16 mayo 2011

Democracia ¡sí! Chulos ¡no!


La democracia significa poder ser esclavo de cualquiera. Karl Kraus.

Mucho ha llovido desde que los griegos atenienses instituyeran la democracia como la forma ideal de participación de los ciudadanos en la gobernabilidad de sus pueblos.
Desde aquellos afortunados días, la perversión de esta palabra, así como la prostitución de su aplicación han alcanzado niveles insospechados.
A todos nuestros políticos, venga o no a cuento, se les llena la boca con su utilización. En el aspecto económico, en una ecuación directamente proporcional y exponencialmente aumentada al mismo ritmo con el que llenan sus bolsillos. En los restantes aspectos - social, político, jurídico etc. – hay una alarmante divergencia entre el espíritu que la forjó y la verdadera realidad que hoy se produce.
Salvo que dispongas de una gran fortuna y estés dispuesto a perderla, dedicándola a la causa, es materialmente imposible oponerse a estas maquinarias, los partidos políticos, creadas con el único objetivo de fabricar votos para sus siglas. Ello, en el caso de que se te permita introducirte en la terrible tela de araña tejida para impedir el paso a cualquier intruso, o advenedizo.
Lo que para los griegos, y por extensión para posteriores civilizaciones, fue el inicio de una liberación de pensamiento y acción, así como la única alternativa posible para oponerse a los eternos poderosos déspotas, hoy, por mor de las estructuras creadas por estos entes y la adulterada utilización que del concepto democracia se hace, para el ciudadano común apenas significa poco más que un acto meramente simbólico, ejercido cada varios años.
La repercusión de las iniciativas de estos a través del voto es, simple y llanamente, inexistente. Ni tan siquiera en el caso de que hubiera votado en función de una identificación plena con el programa de turno.
Los partidos, una vez acabado el recuento, si no antes, habrán llegado a acuerdos y realizado mil cambalaches que desvirtuarán de pleno la esencia de sus programas. En la mayoría de las ocasiones llegará a tratarse de auténticas estafas. Si la historia terminara ahí, aún podríamos, como decían nuestras abuelas, que eran muy sabias "darnos con un canto en los dientes".
Desgraciadamente, todos, absolutamente todos sin excepción se embarrarán en el más inmundo de los pasteleos, sabedores que nada, ni nadie será capaz de hacerles frente, repitiendo hasta la saciedad el estribillo de su canción "No hay mejor opción, frente a cualquier otra alternativa, que la democracia".
Puede que en su esencia así sea. Pero nada más lejos de la realidad que la manera en que manejan y administran en la actualidad "nuestra democracia" las castas políticas. Siempre, sin excepción, en beneficio propio.
Estos, como si se tratara de un burdel hábilmente decorado, colocarán en las esquinas adecuadas a las gentes de su cuerda, jueces, empresarios, simpatizantes y demás sujetos para, además de beneficiarles, pervertir con sus actos, del modo más descarado, la vida del ciudadano medio.
Actos que en el lengua más coloquial, más cercano al sufrido hombre de la calle, no puede por menos que recordarle lo que significan los términos "chuleo" o "chulear".
Pocas actividades hay en la vida que se asemejen más a la que, a diario, realizan con/contra nosotros esta casta de desvergonzados, llamados políticos: trabajamos para ellos, nos maltratan de palabra u obra, obtienen de nuestro trabajo pingues beneficios y, para colmo, nos ningunean, ignorando o burlándose de las razones por las que, en su momento, nos pusimos de su parte. Ni tan siquiera nos queda el consuelo de una rápida rectificación, cuando descubrimos que nos hemos equivocado, o nos han engañado.
Y se equivocan de pleno quienes consideren que siempre serán preferibles aquellos miserables elegidos a través del voto, que aquel déspota dictador que se hace con el poder por medio de la violencia. Si acaso, este último, deberá ser más temido por haber llegado al poder utilizando la fuerza. Pero también siempre nos quedará un punto de dignidad en el que apoyarnos, al habernos sido impuesto por la fuerza.
Pese a todo, para mí, ambos son igual de despreciables; si no más el primero por haberlo conseguido mediante el engaño, la mentira y el abuso de confianza a sus conciudadanos.
En cualquier caso, desengañémonos, la diferencia entre el uno, con el uso de las armas y, el otro, con la perversa aplicación de sus leyes, es prácticamente inexistente.

Felipe Cantos, escritor.

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