Estamos especializados en una armoniosa repetición del desastre y la estupidez. Terenci Moix.
Desde que tengo uso de razón he intentado conocer los principales pilares que sustentan las convicciones del ser humano y, de manera especial, la fuente de las que emanan estas. Debo confesar, decepcionado, que, cercano a los sesenta años, no creo haber logrado mi objetivo. Aun más, a medida que los años van pasando tengo la sensación de encontrarme cada vez más lejos de mi objetivo.
La raíz del mal, lamentablemente, se apoya en algo tan sencillo como que la gran mayoría carece de esas sólidas convicciones que nos permitan transitar por este mundo con la seguridad de creer saber donde vamos y lo que deseamos. Es una minoría la que, aunque finalmente pudiera estar equivocada, se aferra a sus convicciones para intentar hacer de este mundo algo más limpio y habitable.
Sin lugar a dudas, una de las principales razones que provocan y fomentan tal situación se encuentra en la falta de formación, tanto cultural como intelectual, de una población mundial en grave crisis de identidad.
De esa población mundial, la que conocemos como occidental, sumida, endogámicamente, en la indolencia más absoluta por todo lo que no se mueva en su entorno más cercano, y en un consumismo exacerbado que la aleja del mínimo análisis de las cosas. Las demás, lejos de plantearse alternativas razonablemente mejores, en una loca carrera por alcanzar el “paraíso” occidental, deslizándose vertiginosamente por la misma pendiente de errores.
De manera que no debe sorprendernos que a lo largo de nuestra existencia nos encontremos frecuentemente con situaciones que presentadas en su inicio como algo fácil de discernir, acaben por convertirse en enigmas indescifrables para el común, y no tan común de los mortales.
Una de estas, en principio, fáciles situaciones, es la que ha motivado esta reflexión e inspirado el presente escrito: la “incomprensible fidelidad” de las, llamadas, bases de la izquierda a los, igualmente llamados, sus líderes.
Si nos detenemos por un momento a recapacitar en la reacción normal de cualquier ser humano que, en su vivir cotidiano, se pudiera sentir agredido, ofendido o vilipendiado a nivel personal, veremos que, por lo general, reaccionará contra lo que considera injusto y se revelará contra aquello, incluso físicamente. Sin embargo, sorprendentemente, no es fácil ver que eso suceda cuando se trata de una colectividad. ¿Acaso las convicciones que sustentan la personalidad de un sujeto no son las mismas en ambos casos?
Seguramente Pío Baroja tenía razón cuando aseguraba que “A una colectividad se la engaña mejor que a un hombre”. De otro modo no cabe comprensión alguna ante los absurdos posicionamientos que las, mal llamadas, bases de izquierda, vienen tomando desde hace décadas. Parecen querer olvidar, y no asumir, que su “filosofía”, encarnada en el socialismo, supuso un estrepitoso fracaso en todo el mundo, certificándose su muerte con la caída del muro de Berlín, hace ahora 18 años.
Con ello, no sólo desaparecía una manera, claramente errónea, de interpretar, políticamente, la sociedad, sino, también la trasnochada falacia que supone la, hoy, inexplicable división de esta en izquierda y derecha.
Sin embargo, esa nueva situación dio origen a una nueva clase política que no siendo capaz de acercarse a la, también hoy, mal llamada derecha, prefirió, y prefiere, mantenerse al “otro lado”, en una opción que no pudiéndose definirse como izquierda – algunos lo identifican como “los progres” carentes de referencia moral alguna - se queda en, simplemente, “no derecha”; negando los principios de esta pero, sorprendentemente, viviendo inmersos de lleno en ellos.
Pero si difícil resulta de comprender ese hipócrita ejercicio de equilibrio por parte de los llamados líderes de la izquierda, aún resulta más desconcertante los inamovibles posicionamientos de “sus bases”, cuando, hagan lo que hagan “sus líderes”, estas continúan apoyándoles.
En la actualidad son numerosos los países en los que grandes masas de ciudadanos mal formados, peor aconsejados y sibilinamente informados hasta el engaño - autonominados incondicionales de la “fantasmal” izquierda - elevan o mantienen en el poder a inmerecidos líderes. Un simple repaso al área hispanoamericana, incluida España, nos dejara ver la grotesca situación actual: Evo Morales, en Bolivia; Fidel Castro, en Cuba; Hugo Chávez, en Venezuela; Néstor Kirchner, en Argentina, y alguno otro más, hasta llegar a nuestro ínclito Rodríguez Zapatero, en España.
Todos ellos, sin excepción, elevados al poder, o mantenidos en ellos, por mor de esa incomprensible obstinación de unas bases que se dicen de izquierda, incapaces de realizar reflexión alguna sobre el comportamiento de estos “líderes” aunque, como en el caso de España, con el señor Rodríguez Zapatero a la cabeza, sean fácilmente demostrables sus desatinos, sino abusos de poder: loca negociación con una banda terrorista; intervención interesada y desvergonzada en el ámbito privado de la economía; tolerancia y fraude en alguna de las más importantes Instituciones del Estado; perversión del sistema democrático y traición a la constitución y a los principios que juro defender; creación de nuevas brechas entre los ciudadanos, por razones estrictamente personales, abriendo heridas ya cicatrizadas que estos daban por olvidadas; negociaciones descabelladas y concesiones inadmisibles a minorías políticas por el sólo interés de mantenerse en el poder…como sea; nula colaboración con la Administración de Justicia, sino obstrucción, para el esclarecimiento del más terrible atentado sufrido en Europa, por razones que desconocemos pero que no resultan difíciles de adivinar. Si afiláramos el lápiz y entráramos de lleno a buen seguro que la lista se haría interminable.
Y pese a todo, lejos de haber sido barrido en las urnas en las últimas elecciones, este hombre ha conseguido mantener el techo de sus votantes razonablemente alto. Y uno se pregunta qué es lo que debe hacer mal un “líder de izquierdas” - aun recordamos con estupor la etapa anterior del Felipe González como presidente de gobierno o, como ejemplo más actual, lo sucedido en el incendio de Guadalajara en la Comunidad castellano manchega - para que sus votantes, aparentemente poco reflexivos e irresponsables, lo repudien y envíen con su voto, o con su abstención, fuera de la actividad política. ¿Tal vez recuperar el derecho de pernada de los grandes señores medievales? ¿O ni tan siquiera así, estos abnegados votantes, estarían dispuestos a negarse a los caprichos del señor “marqués”, o “conde” de turno?
Por mucho que se analice resulta incomprensible, en pleno siglo xxi, esa fidelidad, rayando en una paranoia cercana al síndrome de Estocolmo, basada en esa manida y estúpida frase de: “estos son los míos”.
Felipe Cantos, escritor.
Desde que tengo uso de razón he intentado conocer los principales pilares que sustentan las convicciones del ser humano y, de manera especial, la fuente de las que emanan estas. Debo confesar, decepcionado, que, cercano a los sesenta años, no creo haber logrado mi objetivo. Aun más, a medida que los años van pasando tengo la sensación de encontrarme cada vez más lejos de mi objetivo.
La raíz del mal, lamentablemente, se apoya en algo tan sencillo como que la gran mayoría carece de esas sólidas convicciones que nos permitan transitar por este mundo con la seguridad de creer saber donde vamos y lo que deseamos. Es una minoría la que, aunque finalmente pudiera estar equivocada, se aferra a sus convicciones para intentar hacer de este mundo algo más limpio y habitable.
Sin lugar a dudas, una de las principales razones que provocan y fomentan tal situación se encuentra en la falta de formación, tanto cultural como intelectual, de una población mundial en grave crisis de identidad.
De esa población mundial, la que conocemos como occidental, sumida, endogámicamente, en la indolencia más absoluta por todo lo que no se mueva en su entorno más cercano, y en un consumismo exacerbado que la aleja del mínimo análisis de las cosas. Las demás, lejos de plantearse alternativas razonablemente mejores, en una loca carrera por alcanzar el “paraíso” occidental, deslizándose vertiginosamente por la misma pendiente de errores.
De manera que no debe sorprendernos que a lo largo de nuestra existencia nos encontremos frecuentemente con situaciones que presentadas en su inicio como algo fácil de discernir, acaben por convertirse en enigmas indescifrables para el común, y no tan común de los mortales.
Una de estas, en principio, fáciles situaciones, es la que ha motivado esta reflexión e inspirado el presente escrito: la “incomprensible fidelidad” de las, llamadas, bases de la izquierda a los, igualmente llamados, sus líderes.
Si nos detenemos por un momento a recapacitar en la reacción normal de cualquier ser humano que, en su vivir cotidiano, se pudiera sentir agredido, ofendido o vilipendiado a nivel personal, veremos que, por lo general, reaccionará contra lo que considera injusto y se revelará contra aquello, incluso físicamente. Sin embargo, sorprendentemente, no es fácil ver que eso suceda cuando se trata de una colectividad. ¿Acaso las convicciones que sustentan la personalidad de un sujeto no son las mismas en ambos casos?
Seguramente Pío Baroja tenía razón cuando aseguraba que “A una colectividad se la engaña mejor que a un hombre”. De otro modo no cabe comprensión alguna ante los absurdos posicionamientos que las, mal llamadas, bases de izquierda, vienen tomando desde hace décadas. Parecen querer olvidar, y no asumir, que su “filosofía”, encarnada en el socialismo, supuso un estrepitoso fracaso en todo el mundo, certificándose su muerte con la caída del muro de Berlín, hace ahora 18 años.
Con ello, no sólo desaparecía una manera, claramente errónea, de interpretar, políticamente, la sociedad, sino, también la trasnochada falacia que supone la, hoy, inexplicable división de esta en izquierda y derecha.
Sin embargo, esa nueva situación dio origen a una nueva clase política que no siendo capaz de acercarse a la, también hoy, mal llamada derecha, prefirió, y prefiere, mantenerse al “otro lado”, en una opción que no pudiéndose definirse como izquierda – algunos lo identifican como “los progres” carentes de referencia moral alguna - se queda en, simplemente, “no derecha”; negando los principios de esta pero, sorprendentemente, viviendo inmersos de lleno en ellos.
Pero si difícil resulta de comprender ese hipócrita ejercicio de equilibrio por parte de los llamados líderes de la izquierda, aún resulta más desconcertante los inamovibles posicionamientos de “sus bases”, cuando, hagan lo que hagan “sus líderes”, estas continúan apoyándoles.
En la actualidad son numerosos los países en los que grandes masas de ciudadanos mal formados, peor aconsejados y sibilinamente informados hasta el engaño - autonominados incondicionales de la “fantasmal” izquierda - elevan o mantienen en el poder a inmerecidos líderes. Un simple repaso al área hispanoamericana, incluida España, nos dejara ver la grotesca situación actual: Evo Morales, en Bolivia; Fidel Castro, en Cuba; Hugo Chávez, en Venezuela; Néstor Kirchner, en Argentina, y alguno otro más, hasta llegar a nuestro ínclito Rodríguez Zapatero, en España.
Todos ellos, sin excepción, elevados al poder, o mantenidos en ellos, por mor de esa incomprensible obstinación de unas bases que se dicen de izquierda, incapaces de realizar reflexión alguna sobre el comportamiento de estos “líderes” aunque, como en el caso de España, con el señor Rodríguez Zapatero a la cabeza, sean fácilmente demostrables sus desatinos, sino abusos de poder: loca negociación con una banda terrorista; intervención interesada y desvergonzada en el ámbito privado de la economía; tolerancia y fraude en alguna de las más importantes Instituciones del Estado; perversión del sistema democrático y traición a la constitución y a los principios que juro defender; creación de nuevas brechas entre los ciudadanos, por razones estrictamente personales, abriendo heridas ya cicatrizadas que estos daban por olvidadas; negociaciones descabelladas y concesiones inadmisibles a minorías políticas por el sólo interés de mantenerse en el poder…como sea; nula colaboración con la Administración de Justicia, sino obstrucción, para el esclarecimiento del más terrible atentado sufrido en Europa, por razones que desconocemos pero que no resultan difíciles de adivinar. Si afiláramos el lápiz y entráramos de lleno a buen seguro que la lista se haría interminable.
Y pese a todo, lejos de haber sido barrido en las urnas en las últimas elecciones, este hombre ha conseguido mantener el techo de sus votantes razonablemente alto. Y uno se pregunta qué es lo que debe hacer mal un “líder de izquierdas” - aun recordamos con estupor la etapa anterior del Felipe González como presidente de gobierno o, como ejemplo más actual, lo sucedido en el incendio de Guadalajara en la Comunidad castellano manchega - para que sus votantes, aparentemente poco reflexivos e irresponsables, lo repudien y envíen con su voto, o con su abstención, fuera de la actividad política. ¿Tal vez recuperar el derecho de pernada de los grandes señores medievales? ¿O ni tan siquiera así, estos abnegados votantes, estarían dispuestos a negarse a los caprichos del señor “marqués”, o “conde” de turno?
Por mucho que se analice resulta incomprensible, en pleno siglo xxi, esa fidelidad, rayando en una paranoia cercana al síndrome de Estocolmo, basada en esa manida y estúpida frase de: “estos son los míos”.
Felipe Cantos, escritor.
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