21 septiembre 2006

Cebrián, El País y la locura contagiosa.



Vivimos en un mundo en que un loco hace muchos locos, mientras que un hombre sabio hace pocos sabios. Georg Cristoph Listenberg

Hacer escasos días tuve la oportunidad de leer las manifestaciones realizadas por un seudo intelectual, un insufrible sujeto llamado Juan Luis Cebrián, que de ser ciertas harían dudar a cualquier ciudadano si el susodicho se encuentra en su sano juicio, o pretende que los demás acabemos por perderlo definitivamente.
No voy a negar que el personaje en cuestión no es santo de mi devoción y que, sin duda, se me verá el plumero a lo largo y ancho de este pequeño texto. Pero son tantas, tan desafortunadas y contradictorias sus intervenciones en la vida pública española, amén del enorme efecto mediático que gracias a su periódico, El País, tiene sobre nuestras vidas, que bien merece que desde toda posible tribuna se le recuerde que todavía quedan españoles, y muchos, que lejos de haber perdido el juicio, en pro de no se sabe bien qué bastardos intereses, nos reconocemos como descendientes, y herederos, de una civilización, por lo que se ve, muy alejada de los “ideales” que el citado Cebrián exhibe. Si es que pueden llamarse ideales a lo que ha movido y, por lo general mueve a este sujeto.
En su declaración vino a decir algo así como que renegaba de La Reconquista realizada por nuestros antepasados, pues este hecho no había permitido que la civilización musulmana –el Islam – inundara toda nuestra cultura.
Dejando a un lado las ventajas (¿) que el personaje en cuestión pueda haber encontrado en una civilización que en lo referente a las libertades y progreso de sus integrante quedó anclada y perdida hace varios siglos, salvo, claro está, para sus dirigentes y “admiradores” como el señor Cebrián, este debería saber que la historia se escribe después de que se producen los acontecimientos, y que estos, generalmente, no están en la mano del hombre el cambiarlos, sino, simplemente asumirlos, tratando de acomodarse a ellos.
De modo que de nada sirve el “lamentar”, sabe Dios por qué y con qué fin, aunque teniendo en cuenta lo que está cayendo cuesta poco imaginarlo, que la historia sea lo que es y no lo que el señor Cebrián desearía. Mal que le pese, los procesos históricos son imparables e irreversibles y al hombre sólo le queda la posibilidad de actuar como notario. Desde esa perspectiva poco más que añadir y, seguramente, por sí sola ni tan siquiera es merecedora de estas líneas.
Sin embargo, en el contenido de esa declaración se encuentran las graves contradicciones que sustenta la filosofía en la que “navegan” el señor Cebrián, y de manera especial su periódico, El País. Su falta de racionalidad, coherencia y objetividad – que no de objetivos -, en defensa de intereses nada claros - ¿o tal vez demasiado claros? - vienen a desembocar con inusitada frecuencia en un desequilibrio que, sin duda alguna, provoca la pérdida de rumbo del propio medio y, lamentablemente, de sus lectores. Es tal el cúmulo de contradicciones en sus postulados que en una misma página pueden defender una posición y la contraria. Y todo ello sin que el “avispado” lector de El País parezca, o quiera darse cuanta.
Durante los últimos años, al menos desde que este que escribe sigue de cerca las informaciones que nos ofrece el citado periódico, han venido defendiendo de manera claramente partidista los postulados nacionalistas, apoyando la idea de que aferrarse y defender la matriz, o el ombligo, como ustedes prefieran, es además de justo, razonable. Aunque para ello haya que despedazar sin contemplaciones una nación milenaria y solidificada, precisamente, gracias a esa Reconquista que el señor Cebrián tanto maldice.
Y ahora, contraviniendo aquel postulado, que no los intereses que le son propios al señor Cebrián y su periódico, el “inteligente” sujeto, cuyo aspecto bien pudiera confundirse con el de cualquier pequeño imán, o muhadin, nos dice, defiende y lamenta que por culpa de cuatro “desaprensivos” – don Pelayo, Fernando III, Alfonso X, Jaime I, o los mismísimos Reyes Católicos, entre otros - con su lamentable actitud y desafortunadas decisiones impidieron que dos civilizaciones entroncaran y se fundieran para dar origen a una nueva que se extendiera, como una sola voz, por toda Europa, o vaya usted a saber hasta donde. ¿Cabe mayor contradicción en un mismo personaje - y en el medio que controla - cuando manifiesta con el labio superior la defensa de un nacionalismo endogámico, mientras que con el labio inferior aboga por la fusión de una Alianza Universal de Civilizaciones?
Verdaderamente algunos han perdido el rumbo – por no hablar de la cordura - aunque con ello les vaya extraordinariamente bien en todas las demás parcelas de su vida, excepto la mental. Mi animoso y bien intencionado consejo es que visiten al psiquiatra. Especialmente porque es muy posible que, demostrada la capacidad de contagio de este cúmulo de estupideces, termine por convertirse en una epidemia.
No desearía terminar esta pequeña columna sin formularle una pregunta, que se me resiste, al inefable Juan Luis Cebrián. Según su leal saber y entender, si los acontecimientos históricos se hubieran producido según sus expresados deseos, ¿estaríamos ahora donde está el Islam, o el Islam estaría donde estamos nosotros?
Creo innecesario decirle al ínclito Cebrián en donde les gustaría, y les gusta encontrarse a la mayoría de los españoles. Incluidos los incondicionales lectores del diario que tan “sabiamente” manipula y controla.

Felipe Cantos, escritor.

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