25 enero 2006

Los nuevos servidores de Belcebú: Los Cejaflejos


Pienso que si el diablo no existe, que si el hombre lo ha creado, lo ha hecho a su imagen y semejanza. Feodor Dostoyevski.

Hace algún tiempo que un buen amigo mío, algo obsesivo, eso sí, viene sosteniendo que las legiones del Diablo están trabajando en las más altas esferas. Con absoluta tenacidad, sostiene que en vista de que al “ilustre” personaje cada vez le es más difícil conseguir adictos a su causa, por la vía de las almas corruptas, si es que a determinados niveles, aún corrupta, quede alguna, lleva tiempo haciéndolo por la vía de los cerebros enfermos que, por lo que parece, le está resultando más fácil vencer cualquier atisbo de sólidos principios. Insistía en que sólo le faltaba encontrar la prueba que demostrara su existencia y, de manera contundente, sus conexiones y sus señas de identidad.
Así que, dispuesto a confirmar su tesis, apareció la otra mañana en casa, completamente exultante. “Lo sabía, lo sabía”, gritaba como un poseso al entrar en el hall de casa. “Sabía que en esas cejas, circunflejas, se encontraba anidada la razón de todos los males”. Yo, no terminaba de entender a qué se refería. Pero él no pareció darle demasiada importancia a mi desconcierto, y prosiguió visiblemente excitado. “Durante varios meses no había terminado de comprender qué era lo que sucedía, qué era lo que pasaba por la mente de ese personaje llamado zp, espero que irrepetible”, - señaló con un gesto de horror- “para que, partiendo de la, casi, nada, alcanzara las cotas más altas de… ¡Dios sabe cómo calificar en lo que se ha convertido!”, señaló con énfasis
“Aquella cosa, aparentemente sencilla y apocada, que se ganó en sus primeros pasos el calificativo de “Bambi”, ¡angelito!”, prosiguió, “se ha convertido, por mor de los acontecimientos, eso sí, provocados por él, en una explosiva mezcla que bien pudiera llamarse “Flubber. Si, hombre, recuerda. Aquella combinación gelatinosa de color verde limón, semejante a esa pasta tan asquerosa con la que juegan los niños - “blandibloog” creo que se llama - que en cuanto conseguía una cierta consistencia comenzaba a desplazarse alocadamente en todas direcciones sin control, provocando en sus movimientos toda clase de cataclismos”.
“Pero el problema, temo para mí”, señaló reflexivo, “que no sea fácil de resolver”. Mi asombro le importaba un pimiento, él continuaba sin más. “No creo que se trate de una anécdota con las que la caprichosa naturaleza, en ocasiones, nos sorprende”, sentenció. “Pues, si eres mínimamente observadores, podrás comprobar que la enfermedad parece haberse extendido a gran velocidad entre la clase política”.
“La cuestión, ahora”, aclaró, dejando la voz hueca para darle mayor trascendencia a lo que pretendía decir, “es saber dónde se inició el mal para, si aún estamos a tiempo, tratar de controlarlo. Yo tengo una ligera sospecha de que ese mal no se trasmite por contagio. Es más, estoy firmemente convencido, como en el caso de otras enfermedades fácilmente identificables, que es de origen genético. Que el sujeto en cuestión lleva el germen en su interior y que en el caso de que practique ciertas actividades, en las que la esencia sea complicarle la vida al prójimo, lo que vulgarmente se llama hacerle la puñeta, entre las que la política forma parte destacable, se manifiesta con fuerza”.
Yo continuaba sin terminar de aclararme. Pero, visto lo visto, decidí permanecer en silencio a la espera de que acabara su prédica. “Probablemente una de las razones sea la, casi, obligada necesidad de elevar las cejas mientras fruncimos el ceño. Eso sucede, naturalmente, cuando nos encontramos en actitud profundamente reflexiva, por la trascendencia de una inevitable decisión. Ese gesto de cerrar nuestra mente a todo y a todos, lo que nos interesa, claro está, en la que zp es un maestro consumado, para después elevar las cejas en un ruego al altísimo de turno, es lo que provoca la dramática consecuencia de lo que vengo denunciando”.
“Claro está que el repunte, nunca mejor dicho, puede ser peligroso en el caso de que se tengan contactos frecuentes con otros sujetos afectados del mismo mal. Porque, en ese caso, se potencian los efectos, multiplicándose exponencialmente. Si este contacto se desarrolla al más alto nivel, las posibilidades de que tus cejas terminen formando un perfecto ángulo de menos de cuarenta y cinco grados es un hecho científicamente indiscutible”.
“Y ya, lo que resulta sumamente peligroso es si con nuestra actividad, generalmente si es de las de con “mando en plaza”, decidimos que la única idea que vale es la nuestra. Ya conocen aquel proverbio, y si no yo se lo recuerdo, que dice: “nada hay más peligroso que una idea, cuando no se tiene más que una”.
Les aseguro que no pude más y trate de interrumpirlo. Pero ni poniéndole un bozal lo hubiera conseguido. Estaba fuera de sí. “Calla y escucha”, me espetó. “Lo triste, es que es una enfermedad difícilmente detectable a tiempo, ya que esta, raramente, se manifiesta en los primeros años de la vida del sujeto en cuestión. Casos hay, si, cuya huella, consecuencia del biberonazo, quedo cicatrizada tiempo después sobre la frente del sufrido progenitor. Pero son anécdotas que no cumplen la regla”. Yo, entrando en situación, no pude esconder mi risa floja imaginando a zp en la cuna, durante sus primeros meses, después de haber dejado de ser un nasciturus, mostrando sus exuberantes cejas circunflejas, mientras, mirando embobado a su mamá, pestañea repetidas veces. “Lo cierto es que, como antes te decía”, mi amigo volvió a reclamar mi atención, “si eres observador, podrán comprobar como la enfermedad parece estar despertando y extendiéndose con claro riesgo de epidemia. Si antaño el primero en llamar nuestra atención sobre el fenómeno fue el ínclito Ibarreche - ya sabes, el de los vascos y las vascas – seguido del ya citado Zapatero, ahora, ignoro las razones, pero miedo me dan, se han apuntado a la “moda” personajes como José Bono; Cándido Conde-Pumpido; Artur Mas, si bien, todavía, algo incipientes y, a ratos, según sea lo que nos está contando, Juan José Rodríguez Ibarra, así como un largo etcétera de políticos en activo”.
Bien es cierto que, hasta ese momento, yo, salvo el lado humorístico que de sus rostros se desprende, y la pena y risa floja que me provocan cada vez que veo algunos de ellos en cualquier medio de comunicación, nunca había intentado ir más allá.
Pero ahora que mi amigo lo dice, e insiste constantemente en que debemos mantenernos muy alertas, creo que algo de razón puede tiene. Que eso que está sucediendo no es normal y que, para él y otros muchos que le dan la razón, es un claro signo de la aparición en la tierra de una nueva secta: “los cejaflejos”.
En su teoría mantienen que, como en el caso de las profecías maléficas -me recuerda constantemente La maldición, Damiel, la momia y otras similares - relacionadas directamente con el demonio y las claves para invocar a “la bestia”, a través del famoso número 666, ahora la manera de formar parte de la secta y reconocer a sus adeptos es plasmar claramente en su rostro la seña de identidad: las cejas circunflejas.
Desde luego, si es por la radicalidad de sus actos, la cosa no pinta demasiado bien.
Yo, no sé qué decirles. La verdad es que mi amigo es muy serio: ¿y si tuviera razón?

Felipe Cantos, escritor.

No hay comentarios: