Mediocre y trepador, y se llega a todo. P. A. Caron de Beaumarchais.
Decía Thomas Carlely… “El sarcasmo, lo veo ahora, es, en general, el leguaje del demonio”. Y a fe que debe ser cierto que tan “popular personaje” debe andar pululando por las cocinas de esa extraordinaria parte de España llamada, hasta hace escasos tres años, Cataluña y hoy, pretendida “nación catalana”, por la enajenación mental de unos pocos advenedizos de bastardos orígenes catalanes y, en su mayoría, renegados de otros lugares España. De otro modo, a poco que se intente, no es posible entender lo que en ella está sucediendo.
Soy plenamente consciente de que durante años, incluso siglos, los más inconformistas ciudadanos de la bella Cataluña, solían, al abrigo de un enfermizo victimismo, buscar mil y una justificación, la mayor parte de ellas históricamente indemostrables, para plantear sus reivindicaciones, en ocasiones justas y, en otras muchas, extraordinariamente injustas. Estas, casi siempre amparadas en el agravio comparativo con el resto de España, y de manera especial con Madrid. Pese a ello, la “buena salud” de un razonable dialogo terminaba por imponerse, y la cordura volvía a reinar para que las aguas, como decía el clásico, volvieran a su cauce.
Pero tengo para mí que esta vez, visto lo visto en las dos últimas convocatorias electorales a la Presidencia de la Generalidad- amén de la infumable cita a las urnas para la ratificación del nuevo estatuto/constitución – las cosas no volverán, jamás, a ser como antes.
La razón, que no el fondo, es fácilmente explicable. Antaño, las reivindicaciones venían desde la clase dirigente catalana. Esa alta burguesía, principalmente industrial y mercantil que, anclada en el pasado deseaba conservar sus privilegios y que, para ello, no dudaba en utilizar cuanta argumentación reivindicativa fuera necesaria, y siempre algo “más allá” de lo que realmente pretendían, hasta conseguir el par justo. Después, todo volvía a la “normalidad”, hasta encontrar el momento y las razones para un nuevo envite. Era un conocido juego de intereses donde las dos partes, al finalizar, acababan por concederse una irónica mueca con pretensiones de sonrisa.
Y si he de serles sincero les confesaré que al igual que no siendo monárquico asumí en su momento la Institución, siempre que no entorpeciera, por aquello de la tradición y de la historia, pero nunca los “añadidos” caprichosos fuera de lugar; así puedo asumir, por las mismas razones de tradición e historia, que una irritante casta catalana se pase la vida reivindicando, pero en modo alguno que sean sustituidos por unos advenedizos trepadores. Dice el refrán que “muerto el perro, se acabo la rabia”. De modo que si hemos de soportar molestias que, cuanto menos sean del original, no del sucedáneo.
Pero ahora es muy distinto. A poco que se reflexione sobre el particular, puede apreciarse la incoherencia que ha resultado de aquellas interminables y nunca bien ponderadas reivindicaciones. Al amparo de un discutible complejo nacionalista, imposible de sustentar por la “genuina casta catalana”, entre otras razones por una sencilla operación matemática, ha resultado que la bandera reivindicativa ha sido tomada por una nueva casta de “genuinos charnegos”. Algunos, como el previsible próximo Presidente de la Generalidad, el ínclito Montilla – hasta el nombre tiene guasa. Puede haber algo más andaluz que Moriles y Montilla - emigrado a Cataluña perdida ya la virginidad, que han pasado de un nacionalismo de salón, a un real antiespañolismo. Por cierto, algunos de ellos no deberían perder de vista el sillón de psiquiatra, independientemente de lo que reflejen sus cuentas corrientes y su posición social, si es que no desean abandonar este mundo sin saber realmente quienes son.
De manera que eso es finalmente en lo que se ha convertido el “problema catalán”: en un exacerbado sentimiento antiespañol del que, naturalmente, no está exenta de responsabilidad la “genuina clase catalana”, con ciu al frente.
No tengo duda alguna de que no era exactamente eso lo que pretendían y esperaban los Pujol, Mas y compañía. Nacionalismo, eternamente reivindicativo pero sin perder de vista a España, sí. Dilapidar sus privilegios en favor de una nueva “casta de charnegos”, no.
Así que tiene gracia la situación ¿irreversible? creada en Cataluña. No me digan que no resulta paranoico. Después de años, incluso siglos reivindicando “todo lo catalán”, los “auténticos catalanes”, los de siempre, esa casta provocadora del problema ha terminado “por no tocar bola”. Mientras que los otros, los renegados, llegados de todos los puntos de esa España que tanto se han ocupado de desprestigiar la “casta catalana”, controlaran “su nación”.
Sería de guasa si el problema final no fuera la previsible deriva a la que se verá abocada la “nación catalana” en manos de un converso y su séquito de iguales. La historia no tiene estadísticas que nos permitan augurar nada al respecto.
Imagino que los “catalanes de siempre” se estarán preguntando qué es lo que pueden hacer para recuperar “su tierra” en manos de “bastardos charnegos” cuyos sentimientos catalanes les nacieron, al amparo del poder que podía alcanzar, poco antes de ayer por la tarde.
Yo, como buen castellano, les diría que se aplicaran el proverbio que decimos por mi tierra, madrileño para más señas, “donde las dan las toman, y callar es bueno”.
