Todo está bien cuando sale de las manos del Autor de las cosas, todo degenera entre las manos del hombre. Jean Jacques Rousseau.
Es francamente difícil ocultar el conflicto interno que se provoca uno mismo cuando trata de hacer crítica de aquello que siempre ha considerado cercano, aquello que se encuentra imbuido en lo más profundo de sus creencias, de su cultura. En nuestro caso, en el de todos los españoles y naturalmente en el mío, una cultura ancestral. No soy nada dado a la autocomplacencia. Pero debo confesar que aún lo soy menos a la autocrítica. Tal vez en el tan traído “orgullo español”, frecuentemente parodiado por los ciudadanos de otras nacionalidades que dicen conocernos bien, se encuentre la clave.
De manera que cada vez que se me ha presentado la necesidad de entrar de lleno en la reflexión de determinadas actuaciones de mis conciudadanos, entre los que obviamente me incluyo, como se dice popularmente, se me han abierto las carnes.
Sin embargo, en pocas ocasiones, como en esta, me he sentido tan motivado, tan justificado para hacerlo. No me duelen prendas reconocer que hasta he sentido una cierta sensación morbosa al tener la posibilidad de hacerlo. No en vano nos estamos jugando en ella algo más que la imagen de nuestro país. Nos estamos jugando su dignidad.
Vengo observando en los últimos tiempos, - lo siento “señor” Rodríguez Zapatero que coincida con su periodo de mandato, pero es así – la degradación de nuestra sociedad en casi todas las áreas que la conforman. Sea esta, social, política, académica, intelectual, judicial, o de cualquier otro orden.
Pero he de admitir que hay un área en particular que ha conseguido sobrepasarme de manera muy especial. Es aquella en la que se mueve con sumo mal gusto eso que desde siempre hemos dado en llamar “lo popular”. Algunos más atrevidos han sido capaces de denominarla “la sabiduría del pueblo”.
No es un fenómeno nuevo, por lo que no voy a negar que desde siempre ha existido un segmento de la sociedad que, amparado en “lo popular” ha dado vida a “obras” carentes de la mínima calidad y sobradas de mal gusto. Pero, cuanto menos, hay que reconocerles la pretendida buena intención de aportar algo al acervo popular.
No creo que ese haya sido el caso de la “famosa composición” – creo que dice algo así – “Pá, voy a hace un corrá, pá meter guarrillos y guarrillas, etc.”. Confieso que espantado del mal gusto no he logrado escuchar la canción completa, por lo que desconozco su texto exacto. Supongo que se referirá a los extraordinarios animales portadores de los jamones más sabrosos del mundo. De otro modo… ¿qué les voy a decir que no sepan?
Pero si sorprendente es la “fácil” asunción por un gran segmento de público de algo tan estrambótico y desacertado, aún resulta menos comprensible que una ¿importante? cadena de televisión – creo que la recientemente inaugurada La Sexta - lo haya utilizado como estribillo y cuña de promoción de la Selección Nacional de fútbol en el pasado Campeonato Mundial de Alemania. ¿Será cierto que ese es el nivel medio de nuestros aficionados futboleros?
Por principio me negaré a aceptarlo. Sin embargo he de reconocer que determinadas señales encendidas a lo largo y ancho de estos últimos tiempos – vuelvo a lamentarlo “señor” Zapatero – me hacen poner en seria duda el mínimo nivel intelectual ¡medio!, y lo que es peor, el mínimo buen gusto de un gran número de mis conciudadanos.
Pues, si a lo antes descrito unimos los lamentablemente incombustibles, y en ocasiones vomitivos, programas del “hígado”, más conocidos como del corazón, con la exaltación y glorificación de todo lo que se refiere al mundo de los homosexuales – por fortuna, también, los hay sencillamente sensatos -; los execrables “Reality Show”, o la adictiva afición a la contemplación, no diré la lectura, pues estaría mintiendo, de las revistas del cuché, en donde el comportamiento de algunos de sus compradores raya en lo patológico, cuando disfrutan con masoquista deleite con la contemplación de los vestidos, las joyas, los coches, las mansiones, los barcos y cuantas propiedades prohibitivas para el común de los mortales, incluidos, sean o no en relaciones estables, la vida y fortuna del famoso/a “superguay” de turno y su no menos “interesante” pareja o acompañante, con franqueza, creo que queda poco por justificar.
