24 octubre 2008

La crisis de unos pocos, el drama de muchos.



Yo no sé si soy un estadista. Lo que si es cierto es que, de la política, lo que me interesa es mandar. Manuel Azaña.

Cuando la conciencia del político supera las coordenadas de un razonable comportamiento, que en su caso, a tenor de las experiencias esta es, sin duda, de una gran elasticidad, se provocan situaciones como la que estamos atravesando en esta crisis llamada, parodiando aquella de la guerra de Irak, “la madre de todas las crisis” económico-financieras.
Bien es cierto que tratándose de personajes, por lo general, perversos, siniestros y, si son inteligentes, maquiavélicos, en síntesis, poco fiables; no es difícil llegar a la conclusión de que toquen lo que toquen, o se acerquen a lo que se acerquen, siempre correremos el riesgo de que provoquen una catástrofe.
Son tantos y tan conocidos los ejemplos que ilustrarían esta afirmación que resultaría una pérdida de tiempo, por repetitiva, el enumerar algunos. Sin duda, por su brevedad, resultaría más rentable enumerar aquellos pocos que sí merecieron, o merecen, nuestro respeto. ¡Son tan escasos!
De manera que nos ceñiremos a los que, por el momento, han provocado la última crisis financiera que nos está devorando, además de los ahorros de toda una vida, la tranquilidad que, se le suponía, debería garantizar una sociedad llamada del bienestar.
Algunos hombres de bien, como siempre, en su ingenuidad, habían llegado a convencerse de que, pese a la falta de formación intelectual y académica y en algunos casos de cerebro, de nuestros políticos, desde la inmejorable posición en la que se encuentran, cuanto menos serían capaces de proteger aquellos intereses que les permiten obtener tan altas plusvalías. Naturalmente, por extensión, también a los mortales que les dotamos de tales privilegios.
Pero, tan siquiera en una situación tan excepcional han sido incapaces, una vez más, de no traspasar la línea entre lo lícito y lo ilícito.
De manera que cuando la terrible realidad financiera nos acosa día a día, manifestándose como un volcán en erupción a punto de estallar, todo lo que se les ocurre a nuestros “inteligentes políticos” es disponer del dinero de todos y cada uno de los ciudadanos, provenientes de los impuestos que pagamos, para sacar de la más repugnante de las excrecencias a sus amigos y socios políticos, en el poder.
Porque el resultado de esa decisión, sorprendentemente tomada por gobiernos de antagónicas ideologías, lo cual confirma la sospecha de que un político es ante todo, eso, un político, no podrán beneficiar más que aquellos que inmersos en la especulación financiera más cruda han obtenido durante años pingues beneficios.
Beneficios que, sin duda, no reintegraran jamás a las arcas de los damnificados, al encontrarse estos esfumados, diversificados en los más variados bienes de consumo como suntuosas casas, espléndidos automóviles, cuadros y piezas de arte. Y todo ello aderezado con un tren de vida más que exigente en el lujo y la exhibición.
Aunque con esta medida quieran hacernos creer que, en realidad, se trata de proteger los intereses de los más perjudicados, los impositores de sus escasos fondos en cualquiera de las alternativas financieras que en su momento les fueron sugeridas, la realidad se nos muestra, si cabe, aún más cruel.
Es difícil de entender que tanto en cuanto los pequeños inversores perjudicados, a lo más que puedan aspirar es a perder lo menos posible de esos pequeños ahorros, invertidos en las cuentas de los “grandes cerebros” de la especulación financiera; estos, por lo que se vislumbra, no tendrán responsabilidad ni obligación alguna de justificar las fortunas acumuladas durante años de salvaje especulación y mala gestión.
De nuevo, no logramos entender las decisiones de estos siniestros personajes –los políticos- que jugando con lo que no es suyo, disponen a su antojo y con toda naturalidad –yo diría que incluso impunidad – para proteger los intereses de una minoría, paradójicamente, culpable del desastre en primera persona.
Provengo de la clase empresarial, en la que “milité” durante más de treinta años, por lo que me siento plenamente capacitado y autorizado para emitir opiniones que, por otro lado, están en el ánimo del empresario “de verdad”; aquel que vive su vocación y su empresa a pie de obra. No de aquel otro, el financiero, que jugando con el dinero de los demás, jamás ha sentido el vértigo del riesgo empresarial, ni el temor de la puesta en marcha de una iniciativa empresarial.
De manera que cimentado en esas premisas y acostumbrado a pasar de la ruina a la opulencia, y viceversa, en función de la marcha de las empresas creadas, no puedo estar de acuerdo en que “papá estado”, con el dinero de todos los contribuyentes, acuda a socorrer a aquellos que, con toda seguridad dispondrán de un sólido patrimonio, obtenido de la especulación, sino de la malversación de aquellos capitales prestados por el empresariado “normal” o, aún más lamentable, del hombre de la calle.
Soy consciente de que, para la mayoría de los previsibles, sino ya, perjudicados por esta terrible crisis, que no ha hecho más que iniciar su caminar, lo que voy a decir a continuación es un sacrilegio. Pero los gobiernos implicados deberían dejar que el curso de los acontecimientos se desarrollara de manera natural, y no inyectando dinero, insisto, del contribuyente, en apoyo de estas empresas financieras.
Puede que las dificultades fueran muchas, pero al menos conseguiríamos, en una selección natural, que los más sólidos soportaran la crisis y cimentaran una verdadera reactivación con futuro.
De otro modo, con las decisiones a poner en práctica por los estados “proteccionistas”, sólo se conseguirá, repito, con el dinero del contribuyente - al menos en lo que a España se refiere - que el dinero se canalice por oscuros canales de manera que, al final, este no llegue jamás al verdadero necesitado, y menos aún a quien utilizándolo de manera adecuada pudiera provocar una reactivación positiva.
Por otro lado, en el caso especial de España, la maniobra se puede calificar de descabelladamente fraudulenta. El “señor” Zapatero, ¡cómo no!, pretende, literalmente, endosar la nada despreciable cifra de ¡ciento cincuenta mil millones de euros!, a las entidades financieras en “dificultades”, sin necesidad, dicen que para evitar su estigmatización, de dar a conocer sus nombres.
La mayor parte de estas entidades en “dificultades” son gestionadas por los propios políticos a través de las entidades financieras existentes en sus comunidades autónomas.
Pero si impresentable resulta tal situación, peor es recordar que esas mismas entidades, para conceder un miserable crédito de 10.000,- euros, han sido, y son, capaces de pedir garantías por valores que superen cuatro o cinco veces lo solicitado. Amén de la firma de cuantos garantes sean posibles comprometer.
No es de extrañar que al común de los mortales esta situación, además de un desánimo infinito, acabe por provocarle interminables arcadas.

Felipe Cantos, escritor.





No hay comentarios: