Liberal es aquel que piensa que su país es de todos, incluso de quienes piensan que es sólo de ellos. Camilo José Cela.
Durante mucho tiempo he tratando de evitar, en un encuentro frontal con mi propia conciencia, plasmar en negro sobre blanco el desprecio que me producen todos aquellos que apoyados en determinadas ideologías pretenden convencernos de las bondades de la suya, en una permanente y brutal contradicción con el propio ejemplo que diariamente nos ofrecen.
Es muy probable que una de las razones más importantes que te impone afrontar el análisis de lo que se presenta como un complejo dilema – derecha o izquierda- sea, en principio, la edad. Uno piensa, y con razón, que ha de madurar mucho para opinar de temas de tal dimensión.
Más tarde, cuando la edad va dejando de ser un problema y tu capacidad de reflexión toma mayor cuerpo, te planteas si tu potencial intelectual estará a la altura precisa y, siempre, en ambos casos, si la compleja trama urdida por la clase política, tanto en el plano de las ideas y el poder como, de manera muy especial, la utilización que se hace de la semántica, pervertida hasta el hastío, te permitirá expandir tus ideas y cuestionar las suyas.
Llevo tiempo tratando que alguien me explique, sin conseguirlo, las diferencias sustanciales que hoy existen entre izquierda y derecha, en la política que se practica en lo que conocemos como Occidente.
Creo que al margen de los gestos de salón, por parte de eso que se autodenomina izquierda, y los incrustados complejos que exhibe una derecha que reniega de su esencia, en permanente demanda de una definición que les encaje, no existe más que la nada. O algo peor: la búsqueda, por parte de los que se acercan para ejercer de “políticos”, de un “acogedor hueco”, como los ratones, que les permita vivir lo mejor posible. Independientemente de que este hueco se encuentre situado en un lugar determinado del amplio espectro político, o en el contrario.
Puedo asegurar con toda contundencia, por una amplísima vivencia personal, que, salvo excepcionales casos, la mayoría de los políticos en ejercicio, o aquellos que ya abandonaron tal actividad, ejercen o ejercieron su función del lado en que la inercia – familiar o social – o la “diosa fortuna” les colocaron.
Por ello, resultaría casi cómico, sino tuviera visos de trágico, como el momento que vivimos, que falsos adoradores de una determinada ideología, travestidos en profetas para la ocasión, insistan en sus postulados con la intención de que abracemos su religión, convertida en votos a su favor en las urnas, para ellos continuar viviendo, y muy bien, en el lado opuesto al que nos recomiendan en sus prédicas.
Son muchos los ejemplos que podría citarles, en cualquiera de las dos tendencias mayoritarias, de “políticos de toda la vida” que abrazaron el sillón institucional y su entorno más cercano antes de abandonar el chupete. Y en el siguen, a la espera de que sus vástagos, continuando con la tradición familiar, filosofen y filosofen sobre el bienestar de una parte de la sociedad, a la que dicen defender y de la que, realmente, viven muy por encima de la media que representan.
Recientemente leí un pequeño artículo, cargado de sorna, sobre lo que la izquierda entiende hoy por liberal, escrito por Luis Solana Madariaga, hermano del no menos hermanísimo Javier, el político español, dicen algunos que inexplicablemente, con más proyección fuera de nuestras fronteras.
Puede que Luis Solana no me recuerde. Pero sin llegar a ser íntimos, hubo un momento en que nuestras vidas se cruzaron y tuve la oportunidad de conocer, junto a él, a un casta de políticos y futuros políticos, embrumados tras de un fantasmagórico Psoe que, ocupaban puestos decisivos en las instituciones bancarias y en las grandes empresas.
En aquellos momentos me parecieron gentes tan “admirables” que a punto estuve de sucumbir a sus cantos de sirena. No por su trasnochado mensaje de rancios izquierdosos, que además les venía, y les viene, como el hábito de Cristo a Lucifer; sino por su enfrentamiento, bien cierto que en la más absoluta clandestinidad, con un régimen dictatorial despreciable. Con el tiempo descubrí que, como todos los que se acercan a la política, lo hacían en su propio beneficio.