Tratando de alejarnos del terreno de la mediocridad, pero sin conseguirlo por mor de las semejanzas y formas soeces con que se desenvuelven sus protagonistas, se encuentran seudo intelectuales que al amparo de autores y obras literarias de relieve pretenden mostrar una imagen que en nada les es propia. El reciente caso provocado por el ¿actor? José Rubianes al insultar, de manera clara y contundente, a todos los españoles mandando - palabras literales - “…a tomar por el culo a la puta España…” marca de manera definitiva el buen gusto que reina en el mundo de los zafios bufones del “talantoso” Rodríguez Zapatero.
Si bien es cierto que en todo tiempo y en todo lugar “han cocido y cuecen habas”, y que tratar de culpar a los políticos dirigentes en el momento puede ser, además de incorrecto, injusto; no es menos cierto que dependiendo del ambiente en el que te desenvuelvas y la situación, provocada o recibida, en la que te encuentres, se crearán las circunstancias ideales para facilitar situaciones semejantes.
Probablemente, en el caso del “popular” Rubianes, desde que se enfundara el personaje de MakiNavaja, se haya producido una simbiosis con este, de la que jamás ha logrado desprenderse. Eso justificaría, en parte, sus barruntes, ya que parecería no hablar más que por boca del delincuente hortera. No obstante, lo más sorprendente fueron las últimas declaraciones realizadas por el ínclito. Este, tratando de justificar sus exabruptos, alude a unas declaraciones realizadas por García Lorca en vida: “Yo soy español integral (…) pero odio al que es español por ser español nada más. Yo soy hermano de todos y execro al hombre que se sacrifica por una idea nacionalista abstracta, por el sólo hecho de que ama a su patria con una venda en los ojos”. ¡¡Y esto nos lo cuenta el fulano después de haber insultado gravemente a todos los españoles desde una tribuna supranacionalista - Cataluña - que no admite otro pensamiento que el que surge de su endogámico ombligo!!
Puede que, finalmente, todo se resuma en un problema semántico. Pero, honradamente, creo que se han sobrepasado todos los límites. Ahora, lo importante, lo más urgente para una buena convivencia no es preocuparnos si izquierdas o derechas; nacionalismos localistas perversos, o grandes nacionalismos reaccionarios y radicales. Debería bastar con que comenzáramos por recuperar el sentido más correcto de la vergüenza, de la corrección y la mínima educación, para ser capaces de poder iniciar el más mínimo entendimiento. Y, naturalmente, la frecuente utilización del sentido común.
Y ello comenzando por nuestras clases dirigentes. Sean estos políticos, jueces, actores, o empresarios. Su ejemplo, por lo general nada edificante, es un mal espejo que conlleva, como antes decía, a la degeneración de toda una sociedad.
El último discurso, exento de todo sentido común y cursi donde los haya, pronunciado por Rodríguez Zapatero en un foro internacional, son digna muestra del uso que no debe hacerse de las palabras, si se desea que su destino sea la razón. Sugerir, siquiera, que tenemos la obligación de reflexionar sobre el terrorismo y tratar de comprender sus razones, apoyado en la falacia de que siempre se había utilizado este como arma conminatoria, además de un despropósito en un mensaje equivocado y despreciable que no sólo provoca una degeneración del lenguaje, sino, también, de la moral de quien lo manifiesta.
Ignoro las razones que tendrá el señor Zapatero para invitarnos a tal aquelarre mental. Pero estoy seguro que acabaremos por saberlo y, ese día, seremos muchos los que, desde lo más profundo de nosotros mismos, nos mostraremos sorprendidos de no sorprendernos.
