02 enero 2007

¡Y ahora!, hemos de esperar a que dimita, lo echamos… ¿o volverán a votarlo?


La ambición es el excremento de la gloria. Pietro Aretino.

Acabo de escuchar las últimas noticias sobre el atentado de eta, en la terminal cuatro del aeropuerto de Barajas, y recordar, también, las últimas actuaciones y declaraciones del “presidente” Zapatero y sus acólitos. Créanlo, estoy, como decía el clásico, que me subo por las paredes.
No logro comprender como en un país de apariencia normal y, supuestamente inteligente en su conjunto, imbuido y destacando con claridad en un mundo manifiestamente competitivo en todas las áreas sociales, pueda haber sido engañado de manera tan burda por un personaje de opereta. No hay intelecto humano que pueda soportarlo.
Desde que el cretino de Zapatero llegó al poder, desgraciadamente sobre una pila de cadáveres aún por explicar, nada ha vuelto a ser lo mismo en España. Ni se trataba, ni se trata únicamente de discernir entre la supuesta izquierda, que dice representar - aunque yo no tengo duda alguna que sólo se representa a sí mismo - y la anodina derecha que no acaba de aclararse donde está, ni enterarse de nada.
Este impresentable, e imprevisto - que no imprevisible - sujeto, superando todo lo predecible en política, no es que haya, y esté, atentado contra los principios fundamentales de nuestra sociedad – Constitución; equilibrios regionales; fundamentos sociales, culturales y religiosos; bases históricas, etc. – pervirtiendo con ello los más elementales principios éticos y morales, es que atenta contra la inteligencia mínima de los españoles, consiguiendo hacernos aparecer ante el resto del mundo como un país de estúpidos.
Como bien saben los lectores habituales de mis artículos, hace más de quince años que resido fuera de España. Esa, digamos, privilegiada situación me ha permitido durante todos estos años tener una visión, sino perfecta, al menos si con la suficiente distancia como para no cegarme, o que los árboles me impidieran ver el bosque. Si a ello le añadimos mi más que nulo interés por la política, hasta que este sujeto apareciera en escena, puedo asegurar con total convicción que no me guiaba motivación política alguna. Mis motivaciones fueron, y son pura y llanamente humanas, e intelectuales.
En aquel momento, desde las perspectiva humana y pese a los atentados, no logré entender nunca que es lo que los votantes pudieron ver en un personaje que, en su aspecto y posteriormente en sus actos, era y es la viva imagen de un extravagante, deformado y mal cómico de humor negro. Una imagen que lejos de producir respeto, y el tiempo ha venido a darnos la razón, provoca la risa floja y el chiste fácil. Pero no así sus decisiones.
Sé perfectamente que, “aunque la cara es el espejo del alma”, eso, en sí mismo, no sería nunca suficiente para descalificar a nadie. Pese a ello, siempre he tenido la sensación que Zapatero era la propia caricatura de ZP, y viceversa. Una marioneta manejada desde algún oculto lugar. No era, ni es posible pensar que “alguien así” estuviera y esté al mando de la nave de una nación como España. Salvo ocultos intereses bastardos, ¿van a decirme que entre millones de españoles “eso” era y es lo mejor que tenemos?
Pero si lo analizamos desde el lado intelectual, la cosa no mejora en absoluto. Más bien empeora drásticamente. ¿Cómo es posible tener al frente de una nación, sea esta España, Azerbaiján, o el antiguo Congo Belga, un personaje cuyo bagaje intelectual se encuentra bajo mínimos y que en sus palabras, además de la constante mentira, se encuentra la vaciedad más absoluta?
Puede que sea injusto aplicar sin más el proverbio “la cara es el espejo del alma”. Pero si nos atenemos a aquel otro de “por sus actos los conoceréis”, no tengo la menor duda de que el “lamentable” presidente que nos ha caído como un castigo divino queda incontestablemente retratado.
Es muy posible que algún lector se cuestione hasta donde la responsabilidad de los actos de este personaje y su trastornada manera de interpretar la gobernabilidad de una nación, sin contar con la de sus electores. Y tendría toda la razón. Hace tiempo que vengo manteniendo que debería aplicarse un “cierto grado” de responsabilidad a quienes, salvo con la cabeza, votan a un candidato con cualquier parte de su anatomía: ojos, riñones, hígado o, incluso – perdonen - con el culo. De otro modo no puede entenderse que determinados candidatos, caso que nos ocupa, puedan haber llegado jamás a conseguir puesto de responsabilidad alguno.