Eran y son gente de un nivel medio alto, sino muy alto. Por eso nunca acabé de comprender, y sigo sin poder hacerlo, que personas que en sus vidas han dispuesto de casi todo, que jamás han sabido lo que es una penuria, se aprovechen de un mensaje y un camino políticamente mezquinos para conseguir alcanzar ambiciones personales que, ubicándose en el verdadero lugar al que corresponden, jamás lo hubieran logrado. Probablemente porque la “competencia” a ese otro lado del espectro político, es mayor.
Pero lo triste es que ahora, pasados más de 30 años de la muerte del repudiable dictador, estos profesionales de la política, con cargo oficial o sin él, continúen viviendo de la misma ideología trasnochada, enviando los mismos mensajes de toda la vida, que ni ellos alcanzan a creerse, pero que, al parecer, continúan dando buenos dividendos.
En su breve artículo, Luis Solana viene a sostener que el acuñamiento de liberal es una hábil artimaña, previniéndonos de ella, para que cualquier advenedizo de la derecha pura y dura se cobije bajo él.
Pero el "señor" Solana parece olvidar que, aunque eso pudiera ser cierto, esa presunta reprochable actitud no dejaría de mostrarnos una de las caras positivas del liberalismo, en el que, si se ejerce como tal, pueden encontrarse cosas positivas en esa derecha pura, que no dura; del mismo modo que deberían encontrarse en los postulados que el viene defendiendo desde siempre. En la suma de lo positivo de ambas tendencias se encuentra, o debería encontrarse, el liberalismo. Luis Solana debería saber lo que decía Malcolm Bradbury sobre el liberalismo: “Si Dios fuera liberal, en lugar de estatuir los diez mandamientos nos hubiera hecho diez sugerencias.”
Hay una última cuestión que no debería escapar jamás al ciudadano como mero observador de la política que se hace hoy día. Mientras que el político de “derechas” – moderado, se entiende – jamás pretende engañar a sus posibles votantes con mensajes que oculten sus intenciones – mercados abiertos y libres, beneficios que puedan ser los más altos posibles para conseguir la mejor de las posiciones globales para él y los suyos, con beneficios para su entorno, etc. – el político de “izquierdas” basa todo su mensaje en ofrecer lo que todavía no tiene, pero que espera obtener, generalmente sin saber bien cómo, dice, para compartirlo.
Eso sí, mientras lo consigue, para los demás, claro, no tiene la mínima intención de renunciar al nivel de vida que, sin ningún pudor, confiesa desear, o tener el de la derecha.
A mí siempre me ha resultado, y me resulta, muy difícil de explicar, a quienes con dificultad logran llegar a final de mes - ignoro si a Luis Solana le sucederá lo mismo - que existe una casta de “políticos y empresarios de izquierda”, en algunos casos sus líderes, que dicen ser solidarios con ellos, y cuyos patrimonios han ido creciendo año tras año, hasta alcanzar la seguridad económica para varias de sus generaciones, al amparo del ejercicio de la política y sus aledaños.
Sin duda, a estos les será difícil asumir que jamás lograrían pagar con sus sueldos una sola de las infinitas comidas políticas, o de negocios, a las que estos “solidarios y resignados magnates” de la política están tan acostumbrados.
Quizás por eso, porque yo durante años estuve, como empresario, en ese otro lado de la mesa – el de la opulencia – y nunca me sentí, ni me siento de derechas, jamás me atrevería a “etiquetarme” de izquierdas. Seguramente, Luis, al margen de matices históricos y tecnicismos semánticos, eso sea lo que define a uno como liberal.
Tal vez sea por una cuestión de principios, o simple decencia. Pero no he logrado nunca asimilar esa expresión, con visos de humor negro, tan extendida en las izquierdas: “Yo soy de corazón de izquierda, pero estómago de derechas”.
Es posible que tenga alguna gracia. Pero yo no se la encuentro.
