechas el cambio del nombre de España, para poder competir con la selección catalana en las competiciones oficiales, no creo que con ello se convulsionaran los cimientos del mundo. Y sin lugar a dudas sería una interpretación mucho más correcta de lo que significa para el ciudadano de a pie el concepto “relativo”.
Hasta siempre,

Felipe Cantos, escritor.

La felicidad

Pues si, admito que me estoy metiendo en un terreno que lejos de llevarme a alguna parte puede que me enfangue y no sea capaz de dar marcha atrás. Pero qué quieren que les diga. Probablemente hay pocos proyectos en la vida, si es que hay alguno, al que merezca prestarle mayor atención. Y digo bien: proyectos. Porque, ¿qué es si no la felicidad para todos nosotros más que un proyecto que dura toda nuestra existencia y al que, por lo general con gran dificultad, conseguimos alcanzar en algunos periodos de nuestro paso por este mundo?
Yo, debo confesarles que creo haberlo logrado en más de una ocasión y por periodos que han oscilado desde los escasos segundos a algunos años. Pero a fuerza de ser sincero también he de admitir que para ello hace falta una cierta inconsciencia a flor de piel, una, como dirían los más exigentes, cierta irresponsabilidad ante lo que te rodea. Si no eres capaz de alejarte unos metros de tu entorno y de tu propia imagen y observarte desde el exterior es francamente difícil alcanzar un ápice de esa necesaria sensación que llamamos felicidad y que, a duras penas, consigue compensarnos de tantos otros momentos, la mayoría para algunos, tan difíciles de sobrellevar.
Por lo general, somos nosotros mismos lo que coartamos las posibilidades de hacer que nuestro paso por este planeta azul sea lo más llevadero posible. Nos empeñamos en algunas batallas tan banales como estériles, tratando de demostrar a los demás que somos lo que no somos, que valemos lo que no valemos y que, y ahí es donde principalmente yo creo que reside el problema de la escurridiza felicidad, merecemos lo que, seguramente, no merecemos.
Siempre, tengamos lo que tengamos, consideramos, que somos merecedores de más. Ello dejando al margen y sin entrar a valorar en cada uno de nosotros el, casi, inevitable pecado capital de mayor peso en nuestra condición de seres humanos: la envidia. Nadie ha podido explicarnos, ni tan siquiera los mejores psicólogos, por qué nos empeñamos en no aceptar en cada momento aquello que hemos conseguido y disfrutarlo hasta el máximo. Aunque pueda ser encomiable el sano estimulo de una saludable ambición de progreso o, en el caso de los más desfavorecidos, de una razonable mejora. Bien es cierto que en algunos casos lo obtenido es poco e insuficiente. Pero si lejos de lamentarlo nos mentalizáramos que extrayendo de ello todo lo positivo que con seguridad tiene, no hay en el mundo nada de lo que no se pueda extraer algo positivo, conseguiremos varias cosas. A saber, entre otras, disfrutar de ese momento con mayor placidez, lo que nos conduciría con mejor talante y prepararía de mejor forma nuestro estado anímico de manera que nos fuera mucho más fácil prepararnos para conseguir nuevas cotas de felicidad. No siempre, yo afirmo que casi nunca, la felicidad se encuentra en las cosas materiales. Al menos esa felicidad que buscamos con tanto ahínco y que, pese a tenerla tan cerca hacemos que, sin haberla consumido, se desvanezca en pos de, ironía, más felicidad. Porque precisamente en nuestra propia felicidad se encuentra inmersa la felicidad de nuestro entorno más cercano, lo cual provocaría que ambas se alimentaran, la una de la otra y viceversa, de manera ineludible.
Cuantas veces habiendo conseguido objetivos que incluso hemos de confesarnos que desconfiábamos poder alcanzar, una vez logrados, y pasados los primeros instantes, nos deja una sensación de vacío. Como aquellos personajes de esa interesante novela que nos abandonan cuando llegamos a la última pagina y leemos su final. ¿Por qué no prolongamos, aprovechando al máximo, no esos momentos si no todo el tiempo posible, esa nueva situación? ¿Por qué, pasado escaso tiempo, ya estamos incómodos en nuestra nueva piel y tratamos de mudarla lo más rápidamente posible? ¿Es tan difícil darse cuenta de que justamente en nuestra nueva búsqueda de la felicidad nos está impidiendo disfrutar de la que, en ese preciso instante, tenemos?
Ya les avisé que, hoy, me estaba metiendo en un auténtico barrizal del que no tengo claro si saldré limpio del todo. Confío en que en este filosofar y filosofar en el que, sin apenas darme cuenta, estoy, no les haya aburrido. Pero si les ruego me permitan darles un consejo, y confío que lo acepten con el mejor talante de un amigo que, aún sin conocerles cara a cara, les aprecia. Cuando tengan, vean, perciban un ápice de felicidad atrápenlo como si les fuera en ello la vida y no lo suelten pensando en que detrás de aquel llegaran otros de mayor y mejor “calidad”. No es cierto. Sin los primeros, en nuestra insaciable búsqueda, difícilmente podrá apreciar los siguientes. Al no encontrarnos en ese especial estado de “gracia” no será posible que los percibamos y reconozcamos con nitidez. Verán. Haciendo un símil académico, es como si pretendiéramos licenciarnos en Matemáticas Exactas, en Química y Física, o en Biología Molecular, cuando a duras penas éramos capaces de sacar un aprobado raspado, y eso “gracias” a la colaboración e indulgencia de nuestros profesores, en nuestros primeros años escolares. Si no fuimos capaces de asimilar las bases, difícilmente podremos entender el todo.
Quieren que les cuente un secreto, pero sólo para ustedes, ¿de cuerdo?: La felicidad no la encontrarán nunca en intentar conseguirlo todo, o todo lo máximo posible; si no en disfrutar aquello que consigan, por poco que esto pueda parecerles.

