23 septiembre 2009

Lejos de ofenderse, alguien debería explicarse.


Ninguna moral puede fundarse sobre la autoridad, ni siquiera aunque la autoridad fuera divina. Alfred Julios Ayer.

Escucho estos días un sinfín de epítetos dirigidos a nuestros más conocidos - que no significados – personajes de la vida política española.
Los he podido coleccionar de todas clases y niveles. Desde los sencillos y simples parásitos, o trepadores, pasando por los clásicos sinvergüenzas, o golfos, al que casi todos, de manera especial nuestra clase política, están tan habituados que a penas les afecta, hasta alcanzar los groseros y desafortunados, aunque probablemente bien merecidos, cabrones o gilipollas.
Lo cierto es que cualquiera de ellos, dirigido con razón, debería hacer meditar seriamente a nuestra clase dirigente, y que esta se auto impusiera la cuarentena de sus “valores morales y éticos más sólidos”. Si es que los tuviera, claro.
En el centro de la diana a la que iban dirigidos semejantes regalos auditivos, no se encontraban profesionales del delito, ni siquiera los, casi, románticos delincuentes habituales que viven de los pequeños delitos y de las pillerías, más conocidos como “pícaros”.
En ella, se dirigían los dardos contra “su serenísima majestad” Juan Carlos, Rey de España, y su no menos “serenísimo” primer ministro, Rodríguez Zapatero.
Después de calibrar, también serenamente, las consecuencias de solidarizarme con quienes así habían reaccionado, llegué a la conclusión de que lo mejor, como decía mi sabia madre, era aquello de “no hay mayor desprecio que no hacer aprecio”.
Soy plenamente consciente de que los pecados que se les atribuyen a ambos, con relación a su comportamiento y actitud, convertidos en sólida colaboración con cuantos “líderes populistas”, o dictadores de tercera categoría, pero siempre despreciables, nos visitan, - Evo Morales y Hugo Chaves son dos claros ejemplos - son muy graves, y que con “curas filosóficas o literarias” no vamos a impedir que, finalmente, obtengan los objetivos perseguidos.
Pero también sé que cuando alguien alcanza el nivel de cinismo que estos personajes - y otros muchos como ellos – muestran, de poco sirven los insultos, por superficiales o profundos que pretendemos que sean.
Su “majestad”, a la sazón “héroe” obligadamente querido por mor de episodios nacionales nunca bien aclarados, va desvaneciendo su figura, como aquellos personajes de la simpática película de Spilberg, Regreso al futuro, en la que a punto estuvieron de no haber existido jamás. A menos que, como en el film, en el último suspiro se produzca un acontecimiento, un gesto que anule la mutación del pasado, afectando seria y positivamente al futuro.
En cuanto a este personaje, apodado zp, más semejante a las siete plagas que el dios de los judíos envió a Egipto, que a un convencional y razonable dirigente político, poco cabe esperar de su regeneración. Como aquellas, este acabará dejando como un solar lo que hasta su llegada era una nación en evidente y continuado progreso.
Sólo nos cabe la esperanza de que Rodríguez Zapatero no tenga tiempo de concluir el ciclo completo de las plagas enunciadas en la Biblia. Aunque bien es cierto que sin necesidad de llegar a la dramática situación de acabar con nuestros primogénitos, el “excelso” personaje ya ha conseguido el incontestable mérito de condenarles a sobrevivir en busca de empleo durante décadas.

Felipe Cantos, escritor.

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