¡Ay de la generación cuyos jueces merecen ser juzgados! Talmud, Ruth Rabbá, 1.
Han pasado más de diez años desde que, motivado por deplorables experiencias personales, decidiera escribir y publicar el libro “La inJusticia en España”. Cuando lo hice, no sólo traté de mostrar las atrocidades que sobre cualquier ciudadano de a pie, entre los que me cuento, pueden caer si se ve en la necesidad de acudir a la Administración de Justicia Española; sino, además, poner sobre la mesa de la opinión pública española el comatoso estado de nuestra justicia.
Consciente de la barrera, del muro infranqueable que los propios protagonistas - jueces y magistrados – han colocado entre ellos y el resto de los mortales, para hacernos creer que, como en la Biblia, su “reino” no es de este mundo, aunque las consecuencias de sus actuaciones nos afecten de manera directa y plena, subtitulé la obra “Análisis pragmático, práctico y racional, no jurídico, ni técnico”.
Con ello pretendí evitar una inútil polémica ahíta de interesados y complejos entramados jurídicos, y la utilización de una semántica repleta de latinajos al uso, del que tan amigos son nuestros juristas, para colocarles en el único camino en el que todos los interesados fuéramos capaces de confluir: la utilización del tan denostado “sentido común”. En síntesis, intentar que no encubrieran su falta de formación, u otras intenciones, especialmente en los jueces de nuevo cuño, que en más ocasiones de las deseadas producían, y producen, desatinadas actuaciones e incomprensibles sentencias.
Yo entendía, y sigo entendiendo, que usando el más elemental sentido común y aplicando la racionalidad, dejando de lado las frases engoladas y rimbombantes, y llamando, como decían nuestras abuelas, a las cosas por su nombre, con toda seguridad su labor se vería sustancialmente mejorada cualitativa y cuantitativamente.
Evidentemente, la obra recogía, y recoge, multitud de aspectos imposibles de resumir en este pequeño artículo. Pero si destacaba, además de lo ya expuesto, el enorme, yo diría terrible poder de estos profesionales, dueños de vida y hacienda, incluso alcanzando el aspecto más emocional, de todos sus conciudadanos. Un/a juez/a, por discreto que sea su destino profesional puede, con una de sus actuaciones, destruir de por vida a una empresa, a una familia o a un simple sujeto. Pero lo más terrible, sin el más mínimo riesgo para él/ella o, en su defecto, jamás del alcance del daño provocado.
Ya, en aquella ocasión, el ínclito juez Garzón, junto con otros personajes de la “farándula jurídica” fue merecedor de ocupar un lugar destacado en la obra. Recuerdo, entre otras, que me permitía recomendar a tan “ilustre” personaje que en lugar de buscar la notoriedad constante dedicándose a cazar tigres de Bengala con una raspa de pescado – casos generales argentinos, dictadores chilenos y otros similares; si bien encomiables, pero exentos de rigor y nulas posibilidades de prosperar – bien podría dedicar ese tiempo, que al parecer le sobra, en ayudar a sus colegas en el enorme colapso, especialmente en retrasos, que sufre la Administración de Justicia en España: plazo medio para la resolución de un contencioso, pasando por todas las instancias, entre los diez y quince años. Pudiéndose alcanzar con facilidad los veinte años.
Desgraciadamente el libro no ha perdido vigencia, ni se ha resuelto uno sólo de los defectos denunciados en él. Muy al contrario, a tenor de los acontecimientos y el espectáculo ofrecido constantemente por sus “señorías”. El grado de politización al que se ha llegado en la Adjudicatura es de tal magnitud que resultaría cómico de no ser por la gravedad que entraña.
Uno, en su ingenuidad, cree que la justicia debe ser, como tal, una meta en si misma. Pero hemos llegado a tal grado de desfachatez que resulta que no. Tenemos Jueces Progresistas (Psoe); Jueces Conservadores (pp); Jueces para la Democracia (imagino que su “inclinación jurídica” se decantará en función de los intereses de cada momento); Jueces como el juez Garzón, que nunca se sabe donde esta pero que, al parecer, va por libre, y así, otros varios. Pregunto yo, siempre en mi ingenuidad, ¿no sería más razonable que todos actuaran y se llamaran: Jueces para la Justicia?
Puede que, aunque con más discreción, siempre haya sido así. Pero es tal el descaro con el que sus señorías exhiben su filiación política y su decantación a favor de tesis perfectamente definidas, que produce sonrojo sólo el observarlo. Son tan previsibles y evidentes sus actuaciones – el ínclito Garzón es un modelo inmejorable – que uno llega a la conclusión que lo de menos es lo que se juzga, ni el como; sino lo que conviene políticamente.
Pero siendo lo denunciado terrible, aún es peor el descaro y la falta de ética de quienes, y son mayoría, debiendo defender los sagrados principios de la Justicia, poniéndose al lado de los ciudadanos, actúan sin importarles la opinión de estos en una clara burla a su inteligencia. Por esa razón debemos mostrar nuestro pleno rechazo a una Administración de Justicia que lejos de mostrar respeto por los ciudadanos a los que debe proteger, los toman, en el mejor de los casos, por estúpidos.
En cuanto al especialísimo caso del Juez Garzón – su reclamación de amparo al cgpj, después de su intolerable intromisión en un sumario que no le correspondía y teniendo en cuenta sus descaradas actuaciones a favor de una de las partes – en justa correspondencia a su falta de respeto por el resto de los ciudadanos se merecería ser objeto de la parodia de aquella frase chulesca del acerbo popular madrileño que decía: Senen, Senen, Senen… y que aplicada al “estrellado” juez dijera: “Garzón, Garzón, Garzonen, si no te han dao… que te den”.
