A la larga siempre acierta quien se fía del genio. Leopoldo Alas, Clarín
Desde que en 1517 Leonardo da Vinci dejara, según sus propias palabras, inconclusa su mejor obra, Monna Lisa, a la que él prefería llamar La Gioconda, las leyendas surgidas alrededor de la enigmática pintura, y la no menos misteriosa dama en ella pintada, no han dejado de sucederse constantemente a lo largo de varios siglos. Comenzando principalmente por el enigma de la verdadera identidad de la dama. Dicen, sin que exista la más mínima confirmación, que florentina y esposa de Francesco del Giocondo. Tal vez eso es lo que podría justificar el nombre por el que el propio Leonardo reconocía la obra. Aunque el nombre Giocondo se daba con cierta regularidad en el entorno del pintor.
Ante el enigmático cuadro de Leonardo siempre nos hemos preguntado que es lo que escondía, y esconde, la sonrisa de la joven. Pero tengo la sospecha de que pese a cuanto se ha especulado, jamás sabremos la verdad de la joven florentina.
Aún así, hace escasas semanas que creí haber dado con la clave que nos acercaría a desentrañar uno de los misterios más buscados por los apasionados de los enigmas.
Como consecuencia de la imprescindible documentación que requerí para la finalización de mi última novela: Marionetas de Dios, me vi en la necesidad de revisar gran cantidad de textos, ya que el relato recoge una de las historias de Europa que, escrita en clave apócrifa, se sustenta principales sobre la dinastía Bhátory, que dirigió los destinos de Transilvania desde siglo xiii al xvi. Dinastía, dicho sea de paso, injustamente calificada de siniestra por encontrarse entre sus principales integrantes la famosa Erzsébet Bhátory, que paso a la historia con el sobrenombre de la Condesa Sangrienta, por su “afición” a bañarse en la sangre de las doncella que mandaba degollar.
He de admitir que como gobernantes de un territorio europeo, su métodos para mantenerse en el poder no distaron demasiado de lo que era habitual en aquellos tiempos, en donde la dureza en la paz y, especialmente, la crueldad en las guerras, en ocasiones sobrepasaba lo humanamente comprensible. Baste recordar los métodos de castigo que el vencedor de la batalla infligía a los vencidos, empalándoles vivos, como muestra de su poder. La historia nos recuerda constantemente casos como el de Vlad Tepes, hermanado con la dinastía Bhátory, que inspirara al escritor irlandés Bram Stoker el personaje inmortal de Drácula.
Sin embargo, señalo lo injusto de calificar a la dinastía Bhátory como siniestra, pues lejos de merecer tal calificativo, su participación a la historia de nuestra Europa y sus aportaciones y mecenazgo a los hitos artísticos y culturales que se originaron en el irrepetible “cuattrocento”, como igualmente fueron los casos de otras familias, la florentina Médicis, o la Borgia, de origen español, fue cuantiosa y de gran valor. Ello, les permitió conocer de cerca y tratar a las grandes figuras artísticas del momento, como fueron los casos de Miguel Ángel Buonarroti, y la del inigualable Leonardo da Vinci.
Y precisamente al hilo del análisis de esa documentación, tuve la oportunidad de leer algunos textos, no podría asegurar que auténticos, en los que se recogían presuntas conversaciones entre el dirigente de la dinastía Bhátory y el insigne artista, inspirado inventor e infatigable investigador: Leonardo da Vinci.
En ellas, al parecer, Leonardo habla de “Mona Lisa”, o “La Gioconda”, su obra considerada una de las piezas claves de la pintura universal, sin el menor interés, de un modo burlón, casi con desprecio. En realidad el maestro parecía dar poca importancia a sus pinturas y de manera especial a esta. Y se lamentaba del poco caso que los mecenas del momento hacían de su verdadera pasión: la investigación y la creación técnica de maquinas que consideraba de vital importancia para el futuro de la humanidad. Su decepción, rayando en la desesperación, era tan grande que por momentos deseo no haber pintado nunca, para ver si de ese modo alguien hubiera prestado mayor atención a su verdadera pasión. Su mayor burla, para los burladores, fue dejar para la eternidad la incógnita de su estado anímico en un enigmático rostro que parece a su vez estar burlarse de quien le observa.
