No, por Dios, no se me asusten por el encabezamiento. Es verdad que la inercia para escribir esta pequeña columna de hoy me la ha suscitado, hace tiempo que venia pensando en ello, la célebre, pero no por ello bien conocida, Teoría de la Relatividad de Einstein. Sobradamente se que no es materia para tratar aquí, sin más, en un espacio como este; en el supuesto de que uno estuviera lo suficientemente preparado. Si estamos inmersos en unas circunstancias en donde ya, de por si, nos es difícil a todos nosotros ser capaces de comprender los vertiginosos cambios que se producen en nuestros entorno más cercano - sin ir más lejos en el inescrutable mundo de nuestros adolescentes - ¡como para penetrar en el profundo análisis del Universo!
La cuestión es mucho más sencilla. Más de a pie. Resulta que releyendo una vez más la famosa y compleja Teoría, así como alguna de las que dieron origen a las conclusiones que le permitieron a Einstein obtenerla - la Teoría Cuántica, de Ludwing Planck; la Teoría de los Rayos Cósmicos, de R. Andrews Millikan, la malograda e inacabada Teoría del Todo, del propio Einstein, y alguna otra – llegué a la conclusión de que Einstein y los demás se habían equivocados en la denominación final de la Teoría, o lo estoy seriamente yo. Pese a referirnos a ella como algo conocido y cercano, y de algún modo haberla hecho nuestra, por aquello de la “relatividad”, tan cercana al común de los mortales, aseguraría que a la virtual mayoría de los seres que habitamos este planeta nos resulta, salvo el nombre, absolutamente desconocido el fondo de lo que en ella se expone. Por ello, si tenemos en cuenta que relativo es, más o menos, todo aquello que no termina de definirse ni concretarse, lo que sitúa a todos estos científicos en una “relativa credibilidad”, que en modo alguno yo voy a cuestionar aquí, no es menos cierto que sin necesidad de ascender, o descender por el infinito Universo, hasta alcanzar el Big Bang, existe una Teoría de la Relatividad en nuestro quehacer diario que la hace más cercana, más nuestra y, sin duda, con mayores méritos para llamarse como tal.
Ignoro que es lo que impulso a Albert Einstein, y los defensores de su teoría, a llamarla de ese modo. Pero es indudable, que su adjetivación corresponde de manera más precisa a todo aquello que nos rodea a diario y con lo que hemos de convivir cada día. Por ello, yo, reivindico desde esta página el derecho a descender a la categoría de íntima y personal la verdadera Teoría de la Relatividad. La propia terminología “relatividad” es relativa en si misma. ¿O acaso no es relativo el tiempo, la cantidad, la distancia, la velocidad, el tamaño y tantas otras cosas, incluidos los sentimientos, en función de quién lo precise, los sienta, lo mida, o lo utilice? ¿Cuantas veces nos hemos cuestionado el tamaño de algo en función de una primera alternativa, convirtiéndose nuestra primera impresión en todo lo contrario en cuanto hemos cambiado de referencia? ¿Y que me dicen de la velocidad y la distancia? Será mucha o poca dependiendo de con qué o con quien lo comparemos. ¡Todo en nuestro pequeño y cercano universo es relativo! Probablemente más relativo de lo que pretenden exponer las teorías científicas exhibidas por los doctores versados en la existencia de nuestro universo. Seguramente, pese a llamarla de esa manera, su intención es que sea lo menos relativa y lo más exacta posible.
Es relativa la gravedad de un asunto, en función de con que lo comparemos y del momento en que se produzca. Es más, yo añadiría que, inclusive, esa gravedad, esa distancia, ese tamaño es “relativamente” distinto en función de la persona, o personas que les afecte, o participen. Son relativos los efectos de una enfermedad dependiendo de que mientras nos duela una muela, o suframos un esguince nos comuniquen que padecemos un cáncer. Es relativo que seamos un número uno en alguna especialidad, aunque los méritos sean discretos, tanto en cuanto no aparezca alguien que nos supere, aunque sea por un escaso margen.
Por supuesto que, ésta si, Teoría de la Relatividad, puede llegar a ser desarrollada de manera casi infinita y, evidentemente, en unos términos mucho más científicos que, en modo alguno, es posible avanzar en este pequeño espacio. Pero los ejemplos serían, y son, infinitos. Por ello, y para no aburrirles, me limitaré a recordarles lo que en el contenido de este pequeño texto les planteaba. ¿No creen que sería más correcto utilizar como definición de Teoría de la Relatividad todas aquellas manifestaciones y acciones que nos son cercanas, familiares y que utilizamos constantemente, sin necesidad de alejarnos en dirección a las estrellas, y tratar de buscar otro nombre de “mayor peso” a la teoría de Albert Einstein? ¡Claro que podríamos crear un pequeño cisma en la comunidad científica! Pero, emulando al ínclito Pascual Maragall, quién sugirió hace escasas fechas el cambio del nombre de España, para poder competir con la selección catalana en las competiciones oficiales, no creo que con ello se convulsionaran los cimientos del mundo. Y sin lugar a dudas sería una interpretación mucho más correcta de lo que significa para el ciudadano de a pie el concepto “relativo”.