Felipe Cantos, escritor.
Durante mucho tiempo he tratando de evitar, en un encuentro frontal con mi propia conciencia, plasmar en negro sobre blanco el desprecio que me producen todos aquellos que apoyados en determinadas ideologías pretenden convencernos de las bondades de la suya, en una permanente y brutal contradicción con el propio ejemplo que diariamente nos ofrecen.
Es muy probable que una de las razones más importantes que te impone afrontar el análisis de lo que se presenta como un complejo dilema – derecha o izquierda- sea, en principio, la edad. Uno piensa, y con razón, que ha de madurar mucho para opinar de temas de tal dimensión.
Más tarde, cuando la edad va dejando de ser un problema y tu capacidad de reflexión toma mayor cuerpo, te planteas si tu potencial intelectual estará a la altura precisa y, siempre, en ambos casos, si la compleja trama urdida por la clase política, tanto en el plano de las ideas y el poder como, de manera muy especial, la utilización que se hace de la semántica, pervertida hasta el hastío, te permitirá expandir tus ideas y cuestionar las suyas.
Llevo tiempo tratando que alguien me explique, sin conseguirlo, las diferencias sustanciales que hoy existen entre izquierda y derecha, en la política que se practica en lo que conocemos como Occidente.
Creo que al margen de los gestos de salón, por parte de eso que se autodenomina izquierda, y los incrustados complejos que exhibe una derecha que reniega de su esencia, en permanente demanda de una definición que les encaje, no existe más que la nada. O algo peor: la búsqueda, por parte de los que se acercan para ejercer de “políticos”, de un “acogedor hueco”, como los ratones, que les permita vivir lo mejor posible. Independientemente de que este hueco se encuentre situado en un lugar determinado del amplio espectro político, o en el contrario.
Puedo asegurar con toda contundencia, por una amplísima vivencia personal, que, salvo excepcionales casos, la mayoría de los políticos en ejercicio, o aquellos que ya abandonaron tal actividad, ejercen o ejercieron su función del lado en que la inercia – familiar o social – o la “diosa fortuna” les colocaron.
Por ello, resultaría casi cómico, sino tuviera visos de trágico, como el momento que vivimos, que falsos adoradores de una determinada ideología, travestidos en profetas para la ocasión, insistan en sus postulados con la intención de que abracemos su religión, convertida en votos a su favor en las urnas, para ellos continuar viviendo, y muy bien, en el lado opuesto al que nos recomiendan en sus prédicas.
Son muchos los ejemplos que podría citarles, en cualquiera de las dos tendencias mayoritarias, de “políticos de toda la vida” que abrazaron el sillón institucional y su entorno más cercano antes de abandonar el chupete. Y en el siguen, a la espera de que sus vástagos, continuando con la tradición familiar, filosofen y filosofen sobre el bienestar de una parte de la sociedad, a la que dicen defender y de la que, realmente, viven muy por encima de la media que representan.
Recientemente leí un pequeño artículo, cargado de sorna, sobre lo que la izquierda entiende hoy por liberal, escrito por Luis Solana Madariaga, hermano del no menos hermanísimo Javier, el político español, dicen algunos que inexplicablemente, con más proyección fuera de nuestras fronteras.
Puede que Luis Solana no me recuerde. Pero sin llegar a ser íntimos, hubo un momento en que nuestras vidas se cruzaron y tuve la oportunidad de conocer, junto a él, a un casta de políticos y futuros políticos, embrumados tras de un fantasmagórico Psoe que, ocupaban puestos decisivos en las instituciones bancarias y en las grandes empresas.
En aquellos momentos me parecieron gentes tan “admirables” que a punto estuve de sucumbir a sus cantos de sirena. No por su trasnochado mensaje de rancios izquierdosos, que además les venía, y les viene, como el hábito de Cristo a Lucifer; sino por su enfrentamiento, bien cierto que en la más absoluta clandestinidad, con un régimen dictatorial despreciable. Con el tiempo descubrí que, como todos los que se acercan a la política, lo hacían en su propio beneficio.