Felipe Cantos, escritor.
Decía Thomas Carlely… “El sarcasmo, lo veo ahora, es, en general, el leguaje del demonio”. Y a fe que debe ser cierto que tan “popular personaje” debe andar pululando por las cocinas de esa extraordinaria parte de España llamada, hasta hace escasos tres años, Cataluña y hoy, pretendida “nación catalana”, por la enajenación mental de unos pocos advenedizos de bastardos orígenes catalanes y, en su mayoría, renegados de otros lugares España. De otro modo, a poco que se intente, no es posible entender lo que en ella está sucediendo.
Soy plenamente consciente de que durante años, incluso siglos, los más inconformistas ciudadanos de la bella Cataluña, solían, al abrigo de un enfermizo victimismo, buscar mil y una justificación, la mayor parte de ellas históricamente indemostrables, para plantear sus reivindicaciones, en ocasiones justas y, en otras muchas, extraordinariamente injustas. Estas, casi siempre amparadas en el agravio comparativo con el resto de España, y de manera especial con Madrid. Pese a ello, la “buena salud” de un razonable dialogo terminaba por imponerse, y la cordura volvía a reinar para que las aguas, como decía el clásico, volvieran a su cauce.
Pero tengo para mí que esta vez, visto lo visto en las dos últimas convocatorias electorales a la Presidencia de la Generalidad- amén de la infumable cita a las urnas para la ratificación del nuevo estatuto/constitución – las cosas no volverán, jamás, a ser como antes.
La razón, que no el fondo, es fácilmente explicable. Antaño, las reivindicaciones venían desde la clase dirigente catalana. Esa alta burguesía, principalmente industrial y mercantil que, anclada en el pasado deseaba conservar sus privilegios y que, para ello, no dudaba en utilizar cuanta argumentación reivindicativa fuera necesaria, y siempre algo “más allá” de lo que realmente pretendían, hasta conseguir el par justo. Después, todo volvía a la “normalidad”, hasta encontrar el momento y las razones para un nuevo envite. Era un conocido juego de intereses donde las dos partes, al finalizar, acababan por concederse una irónica mueca con pretensiones de sonrisa.
Y si he de serles sincero les confesaré que al igual que no siendo monárquico asumí en su momento la Institución, siempre que no entorpeciera, por aquello de la tradición y de la historia, pero nunca los “añadidos” caprichosos fuera de lugar; así puedo asumir, por las mismas razones de tradición e historia, que una irritante casta catalana se pase la vida reivindicando, pero en modo alguno que sean sustituidos por unos advenedizos trepadores. Dice el refrán que “muerto el perro, se acabo la rabia”. De modo que si hemos de soportar molestias que, cuanto menos sean del original, no del sucedáneo.
Pero ahora es muy distinto. A poco que se reflexione sobre el particular, puede apreciarse la incoherencia que ha resultado de aquellas interminables y nunca bien ponderadas reivindicaciones. Al amparo de un discutible complejo nacionalista, imposible de sustentar por la “genuina casta catalana”, entre otras razones por una sencilla operación matemática, ha resultado que la bandera reivindicativa ha sido tomada por una nueva casta de “genuinos charnegos”. Algunos, como el previsible próximo Presidente de la Generalidad, el ínclito Montilla – hasta el nombre tiene guasa. Puede haber algo más andaluz que Moriles y Montilla - emigrado a Cataluña perdida ya la virginidad, que han pasado de un nacionalismo de salón, a un real antiespañolismo. Por cierto, algunos de ellos no deberían perder de vista el sillón de psiquiatra, independientemente de lo que reflejen sus cuentas corrientes y su posición social, si es que no desean abandonar este mundo sin saber realmente quienes son.
De manera que eso es finalmente en lo que se ha convertido el “problema catalán”: en un exacerbado sentimiento antiespañol del que, naturalmente, no está exenta de responsabilidad la “genuina clase catalana”, con ciu al frente.
No tengo duda alguna de que no era exactamente eso lo que pretendían y esperaban los Pujol, Mas y compañía. Nacionalismo, eternamente reivindicativo pero sin perder de vista a España, sí. Dilapidar sus privilegios en favor de una nueva “casta de charnegos”, no.
Así que tiene gracia la situación ¿irreversible? creada en Cataluña. No me digan que no resulta paranoico. Después de años, incluso siglos reivindicando “todo lo catalán”, los “auténticos catalanes”, los de siempre, esa casta provocadora del problema ha terminado “por no tocar bola”. Mientras que los otros, los renegados, llegados de todos los puntos de esa España que tanto se han ocupado de desprestigiar la “casta catalana”, controlaran “su nación”.
Sería de guasa si el problema final no fuera la previsible deriva a la que se verá abocada la “nación catalana” en manos de un converso y su séquito de iguales. La historia no tiene estadísticas que nos permitan augurar nada al respecto.
Imagino que los “catalanes de siempre” se estarán preguntando qué es lo que pueden hacer para recuperar “su tierra” en manos de “bastardos charnegos” cuyos sentimientos catalanes les nacieron, al amparo del poder que podía alcanzar, poco antes de ayer por la tarde.
Yo, como buen castellano, les diría que se aplicaran el proverbio que decimos por mi tierra, madrileño para más señas, “donde las dan las toman, y callar es bueno”.
Felipe Cantos, escritor.
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