07 febrero 2006

Ese intimidador folio en blanco

Lo sé, lo sé. Admito que es una pesadez, casi un tópico legendario apelar a la sobada frase que da título a este pequeño texto. Pero a fuerza de ser sincero hemos de reconocer, cuanto menos yo he de hacerlo, que es una gran verdad. Todo profesional, y sin duda alguna aquel aficionado que ocupe su tiempo en coleccionar palabras y, después de darle forma, tratar de ofrecérselas a los demás agrupadas y seleccionadas en un orden con un mínimo sentido y mayor coherencia, habrá de admitir que no es tarea baladí. Ello, amén del consabido mensaje que se le supone al contenido de cualquier texto con alguna aspiración.
Con ello, yo no pretendo disuadir, Dios me libre y Alá me proteja, o viceversa, - en los tiempos que corren nunca se sabe que manto nos protegerá mejor - a aquellos que teniendo cierta debilidad por la letras, literaria se entiende, se pongan mano a la obra con la mayor de las ilusiones y, yo añadiría, con la paciencia de aquel santo que cita la Biblia. Job, creo que se llamaba. Pues es indudable que, además de poder buscarse la ruina en gastos de papelería y demás elementos tan necesarios como estimulante pero tan ardua tarea, puede terminar maldiciendo a todas las musas a las que pudieran haberte encomendado.
Y es que nuestras famosas y necesarias deidades no lo son todo en esta labor de cubrir negro sobre blanco para que tú, querido lector, puedas sacar algún provecho de lo que lees o, cuanto menos, no acabemos aburrido a las ovejas. Junto a ellas -las musas, no las ovejas- hay que colocar, además de la paciencia antes evocada, un duro y titánico trabajo de muchas horas, sin garantía alguna de éxito y no siempre bien recompensadas. Para el caso de que fuera necesaria la aclaración, yo diría que nuestras siempre juveniles y evanescentes doncellas suponen en la creación de un escritor algo así como el ¿cinco o diez por ciento? El resto, parodiando aquel político de la casi fenecida izquierda española, repetiría la palabra incesantemente. Se llama: trabajo, trabajo, trabajo. Estas bellas mozas célibes que no se casan con nadie más que circunstancialmente y sólo por un instante – no deseo discriminar, por lo que dejo la opción de que puedan ser mozos igualmente - previo mensaje a cualquiera de nuestros sentidos (vista, tacto, oído, gusto y olfato) se marcharán danzando al sonido de cualquier instrumento de cuerda o viento, la percusión no creo que las motive demasiado, y no regresaran hasta que hayas terminado, con el único objetivo de fiscalizar tu trabajo. Pero, como todo esfuerzo cuyo contenido principal se nutre del intelecto y se complementa con las sensaciones vividas, las experiencias que te rodean y las sensibilidades que te afectan, robadas a tu entorno y aportadas desde tu interior, permitiendo dar a los demás algo de ti mismo, finalmente obtendrás un resultado que por lo general suele ser la autocomplacencia. También lo sé. Soy perfectamente consciente de que para el profesional no es suficiente, pues en su plena dedicación al escribir busca, aunque no siempre con imparcial justicia, a la vista del resultado que se obtenga, otro tipo de recompensa que además de la autocomplacencia le aporte alguna que otra posibilidad de vivir con cierto decoro.
Pero si, nuevamente, hemos de ser sinceros, justo sería hacer partícipes a los demás de las prebendas que nuestra escritura nos pudiera reportar. Sea devolviendo parte de las emociones recibidas o, por qué no, en especias de curso legal. No en vano todo lo que se mueve, o se insinúa a nuestro alrededor en este mundo, es el incentivo y la materia prima de la que, con mayor o menor fortuna, nos nutrimos los escritores. Somos, mal que nos pese la comparación, los vampiros del medio en el que nos desenvolvemos habitualmente. Vampirizamos todo lo que nos rodea para poder obtener un texto mínimamente digno.
Cuestión aparte es el resultado de lo que escribimos, pues si se trata de una novela de ficción, igualmente, deberemos estar agradecidos a los personajes que pululan por las páginas, cada uno en su contexto. Estoy en condiciones de asegurar que, a menos que estemos trabajando sobre un texto rigurosamente histórico, técnico, jurídico o matemático, o en su defecto sobre un ensayo, la evolución y el desarrollo de la historia que escribas estará en manos de estos personajes a los que, equivocadamente, el escritor cree dominar. ¿Cuantas veces se nos mueren antes de preverlo, o se auto otorgan un protagonismo que no estaba previsto? Intentadlo, veréis lo que sucede.
Por cierto, ¿quién dijo miedo al folio en blanco? ¿Habéis observado que casi sin pretenderlo o, precisamente, mientras elevábamos nuestra queja al Supremo por las dificultades que supone llenar un folio en blanco hemos conseguido cumplir con ese requisito, casi milagroso? ¿Os puedo dar un consejo de amigos? Atreveos siempre que os surja la necesidad. Con o sin inspiración. Ellas, las musas, van por libre y, después de todo, tampoco se trata de ganar el Nóbel. Porque, lo creáis o no, lo que verdaderamente da miedo no es la falta de inspiración para crear un texto que nos permita comunicarnos con los demás, o con nosotros mismos. Lo que verdaderamente aterra es dejar ese folio en blanco, dando la sensación de que uno se encuentra vacío en su interior.
Hasta siempre,

Felipe Cantos, escritor.