Eran y son gente de un nivel medio alto, sino muy alto. Por eso nunca acabé de comprender, y sigo sin poder hacerlo, que personas que en sus vidas han dispuesto de casi todo, que jamás han sabido lo que es una penuria, se aprovechen de un mensaje y un camino políticamente mezquinos para conseguir alcanzar ambiciones personales que, ubicándose en el verdadero lugar al que corresponden, jamás lo hubieran logrado. Probablemente porque la “competencia” a ese otro lado del espectro político, es mayor.
Pero lo triste es que ahora, pasados más de 30 años de la muerte del repudiable dictador, estos profesionales de la política, con cargo oficial o sin él, continúen viviendo de la misma ideología trasnochada, enviando los mismos mensajes de toda la vida, que ni ellos alcanzan a creerse, pero que, al parecer, continúan dando buenos dividendos.
En su breve artículo, Luis Solana viene a sostener que el acuñamiento de liberal es una hábil artimaña, previniéndonos de ella, para que cualquier advenedizo de la derecha pura y dura se cobije bajo él.
Pero el "señor" Solana parece olvidar que, aunque eso pudiera ser cierto, esa presunta reprochable actitud no dejaría de mostrarnos una de las caras positivas del liberalismo, en el que, si se ejerce como tal, pueden encontrarse cosas positivas en esa derecha pura, que no dura; del mismo modo que deberían encontrarse en los postulados que el viene defendiendo desde siempre. En la suma de lo positivo de ambas tendencias se encuentra, o debería encontrarse, el liberalismo. Luis Solana debería saber lo que decía Malcolm Bradbury sobre el liberalismo: “Si Dios fuera liberal, en lugar de estatuir los diez mandamientos nos hubiera hecho diez sugerencias.”
Hay una última cuestión que no debería escapar jamás al ciudadano como mero observador de la política que se hace hoy día. Mientras que el político de “derechas” – moderado, se entiende – jamás pretende engañar a sus posibles votantes con mensajes que oculten sus intenciones – mercados abiertos y libres, beneficios que puedan ser los más altos posibles para conseguir la mejor de las posiciones globales para él y los suyos, con beneficios para su entorno, etc. – el político de “izquierdas” basa todo su mensaje en ofrecer lo que todavía no tiene, pero que espera obtener, generalmente sin saber bien cómo, dice, para compartirlo.
Eso sí, mientras lo consigue, para los demás, claro, no tiene la mínima intención de renunciar al nivel de vida que, sin ningún pudor, confiesa desear, o tener el de la derecha.
A mí siempre me ha resultado, y me resulta, muy difícil de explicar, a quienes con dificultad logran llegar a final de mes - ignoro si a Luis Solana le sucederá lo mismo - que existe una casta de “políticos y empresarios de izquierda”, en algunos casos sus líderes, que dicen ser solidarios con ellos, y cuyos patrimonios han ido creciendo año tras año, hasta alcanzar la seguridad económica para varias de sus generaciones, al amparo del ejercicio de la política y sus aledaños.
Sin duda, a estos les será difícil asumir que jamás lograrían pagar con sus sueldos una sola de las infinitas comidas políticas, o de negocios, a las que estos “solidarios y resignados magnates” de la política están tan acostumbrados.
Quizás por eso, porque yo durante años estuve, como empresario, en ese otro lado de la mesa – el de la opulencia – y nunca me sentí, ni me siento de derechas, jamás me atrevería a “etiquetarme” de izquierdas. Seguramente, Luis, al margen de matices históricos y tecnicismos semánticos, eso sea lo que define a uno como liberal.
Tal vez sea por una cuestión de principios, o simple decencia. Pero no he logrado nunca asimilar esa expresión, con visos de humor negro, tan extendida en las izquierdas: “Yo soy de corazón de izquierda, pero estómago de derechas”.
Es posible que tenga alguna gracia. Pero yo no se la encuentro.
Felipe Cantos, escritor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario