Aquí estoy, yo soy quien lo hizo, vuelve tu espalda hacía mí. Virgilio.
Nunca he logrado entender como pudo llegarse a la conclusión de que un pueblo, una nación una sociedad tiene en su seno los políticos, y cualquier otro impresentable personaje, que se merece. ¿Quién demonios se atrevió a acuñar semejante majadería?
Bien es cierto que, como consecuencia del equívoco y lamentable planteamiento en la distribución de los votos, en cualquier reconocida democracia puede darse, de hecho se da, irónicas situaciones en donde no siempre el más votado, ni el mejor, puede resultar finalmente el que termine haciéndose con el poder.
Pero si bien hemos de aceptar como jurídicamente legal semejante situación, en función de las reglas establecidas, jamás las reconoceré como legítimas, igualmente apoyado en esas reglas que permiten hacerse con el poder a grupúsculos que puede no alcanzar más allá del 35% de los votos de los ciudadanos. Aún menos reconocerles como tales y asumirlos como propios.
De manera que en ningún caso estoy por la labor de aceptar que un impresentable y mal político, elegido sabe Dios por qué circunstancias ajenas a la lógica y al sentido común, es tan mío y, haga lo que haga, soy merecedor y responsable de él, como los que le han votado. ¡De eso nada!
Estoy dispuesto a asumir, qué duda cabe, que las reglas de juego que nos hemos impuesto en esta sociedad nuestra, aunque imperfectas, han de ser respetadas para que un mínimo orden sea posible. Pero bajo ningún concepto a aceptar que la responsabilidad emanada de las decisiones de esas mayorías/minoritarias, cuyas decisiones, por lo general carentes de la mínima reflexión, son igualmente mías. Como decía en el encabezamiento de este artículo, repito: ¡de eso nada!
No llegaré al extremo, como pensaba un buen amigo mío ya fallecido, que le era imposible ser demócrata en el sentido más amplio de la palabra. Decía, no carente de razón, que le resultaba incomprensible que el voto de un doble licenciado en Económicas y Empresariales, con veinticinco años de experiencia profesional a su espalda, era su caso, tuviera el mismo valor que el de, con todos los respetos, un joven empleado de los servicios de limpieza del ayuntamiento, recién inmigrado y legalizado por mor de los intereses de un determinado partido. “Imposible, añadía, que pueda ser tan reflexivo y formado como el mío.”
Pero si, cuanto menos, procuraré no asumir las consecuencias negativas de las malas decisiones de terceros que, pensando sabe Dios con qué parte de su cuerpo, deciden encumbrar al poder a personajes de dudosa catadura moral e indiscutible indigencia intelectual. Incluso a iluminados por cualquier “dios menor”.
Por esa razón, a quienes se les llena la boca de repetir constantemente que lo que está sucediendo en nuestra maltratada España es responsabilidad de todos, y que todos tenemos lo que nos merecemos le diré, una vez más que ¡de eso nada! Allá quien les hayan votado. A los demás sólo nos restará aceptarlo, pero jamás sentirnos complacidos, ni mucho menos cómplices.
Durante las escasas horas que precedieron a las últimas elecciones generales del 2003, repetí, rogué, solicité a cuantos tuve la oportunidad, que dejaran aparcado el corazón y el hígado, entre otras cosas porque la verdad de lo sucedido estaba por descubrirse – hoy así se confirma - y reflexionaran fríamente sobre el sentido de su voto. Que bajo ningún concepto lo cambiaran, fuera este el que fuera, como consecuencia de lo sucedido. Lo sucedido ya no tenía solución. Pero las consecuencias de cambiar su voto podrían ser aún peores.
Algunos reaccionaron. Pero, a la vista está, la inmensa mayoría cambió el signo de su voto y el resultado de las elecciones, y por ende el rumbo, hasta ese momento razonablemente correcto, de España.
El tiempo ha venido a confirmar lo que pensaba. Jamás puede ser bueno anteponer el instinto – no me atrevería yo a decir que los sentimientos - a la razón. La situación de España es, cuanto menos compleja. Pero sobre todo desconcertante. Los racionales problemas que habitualmente preocupan a un país han pasado a un segundo plano, para dejarnos desbordar por otros, sacados del baúl de los recuerdos que parecían, y deberían, haber sido superados hace muchos años.
De manera que pese a no perder de vista el repetido tópico “el hombre es el único animal que tropieza dos (y tres, y cuatro, y…) veces con la misma piedra”, desde esta tribuna deseo apelar al sentido común de cuantos de una manera reflexiva han podido constatar que las consecuencias de una decisión, inspirada por cualquier otra motivación que no sea la razón, generalmente son nefastas.
Por ello, me permitiría pedirles que tengan muy presente que en los próximos meses se sucederán diversos convocatorias que les “invitarán” a reencontrarse consigo mismos y reparar, en la medida de lo posible, por ejemplo Cataluña, los daños causados por un voto irreflexivo. Sin duda, nuevas alternativas con un ideario más que razonable, caso Ciudadanos de Cataluña, serán propuestas para tener muy en cuenta ante las avejentadas, maleadas y corruptas formaciones ya conocidas por todos.
En cualquier caso, sea cual sea la decisión que en su momento tomen, si les rogaría a los irreflexivos e indolentes de turno, que suelen votar aconsejados por cualquier parte de su cuerpo – corazón, hígado, estómago e, incluso, bolsillo – a excepción de la cabeza que, a la vista de los resultados posteriores, asuman de pleno su responsabilidad y no pretendan a posteriori, colocarnos a todos en el mismo “saco” repitiendo eso de que “tenemos los políticos que nos merecemos”. Ellos serán quienes se los merezcan.
Que cuanto menos asuman su responsabilidad, aunque todos nos veamos obligados a aguantar la vela. A los demás sólo nos quedará el triste recurso de armarnos de santa paciencia y aceptar “democráticamente” la situación, repitiendo hasta la saciedad que: ¡¡De eso nada!!
Felipe Cantos, escritor.
Nunca he logrado entender como pudo llegarse a la conclusión de que un pueblo, una nación una sociedad tiene en su seno los políticos, y cualquier otro impresentable personaje, que se merece. ¿Quién demonios se atrevió a acuñar semejante majadería?
Bien es cierto que, como consecuencia del equívoco y lamentable planteamiento en la distribución de los votos, en cualquier reconocida democracia puede darse, de hecho se da, irónicas situaciones en donde no siempre el más votado, ni el mejor, puede resultar finalmente el que termine haciéndose con el poder.
Pero si bien hemos de aceptar como jurídicamente legal semejante situación, en función de las reglas establecidas, jamás las reconoceré como legítimas, igualmente apoyado en esas reglas que permiten hacerse con el poder a grupúsculos que puede no alcanzar más allá del 35% de los votos de los ciudadanos. Aún menos reconocerles como tales y asumirlos como propios.
De manera que en ningún caso estoy por la labor de aceptar que un impresentable y mal político, elegido sabe Dios por qué circunstancias ajenas a la lógica y al sentido común, es tan mío y, haga lo que haga, soy merecedor y responsable de él, como los que le han votado. ¡De eso nada!
Estoy dispuesto a asumir, qué duda cabe, que las reglas de juego que nos hemos impuesto en esta sociedad nuestra, aunque imperfectas, han de ser respetadas para que un mínimo orden sea posible. Pero bajo ningún concepto a aceptar que la responsabilidad emanada de las decisiones de esas mayorías/minoritarias, cuyas decisiones, por lo general carentes de la mínima reflexión, son igualmente mías. Como decía en el encabezamiento de este artículo, repito: ¡de eso nada!