Felipe Cantos, escritor.
Es francamente difícil ocultar el conflicto interno que se provoca uno mismo cuando trata de hacer crítica de aquello que siempre ha considerado cercano, aquello que se encuentra imbuido en lo más profundo de sus creencias, de su cultura. En nuestro caso, en el de todos los españoles y naturalmente en el mío, una cultura ancestral. No soy nada dado a la autocomplacencia. Pero debo confesar que aún lo soy menos a la autocrítica. Tal vez en el tan traído “orgullo español”, frecuentemente parodiado por los ciudadanos de otras nacionalidades que dicen conocernos bien, se encuentre la clave.
De manera que cada vez que se me ha presentado la necesidad de entrar de lleno en la reflexión de determinadas actuaciones de mis conciudadanos, entre los que obviamente me incluyo, como se dice popularmente, se me han abierto las carnes.
Sin embargo, en pocas ocasiones, como en esta, me he sentido tan motivado, tan justificado para hacerlo. No me duelen prendas reconocer que hasta he sentido una cierta sensación morbosa al tener la posibilidad de hacerlo. No en vano nos estamos jugando en ella algo más que la imagen de nuestro país. Nos estamos jugando su dignidad.
Vengo observando en los últimos tiempos, - lo siento “señor” Rodríguez Zapatero que coincida con su periodo de mandato, pero es así – la degradación de nuestra sociedad en casi todas las áreas que la conforman. Sea esta, social, política, académica, intelectual, judicial, o de cualquier otro orden.
Pero he de admitir que hay un área en particular que ha conseguido sobrepasarme de manera muy especial. Es aquella en la que se mueve con sumo mal gusto eso que desde siempre hemos dado en llamar “lo popular”. Algunos más atrevidos han sido capaces de denominarla “la sabiduría del pueblo”.
No es un fenómeno nuevo, por lo que no voy a negar que desde siempre ha existido un segmento de la sociedad que, amparado en “lo popular” ha dado vida a “obras” carentes de la mínima calidad y sobradas de mal gusto. Pero, cuanto menos, hay que reconocerles la pretendida buena intención de aportar algo al acervo popular.
No creo que ese haya sido el caso de la “famosa composición” – creo que dice algo así – “Pá, voy a hace un corrá, pá meter guarrillos y guarrillas, etc.”. Confieso que espantado del mal gusto no he logrado escuchar la canción completa, por lo que desconozco su texto exacto. Supongo que se referirá a los extraordinarios animales portadores de los jamones más sabrosos del mundo. De otro modo… ¿qué les voy a decir que no sepan?
Pero si sorprendente es la “fácil” asunción por un gran segmento de público de algo tan estrambótico y desacertado, aún resulta menos comprensible que una ¿importante? cadena de televisión – creo que la recientemente inaugurada La Sexta - lo haya utilizado como estribillo y cuña de promoción de la Selección Nacional de fútbol en el pasado Campeonato Mundial de Alemania. ¿Será cierto que ese es el nivel medio de nuestros aficionados futboleros?
Por principio me negaré a aceptarlo. Sin embargo he de reconocer que determinadas señales encendidas a lo largo y ancho de estos últimos tiempos – vuelvo a lamentarlo “señor” Zapatero – me hacen poner en seria duda el mínimo nivel intelectual ¡medio!, y lo que es peor, el mínimo buen gusto de un gran número de mis conciudadanos.
Pues, si a lo antes descrito unimos los lamentablemente incombustibles, y en ocasiones vomitivos, programas del “hígado”, más conocidos como del corazón, con la exaltación y glorificación de todo lo que se refiere al mundo de los homosexuales – por fortuna, también, los hay sencillamente sensatos -; los execrables “Reality Show”, o la adictiva afición a la contemplación, no diré la lectura, pues estaría mintiendo, de las revistas del cuché, en donde el comportamiento de algunos de sus compradores raya en lo patológico, cuando disfrutan con masoquista deleite con la contemplación de los vestidos, las joyas, los coches, las mansiones, los barcos y cuantas propiedades prohibitivas para el común de los mortales, incluidos, sean o no en relaciones estables, la vida y fortuna del famoso/a “superguay” de turno y su no menos “interesante” pareja o acompañante, con franqueza, creo que queda poco por justificar.