Hasta siempre,
Felipe Cantos, escritor.
La cuestión es mucho más sencilla. Más de a pie. Resulta que releyendo una vez más la famosa y compleja Teoría, así como alguna de las que dieron origen a las conclusiones que le permitieron a Einstein obtenerla - la Teoría Cuántica, de Ludwing Planck; la Teoría de los Rayos Cósmicos, de R. Andrews Millikan, la malograda e inacabada Teoría del Todo, del propio Einstein, y alguna otra – llegué a la conclusión de que Einstein y los demás se habían equivocados en la denominación final de la Teoría, o lo estoy seriamente yo. Pese a referirnos a ella como algo conocido y cercano, y de algún modo haberla hecho nuestra, por aquello de la “relatividad”, tan cercana al común de los mortales, aseguraría que a la virtual mayoría de los seres que habitamos este planeta nos resulta, salvo el nombre, absolutamente desconocido el fondo de lo que en ella se expone. Por ello, si tenemos en cuenta que relativo es, más o menos, todo aquello que no termina de definirse ni concretarse, lo que sitúa a todos estos científicos en una “relativa credibilidad”, que en modo alguno yo voy a cuestionar aquí, no es menos cierto que sin necesidad de ascender, o descender por el infinito Universo, hasta alcanzar el Big Bang, existe una Teoría de la Relatividad en nuestro quehacer diario que la hace más cercana, más nuestra y, sin duda, con mayores méritos para llamarse como tal.
Ignoro que es lo que impulso a Albert Einstein, y los defensores de su teoría, a llamarla de ese modo. Pero es indudable, que su adjetivación corresponde de manera más precisa a todo aquello que nos rodea a diario y con lo que hemos de convivir cada día. Por ello, yo, reivindico desde esta página el derecho a descender a la categoría de íntima y personal la verdadera Teoría de la Relatividad. La propia terminología “relatividad” es relativa en si misma. ¿O acaso no es relativo el tiempo, la cantidad, la distancia, la velocidad, el tamaño y tantas otras cosas, incluidos los sentimientos, en función de quién lo precise, los sienta, lo mida, o lo utilice? ¿Cuantas veces nos hemos cuestionado el tamaño de algo en función de una primera alternativa, convirtiéndose nuestra primera impresión en todo lo contrario en cuanto hemos cambiado de referencia? ¿Y que me dicen de la velocidad y la distancia? Será mucha o poca dependiendo de con qué o con quien lo comparemos. ¡Todo en nuestro pequeño y cercano universo es relativo! Probablemente más relativo de lo que pretenden exponer las teorías científicas exhibidas por los doctores versados en la existencia de nuestro universo. Seguramente, pese a llamarla de esa manera, su intención es que sea lo menos relativa y lo más exacta posible.
Es relativa la gravedad de un asunto, en función de con que lo comparemos y del momento en que se produzca. Es más, yo añadiría que, inclusive, esa gravedad, esa distancia, ese tamaño es “relativamente” distinto en función de la persona, o personas que les afecte, o participen. Son relativos los efectos de una enfermedad dependiendo de que mientras nos duela una muela, o suframos un esguince nos comuniquen que padecemos un cáncer. Es relativo que seamos un número uno en alguna especialidad, aunque los méritos sean discretos, tanto en cuanto no aparezca alguien que nos supere, aunque sea por un escaso margen.
Por supuesto que, ésta si, Teoría de la Relatividad, puede llegar a ser desarrollada de manera casi infinita y, evidentemente, en unos términos mucho más científicos que, en modo alguno, es posible avanzar en este pequeño espacio. Pero los ejemplos serían, y son, infinitos. Por ello, y para no aburrirles, me limitaré a recordarles lo que en el contenido de este pequeño texto les planteaba. ¿No creen que sería más correcto utilizar como definición de Teoría de la Relatividad todas aquellas manifestaciones y acciones que nos son cercanas, familiares y que utilizamos constantemente, sin necesidad de alejarnos en dirección a las estrellas, y tratar de buscar otro nombre de “mayor peso” a la teoría de Albert Einstein? ¡Claro que podríamos crear un pequeño cisma en la comunidad científica! Pero, emulando al ínclito Pascual Maragall, quién sugirió hace escasas fechas el cambio del nombre de España, para poder competir con la selección catalana en las competiciones oficiales, no creo que con ello se convulsionaran los cimientos del mundo. Y sin lugar a dudas sería una interpretación mucho más correcta de lo que significa para el ciudadano de a pie el concepto “relativo”.
Hasta siempre,
Felipe Cantos, escritor.