Felipe Cantos, escritor.
Han pasado más de diez años desde que, motivado por deplorables experiencias personales, decidiera escribir y publicar el libro “La inJusticia en España”. Cuando lo hice, no sólo traté de mostrar las atrocidades que sobre cualquier ciudadano de a pie, entre los que me cuento, pueden caer si se ve en la necesidad de acudir a la Administración de Justicia Española; sino, además, poner sobre la mesa de la opinión pública española el comatoso estado de nuestra justicia.
Consciente de la barrera, del muro infranqueable que los propios protagonistas - jueces y magistrados – han colocado entre ellos y el resto de los mortales, para hacernos creer que, como en la Biblia, su “reino” no es de este mundo, aunque las consecuencias de sus actuaciones nos afecten de manera directa y plena, subtitulé la obra “Análisis pragmático, práctico y racional, no jurídico, ni técnico”.
Con ello pretendí evitar una inútil polémica ahíta de interesados y complejos entramados jurídicos, y la utilización de una semántica repleta de latinajos al uso, del que tan amigos son nuestros juristas, para colocarles en el único camino en el que todos los interesados fuéramos capaces de confluir: la utilización del tan denostado “sentido común”. En síntesis, intentar que no encubrieran su falta de formación, u otras intenciones, especialmente en los jueces de nuevo cuño, que en más ocasiones de las deseadas producían, y producen, desatinadas actuaciones e incomprensibles sentencias.
Yo entendía, y sigo entendiendo, que usando el más elemental sentido común y aplicando la racionalidad, dejando de lado las frases engoladas y rimbombantes, y llamando, como decían nuestras abuelas, a las cosas por su nombre, con toda seguridad su labor se vería sustancialmente mejorada cualitativa y cuantitativamente.
Evidentemente, la obra recogía, y recoge, multitud de aspectos imposibles de resumir en este pequeño artículo. Pero si destacaba, además de lo ya expuesto, el enorme, yo diría terrible poder de estos profesionales, dueños de vida y hacienda, incluso alcanzando el aspecto más emocional, de todos sus conciudadanos. Un/a juez/a, por discreto que sea su destino profesional puede, con una de sus actuaciones, destruir de por vida a una empresa, a una familia o a un simple sujeto. Pero lo más terrible, sin el más mínimo riesgo para él/ella o, en su defecto, jamás del alcance del daño provocado.
Ya, en aquella ocasión, el ínclito juez Garzón, junto con otros personajes de la “farándula jurídica” fue merecedor de ocupar un lugar destacado en la obra. Recuerdo, entre otras, que me permitía recomendar a tan “ilustre” personaje que en lugar de buscar la notoriedad constante dedicándose a cazar tigres de Bengala con una raspa de pescado – casos generales argentinos, dictadores chilenos y otros similares; si bien encomiables, pero exentos de rigor y nulas posibilidades de prosperar – bien podría dedicar ese tiempo, que al parecer le sobra, en ayudar a sus colegas en el enorme colapso, especialmente en retrasos, que sufre la Administración de Justicia en España: plazo medio para la resolución de un contencioso, pasando por todas las instancias, entre los diez y quince años. Pudiéndose alcanzar con facilidad los veinte años.
Desgraciadamente el libro no ha perdido vigencia, ni se ha resuelto uno sólo de los defectos denunciados en él. Muy al contrario, a tenor de los acontecimientos y el espectáculo ofrecido constantemente por sus “señorías”. El grado de politización al que se ha llegado en la Adjudicatura es de tal magnitud que resultaría cómico de no ser por la gravedad que entraña.
Uno, en su ingenuidad, cree que la justicia debe ser, como tal, una meta en si misma. Pero hemos llegado a tal grado de desfachatez que resulta que no. Tenemos Jueces Progresistas (Psoe); Jueces Conservadores (pp); Jueces para la Democracia (imagino que su “inclinación jurídica” se decantará en función de los intereses de cada momento); Jueces como el juez Garzón, que nunca se sabe donde esta pero que, al parecer, va por libre, y así, otros varios. Pregunto yo, siempre en mi ingenuidad, ¿no sería más razonable que todos actuaran y se llamaran: Jueces para la Justicia?
Puede que, aunque con más discreción, siempre haya sido así. Pero es tal el descaro con el que sus señorías exhiben su filiación política y su decantación a favor de tesis perfectamente definidas, que produce sonrojo sólo el observarlo. Son tan previsibles y evidentes sus actuaciones – el ínclito Garzón es un modelo inmejorable – que uno llega a la conclusión que lo de menos es lo que se juzga, ni el como; sino lo que conviene políticamente.
Pero siendo lo denunciado terrible, aún es peor el descaro y la falta de ética de quienes, y son mayoría, debiendo defender los sagrados principios de la Justicia, poniéndose al lado de los ciudadanos, actúan sin importarles la opinión de estos en una clara burla a su inteligencia. Por esa razón debemos mostrar nuestro pleno rechazo a una Administración de Justicia que lejos de mostrar respeto por los ciudadanos a los que debe proteger, los toman, en el mejor de los casos, por estúpidos.
En cuanto al especialísimo caso del Juez Garzón – su reclamación de amparo al cgpj, después de su intolerable intromisión en un sumario que no le correspondía y teniendo en cuenta sus descaradas actuaciones a favor de una de las partes – en justa correspondencia a su falta de respeto por el resto de los ciudadanos se merecería ser objeto de la parodia de aquella frase chulesca del acerbo popular madrileño que decía: Senen, Senen, Senen… y que aplicada al “estrellado” juez dijera: “Garzón, Garzón, Garzonen, si no te han dao… que te den”.
Felipe Cantos, escritor.
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