Y eso es lo que verdaderamente se desprende de la imagen de “La Gioconda”. Según se observe, desde una perspectiva u otra, veremos un gesto burlón; un gesto triste; un gesto risueño; un gesto enfadado. En síntesis todos aquellos gestos que, encontrándose en cada uno de nosotros, sólo seremos capaces de expresar de uno en uno, según el estado de ánimo en el que nos encontremos.
De ahí la grandeza de Leonardo y su irrepetible pintura. Pues sólo un genio como él ha sido capaz de reflejar en un solo rostro la enorme variante de gestos que el ser humano puede expresar. Es como si el alma del propio autor hubiera impregnado la pintura permitiendo manifestarse a esta como si tuviera vida propia.
Por eso, la pintura ha conseguido traspasar barreras, no sólo físicas, sino metafísicas, consagrándola a los ojos de los iguales en el mundo de la pintura. Todos manifiestan admirados que lo más expresivo del cuadro es la ausencia de expresión en el rostro de la joven. Lo que en si mismo, al margen de genial, es una enorme contradicción. Que en su sonrisa puedan encontrarse cuantos matices se deseen, pasando con suma facilidad desde la tristeza más deprimente a la felicidad más exuberante.
Sin embargo, y creo que ese es el misterio que esconde la pintura, yo estoy convencido de que la muchacha en realidad nunca existió. Que surgió de la inagotable fantasía, con gruesos trazos de ironía, de la mente de Leonardo da Vinci. El mismo, manifestó en sus escritos a Alessandro Bhátory, que en ella, y de manera especial en su sonrisa, había pretendido sintetizar, como en una eterna burla, todos los contradictorios sentimientos de este mundo.
Felipe Cantos, escritor.
Desde que en 1517 Leonardo da Vinci dejara, según sus propias palabras, inconclusa su mejor obra, Monna Lisa, a la que él prefería llamar La Gioconda, las leyendas surgidas alrededor de la enigmática pintura, y la no menos misteriosa dama en ella pintada, no han dejado de sucederse constantemente a lo largo de varios siglos. Comenzando principalmente por el enigma de la verdadera identidad de la dama. Dicen, sin que exista la más mínima confirmación, que florentina y esposa de Francesco del Giocondo. Tal vez eso es lo que podría justificar el nombre por el que el propio Leonardo reconocía la obra. Aunque el nombre Giocondo se daba con cierta regularidad en el entorno del pintor.
Ante el enigmático cuadro de Leonardo siempre nos hemos preguntado que es lo que escondía, y esconde, la sonrisa de la joven. Pero tengo la sospecha de que pese a cuanto se ha especulado, jamás sabremos la verdad de la joven florentina.
Aún así, hace escasas semanas que creí haber dado con la clave que nos acercaría a desentrañar uno de los misterios más buscados por los apasionados de los enigmas.
Como consecuencia de la imprescindible documentación que requerí para la finalización de mi última novela: Marionetas de Dios, me vi en la necesidad de revisar gran cantidad de textos, ya que el relato recoge una de las historias de Europa que, escrita en clave apócrifa, se sustenta principales sobre la dinastía Bhátory, que dirigió los destinos de Transilvania desde siglo xiii al xvi. Dinastía, dicho sea de paso, injustamente calificada de siniestra por encontrarse entre sus principales integrantes la famosa Erzsébet Bhátory, que paso a la historia con el sobrenombre de la Condesa Sangrienta, por su “afición” a bañarse en la sangre de las doncella que mandaba degollar.
He de admitir que como gobernantes de un territorio europeo, su métodos para mantenerse en el poder no distaron demasiado de lo que era habitual en aquellos tiempos, en donde la dureza en la paz y, especialmente, la crueldad en las guerras, en ocasiones sobrepasaba lo humanamente comprensible. Baste recordar los métodos de castigo que el vencedor de la batalla infligía a los vencidos, empalándoles vivos, como muestra de su poder. La historia nos recuerda constantemente casos como el de Vlad Tepes, hermanado con la dinastía Bhátory, que inspirara al escritor irlandés Bram Stoker el personaje inmortal de Drácula.
Sin embargo, señalo lo injusto de calificar a la dinastía Bhátory como siniestra, pues lejos de merecer tal calificativo, su participación a la historia de nuestra Europa y sus aportaciones y mecenazgo a los hitos artísticos y culturales que se originaron en el irrepetible “cuattrocento”, como igualmente fueron los casos de otras familias, la florentina Médicis, o la Borgia, de origen español, fue cuantiosa y de gran valor. Ello, les permitió conocer de cerca y tratar a las grandes figuras artísticas del momento, como fueron los casos de Miguel Ángel Buonarroti, y la del inigualable Leonardo da Vinci.
