19 enero 2006

La dignidad de los muertos…y la nuestra


Cuando inicié la aventura de darle forma periódicamente a esta serie de artículos me prometí que, en al medida de lo posible, trataría de no alejarme demasiado del tono jocoso y relajado, y si fuera posible divertido o, cuanto más, irónico. Pensé que era, y son, demasiados comentaristas y demasiadas columnas, abiertas a diario en los miles de medios de comunicación existentes, para que la mía aportara algo nuevo a la ajetreada vida política de España.
Además, pretendía, y pretendo, otra cosa que no sea la repetición constante del mismo tema, aunque, por desgracia, dado el talante -¿qué palabra tan de moda, verdad?- que están tomando las cosas en nuestro país, comienzo a pensar que nunca serán suficientes.
Pero, amigo, no siempre es posible acceder a los deseos. Menos aún si estos son los propios. Al menos en cuanto a lo que de lúdico pudiera tener este texto. Estoy desconcertado, les aseguro que no tengo muy claro como debo reaccionar ante lo que, como un insulto al alma, me provocan la más absoluta repulsa de determinadas actitudes humanas.
La razón de fondo, aunque provocada por múltiples detonantes, es la triste valoración que se obtiene al reflexionar sobre la manipulación que habitualmente se hace en los medios de comunicación sobre la muerte de personas. Dejando al margen los espectaculares casos – Yak 42, helicóptero de Afganistán, atentados de 14M, y otros similares- en los que las razones políticas inspiran y condicionan todo, superando con exceso al propio hecho en si de la triste desgracia de unas muertes, siempre prematuras, es difícil entender las acciones, los gestos de los propios familiares de las victimas. Vaya por delante, como bien es cierto y en múltiples ocasiones he manifestado con toda sinceridad, que he conseguido superar mi “admiración” por eso que llaman la “clase política”, sea del signo que sea, con un claro objetivo: tratar de prescindir de ella en la medida de lo posible. Como individuo, creo haberme acercado bastante a mi propósito. Desgraciadamente, como ser vinculado a una sociedad, no parece que pueda conseguirlo.
Siempre ha existido y siempre existirá quien del dolor ajeno intente y, lamentablemente, con demasiada frecuencia, obtenga réditos para su particular causa. Y aunque no está demás denunciarlo, para que al menos no caiga en el olvido, de nada sirve lamentarlo pues tal “defecto” no es posible corregir ya que va arraigado en lo más profundo del ser humano, llegando a hacerse, casi, comprensible cuando se trata de la defensa de determinados intereses. Esos que los seducidos suelen denominar “la causa”. Además, por lo general, es lo que cabe esperar de la clase política. Pero lo que ya resulta incomprensible, al menos para mí, es que se presten a ello, con participación directa en la exhibición y en el espectáculo las, denominadas, victimas: los familiares y personas más cercanas, afectadas por la tragedia acaecida.
Cuando, como consecuencia del conocimiento de una tragedia, se me ha dado la ocasión de poder responder a la pregunta de que haría yo si me encontrara en el lugar de los seres que han sufrido el zarpazo, la respuesta, inexorablemente, siempre ha sido, y confío en que seguirá siendo, la misma: aislarme en lo más profundo y no participar en la exhibición de mi dolor como una mercancía. Mil veces me he puesto en la piel del padre al que violan y asesinan un hijo; del que, como consecuencia de un atentado terrorista, pierde un ser querido; del que es conocedor de ultrajes y abusos a esos mismos seres queridos o, como en el caso de los dramáticos siniestros acaecidos, es golpeado brutalmente por el destino, perdiendo algún ser querido en un accidente. Y mil veces me he respondido lo mismo. Con el dolor incrustado en el alma actuaría con la máxima discreción, reflexionando y tratando de acercarme en cada caso de acuerdo con las circunstancias del drama: si solidaridad con los demás afectados, solidaridad; si asesoramiento, asesoramiento; si denuncia, denuncia; si intervención personal, toda mi dedicación y colaboración plena para tratar de que se haga justicia con mayúsculas (después de casi mil muertos, aun me resulta sorprendente, casi milagroso, entender como ni una sola de las víctimas de eta, saltando como un resorte, no haya hecho otra cosa, que se sepa, que acogerse al amparo de la avt).
Pero, desde luego, lo que nunca haría sería caer en demagogias y, siempre, alejarme de cualquier tentación de exhibición, rechazando de manera clara y contundente cualquier manipulación, Dios sabe con que oculto objetivo, inducida por la utilización de cámara de televisión, o periodista alguno.
Es difícil entender, salvo por un escaso, sino nulo, nivel cultural, como familiares cercanos, en ocasiones los propios padres de la víctima, aceptan colocarse ante las cámaras de la televisión para relatarnos su versión de los hechos. Salvo que uno haya superado ya todos los límites posibles de falta de sensibilidad - del medio de comunicación y de su representante ya lo espero todo, o mejor, ya no espero nada - sorprende que en momentos como esos se puedan tener deseos de hacer publicidad de lo sucedido, llegando en ocasiones a corregir y aumentar la versión oficial.
Admitiendo que el mundo de los medios de comunicación ha sobrepasado todos los límites posibles, disparando todas las alarmas, en cuanto a mantenerse ante esta sociedad con un mínimo de ética, de la estética mejor no hablar pues el mal gusto está permanente presente en ellos, no es admisible que los propios afectados, por exceso o por defecto, participen en ello. Recrearse en el dolor propio, exhibiéndolo como mercancía para obtener determinadas ventajas, o tratar de que otros las obtengan, además de hacer poco creíble a los protagonistas, denuncia la catadura moral de quienes lo realizan. El pecado es aún mayor cuando ni tan siquiera cabe escudarse en carencias culturales, o un limitado nivel intelectual.
¿En serio hay quien crea que, tras de un espantoso accidente donde se mezclan los pedazos de muertos sin posibilidad humana de ser identificados rápida y fácilmente para ser entregados a sus familiares, lo verdaderamente importante, pase el tiempo que pase, es que cada uno se lleve el “suyo” a casa? ¿De verdad que alguien cree que en las lamentables catástrofes que a diario se suceden, en donde se ven afectados decenas de personas – accidentes de trenes y aviones, o colisiones múltiples en carreteras, sin olvidarnos de los actos terroristas - verdaderamente tiene importancia que a uno le terminen dando el “suyo”? ¿Acaso hay ingenuo que crea que eso se hace así? ¿Hay quien se crea que los muertos del 11-M, y otros casos similares, se encuentran cada uno en su “sitio”? Sigo creyendo que lo importante, aunque no sea más que por respeto a nosotros mismos y, sin duda, a los muertos, es tratar de retener en nuestra memoria la mayor cantidad posible de recuerdos de ellos. Y no físicamente, mediante unos restos que en breves semanas dejaran de serlo – “polvo eres y en polvo te convertirás” -, sino espiritualmente. Porque ahí, en espíritu es donde siempre les encontraremos. Lo demás sólo servirá para arropar las macabras maniobras de quienes por una razón u otra, políticos y medios de comunicación, principalmente, realizan, con absoluta falta de escrúpulos, en su propio beneficio.

Felipe Cantos, escritor.

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