04 junio 2009

Raíces políticas.



Yo no sé si soy un estadista. Lo que es cierto es que, de la política, lo que me interesa es mandar. Manuel Azaña.

Hará ahora más de treinta y cinco años, aún impregnado de las inútiles ideologías que, por lo general, mueven las conciencias de los más jóvenes, tuve la oportunidad de mantener coloquiales reuniones con grupos de los que años después se desprenderían algunos de los “líderes” de las diversas tendencias de la política española.
Hoy, algunos ya depuestos o fenecidos, políticamente. Otros, como es ley natural, pasaron, a través de la muerte, a mejor vida, espero. Un tercer grupo, este incombustible, sorprendentemente aún en activo.
Pero, eso sí, todos ellos, los que se fueron, los que quedaron en dique seco, y de los que, por el momento, desconocemos su fecha de caducidad, estaban dispuestos a “salvar” el mundo, desde sus divergentes perspectivas.
Aquellas reuniones, amenas por de más, terminaban derivando en una viva polémica versada en la interpretación, casi filosófica, del cómo, cuándo y, principalmente, el por qué de las vocaciones políticas.
La mayoría de aquellos futuros “personajes” sostenían que eran sus principios morales los que habían conseguido motivarles para adoptar la política como eje de sus vidas. Como era esperar, los más jóvenes se atrevían a afirmar que se trataba de una, casi, altruista entrega en defensa de los intereses de sus conciudadanos. El resto, de mayor edad, se mantenía en un escrupuloso silencio de complicidad, sin saber bien si con sus jóvenes colegas, o conmigo, abiertamente desinteresado por la práctica de la política.
La tesis, el argumento principal que con toda crudeza yo les planteaba era el que, salvo excepciones, no se bien si honrosas o no, la gran mayoría de ellos no se encontraban en el ejercicio de la política en función de sus sólidos ideales, o principios; sino, en el lugar en el que les había sido posible situarse para el mejor medrar. O, lo que es peor, en el lugar en el que les había sido permitido entrar la mal llamada “competencia”.
Les repetía que, todos ellos, sin excepción, se habían acercado a la política en busca de prosperar lo más rápidamente posible. En cualquier caso, de lo que no había ninguna duda, al menos para mí, era - y es - el irrefutable hecho de que todos y cada uno de ellos había llegado hasta allí, ocupando el amplio abanico de casi todas las alternativas políticas, en eras de un cúmulo de razones ajenas a sus tan cacareadas “vocaciones”.
Como era de esperar, las respuestas, en algunos casos excesivamente apasionadas, trataron de rebatir mi tesis, sin conseguirlo. Sin embargo, bastaba un mero repaso de la vida “y obra” de cada uno de ellos para descubrir que los lugares que ocupaban no eran, ni más ni menos, que el fiel reflejo de lo que emanaba de sus iniciales e inerciales cunas, y en función de la defensa de unas teorías político-sociales encarnadas en ellos a sangre y fuego.
Finalmente, no fue difícil hacerles comprender, a la mayoría, que partiendo de determinados lugares, defenderás determinadas ideas. Evidentemente, hubo quien continuó manteniendo que nada impedía a una persona, según ellos con una determinada sensibilidad política y social, optar por otras alternativas alejadas de lo que yo denominaba “su cuna”.
Aparentemente, parecía no quedar otra opción que la de aceptar la posibilidad de que cupiera esa otra alternativa. Pero lejos de contribuir a desvirtuar mi posición, vino a fortalecerla, ya que estos últimos, sin duda, son los peores de la desprestigiada comunidad política.
Son individuos carentes del menor escrúpulo. Capaces de defender unos principios, y los contrarios; sin provocarles el menor sonrojo. Son, por lo general, un subproducto nacido al amparo del ejercicio de la política como alternativa profesional, ajena a los principios que deberían inspirarla.
Muchos de ellos, provenientes de formaciones políticas que se vieron abocadas a transformarse, sino a desaparecer, lo que provocó que buscaran refugio en cualquier otra formación que les diera amparo, con tal de continuar viviendo del erario público, sin detenerse en la imagen que pudieran ofrecer.
En ocasiones, como las que estamos viviendo en estos últimos años, en España de manera notoria, sin necesidad de cambiar de partido, o las siglas que daban, según estos sujetos, cobijo a sus ideales. Fue suficiente con cambiar esos ideales, esos principios por los que más convengan a sus intereses personales en ese momento, renunciado con toda facilidad y sin pestañear a los que años, meses, semanas, días, horas, o momentos antes eran el sustento ideológico de sus conciencias.
Son numerosos los que han ido recorriendo el amplio espectro de las ideologías, pasando con suma facilidad de la recalcitrante derecha hasta la extrema izquierda, y viceversa. Seres capaces de mutarse cuando y cuanto sea necesario para poder adaptarse al nuevo “agujero”, según las necesidades del momento.
Sin embargo, lo peor no es la existencia, numerosa, de estos despreciables sujetos, sino la facilidad con la que consiguen que se les acepte políticamente. Probablemente, dada su capacidad de adaptación, su utilidad suele ser de gran provecho, en su momento, para el/los líderes políticos de turno. Ello, en el supuesto de que cualquiera de estos “lideres” no provenga de la misma selecta camada político-social; que de todo hay en la viña del “señor”.

Felipe Cantos, escritor.

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