Soy plenamente consciente que el contenido de este artículo no se ajusta a las elementales normas de cortesía que debe presidir todo texto para su publicación. Pero ni puedo, ni quiero que sea de otra forma. Les aseguro, pese a haber dejado en el camino de este escrito gran parte de la frustración y de algún modo haberme desahogado, que la ira que aún me domina ha superado todos los límites soportables.
Es tal la desfachatez y el cinismo del ínclito personaje, a lo largo y ancho de ese mal llamado “proceso de paz”, que inició de espalda a la mayoría de los españoles, que es difícil de contenerse.
Llamar accidentes mortales a los atentados de eta es, hablando en román paladino, la miserable justificación de los mismos, expresada, o bien por un irresponsable caradura; o bien por un deficiente mental incapaz de discernir sobre el bien o el mal, o bien por un repugnante sinvergüenza.
No sé usted, querido lector. Pero yo me siento estafado, burlado, vilipendiado por un personajillo de tres al cuarto, y su corte de indigentes intelectuales, que no puedo por más que expresar en este escrito toda mi frustración, diciendo: ¡basta ya!, ¿hasta cuándo hemos de soportar los españoles esta situación?
Humanamente es una canallada, e intelectualmente un despropósito.
Baste sólo recordar dos de las últimas ocasiones en que el “señor” presidente pretendió, y seguramente logró con muchos de los ingenuos españoles, burlarse de nosotros y tomarnos el pelo. Hace escasos dos meses, en el mismo momento en el que el Parlamento Europeo, por expresa petición del grupo socialista, discutía sobre la conveniencia, o no, de apoyar el mal llamado “proceso de paz”, eta ratificaba sus intenciones asaltando un polvorín y robando armas y explosivos. La sorprendente, por no calificar de estúpida respuesta del impresentable: “Si se demuestra la autoría de eta, habrá consecuencias”. Aún hoy es la fecha en la que estamos a la espera de esas consecuencias.
Él pasado día 30 de diciembre, después del último Consejo de Ministros, del año, una vez más el indolente personaje, que parece sacado de una de esas películas de serie b que trafica con zombis, mentía a los españoles asegurándoles que si este año eta había sido buena, él, faltaría más, nos “prometía una vez más”, que el próximo año aún sería mejor.
La respuesta de eta, escasas veinticuatro horas después, no se hizo esperar: un gravísimo atentado en la terminal cuatro del aeropuerto de Barajas con el balance de dos personas muertas. Ante ello, esa “cosa” que tenemos de presidente nos viene a decir, en su engolada forma habitual, más o menos, que eso no se hace, que así no vamos a ninguna parte y que, de momento, él y su corte de ineptos van a dejar de jugar. En síntesis: ni tan siquiera con muertos por delante este chapucero está dispuesto a romper un diálogo que jamás debió de iniciarse.
Pese a todo ello, y aún habiendo escuchado los testimonios de primera mano de algunos de los afectados – seguramente muchos de ellos responsables directos de que este individuo se encuentre donde está - relatando como vivieron la angustia de los primeros momentos, o las infinitas quejas de los perjudicados, tengo serias dudas de que llegado el momento, estos, no vuelvan a repetir su voto a favor de un personaje semejante.
En cuanto a los que desde el principio estuvimos convencidos del error cometido en la elección de este hombre, no podemos ser, no ya educados, ni siquiera corteses. Este hombre no se merece el más mínimo respeto, ni yo estoy por la labor de concederle la más mínima indulgencia. Como he venido manteniendo desde que llegó al poder, su sumisa actitud ante la banda terrorista eta sólo es posible entenderla en clave de débito.
Por la tranquilidad de toda una sociedad y la dignidad de un pueblo, debe dimitir de inmediato y asumir las responsabilidades que se hayan derivado de sus actos.

Felipe Cantos, escritor.



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