No llegaré al extremo, como pensaba un buen amigo mío ya fallecido, que le era imposible ser demócrata en el sentido más amplio de la palabra. Decía, no carente de razón, que le resultaba incomprensible que el voto de un doble licenciado en Económicas y Empresariales, con veinticinco años de experiencia profesional a su espalda, era su caso, tuviera el mismo valor que el de, con todos los respetos, un joven empleado de los servicios de limpieza del ayuntamiento, recién inmigrado y legalizado por mor de los intereses de un determinado partido. “Imposible, añadía, que pueda ser tan reflexivo y formado como el mío.”
Pero si, cuanto menos, procuraré no asumir las consecuencias negativas de las malas decisiones de terceros que, pensando sabe Dios con qué parte de su cuerpo, deciden encumbrar al poder a personajes de dudosa catadura moral e indiscutible indigencia intelectual. Incluso a iluminados por cualquier “dios menor”.
Por esa razón, a quienes se les llena la boca de repetir constantemente que lo que está sucediendo en nuestra maltratada España es responsabilidad de todos, y que todos tenemos lo que nos merecemos le diré, una vez más que ¡de eso nada! Allá quien les hayan votado. A los demás sólo nos restará aceptarlo, pero jamás sentirnos complacidos, ni mucho menos cómplices.
Durante las escasas horas que precedieron a las últimas elecciones generales del 2003, repetí, rogué, solicité a cuantos tuve la oportunidad, que dejaran aparcado el corazón y el hígado, entre otras cosas porque la verdad de lo sucedido estaba por descubrirse – hoy así se confirma - y reflexionaran fríamente sobre el sentido de su voto. Que bajo ningún concepto lo cambiaran, fuera este el que fuera, como consecuencia de lo sucedido. Lo sucedido ya no tenía solución. Pero las consecuencias de cambiar su voto podrían ser aún peores.
Algunos reaccionaron. Pero, a la vista está, la inmensa mayoría cambió el signo de su voto y el resultado de las elecciones, y por ende el rumbo, hasta ese momento razonablemente correcto, de España.
El tiempo ha venido a confirmar lo que pensaba. Jamás puede ser bueno anteponer el instinto – no me atrevería yo a decir que los sentimientos - a la razón. La situación de España es, cuanto menos compleja. Pero sobre todo desconcertante. Los racionales problemas que habitualmente preocupan a un país han pasado a un segundo plano, para dejarnos desbordar por otros, sacados del baúl de los recuerdos que parecían, y deberían, haber sido superados hace muchos años.
De manera que pese a no perder de vista el repetido tópico “el hombre es el único animal que tropieza dos (y tres, y cuatro, y…) veces con la misma piedra”, desde esta tribuna deseo apelar al sentido común de cuantos de una manera reflexiva han podido constatar que las consecuencias de una decisión, inspirada por cualquier otra motivación que no sea la razón, generalmente son nefastas.
Por ello, me permitiría pedirles que tengan muy presente que en los próximos meses se sucederán diversos convocatorias que les “invitarán” a reencontrarse consigo mismos y reparar, en la medida de lo posible, por ejemplo Cataluña, los daños causados por un voto irreflexivo. Sin duda, nuevas alternativas con un ideario más que razonable, caso Ciudadanos de Cataluña, serán propuestas para tener muy en cuenta ante las avejentadas, maleadas y corruptas formaciones ya conocidas por todos.
En cualquier caso, sea cual sea la decisión que en su momento tomen, si les rogaría a los irreflexivos e indolentes de turno, que suelen votar aconsejados por cualquier parte de su cuerpo – corazón, hígado, estómago e, incluso, bolsillo – a excepción de la cabeza que, a la vista de los resultados posteriores, asuman de pleno su responsabilidad y no pretendan a posteriori, colocarnos a todos en el mismo “saco” repitiendo eso de que “tenemos los políticos que nos merecemos”. Ellos serán quienes se los merezcan.
Que cuanto menos asuman su responsabilidad, aunque todos nos veamos obligados a aguantar la vela. A los demás sólo nos quedará el triste recurso de armarnos de santa paciencia y aceptar “democráticamente” la situación, repitiendo hasta la saciedad que: ¡¡De eso nada!!
Felipe Cantos, escritor.
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