Tratando de alejarnos del terreno de la mediocridad, pero sin conseguirlo por mor de las semejanzas y formas soeces con que se desenvuelven sus protagonistas, se encuentran seudo intelectuales que al amparo de autores y obras literarias de relieve pretenden mostrar una imagen que en nada les es propia. El reciente caso provocado por el ¿actor? José Rubianes al insultar, de manera clara y contundente, a todos los españoles mandando - palabras literales - “…a tomar por el culo a la puta España…” marca de manera definitiva el buen gusto que reina en el mundo de los zafios bufones del “talantoso” Rodríguez Zapatero.
Si bien es cierto que en todo tiempo y en todo lugar “han cocido y cuecen habas”, y que tratar de culpar a los políticos dirigentes en el momento puede ser, además de incorrecto, injusto; no es menos cierto que dependiendo del ambiente en el que te desenvuelvas y la situación, provocada o recibida, en la que te encuentres, se crearán las circunstancias ideales para facilitar situaciones semejantes.
Probablemente, en el caso del “popular” Rubianes, desde que se enfundara el personaje de MakiNavaja, se haya producido una simbiosis con este, de la que jamás ha logrado desprenderse. Eso justificaría, en parte, sus barruntes, ya que parecería no hablar más que por boca del delincuente hortera. No obstante, lo más sorprendente fueron las últimas declaraciones realizadas por el ínclito. Este, tratando de justificar sus exabruptos, alude a unas declaraciones realizadas por García Lorca en vida: “Yo soy español integral (…) pero odio al que es español por ser español nada más. Yo soy hermano de todos y execro al hombre que se sacrifica por una idea nacionalista abstracta, por el sólo hecho de que ama a su patria con una venda en los ojos”. ¡¡Y esto nos lo cuenta el fulano después de haber insultado gravemente a todos los españoles desde una tribuna supranacionalista - Cataluña - que no admite otro pensamiento que el que surge de su endogámico ombligo!!
Puede que, finalmente, todo se resuma en un problema semántico. Pero, honradamente, creo que se han sobrepasado todos los límites. Ahora, lo importante, lo más urgente para una buena convivencia no es preocuparnos si izquierdas o derechas; nacionalismos localistas perversos, o grandes nacionalismos reaccionarios y radicales. Debería bastar con que comenzáramos por recuperar el sentido más correcto de la vergüenza, de la corrección y la mínima educación, para ser capaces de poder iniciar el más mínimo entendimiento. Y, naturalmente, la frecuente utilización del sentido común.
Y ello comenzando por nuestras clases dirigentes. Sean estos políticos, jueces, actores, o empresarios. Su ejemplo, por lo general nada edificante, es un mal espejo que conlleva, como antes decía, a la degeneración de toda una sociedad.
El último discurso, exento de todo sentido común y cursi donde los haya, pronunciado por Rodríguez Zapatero en un foro internacional, son digna muestra del uso que no debe hacerse de las palabras, si se desea que su destino sea la razón. Sugerir, siquiera, que tenemos la obligación de reflexionar sobre el terrorismo y tratar de comprender sus razones, apoyado en la falacia de que siempre se había utilizado este como arma conminatoria, además de un despropósito en un mensaje equivocado y despreciable que no sólo provoca una degeneración del lenguaje, sino, también, de la moral de quien lo manifiesta.
Ignoro las razones que tendrá el señor Zapatero para invitarnos a tal aquelarre mental. Pero estoy seguro que acabaremos por saberlo y, ese día, seremos muchos los que, desde lo más profundo de nosotros mismos, nos mostraremos sorprendidos de no sorprendernos.
Felipe Cantos, escritor.
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