Y precisamente al hilo del análisis de esa documentación, tuve la oportunidad de leer algunos textos, no podría asegurar que auténticos, en los que se recogían presuntas conversaciones entre el dirigente de la dinastía Bhátory y el insigne artista, inspirado inventor e infatigable investigador: Leonardo da Vinci.
En ellas, al parecer, Leonardo habla de “Mona Lisa”, o “La Gioconda”, su obra considerada una de las piezas claves de la pintura universal, sin el menor interés, de un modo burlón, casi con desprecio. En realidad el maestro parecía dar poca importancia a sus pinturas y de manera especial a esta. Y se lamentaba del poco caso que los mecenas del momento hacían de su verdadera pasión: la investigación y la creación técnica de maquinas que consideraba de vital importancia para el futuro de la humanidad. Su decepción, rayando en la desesperación, era tan grande que por momentos deseo no haber pintado nunca, para ver si de ese modo alguien hubiera prestado mayor atención a su verdadera pasión. Su mayor burla, para los burladores, fue dejar para la eternidad la incógnita de su estado anímico en un enigmático rostro que parece a su vez estar burlarse de quien le observa.
Y eso es lo que verdaderamente se desprende de la imagen de “La Gioconda”. Según se observe, desde una perspectiva u otra, veremos un gesto burlón; un gesto triste; un gesto risueño; un gesto enfadado. En síntesis todos aquellos gestos que, encontrándose en cada uno de nosotros, sólo seremos capaces de expresar de uno en uno, según el estado de ánimo en el que nos encontremos.
De ahí la grandeza de Leonardo y su irrepetible pintura. Pues sólo un genio como él ha sido capaz de reflejar en un solo rostro la enorme variante de gestos que el ser humano puede expresar. Es como si el alma del propio autor hubiera impregnado la pintura permitiendo manifestarse a esta como si tuviera vida propia.
Por eso, la pintura ha conseguido traspasar barreras, no sólo físicas, sino metafísicas, consagrándola a los ojos de los iguales en el mundo de la pintura. Todos manifiestan admirados que lo más expresivo del cuadro es la ausencia de expresión en el rostro de la joven. Lo que en si mismo, al margen de genial, es una enorme contradicción. Que en su sonrisa puedan encontrarse cuantos matices se deseen, pasando con suma facilidad desde la tristeza más deprimente a la felicidad más exuberante.
Sin embargo, y creo que ese es el misterio que esconde la pintura, yo estoy convencido de que la muchacha en realidad nunca existió. Que surgió de la inagotable fantasía, con gruesos trazos de ironía, de la mente de Leonardo da Vinci. El mismo, manifestó en sus escritos a Alessandro Bhátory, que en ella, y de manera especial en su sonrisa, había pretendido sintetizar, como en una eterna burla, todos los contradictorios sentimientos de este mundo.
Felipe Cantos, escritor.
2 comentarios:
como tema de conversación es interesnante oir al respecto del misterio de la monalisa, pero como tema para discutir es tan absurdo como discutir si el mar es másculino o femenino. . . . no existen mas que pruebas tan inconclusas como la propia obra del autor, por eso espero que la próxima vez que se eliga un tema sea con una base cierta y alrededor de la cual podamos dar nuestra opinión hasta llegar a un punto centrado de que ocurrio de veras, o como fue esa postura. . . sobre el tema en cuentión, le daré mi opinión, es la contraria a la suya. si se pregunta por que no me gusta este tema es por esto. ¿puede rebatir mi opinión, con argumnentos probatorios? no, sólo puede reforzar su opinión, esta conversación por tanto no nos enriquecerá nada a los dos. . . un placer. a.l.r.
Sin lugar a dudas una buena dote de expresión personal le viene bien al pintor, sin embargo, no deja de ser cierto que el ser humano por mucho que busque la grandeza del sentimiento en una pintura, no le verá; sino que se verá a si mismo reflejado en el sentimiento que le causa.
¡ Quíen sabe, es cuestión de tiempo ver que tanto dura la gracia del misterio... después de todo nos basta ir hacia el otro punto del planeta hombre, como para aprender que ni sabemos nada, ni imaginamos nada...!
Tal vez, y conste que dije tal vez... eso sea lo único delimitante de encontrarse en el reflejo de un mundo de colores que fue pintado por un gran desconocido.
Su amiga
Daanroo
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